Esto es el paraíso
~ Esto es el paraíso ~
- ¿Por qué piensas que voy a creerme que no me has transformado? - Preguntó el cazador, levantándose del suelo, aún sin poder asimilar que había estado a punto de morir.
La colisión contra la dureza del suelo, el sonido de su cráneo al romperse y la sangre que aún caía por su espalda, le recordarían para siempre que el salto al vacío desde la torre del castillo del conde Drácula, había sido una temeridad.
Leila lo abofeteó. La vampiresa pilló desprevenido a Roma y le hizo caer de nuevo al suelo. Su fuerza era extraordinaria.
- ¿Lo ves? Si fueras uno de los nuestros, solo habrías sentido una caricia - Le explicó la hija de Drácula - Para ser un cazador, no tienes ni idea de cómo nacemos.
Siseó de nuevo, molesta. Aprovechando el aturdimiento de Roma, se aproximó y le levantó la camisa. Las estacas de madera que llevaba el joven entrecruzadas en su pecho, a modo de escudo, aún estaban intactas. Las cogió todas y las lanzó muy lejos. No quería más sorpresas.
- Nosotros nacemos del vientre de nuestras madres, vampiras o convertidas, igual que vosotros - Continuó explicando la vampiresa, como si no acabara de dejar desarmado al chico que había venido a raptarla - Y sólo en muy raras ocasiones, convertimos a un humano. Para ello, tanto el futuro convertido como su vampiro tutor, deben compartir mutuamente su sangre.
Drácula le cortaría la lengua si viera que andaba contando estas cosas a un desconocido.
Al escuchar lo que decía Leila, el cazador vomitó. No sabía si había vomitado por la impresión que le causaba estar hablando con la hija de Drácula con tanta familiaridad, o bien por haberse imaginado la escena de dos personas compartiendo su sangre.
Se levantó y trató de recomponerse. Leila vio que el miedo de Roma se había esfumado, tan rápido que no le había dado tiempo de deleitarse con él. Una verdadera lástima.
- ¿Qué pretendias? ¿Volar?- Quiso avergonzarlo.
Roma se sacudió los pantalones y mandó callar a la vampiresa levantando un dedo en el aire, mientras se pasaba la otra mano por el pelo. Hablaba demasiado y no le dejaba pensar.
Un gruñido potente hizo que el joven fijara sus ojos sobre la criatura que tenia delante.
- Si tienes aprecio por ese dedo, bájalo - Le advirtió Leila, mostrando otra vez sus colmillos - O lo trituraré.
La verdad es que para ser un monstruo chupasangre, Leila controlaba bastante su temperamento. Los de su especie solían acabar ipso facto con todo aquello que les molestaba.
- ¿Siempre eres tan sensible?
Roma guardó su mano en el bolsillo.
- Lo dice el que acaba de vomitar como un bebé en el suelo, sobre su propia sangre.
El cazador se quedó mirando a Leila. Todavía notaba el sabor dulzón de la sangre de la vampiresa en su boca ¿Qué iba a hacer con ella?
Le había salvado la vida, y era capaz de conversar con él. Los vampiros solían hablar poco, ya que utilizaban la palabra como distracción antes de alimentarse de sus presas. Los diálogos más largos que se conocían entre humanos y vampiros formaban parte de interrogatorios con tortura.
- Puedes volver a tu torre, no tienes que venir conmigo - Le comunicó Roma, con voz seria, rindiéndose a la obviedad.
Si la llevaba consigo, sus compañeros la utilizarían como cebo para matar a su padre, tal como habían planeado hacer, y seguramente a ella también. Drácula era un ser despreciable, pero Leila no parecía comportarse de igual modo. Además, le debía la vida. Lo cual significaba que en algún momento tendría que devolverle el favor y esto lo pondría en una tesitura difícil. No quería mas problemas. Diría que la vampiresa lo había conseguido hipnotizar, como había hecho con otros hombres, y se olvidaría de todo.
Salvo de esos ojos azabaches que le mantenían la mirada.
- No voy a regresar a esa torre. Ni al castillo - Replicó Leila - Voy a conocer el mundo. Estoy harta de esconderme.
Roma sabía que la decisión de Leila haría que la atraparan en cuestión de días, los cazadores o su propio padre. Ya era malo que un vampiro rebasara los limites de su territorio y se mezclara entre humanos, pero dos era impensable. No podía permitirlo.
- No puedes...- Empezó a decir Roma - Vas a provocar el caos.
Leila movió sus negras pestañas con lentitud.
- Entonces acompáñame - Pidió.
- ¿Cómo vas a evitar morder a la gente?
- Tengo cerebro.
El cazador apretó los labios y cerró sus manos en puños. No tenía salida, estaba metido en un buen lio.
Sin decir nada, se apartó de la vampiresa y se dirigió hasta donde su caballo lo aguardaba atado. Leila lo siguió, como una silenciosa sombra.
- Sube tú, yo iré andando - Le indicó Roma.
Leila levitó un instante para subirse al animal, tal como Roma me había sugerido. Sin embargo, finalmente tuvo que desistir porque el cuadrúpedo empezó a relinchar y a encabritarse. Había olvidado que los animales huían de los inmortales. Era algo instintivo, ya que en tiempos primitivos muchos animales habían muerto bajo sus colmillos, antes de que aprendieran a dominar su sed y a alimentarse de sus congéneres.
- Bueno, mejor iremos andando los dos - Propuso Roma - Mantente cerca, no quiero perderte de vista.
Leila seguía los pasos de Roma con cautela, e iba asegurándose de que ni él ni su caballo dejaban huella alguna. Si Drácula volvía, toda esa aventura terminaría en un baño de sangre y prefería contar con un poco de más tiempo.
- Esto es el paraíso - Susurró la vampiresa, mirando al firmamento plagado de estrellas.
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