2 AMIL

Frío, mucho más de lo que nunca había sentido, y constantes escalofríos que subían y bajaban desde los talones hasta la nuca. No veía nada, solo oscuridad, y si se esforzaba, podía percibir unos pequeños destellos en la lejanía o quizás era su mente tratando de ver algo. Por la cabeza de Amil pasaban mil pensamientos sobre lo que le ocurría. Quizás había encontrado la llave a otro mundo o quizás había muerto. La joven intentó evitar ese tipo de pensamientos y se esforzó para tratar de moverse si es que aún mantenía una forma corpórea. Tras mucho esfuerzo, consiguió dar un paso y lo que sintió la heló aún más que antes, pues le recordó al sentimiento de caminar sobre la nieve con los pies desnudos. Amil trató de recuperar la visión abriendo y cerrando rápidamente los ojos. Poco a poco, parece que fue recuperando la visión y pudo reconocer al instante que aquel lugar en el que se encontraba era el patio principal de Glaia, que es la principal fortificación de la región nevada y el hogar de la familia Shakin. Recordaba haber estado ahí mismo hace unos días.

Segundos después, se dio cuenta de otra realidad: la joven princesa de Glaia se encontraba tal y como su madre la trajo al mundo. Esto avergonzó mucho a Amil hasta que se dio cuenta de que en aquel lugar no había ni un alma a excepción de ella. La chica miró al cielo y frente a sus ojos una estrella fugaz del tamaño de la luna la maravilló. Trató de seguirla, pero a cada paso que daba sentía que la nieve debajo de ella la iba tragando poco a poco y no le permitía caminar. También fue perdiendo el sentido de la vista.

Amil despertó en su cama, se encontraba agitada por lo que acababa de vivir. ¿O todo había sido un sueño? Desde luego, fue mucho más real que un sueño. Al despertarse, se dio cuenta de que solo contaba con dos cosas: el camisón de dormir y un colgante que perteneció a su abuela. Este tenía forma de luna y dentro portaba una pequeña piedra blanquecina. Recordó que su abuela le decía que era un amuleto protector. Amil lo abrió y sacó aquella perla, la cual observó con la determinación de que había una correlación entre aquel misterioso sueño y la reliquia de su familia.

—Amil... ¡Amil, sal ya! —dijo una voz tras la puerta—. A nadie le apetece vivir un día como hoy, pero así es la vida y con los años va a peor, te lo aseguro.

Amil se levantó y se colocó una bata por encima, después se dirigió tranquilamente a la puerta y la abrió.

—Ay, por lo más querido de este mundo —dijo la persona tras la puerta, que resultó ser Immi, la criada de Amil—. ¡Pero aún estás así! Tu madre ya te está esperando para poner rumbo al río.

En ese momento, Amil recordó aquello que era tan importante y para lo que debía prepararse: hoy es el funeral de su padre. La noticia de la muerte de su progenitor no le sorprendió, ya que este pasó una última etapa en la que se le podía ver realmente débil y Amil se fue preparando para lo inevitable. Sin embargo, lo que le causaba dolores de cabeza a la joven era que al faltar su padre, ella debía tomar su lugar al ser su única hija; debía ser la reina de Glaia. Lo que en un primer momento no le sonó mal, pero eso incluye también el deber de casarse con un desconocido para optar a una buena alianza para su casa. Además, no podría vivir las aventuras que soñaba vivir de más pequeña. En cierta parte, ella lo veía como si la estuvieran sentenciando a vivir por y para Glaia y aunque ama sus tierras, aún no se veía preparada para aquello.

—Perdón, Immi. Por un momento quise pensar que era todo parte de una pesadilla.

—Es normal querer evitar este tipo de momentos, pero afrontarlos nos hace más fuertes —dijo Immi, pensando sin saber que lo que más afectaba a Amil era su posición como sucesora—. Además, con lo hermosa que eres, estarás lista en nada.

Amil era una chica muy atractiva. Su piel era igual de clara que la misma nieve, su cabello negro generaba un contraste muy llamativo, sus ojos grises atrapaban a todos los que se osaban a mirarla directamente, y su rostro, que muchos decían que le hacía parecerse a una gata por la forma de sus ojos, sus pómulos y lo delgado de su cuerpo y rostro.

Immi cumplió lo antes dicho y en nada la preparó para el funeral. Alisó su pelo, que solía estar así de liso, pero al estar recién levantada, costó más. Le puso un traje negro con pequeños tocados grises oscuros y para cubrir el cuello, unos pelajes del mismo color que los tocados. Amil estaba acostumbrada a vestir de negro, por lo que, pese a la espectacularidad del traje, a simple vista parecía estar vestida como otros días.

Princesa y criada se dirigieron al río. Durante el trayecto, Amil se encontraba fuera de sí, como si todo aquello no fuera con ella. Al pasar por el patio principal, no pudo evitar mirar al cielo con la pequeña esperanza de volver a ver aquella estrella que ella sentía que la podría guiar hacia su destino. Salieron de los muros de Glaia y siguieron camino abajo hasta un pequeño embarcadero. Todo el camino transcurrió en completo silencio.

En el embarcadero se encontraban la guardia personal del rey, Udym el duque de Monte Blanco, este era unos años menor que Amil, de ojos azules y pelo rojo recogido en una coleta. Su físico estaba alejado aún del de un hombre y esto, junto con la forma de su pelo, le hacía parecerse más a una chica. Vino con su guardia personal de apenas tres soldados y también se encontraba Alcoce, que era el sanador, un señor mayor mucho más que su padre, de pelo blanco y escaso, larga barba y gran joroba. Fue quien más estuvo con el rey en sus últimos momentos de vida, junto a su esposa, que también estaba allí.

—¿Dónde está el tío? —preguntó Amil.

—Ya hablaremos más tarde de tu tío —contestó visiblemente afectada Sana—. Toma, despídete de tu padre.

Su madre le acercó un cuenco en el que había un polvo blanco. La chica sabía el ritual de sobra. En la cultura Glaia se solía respetar mucho el culto Venti, era de las regiones con más vínculo a esta religión, ya que en muchas otras cada vez se tomaba más como un cuento. Amil recogió algo del polvo que le acercó su madre con su dedo índice y el del medio y caminó hasta el final del embarcadero, donde en una barca se encontró con su padre. La chica se agachó y dibujó con el polvo una "S" en la frente del fallecido, reflejando la protección de Isendra, la serpiente de las nieves.

—Deu padre Bon Isendra —susurró Amil.

Esta era la oración de despedida y acogida de Isendra para los fallecidos.

La chica volvió a su lugar al lado de su madre y miró atentamente el río Clauet, el cual, según lo que había visto en los mapas, nacía al suroeste de Glaia y desembocaba en el mar cerca de Ultima Nieve, que es el punto más al norte de toda Valoria, es decir, cruzaba la mitad de la región nevada. Vio como uno de los guardias sacó su espada y de un fuerte golpe cortó la cuerda que frenaba al río de llevarse la barca. Poco a poco, el cuerpo de su padre se alejaba cuando otro guardia agarró una flecha y la puso en el fuego para después dispararla y hacer arder la barca cuando ya era difícil apreciar algo.

Tras un largo rato mirando el fuego a la lejanía y sin mediar palabra, todos pusieron rumbo al castillo. En ese momento, Amil se dio cuenta de lo importante de su dinastía y del peso que esta le pondría encima. Pudo ver altos muros de piedra oscura que se alzaban desde más abajo que la nieve, sus tres altas torres acariciaban el cielo y su gran puerta principal, que parecía estar diseñada para gigantes.

—Te quiero en el salón principal antes de la cena —le dijo Sana a su hija.

Amil la miró seria, tan seria como su madre al decirle aquello. La chica subió a su habitación y allí desplegó un mapa donde se podía ver toda Valoria. Ella siempre había soñado con conocer todas sus regiones: los peligrosos volcanes, las altas colinas, los espesos bosques, las bellas praderas, los anchos mares, los desafiantes desiertos y los misteriosos pantanos. Pasó un dedo por todo el mapa y se iba imaginando todo lo que encontraría allí donde se posara, cuando un pensamiento la interrumpió de sus fantasías. Se dio cuenta de que la orientación del río Clauet concordaba con la dirección que tomó la estrella fugaz de su sueño. Cogió el mapa y lo enrolló. Acto seguido, abrió

la ventana y se asomó. Pudo ver el río inmenso y se dio cuenta de que cruzarlo sería imposible, pero podría llegar hasta su final si bajaba por el sur y cruzaba toda la cordillera camino de Ultima Nieve. Allí debería haber alguna respuesta. Cerró la ventana y bajó corriendo hasta la biblioteca. Allí encendió una vela y la usó para guiarse entre aquella avalancha de libros, pero realmente no sabía dónde buscar.

Se sentó y extendió el mapa. También colocó el colgante de luna y lo abrió para dejar ver la perla blanca en su interior. Ahí pensó que, si el sueño que había tenido era más que eso, debía ser por el poder del amuleto, el cual provenía de Isendra. Así que rápidamente se aventuró a buscar un libro sobre la serpiente de las nieves, pero no lo encontró. Ella habría jurado ver algo parecido alguna vez, pero sabía que algunos libros se movían entre reinos y regiones. Esta petición fue por parte del Gran Erudito de Viridia, de la región del bosque, y el resto de los eruditos de las grandes poblaciones lo vieron como una forma de poder compartir la cultura más allá de las fronteras. Esto molestó a Amil, la cual creía que un libro tan relacionado con su pueblo y cultura no debería haber abandonado esa biblioteca jamás.

Decepcionada, apoyó su espalda en la estantería y bajó hasta el suelo. Allí, en frente de sus ojos, vio un libro que tenía toda su parte externa en un estado horrible. Lo agarró y allí mismo en el suelo lo abrió. Aquella página hizo que su corazón se parara durante unos segundos. Frente a ella, el dibujo de un gran ojo que la miraba fijamente. Si no fuera porque ella misma abrió el libro, dudaría sobre si aquello era real o un dibujo. Por la forma, el ojo parecía ser de un depredador y por la pupila parecía un reptil. Teniendo más certeza que duda, pasó a la siguiente página, en la cual se encontró con las palabras "Moment da Serpent". La chica empezó a leer, pero todo parecía conocerlo: hablaba de la creación y de las tierras de Valoria.

—Tienes que tener algo más interesante —dijo en voz alta sin darse cuenta, por su concentración en la lectura.

Justo en ese momento volvió en sí y recordó que su madre la esperaba en el salón principal. Así que recogió todo lo más rápido que pudo, apagó la vela y fue a esconder el libro en su habitación. La única norma de la biblioteca, aparte del silencio, era que nadie podía sacar un libro de esta, pues con la petición del Gran Erudito y el flujo de libros entre pueblos, realmente estos acababan por pertenecer a todos y a nadie.

Corrió lo más rápido que pudo hasta llegar a la puerta del salón. Allí, antes de entrar, recogió todo el aire que le permitían sus pulmones y entró con decisión. Allí esperaba su madre al fondo, junto a la gran chimenea que se encontraba encendida. A los lados estaban las mesas y sillas, y en las paredes, las cristaleras oscuras que permitían ver cómo fuera nevaba.

—Ya estoy, madre —dijo Amil para que notara su presencia.

—Ven, hija, acércate.

Su madre la esperaba. Ella era una mujer ya mayor, bajita, de ojos y pelo oscuro, algo más gruesa que su hija, pero igual de blanca. Estaba cubierta de pieles negras y un vestido que arrastraba un poco por el suelo, del mismo color que las pieles.

Amil se acercó hasta que quedaron una frente a la otra.

—¿En qué momento has crecido tanto? —dijo Sana, posando sus manos sobre su hija—. Aún recuerdo cuando salías al patio y jugabas con Selene y Thoren a tiraros nieve —su madre sonreía, pero sus ojos empezaban a ponerse llorosos.

—Sí, yo recuerdo los sermones que me dabas cuando rompía los vestidos.

Hicieron contacto visual la una con la otra y ambas sonrieron una vez más.

—Amil, yo quería decirte que, tras la muerte de tu padre, tú deberás asumir el mando de Glaia y convertirte en reina —su madre hizo una pausa que no gustó nada a Amil—. Y también deberás casarte con el duque Udym.

—¿Qué? No, madre, se ha vuelto totalmente loca —exclamó Amil, separándose de su madre—. Jamás me casaré con el duque.

—Escucha, hija, mis aliados en el este me han dicho que tu tío ha aprovechado su posición de duque de los Glaciares tras la muerte de tu padre y pretende crear una revuelta para arrebatarte el trono a su favor —explicó Sana—. Nuestros aliados son abundantes en el noroeste y los de tu tío Erion en el noreste, por lo que el apoyo del sur puede ser totalmente determinante y vuestro matrimonio es beneficioso para ambos.

—Pero es solo un niño.

—Que en unos años será un hombre —contestó inmediatamente su madre, como si tuviera su discurso estudiado.

—¿Tú crees que el tío nos atacaría? ¿Haría daño a su propia familia?

—Por ahora, quizás no, pero quién sabe qué puede estar planeando aquel cabeza de hielo —respondió Sana con verdadero asco hacia Erion y acto seguido volvió a posar sus manos sobre su hija—. Yo sé lo duro que es lo que te pido, pero debes entender que esto es por algo mucho más grande que nosotras.

—¿No hay ningún otro hombre en la inmensa Valoria? —exclamó, a punto de romperse, Amil.

—De verdad que lo he intentado —dijo Sana, abrazando a su hija entre sus brazos—. Pero no lo hay. 

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