8 AMIL

La nieve caía lentamente sobre el suelo. Amil se despedía de Immi con un fuerte abrazo y una sonrisa en la cara de ambas mujeres. Immi era bajita, aún más que Amil, y bastante mayor. Amil no recordaba un solo día de su vida en el cual Immi no haya tenido que preocuparse por ella, pero eso iba a cambiar, ya que Amil ahora volaría del nido para crear su propio camino. Esto estaba en las cabezas de ambas y les llenaba de alegría y pena al mismo tiempo, por eso lo solucionaron con un segundo abrazo, y este con mucho más sabor de despedida.

—Envía cartas a tu madre cada vez que llegues a una ciudad —dijo Immi.

—Y a vos también te enviaré, Immi.

—Y aún debes despedirte de tu madre —le contestó mientras una lágrima saltaba de su ojo a su mejilla.

Amil hizo caso a Immi y recorrió todo el patio buscando a su madre, pero no la encontraba. No debería ser tan difícil, Sana solía vestir de negro en un lugar donde la mayor parte de la superficie era blanca por la nieve. La chica empezaba a desesperarse buscando a su madre.

Mientras seguía con su búsqueda, Amil chocó sin querer con un hombre con armadura, el cual era tan alto que Amil tuvo que prácticamente mirar al cielo para verle el rostro.

—Perdón, Sir Pail —dijo Amil, disculpándose con el hombre con el que había chocado, que resultaba ser el guardia jefe de la familia Shakin.

—Por favor, lady Shakin, llámeme Alaric —dijo el viejo caballero. A Amil le extrañaba que alguien mayor fuera el jefe de la guardia, pero Alaric Pail no era solo uno de los mejores espadachines de la época, sino que también fue un íntimo amigo del padre de Amil durante la Guerra de Valoria unos años atrás.

—Está bien, os llamaré Alaric, pero vos me llamaréis Amil a secas —dijo la joven, con una sonrisa en su rostro, mientras observaba la blanca armadura y la capa azul de Alaric, típica de los guardias reales de su familia.

—Tu padre siempre habló mucho de tu fuerte carácter y de que el día que reinaras nos tendrías a todos bien rectos durante todo el día, todos los días, Amil —dijo Alaric, aceptando su pacto de nombres.

El comentario fue del agrado de Amil, que pronto entendió por qué su padre consideraba a Alaric un amigo leal. Detrás de aquel señor mayor, con su canoso pelo echado hacia atrás y la barba que cada día parecía estar menos poblada, se encontraba un hombre de palabra y con firmes valores.

—Una cosa más, Alaric —dijo Amil, agarrándolo antes de que se marchara con el resto de la guardia—. ¿Habéis visto a mi madre?

—Sí, la reina madre se encuentra allí mismo —dijo Alaric, indicando el balcón superior que daba a ese mismo patio.

—Gracias, Alaric, hoy empezaremos un gran viaje —le dijo con gran ilusión.

Amil se dirigió hacia las escaleras para subir a hablar con su madre, cuando una voz chillona la interrumpió en su camino.

—¿Se puede saber qué es eso de que vas a ir a Última Nieve? —exclamó la irritante voz. Al girarse, Amil se encontró con su prometido Udym.

—Tengo una misión que realizar allí —respondió Amil, más calmada de lo que ella misma podía creer.

—¿Y por qué nadie me informó de ello? —refunfuñó el joven duque.

—Aún no estamos casados, lo que yo haga en nombre de mi familia no os incumbe por ahora.

—Ni hablar, yo viajaré con vos —dijo Udym entre gruñidos.

—Mi duque, vos sois muy pequeño aún. Además, los Cashkat sois más del sur. En Última Nieve se siente el frío de verdad —dijo Amil en forma de burla disimulada hacia el muchacho.

—¡Si digo que voy, es que voy, y me da igual lo que vos opinéis! —dijo Udym totalmente fuera de sí, a lo que Amil respondió con una fuerte bofetada que dejó impactado y con los ojos llorosos al duque.

—Podéis venir, pero debéis mandar ya un mensajero a Monte Blanco para avisar a vuestra madre —dijo Amil, como si la bofetada no hubiera existido—. Y recordad que por muy hombre y duque que seáis, yo siempre seré vuestra reina. ¿Os ha quedado claro?

El chico no pudo volver a abrir la boca. Amil podía sentir el terror en sus ojos, pero el duque afirmó con la cabeza, aceptando las palabras de la chica.

—Pues ya podéis ir a enviar el mensaje —dijo Amil. El duque se mantenía paralizado hasta que Amil dio una fuerte palmada y Udym salió corriendo como si hubiera salido de un estado de hipnosis.

Amil lo vio alejarse mientras llevaba sus manos a la cara, seguía sin poder creerse que aquel joven con actitud de niño malcriado y apariencia de niña buena fuera a acabar siendo su marido y el padre de sus hijos. Ese solo pensamiento la horrorizaba.

—Es lo que tienen los niños —dijo Thoren, el cual aparecía de detrás de un caballo. El chico iba vestido como todo un explorador.

—No lo puedo creer, Thoren, ¿de verdad tengo que pasar toda mi vida con ese crío? —dijo Amil mientras se abrazaba a su amigo.

—No, bueno, no siempre será un crío, ¿o sí? —dijo el chico en tono de broma.

—No lo digo en broma, Thoren —respondió Amil seria.

—Bueno, quizás puedas anular todo una vez pase la tensión con tu tío —dijo Thoren mientras empezaba a acariciar el pelo de Amil—. Y buscar a alguien que te resulte más agradable.

—Thoren, yo... —dijo Amil, hasta que algo la interrumpió. De repente, alguien se metió en medio del abrazo por sus espaldas sin que se dieran cuenta.

—¿Qué ladran estos dos perros aventureros? —dijo Selene, que se acababa de unir al abrazo.

—Nada de las cosas que nos inquietan... —trató de disimular Thoren.

—Pues me habían dicho que por allí querían verte, perro inquieto —respondió Selene.

—¿Lo dices en serio o es otra de tus bromas de mal gusto? —preguntó el chico.

—Solo hay una manera de comprobarlo —dijo Selene mientras empujaba a Thoren para que se marchara.

El joven se marchó un poco confundido, tratando de encontrar a aquellos que según Selene le buscaban.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó Amil.

—Creo que le gustas a Thoren —afirmó Selene.

—¿Se puede saber de qué hablas, Selene? Él solo me estaba consolando por lo del duque.

—Bueno, mi instinto de cazadora me dice que Thoren te quiere cazar —afirmó Selene—. Y es mejor que no.

—Ahora vos decidís por mí también —dijo Amil.

—No, pero es mejor que no le crees ilusiones. Vos sois la reina y él un herrero.

—Yo creo que a vos os gusta Thoren —dijo Amil, mientras empezaba a molestar a su amiga haciéndole cosquillas.

—Qué tontería —dijo Selene entre pequeñas risas por las cosquillas—. ¿Podéis parar? —Selene no podía parar de reír, por lo que se alejó de su amiga para huir de las cosquillas.

Amil reflexionó unos segundos sobre las palabras de su amiga. Aunque Thoren la tratara con cariño, nunca ha intentado nada más allá de su amistad, y después de tantos años resultaría raro que en ningún momento el chico hubiera tratado, por lo menos, de expresar sus supuestos sentimientos hacia ella.

La chica subió las escaleras y se encontró con su madre de espaldas, vistiendo completamente de negro, lo que se sumaba a su larga cabellera del mismo color y que hacía un bello contraste con su piel y la nieve.

—Madre... yo... —trató de explicar que se tenían que despedir, pero a la joven no le salían las palabras.

—Os marcháis —afirmó Sana, como si llevara ya mucho tiempo tratando de asumir ese hecho—. Tomad esto —Sana le dio a su hija una bolsa de cuero en la que se encontraban sus libros, los mapas y el amuleto de la abuela Pam.

—Gracias, madre —dijo Amil, mientras colgaba la bolsa a su espalda.

Sana miraba a Amil con ternura, sintiendo el frío del aire cortante en sus mejillas enrojecidas por el frío.

—¿Estás segura de que debes irte ahora, Amil? —preguntó con voz entrecortada Sana.

Amil se acercó a su madre y la abrazó con fuerza, sintiendo el temblor emocional en cada palabra que pronunciaba.

—Sí, madre. Es hora De que vea más allá de nuestro valle, de explorar lo que el mundo tiene para ofrecer.

Sana devolvió el abrazo con intensidad, sus ojos brillando con lágrimas que amenazaban con congelarse en sus mejillas.

—Te extrañaré tanto, Amil. Pero estoy tan orgullosa de la mujer fuerte y valiente en que te estás convirtiendo —aseguró la madre.

Amil asintió, luchando por mantener la compostura mientras el viento jugaba con sus cabellos oscuros.

—Gracias por todo lo que me has enseñado, madre. Llevaré tu amor y tus enseñanzas conmigo en cada paso que dé. Prometo volver y contarte mis historias, madre. Y llevaré conmigo el espíritu de nuestro hogar y la fuerza que me has dado —dijo Amil, con la mano en el corazón.

Se abrazaron una vez más, el calor de sus cuerpos compartidos contrarrestando el frío del entorno. Cuando finalmente se separaron, Amil se giró hacia las escaleras desapareciendo poco a poco escalón a escalón.

Sana observó hasta que Amil se perdió de vista, sintiendo un vacío temporal en su corazón mientras el sol se sumergía lentamente en el horizonte. Sabía que, aunque la distancia las separara físicamente, el amor y el vínculo entre madre e hija permanecerían inquebrantables, como la nieve que cubría su hogar y que ahora sería testigo silencioso de la partida de Amil hacia nuevas tierras.

Amil fue en busca de su caballo, era el más oscuro de todos, tan oscuro como sus cabellos y ropajes. La joven no es demasiado alta por lo que en un primer momento se le complicó subir a montarlo, pero reunió fuerzas y finalmente consiguió subir de un salto.

—¿Estamos todos listos? —preguntó una grave voz.

La chica miró a su alrededor en ese momento y vio a todos aquellos que viajarían con ella en esa aventura, por supuesto a su lado se encontraban Selene y Thoren, delante de ella dos guardias reales encabezados por Alaric, al final de todos los otros dos guardias reales. También se encontraba relativamente cerca de ella Udym, quien había conseguido unirse después de la fuerte discusión de antes, y con el duque su guardia personal. Amil no entendía el porqué de incluir a ese hombre si los guardias reales eran cinco; un hombre más no cambiaba nada, pero con tal de no escuchar al duque le daba igual a quién más llevara.

De un momento a otro todos comenzaron la marcha, Amil miró atrás, al balcón donde debería estar su madre, pero ya no había nadie. Sin pensarlo demasiado, Amil siguió al resto del grupo, iniciando aquello que tanto tiempo llevaba esperando. Aunque la sensación de estar dejando atrás a su familia le producía miedo y ansiedad, sabía que debía crear su propio camino y ese era el camino que ella quería.

Poco a poco, la joven reina se fue alejando de su hogar. No podía resistir la tentación de, cada cierto tiempo, echar la vista al castillo, allí vivió toda su vida, pero el saber que volvería a verlo al finalizar su viaje le dio fuerzas para seguir el camino que guiaba Alaric entre las gélidas nieves.

Partieron hacia el sur, hacia el bosque Freendor, ya que el río Clauet les cortaba el paso hacia el noroeste, donde se encontraba Última Nieve respecto a Glaia. Amil había estado un par de veces en este bosque, pero nunca había llegado a cruzarlo como lo haría esta vez.

El paso era lento, sabían que les llevaría un largo tiempo llegar a su objetivo desde antes de partir, por lo cual no había motivo por el que apresurar la marcha.

Amil se entretenía acariciando a su caballo mientras observaba desde el camino el río Clauet, del cual tenía una vista realmente bella ya que en ese momento se encontraban subiendo una pequeña colina que les otorgaba algo de altura y perspectiva.

—Bonito, ¿no creéis? —le preguntó Alaric.

Ella tardó un poco en responderle, ya que estaba perdida en sus pensamientos como de costumbre.

—Es realmente bello —afirmó Amil—. ¿Vos visteis gran parte de Valoria? —preguntó con curiosidad.

—Bueno —dijo con algo de duda el caballero—. Cuando luché junto a vuestro padre y vuestros tíos en la Guerra de Valoria viajamos por diferentes regiones, pero estas son vastas y llenas de belleza y cultura en cada rincón por lo que no sé si podría afirmar conocerlas. Además, en esa época estábamos más centrados en la sangre que en el arte, por lo que imagino que me perdí muchas cosas.

—¿En qué regiones estuvisteis, Alaric? —preguntó Selene, uniéndose a la conversación sin ser invitada, algo que parece encantarle.

—Pues evidentemente partimos de Glaia, por este mismo sendero —afirmó Alaric—. Pero una vez traspasamos el bosque partimos hacia Monte Blanco —en el momento en que Alaric nombró aquel lugar, el pequeño duque se acercó para escuchar mejor la historia. Alaric se dio cuenta de esto—. En aquel momento, los Cashkat no eran los dueños de Monte Blanco, sino los Farilsor —el duque frunció el ceño al escuchar aquellas palabras—. Ellos tenían la mayor flota de toda Valoria si no fuera por la de los Lyrim, señores de Arismalia. De Monte Blanco partimos hacia Agua Terror, cruzamos todo el Mar de Cristal hasta llegar allí.

Amil, Selene y Udym estaban realmente fascinados con la historia que estaba contando. Todos habían escuchado hablar alguna vez de esta guerra, pero escucharlo de alguien que lo vivió en sus propias carnes fue algo impactante para los jóvenes.

—Cuando conseguimos conquistar Agua Terror marchamos por toda la región pantanosa hacia el oeste, hasta que llegamos a Paso Espeso en la región desértica. Aquella batalla fue dura, pero la conseguimos ganar —dijo Alaric con un tono que daba a entender lo contrario—. Muchos compañeros cayeron en este viaje y quedaba demasiado desierto por recorrer y muy poca fuerza en nuestros hombres, por lo que tu padre, con el apoyo de los Eldaren, decidió que lo mejor sería retirarse hacia la Tierra de las Llanuras y esperar avances en la guerra. Finalmente, no hubo más avances y volvimos a Glaia —dijo Alaric. Por primera vez se giró y miró a Amil—. Esto generó una gran tensión entre tu padre y tu tío Erion, pues tu tío pensaba que debíamos atravesar la Gran Marea de Arena.

—¿Y mi tío Selon qué opinaba de la retirada? —preguntó Amil.

—Selon cayó en la batalla de Paso Espeso —afirmó Alaric, con gran tristeza en la voz—. No llegó a ese gran dilema. Si me preguntáis, creo que tu padre decantó la balanza a la retirada para darle una digna despedida a su hermano, que entonces ocupaba el puesto de duque de los Glaciares.

—¿Y vos hubieras cruzado el desierto, Alaric? —preguntó Selene.

Alaric giró su cabeza y mantuvo la vista al frente en una acción de reflexión.

—Cruzar el desierto entero es una de las mayores hazañas que se puede hacer en toda Valoria —afirmó el viejo caballero—. Nuestro ejército estaba débil y apenas nos quedaban suministros. Creo fielmente que hubiera sido un suicidio.

A Amil esto le sonó a un discurso premeditado, como si estas fueran las palabras de un superior y Alaric solo las estuviera repitiendo. Quizá el viejo caballero no estuvo de acuerdo con la decisión de su padre, pero no objetó en contra por pura lealtad a él.

—Pero por no hacerlo se perdió la guerra —dijo Udym.

—Lo sé —dijo en voz baja Alaric—. Pero a veces vale más volver a tu hogar con tu familia, que morir en mitad de la arena por la victoria.

Selene y Amil cruzaron miradas, entendiendo ambas en ese momento que no podían ni llegar a imaginar lo que debía ser tomar ese tipo de decisiones en mitad de un conflicto tan grande como es la guerra.

—Aunque finalmente la cosa no terminó tan mal —afirmó Alaric—. Al menos para los que estamos aquí. Los Cashkat se hicieron con Monte Blanco tras la traición de los Farilsor y los Shakin mantuvieron Glaia tras los Tratados de Dominio.

—Pero todo fue en vano —dijo Amil.

—No, para nada —dijo Alaric—. El respeto a la guerra volvió y toda Valoria comenzó a acatar las normas que pusieran los Cimarro o los Shakin, prácticamente reinaban en todos los reinos por el miedo a que se repitiera otra guerra igual de sangrienta que aquella.

Amil pensó sobre aquello una vez finalizada la conversación. Si su padre, junto a Durkin Cimarro, eran los que dictaban las leyes en todos los reinos, eso significaría que ahora le tocaría a ella. Su deber era aún mayor del que ella misma era consciente hasta ese momento. Su corazón se estaba acelerando y sus manos bajo los calurosos guantes de cuero no paraban de sudar, cuando un sonido la sacó de aquellos pensamientos, el sonido de las ramas y los cuervos.

-¡Bienvenidos al bosque Freendor! -exclamó Thoren. 


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