Gracias

~Gracias~


Roma la miraba con mucha seriedad y Leila tenía ganas de reirse. Sin embargo, lo único que hizo la vampiresa fue esbozar una sonrisa de medio lado. Era la primera vez que alguien que no fuera de su servicio, le ofrecia beber de su sangre voluntariamente.

- ¿Propones que me alimente de ti? - Preguntó, empleando una voz dulce- ¿Te sacrificas por el bien de la humanidad?

El cazador la miró con desdén, mientras apoyaba su espalda contra la puerta cerrada de la habitación.

- ¿Vas a tardar mucho?

La hija de Drácula fijó sus pupilas en los ojos de Roma y mostró sus afilados colmillos. Tenía hambre, más de lo normal por culpa de haber donado su sangre para salvarle la vida. Se acercó con determinación al cazador y colocó una de sus manos sobre el surco yugular. Acarició con cuidado la piel que envolvía a la vena.

- Tienes un cuello atrayente - Declaró Leila - pero prefiero beber de tu muñeca, si no te importa.

Roma dejó de sujetar el cuello de su camisa y se remangó, para dejar al descubierto uno de sus brazos. Había escuchado testimonios de personas que habían sido víctimas de chupasangres y no todas las experiencias eran positivas. La mayoría de los vampiros solían hipnotizar a las personas antes de alimentarse de ellas, pero si no lo hacían y las mordían con agresividad, podían provocar lesiones de gravedad. Incluso la muerte.

La vampiresa deslizó sus manos con inusitada lentitud desde su cuello hasta el brazo que el cazador le ofrecía.

- ¿Qué se siente, colaborando con el enemigo? - Susurró Leila, antes de alzar la muñeca de Roma hasta su boca entreabierta.

Roma apretó los labios y prefirió no decir nada. Ni en sus peores sueños se habría visto participando en algo así. Si sus compañeros descubrían que había decidido libremente alimentar a una vampiresa, sería expulsado de la hermandad.

El roce áspero de la lengua de Leila sobre su muñeca, lo estremeció. Después, cuando la zona quedó adormecida, la vampiresa agachó la cabeza y hundió los colmillos.

La sensación que experimentó Roma fue desagradable y placentera a la vez. El sonido que hacía la boca de Leila al succionar a traves de la piel de su muñeca, era repugnante; pero sin embargo cada vez que absorbía su sangre, el cazador notaba que lo invadía una especie de calidez intensa y su mente quedaba completamente transpuesta.

En un momento dado, Leila detuvo su succión y limpió la piel de la muñeca de Roma cuando dejó de alimentarse. La respiración del cazador era rápida y su corazón latía con gran velocidad en el interior de su pecho. Estaba disfrutando de las endorfinas que se habían liberado en su torrente circulatorio.

- Gracias - Dijo la vampiresa, tragando la sangre que aún quedaba en su boca.

Roma tardó en recuperar el sentido, pero cuando lo hizo fue consciente de que lo que había sentido era bastante similar a la euforia del acto sexual.

Incómodo, se apartó de la puerta y se dirigió hacia la cama de la habitación, esquivando a la vampiresa. Se tumbó e intentó relajarse. Aquello estaba mal, muy mal. Ahora comprendía que hubiera gente adicta y se convirtiera en ganado para los vampiros.

El cazador se quedó dormido, en una cama demasiado limpia para pertenecer a un burdel, y la vampiresa se tumbó a su lado. Los vampiros duermen solo durante el dia, por lo que Leila no tenía planeado cerrar los ojos y despertar con el amanecer; sino que simplemente trataría de molestar lo menos posible a su nuevo amigo, para que pudiera descansar.

Pasada unas horas, Leila se encontró mirando fijamente la cara de Roma, deseando que despertara. Su capacidad auditiva era demasiado alta, por lo que escuchaba perfectamente todo lo que ocurría en las habitaciones contiguas y las conversaciones no eran agradables. Salvo excepciones, los clientes hablaban y trataban mal a las prostitutas cuando estaban a solas. Si el cazador y la vampiresa no se marchaban de alli pronto, un demonio con forma de mujer saldría de la habitación y les obligaría a comer sus propios ojos. Uno a uno.

- ¿Qué ocurre? - Preguntó Roma, desvelándose.

- Sácame de aqui antes de que cometa una locura - Le pidió ella, apretando la tela de la colcha con los dedos.

Roma se incorporó, y observó la habitación inquieto. Todo estaba muy tranquilo ¿De qué tenía miedo la vampiresa?

- ¿Por qué quieres marcharte en mitad de la noche?

Ella vaciló.

- No quiero escucharlas sufrir - Confesó.

- ¿A qué te refieres?

- A las chicas del burdel.

La boca de Roma se abrió, por la sorpresa.

- ¿Estas diciendo que...?

Un vampiro preocupandose por seres humanos. Eso si que era raro.

- Puedo escucharlas. Quiero irme. O los mataré a todos.

Roma se levantó al instante. La última frase tenía un tono amenazador cuya veracidad no pensaba comprobar. Tanteó en la oscuridad y encendió la luz de la mesilla de noche. Leila se había sentado al borde de la cama y su expresión era triste.

Sin dejarse llevar por la necesidad apremiante de consolarla, Roma se concentró en planificar su huida. Empezó a abrir los cajones de los muebles y, antes de salir a hurtadillas por el tejado del burdel, robó las cosas que habían venido a buscar.

La ropa y el maquillaje quedaron envueltos en una funda de almohada, que el cazador llevaba colgada a la espalda; mientras una sombra alargada y grácil lo seguía entre las sombras.

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