10 RAIKIN

Los tres chicos aguardaban en un callejón de Arena Mojada pendientes de que nadie les estuviera persiguiendo. Rejo se asomaba cada cierto tiempo para observar la calle principal, mientras al otro lado de la callejuela Rai miraba que nadie estuviera por allí para escucharlos.

- ¿Lo tienes? -pregunto Rai.

-Claro que lo tengo –dijo en tono burlesco Zayo mientras les enseñaba a sus hermanos el misterioso amuleto.

Rai y Rejo quedaron impresionados por el amuleto y sobre todo por el precioso rubí de su interior. Rejo agarró el artefacto con forma de sol de las manos de Zayo y lo observo de cerca, al abrirlo saco la piedra preciosa de su interior y la inspecciono con sus propios dedos.

- ¿Lo has roto? -pregunto Raikin angustiado.

-No –contesto Rejo con un tono seco mientras colocaba la piedra en su lugar.

Rai entendió que Rejo seguía enfadado por la discusión que tuvieron en el cuarto de Nama y aunque él ya no estuviera enfadado con su hermano el hecho de que Rejo si lo estuviera fue suficiente para que el orgullo de Rai le impidiera disculparse.

Zayo recupero el amuleto que le había arrebatado Rejo durante unos segundos, y lo volvió a llevar a su bolsa colgada del cinturón.

-Vamos a hablar con Heros –dijo Zayo mientras miraba a sus hermanos-. Rai tienes una brecha en el labio.

-Ya casi no me duele –afirmo Rai.

-Pero te dejará marca –contesto Rejo.

- ¿Muy grande? -pregunto el más joven asustado.

-No, un poco en ese lado del labio –le tranquilizo Zayo-. Incluso te da un toque de guerrero -añadió a modo de vacile mientras salían del callejón.

Los tres sabían que era importante no aparentar nerviosismo, que pareciera que caminaban normal como un día cualquiera. El lugar de intercambios de Heros se encontraba en un callejón en el corazón de Arena Mojada. Durante el camino, Raikin estuvo limpiándose los restos de sangre del labio con un viejo trapo.

-Ya no tienes nada, si sigues frotando así acabarás haciéndote daño tú solo –dijo Zayo.

Tras las palabras de su hermano, el chico paro y tiro el viejo trapo. Rai veía en Zayo una figura de amistad y diversión, pero también muchas veces encontraba en él al padre que perdió, pese a ser solo un par de años mayor Zayo siempre trato de enseñar a Raikin todo lo que él sabía de la vida.

Cuando se encontraban en la calle de Heros miraron a todos lados antes de adentrarse en el callejón. Aquel lugar era especialmente mugriento, el lugar más mugriento de toda Dunaria, allí el único pasatiempo que podrías tener era el de las peleas de ratas, es más cuando siguieron adentrándose hasta llegar a la puerta Rai pudo ver como dos ratas del tamaño de gatos se peleaban por un diminuto trozo de carne podrida.

El ruido de Zayo aporreando la puerta de Heros hizo que Raikin dejará de observar a las ratas pelearse para centrarse en lo verdaderamente importante.

La puerta la abrió el tipo grande del que Zayo le había hablado alguna vez. Al entrar otro tipo igual que el que abrió la puerta esperaba junto a Heros, que era tal y como lo había descrito su hermano.

- ¿Vienes a pagar tu deuda? -pregunto Heros a Zayo de una forma intimidante.

-No, vengo a que me pagues –contesto Zayo con fanfarronería.

Heros comenzó a reírse, lo que hizo incomodar a los muchachos.

-Tantos años y aún no has entendido nada Zayo –exclamo Heros.

-Mira esto –Zayo sacó el amuleto y lo puso violentamente sobre la mesa de Heros, el silencio se hizo en la sala, las risas del viejo avaro se transformaron en miradas de incredulidad como si conociera de donde procedía aquello.

- ¿Cuánto pides? -dijo Heros con un tono calmado y sumiso, lo cual sorprendió a Zayo que después de tantos años trabajando con él era la primera vez que lo veía comportarse de esa forma.

-Cien monedas, un suministro de agua y la deuda saldada –dijo Zayo ferozmente.

-Trato hecho –le contesto Heros.

Raikin no podía creerlo, Zayo siempre destaco lo largas que se solían terminar haciendo las negociaciones con el señor de Arena Mojada y, sin embargo, ahora había aceptado sin rechistar aquel trato que pareciera ser totalmente desorbitado por el rubí.

-Perfecto, todo tuyo Heros –dijo Zayo mientras agarraba todo el botín que iban trayendo Stuk y Stak.

El silencio continuo incluso cuando los chicos salían del lugar, como si nadie creyera lo que acababa de suceder por ambas partes. Zayo le dio el suministro a Rejo y saco la bolsa donde estaban las cien monedas, empezó contar y le dio veinticinco de ellas a Raikin.

-Nuestro trato –le dijo mientras le ofrecía las monedas -. No puedo darte más.

-Está perfecto Zayo –contesto Raikin.

- ¿Qué trato? ¿Por qué le das todo eso? -pregunto Rejo confundido.

-Rai prometió encontrar un antídoto contra la fiebre de la arena si le daba una parte de las ganancias.

Rejo no dijo nada, pero se le pudo ver realmente enfadado, cogió el agua y se marchó sin mediar palabra con sus hermanos.

-Rai, confío en ti –dijo Zayo, después se giró y trato de alcanzar a Rejo lanzando gritos para que le esperara.

Las palabras de sus hermanos resultaron ser grandes y pesadas losas que caían una y otra vez sobre los hombros de Rai, la idea de que Rejo confiara tan poco en él le dolía más que mil cuchillos, pues Raikin confiara en su hermano hasta que la muerte le dijera que se equivocaba, y por el otro lado las palabras de confianza de Zayo generaban la expectativa de que él salvaría a su madre y si no es así la muerte de Nama sería en parte culpa de él. Rai ya perdió a un padre y en algún momento imagina que perdió a su madre, aunque él no la conociera, por lo que esta vez debía proteger a Nama consiguiendo el antídoto.

El chico ya había estado investigando, por la noche, mientras el resto dormían, el joven Rai se paseaba de arriba a abajo por todas las calles de Dunaria, buscando y preguntando por alguien que supiera tratar con la fiebre de la arena. Fue en la zona cercana al templo Venti donde un hombre le hablo de que su hijo contrajo dicha fiebre, el hombre contaba a Raikin qué desesperado fue en busca de respuestas como hacía ahora el chico y que una mujer le habló de una sacerdotisa del antiguo culto Venti, ella se refugiaba en Arena Mojada por la zona este y su nombre era Agnir Chaké. Cuando Rai preguntó sobre cómo sabría si la persona con la que se encuentre es ella, el hombre le contestó que lo sabrá.

Raikin abandonó el callejón de Heros, y recorrió las calles de Arena Mojada con cautela, no mucha gente solía pasear por esas calles con tantas monedas. A mitad de trayecto, Rai observo el cielo y como este empezaba a oscurecerse, por lo que el joven aceleró el ritmo. Una vez llegó a la zona que le dijo, el chico trató de preguntar a las personas con las que se cruzaba, pero uno tras otro o lo ignoraban o le daban largas.

Tras un largo rato repitiendo aquello con el mismo resultado, Rai se dio por vencido y se sentó allí mismo en mitad de la calle, con la espalda apoyada en la pared de arenisca y con los ojos clavados en la arena. El chico agarró un puñado de arena y dejo que el suave viento se la llevará arrebatándola de entre sus dedos. Raikin siguió aquella arena con la mirada cuando se percató de la atenta mirada de un niño delgado hasta los huesos y de piel oscura. El niño le hacía el gesto de que le siguiera, pero no soltaba ni una misera palabra, cuando de repente se esfumó corriendo de la vista de Rai, en ese momento Raikin se levantó y corrió en la misma dirección en la que se marchó el niño, una vez más Rai dejo de lado la razón y se dejó guiar por la emoción.

Rai apenas veía al niño y cuando lo veía rápidamente desaparecía entre las estrechas y desordenadas calles de Dunaria. Hasta que le perdió la pista quedando frente a una pared de arenisca. Rai comenzó a darse golpes en la cabeza alimentados por la frustración y desesperanza. Cuando algo cambio el rumbo de la situación

-Raikin la arena os trajo hasta mí –dijo una misteriosa voz, Rai ni siquiera sabía de dónde venía.

Al darse la vuelta observo que en aquel callejón unas telas cubrían una antigua casa. El chico imaginó que debía ser de las más antiguas por el estado de la arenisca y las telas, aunque estas parecían ser fina seda, algo bastante poco común en un lugar tan pobre. Rai siguió la voz y al retirar las telas se encontró con la persona que buscaba.

-Tomad asiento –dijo la mujer con tono calmado, ella ya se encontraba sentada, en pose de meditación.

Raikin recordó las palabras del hombre sobre como reconocería a la sacerdotisa y entendió el porqué de aquello. La persona frente a él presentaba una apariencia enigmática y poderosa. Su piel es de un tono oscuro profundo, y sus ojos tienen un brillo misterioso, una línea clara recorre verticalmente el centro de su rostro y en lugar de cabello normal, pequeñas serpientes parecen surgir de su cabeza, enrollándose y deslizándose por su cráneo. Estas serpientes son delgadas y de color claro, creando un contraste intrigante con su piel oscura.

El chico se sentó frente a ella sin apenas mediar palabra. Observo su entorno, todo parecía tener relación con el culto Venti, desde las telas, jarrones y ropajes hasta las serpientes de su cabeza. Rai miró a la mujer y su expresión era seria y decidida.

- ¿Cómo sabéis mi nombre? -pregunto Rai.

- Él me lo dijo -señalo atrás del chico donde de golpe apareció el niño que corría por las calles, lo que provocó un pequeño susto a Raikin-. Raikin significa rey de la arena en el idioma de serpiente –dijo retomando la atención del chico.

-Yo no soy ningún rey –afirmo Raikin, la mujer torció la cabeza como si la respuesta de Rai le hubiera sorprendido -. ¿Sois Agnir Chaké?

-Así es –afirmo Agnir-. ¿Realmente eso os importa?

-No, solo quiero que me ayudéis a salvar a mi madre –dijo Rai tratando de centrar el tema.

-Así que venís en calidad de guardián protector –dijo Agnir, Rai no dijo nada, pero afirmo con la cabeza-. Dime Raikin protector de la arena ¿Cuán de fuerte es vuestra fe en Naberis?

Aquella pregunta le recordó a la discusión con Rejo y como una frase parecida fue la que inicio todo. También recordó que de pequeño rezaba todos los días a Naberis hasta que empezó a creer que sus rezos no eran escuchados y desde entonces su fe se volvió inexistente.

-Hoy en día nula –dijo Rai con miedo a la respuesta de Agnir.

- Hoy en día... ¿Quieres decir que hace tiempo si hubo?

-Sí, de pequeño mi madre me crío en los valores de Naberis –dijo Rai.

-Está bien, será más complicado, pero nos agarraremos a esa pequeña luz de fe –dijo Agnir-. ¿Qué le ocurre a tu madre?

-Tiene la fiebre de la arena.

- ¿Que estarías dispuesto a dar para salvarla, protector de la arena? -pregunto Agnir a Rai.

-Todo mi ser –dijo Rai instantáneamente.

-Pues que así sea –dijo Agnir, a la vez dio unas palmadas y el niño le acercó un recipiente a la sacerdotisa-. El pago de veinte monedas –dijo mientras acercaba el recipiente a Rai indicándole que las pusiera dentro.

El chico se puso nervioso tratando de contar las monedas frente a la sacerdotisa, Rai a diferencia de su hermano Rejo no era demasiado culto y nunca había estudiado, por lo que apenas sabia contar. La vergüenza se apoderó de él cuando perdió la cuenta, así que para pasar ese mal momento decidió echar todas las monedas que tenía.

La sacerdotisa cerró el recipiente, el niño le acerco una caja y cuando la abrió una cantidad inimaginable de humo salió de allí, pero cuando Rai levantó la vista solo pudo ver la caja llena de arena, donde Agnir enterró el recipiente con las monedas.

- ¿Por qué guardáis una caja de arena? -pregunto Rai confundido.

-No es arena común -afirmo Agnir-. Es la arena de la creación, las primeras arenas que Naberis trajo a Valoria.

Tras unos momentos, Agnir sacó el recipiente de la caja y lo abrió.

-Extended vuestro brazo izquierdo –ordeno Agnir.

- ¿Por qué el izquierdo? -pregunto Rai.

-Es el más cercano al corazón.

Rai le hizo caso a la mujer, aunque no estaba muy seguro, ya que acababa de derretir el pago al guardarlo entre la arena. Agnir agarró el recipiente, lo abrió y empezó a volcar el oro fundido por el brazo de Rai en forma de "S". El dolor rápidamente invadió el cuerpo y la mente del joven.

- ¿Qué hacéis? -dijo Rai entre gritos de dolor mientras veía y escuchaba como el oro derretía sus carnes.

Agnir no dijo nada, pero cerró los ojos de Rai con sus dedos. Raikin trato de abrir los ojos y cuando lo hizo dejo de sentir dolor, aunque no podía ver nada.

- ¡Estoy ciego! -exclamo confundido.

-No estáis ciego, confía en mí, dejad que os guie –dijo Agnir.

Rai empezó a distinguir diferentes colores, dominando el rojo y azul por encima de otros como el verde o grises y blancos. No solo los veía, el chico podía sentir cada color, cuando dominaba el rojo sentía más calor o cuando lo hacía el azul sentía el frío. Todos los colores empezaron a hacer una danza hasta que toda la vista de Raikin quedo en blanco.

- ¿Qué es esto? -pregunto asustado-. ¿Qué ocurre?

-Esto es la creación -dijo Agnir-. O al menos lo que nosotros podemos llegar a ver.

Raikin sintió entonces como si viviera miles de vidas. Sintió que era un hombre, el único en toda Valoria, después vio el nacimiento de un reino, tras esto experimentó sensaciones que su cerebro no eran capaces de asimilar, lo siguiente fueron guerras y sangre. Hasta que vio algo que desearía no haber vuelto a ver. Rai se escondía tras un carro con algunas frutas y observa escondido entre estas a su padre, tratando de explicar algo a un guardia con el símbolo de los Cimarro, una serpiente rodeando el sol.

- ¡No, no quiero ver esto! –exclamo Rai gritando y pataleando.

-Dijisteis qué harías cualquier cosa –le recordó Agnir.

El joven volvió a conectar exactamente donde antes. Las explicaciones parecían pasar a ser una discusión que se iba acalorando con el paso del tiempo. Escalaron tanto que uno de los guardias se bajó del caballo y empujo al padre de Rai al suelo donde le dio numerosas patadas, Rai reconoció al guardia, era el mismo con el que se peleó en la taberna con Zayo. El chico intentó ir a ayudar a su padre, pero una fuerza mayor se lo impedía.

- ¡Déjame ayudarlo! –exclamo Raikin a corazón abierto-. Tengo que salvarlo.

-Raikin tú nunca podrás ayudar a tu padre –le dijo Agnir, lo que resulto un duro golpe para Raikin que lo seguía intentando con sus últimas fuerzas-. Pero si dejáis marchar a vuestro padre, podréis salvar a vuestra madre.

- ¡No, no os creo, no confió en nadie! -Rai lo intento una última vez antes de entrar en razón y dejar que la escena siguiera su curso real.

El pequeño Rai miraba entre las frutas a su padre intentar arrastrarse por el suelo mientras veía como el guardia pisaba su cuello y en su último aliento trataba de decir algo, que Rai nunca entendió.

En ese momento Raikin volvió a ver todo oscuro y sintió los colmillos de una serpiente clavarse en su brazo izquierdo, el desgarrador dolor que sentía no era solo físico, también lo era mental, por lo que acababa de vivir. Poco a poco su visión volvió y pudo ver como el líquido que antes era oro derretido en su brazo, ahora parecía haberse fusionado con su sangre y se iba retirando de su piel como agua hacia un pequeño frasco que sujetaba Agnir. Rai observo que no había sufrido ningún daño permanente y se encontraba cada vez más confundido.

- ¿Pero? ¿Cómo? -trataba de preguntar Raikin, pero no era capaz de hacerlo.

- ¿Cuál es vuestro objetivo de vida? -le pregunto Agnir a Raikin.

-Aquel día juré que mataría a Durkin Cimarro.

- ¿Con qué propósito, venganza? -dijo Agnir.

-Sí, y para mantener a salvo a los míos de ese monstruo –le contesto Rai.

-Tomar el antídoto para vuestra madre –le dijo Agnir mientras le daba el antídoto y cerraba su mano -. Marchaos, Raikin el guardián.

Rai se marchó corriendo con el antídoto sin pensar mucho lo ocurrido, pues tenía un asunto más importante del que ocuparse, la noche ya había caído y estaba lejos de su hogar.

Al llegar a la casa, Raikin aparto la mesa y bajo corriendo las escaleras, ilusionado de haber conseguido lo que le prometió a su familia. Al recorrer el pasillo Rai escucho los llantos de sus hermanos, temiéndose lo peor, el chico se quedó paralizado en la puerta, nadie pareció notar la presencia de Rai, todos sus hermanos se encontraban llorando sobre el lecho de Nama. Su madre se hallaba allí mismo, pero para entonces ella ya no respiraba.

Rai guardó el antídoto en su bolsa y abandono la casa sin alarmar a nadie. Había fallado una vez más y por su culpa Nama se había marchado. Decidió subir al tejado de la casa, su lugar de confianza en momentos tristes, el cual visitaba mucho últimamente. Su rostro se mantuvo serio desde que vio a Nama en su lecho de muerte, no se había inmutado. El chico levantó la mirada y observo el basto desierto de arena, su mente colapsó y empezó a golpear cargado de ira la arenisca sobre la que estaba sentado hasta que de sus manos empezó a brotar sangre y allí arriba con la luna y la arena de únicos testigos el joven ladrón se rompió en un solitario llanto por la pérdida de su madre. 

Allí mismo y tras quedar seco de lágrimas Rai consiguió conciliar el sueño, tras días de insomnio, pesadillas y duras noches buscando una solución para el problema, solución que encontró, aunque no sirviera de nada ya.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top