Tres
Carlos jamás pensó que perdería el control de su vida por un Omega, él, el hombre más temido de Europa, que podía arrancarle la vida a alguien sin titubear, ahora pasaba las noches sin dormir, vigilando a un chico que apenas si lo miraba sin temblar.
La primera semana fue un infierno.
Pablo no comía, apenas dormía y cada vez que Carlos intentaba acercarse, su cuerpo reaccionaba de forma defensiva.
Los primeros días, el Omega despertaba en mitad de la noche gritando, perdido entre las sombras de su propia mente, y Carlos se encontraba sosteniéndolo, atrapándolo antes de que cayera de la cama o se lastimara aún más.
—¡No me toques! —Gritaba Pablo entre lágrimas, empujándolo con las pocas fuerzas que tenía.
Carlos lo dejaba ir, no insistía, pero nunca lo dejaba solo, se sentaba en el sofá al frente de la cama, sus manos cruzadas mientras lo observaba luchar con los fantasmas de Ricciardo.
—No voy a irme a ninguna parte, Pablo.—Murmuraba en la oscuridad, con una paciencia que jamás creyó poseer.
Pero cada grito, cada mirada de terror, era como un disparo directo a su alma, ¿Qué demonios estaba haciendo?
Al quinto día, algo cambió.
Carlos entró a la habitación después de haber salido a resolver unos asuntos con Max, traía una bandeja con comida; sopa caliente, pan recién horneado y jugo.
Cuando abrió la puerta, encontró a Pablo intentando levantarse de la cama, apoyándose torpemente en la pierna que tenía herida.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Preguntó, con esa voz firme, pero no dura.
Pablo se detuvo, su cuerpo temblando al escucharle.
—N-Necesito ir al baño… —Susurró, con la mirada baja.
Carlos dejó la bandeja en la mesa y caminó hacia él, tratando de que sus pasos no sonaran tan amenazantes.
—Podrías haberme llamado.—Dijo mientras se inclinaba para sujetarlo, Pablo se tensó, pero no lo apartó.
—No quiero molestarte.
Carlos soltó un bufido.
—Moléstame todo lo que quieras, Omega, estoy aquí para eso.
Las palabras lo sorprendieron a él mismo, pero no se retractó, levantó a Pablo con facilidad, su cuerpo pequeño y ligero contra su pecho.
El aroma del Omega lo envolvió, dulce y fresco, y por un momento se quedó quieto, absorbiendo esa sensación.
Pablo lo miró, sus ojos grandes y llenos de miedo, pero había algo más ahí, algo que Carlos no pudo identificar, pero que hizo que su agarre se suavizara.
—Vamos, te ayudaré.
El verdadero punto de quiebre llegó al final de la semana.
Carlos estaba sentado en su sofá, con la cabeza apoyada en su mano, tratando de encontrar un poco de descanso, había pasado otra noche sin dormir, calmando a Pablo después de una pesadilla violenta.
Tenía un rasguño fresco en la mejilla, cortesía del Omega.
De repente, escuchó un pequeño ruido desde la cama.
—Carlos…
El Alfa abrió los ojos, sorprendido, Pablo nunca lo llamaba por su nombre.
—¿Qué pasa, Pablo? —Preguntó mientras se levantaba y se acercaba.
El Omega lo miró con un rubor en las mejillas, y sus manos apretando las sábanas.
—Quiero… Necesito un baño.
Carlos lo miró fijamente, recordando lo mal que había salido su primer intento de ayudarlo con eso.
—¿Estás seguro? —Preguntó, su era voz más suave de lo habitual.
Pablo asintió, aunque su cuerpo temblaba ligeramente.
—No puedo hacerlo solo, y… Confío en ti.
Esas últimas palabras golpearon a Carlos como un puñetazo en el estómago, sin decir nada, asintió y lo levantó de la cama, llevándolo al baño.
El agua caliente llenó la habitación con vapor, y Carlos se esforzó por no mirar demasiado mientras desabotonaba la camisa de Pablo.
El Omega estaba rígido, su respiración era entrecortada, pero no se apartó, cuando la camisa cayó al suelo, Carlos sintió cómo su garganta se secaba.
—Eres hermoso… —Murmuró sin pensar, y al instante se maldijo por decirlo en voz alta.
Pablo lo miró, su rostro sonrojándose aún más, pero no dijo nada, Carlos lo ayudó a entrar en la tina, asegurándose de que no pusiera peso en su pierna herida.
—Si en algún momento te sientes incómodo, dímelo.—Dijo mientras tomaba una esponja y comenzaba a lavar su espalda.
Pablo asintió, sus ojos cerrados mientras el agua y las manos de Carlos lo relajaban.
—Gracias… Por todo esto.
Carlos dejó de moverse, sorprendido.
—No tienes que agradecerme nada, Pablo.
El Omega abrió los ojos y lo miró por encima del hombro.
—Sí, sí tengo que hacerlo, nadie… Nadie ha cuidado de mí así antes.
Carlos no pudo responder, en lugar de eso, dejó la esponja a un lado y se inclinó hacia adelante, sus labios encontrando los de Pablo en un beso suave al principio, pero que rápidamente se volvió más profundo, más intenso.
El Omega se tensó al principio, pero luego se rindió, permitiendo que Carlos lo guiara, que lo reclamara de una manera que nadie había hecho antes.
Cuando se separaron, ambos estaban respirando con dificultad, con sus frentes juntas.
—Eres mío, Pablo, nadie volverá a tocarte, ¿Entendido?—Dijo Carlos, su voz era baja.
Pablo asintió lentamente, y aunque el miedo aún estaba ahí, una chispa de confianza comenzó a aparecer en sus ojos.
Por primera vez en mucho tiempo, Carlos sintió que había algo en su vida que valía la pena proteger.
Bien, acá esta lo que les había dicho:
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