Cuatro

Pablo despertó en la madrugada sintiendo un aroma que lo envolvía completamente, una mezcla ardiente y abrasadora que lo hacía temblar de pies a cabeza.

Al principio no entendía qué estaba pasando, pero cuando giró la cabeza hacia el sofá donde Carlos solía dormir, lo encontró vacío.

La habitación estaba impregnada con el aroma del Alfa, fuerte y embriagador, mezclado con un rastro inconfundible; Carlos estaba en celo.

Pablo se incorporó lentamente, con su pierna todavía resentida, mientras intentaba asimilar lo que eso significaba, siendo Omega, sabía lo que un Alfa en celo podía llegar a hacer, y la idea le provocó un escalofrío.

Sin embargo, lo que realmente lo impactó fue otra cosa; Carlos se había ido.

El Alfa no había intentado nada, podría haberlo reclamado ahí mismo, excusándose en el instinto y la falta de control, pero no lo hizo.

En lugar de eso, había salido de la habitación apresuradamente, como si estuviera huyendo de sí mismo.

Pablo sintió una punzada de algo en el pecho, algo que no supo identificar al principio, pero entonces lo entendió.

Confianza.

Por primera vez en mucho tiempo, alguien había priorizado su bienestar sobre sus propios impulsos, y eso significaba todo para él.

Fue entonces cuando tomó una decisión.




El aroma seguía flotando en el aire como un recordatorio constante, Pablo se levantó con cuidado, apoyándose en la pared mientras seguía el rastro que lo llevaba a la habitación de Carlos.

Cuando llegó, el olor era tan fuerte que tuvo que detenerse un momento para respirar profundamente, su cuerpo reaccionaba de forma instintiva, sus rodillas temblaban, pero no se detuvo, empujó la puerta, encontrándola entreabierta, y lo primero que escuchó fue el sonido del agua corriendo desde el baño.

Se apoyó contra el marco de la puerta, su corazón latiendo con fuerza mientras sus dedos temblorosos empujaban la puerta del baño.

La escena que encontró lo dejó paralizado.

Carlos estaba bajo el agua fría, con la frente apoyada contra su antebrazo, su cuerpo completamente desnudo y tenso.

La otra mano se movía lentamente sobre su miembro, sus respiraciones eran rápidas y cortadas, y de sus labios salía un nombre, su nombre.

—Pablo... —Susurró Carlos, con su voz cargada de deseo, rota por el celo que claramente intentaba controlar.

El Omega sintió que su garganta se secaba y el calor subía por su cuello hasta sus mejillas, nunca lo había visto tan vulnerable, tan humano.

Y sin pensarlo, dejó escapar un débil susurro.

—Carlos…

Los ojos oscuros del Alfa se abrieron de golpe, enfocándose en él con una intensidad que casi lo hizo retroceder, Carlos se giró hacia él, su cuerpo tenso y vibrando como una bestia al borde de romper sus cadenas.

—¿Qué demonios haces aquí? —Gruñó, su voz era ronca, pero no agresiva.

Pablo tragó saliva, sus manos temblorosas aferrándose al marco de la puerta para mantenerse de pie.

—No ibas a lastimarme, ¿Verdad?—Preguntó en un susurro.

Carlos apretó los dientes, apartando la mirada mientras el agua seguía cayendo sobre él.

—Nunca, prefiero morir antes de hacerte daño.

Esas palabras lo golpearon como un balde de agua helada, Pablo dio un paso más dentro del baño, tambaleándose ligeramente.

—Carlos… Tú podrías haberme reclamado, pero no lo hiciste, te encerraste aquí, solo, sufriendo...

El Alfa soltó un bufido, aunque había un deje de amargura en él.

—¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Aprovecharme de ti como un animal? No soy como ellos, Pablo...  No soy como Ricciardo.

El nombre de su antiguo captor hizo que Pablo se estremeciera, pero no retrocedió, dio otro paso adelante, más cerca de Carlos.

—Lo sé… —Susurró.

Carlos levantó la cabeza lentamente, sus ojos clavándose en los de Pablo, y lo que vio en ellos hizo que todo su cuerpo se quedara inmóvil.

El Omega no tenía miedo.

—¿Qué estás haciendo, Pablo? —Preguntó con una voz casi suplicante, su cuerpo temblando mientras intentaba controlar sus instintos.

—Ayudándote.—Respondió el Omega con suavidad.

Sin esperar respuesta, se acercó lo suficiente como para sentir el calor abrasador que emanaba del cuerpo de Carlos, levantó una mano temblorosa y la colocó sobre el pecho del Alfa, sintiendo el latido frenético de su corazón bajo la piel húmeda.

—¿Tú confías en mí? —Preguntó Pablo, su voz era apenas un susurro.

Carlos tragó saliva, sus ojos oscuros brillando en necesidad y desesperación, en su mundo esa era la peor decisión que alguien podría tomar, pero...

—Con mi vida… —Respondió.

Fue todo lo que Pablo necesitó, se puso de puntillas, ignorando el dolor en su pierna, y unió sus labios con los de Carlos en un beso que comenzó lento, tímido, pero que rápidamente se volvió más profundo, más desesperado.

El Alfa dejó escapar un gruñido bajo y envolvió al Omega con sus brazos, como si temiera que pudiera desaparecer, sus labios se movían con urgencia, sus lenguas encontrándose en un baile que los dejó sin aliento.

Cuando se separaron, ambos estaban respirando con dificultad, sus frentes juntas mientras el agua seguía cayendo sobre ellos.

—Nunca te haría daño, Pablo, nunca…—Murmuró Carlos, su voz estaba cargada de miles emociones.

—Lo sé.—Respondió el Omega, mirándolo a los ojos.

—Y yo confío en ti.

Carlos cerró los ojos, intentando calmar la tormenta que rugía dentro de él, el calor del celo lo quemaba por dentro, pero la suavidad de los labios de Pablo, su toque tímido habían hecho algo que nunca creyó posible.

Lo habían calmado.

Sin embargo, su autocontrol pendía de un hilo, podía sentir el aroma del Omega en cada respiración, dulce y cálido, mezclándose con el agua que caía sobre ellos.

Todo en su cuerpo le pedía reclamarlo, marcarlo como suyo, pero no se atrevería sin su permiso.

Pablo lo sabía, podía verlo en los ojos oscuros del Alfa, esa mezcla de desesperación contenida y adoración. Y era exactamente esa contención lo que le daba el valor para hacer lo que estaba a punto de hacer.

—Carlos… —Su voz era suave, pero firme.

—No tienes que contenerte.

El Alfa abrió los ojos, incrédulo, y tomó el rostro de Pablo entre sus manos, obligándolo a mirarlo.

—¿Sabes lo que estás diciendo?—Su voz era un gruñido bajo, cargado de necesidad y un tinte de advertencia.

Pablo asintió, sus manos subiendo para descansar sobre las muñecas de Carlos.

—Sí, sé que no me harías daño.

Carlos apretó los dientes, cerrando los ojos mientras intentaba procesar esas palabras, nunca había tenido a nadie que confiara en él de esa manera, que lo viera como algo más que un asesino.

—Pablo, no entiendo por qué… —Comenzó a decir, pero el Omega lo interrumpió, poniéndose de puntillas una vez más para besarlo, esta vez con más intensidad.

El beso fue rudo, apasionado, un choque de emociones y deseos que los dejó a ambos temblando.

Carlos gimió contra los labios de Pablo, sus manos moviéndose instintivamente hacia su cintura, atrayéndolo más cerca.

—Porque quiero que lo hagas, quiero que me veas como tuyo, porque… Yo también quiero serlo.—Dijo Pablo contra sus labios, su voz apenas un susurro.

El Alfa gruñó, profundo y gutural, antes de cargar a Pablo con facilidad, sujetándolo con una mano mientras la otra exploraba su rostro, su cuello, como si quisiera asegurarse de que era real.

—Eres mío… —Murmuró Carlos, sus labios rozando la piel húmeda del cuello de Pablo.

El Omega cerró los ojos, inclinando la cabeza para darle más acceso mientras sentía cómo el Alfa lo adoraba con besos y pequeños mordiscos, dejando su marca en cada rincón de piel que podía alcanzar.

El agua seguía cayendo, pero ninguno de los dos lo notaba, estaban atrapados en un remolino de sensaciones, emociones y un deseo que parecía consumirlos.

Carlos lo llevó fuera de la ducha, sin dejar de besarlo, y lo colocó suavemente en la cama, se detuvo por un momento, mirándolo a los ojos, buscando cualquier rastro de duda.

—Si en algún momento quieres que me detenga…

—No quiero que te detengas.—Interrumpió Pablo, tomando su rostro entre sus manos.

—Confío en ti... Alfa.

Esa fue la rendición que el Alfa necesitaba, se inclinó sobre él, devorando sus labios mientras sus manos exploraban el cuerpo del Omega con deseo, posesividad y... Ternura.

Pablo respondió con la misma intensidad, sus dedos enredándose en el cabello húmedo de Carlos mientras se rendía completamente al Alfa.





















Carlos despertó horas después, con Pablo acurrucado contra su pecho, su aroma mezclándose con el suyo de una manera que nunca había experimentado antes.

Y por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir algo que nunca creyó posible.

Paz.

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