La vida sigue. Para todos, sin excepción.

Era una linda mañana. Colette se despertaba y veía al lado a su pareja, su esposo. Lo conoció hace mucho tiempo en una reunión.

Se levantó y preparó su desayuno mientras veía por la ventana. Veía la ciudad y todos aquellos edificios que le negaban el poder ver el cielo.

-Buenos días, cariño- dijo su esposo mientras se sentaba.

-Buenos días...- Colette seguía viendo la ventana-. Deberíamos ir a mi pueblo... Hay una playa bastante linda... Deberíamos sacar más seguido al niño ¿No crees?

-Mmh, tal vez tengas razón, hace mucho que no salimos en familia. Además, Edgar necesita salir más.

-¡Pues hagámoslo!- dijo Colette, pues la idea le parecía fascinante.

La familia se dispuso a ir a San Miguel, el pueblo dónde Colette se había criado y había vivido gran parte de su vida.

Mientras manejaban por el pueblo a Colette le llegaban bastantes recuerdos de aquel sitio. Tantas caminabas, visitas a la playa...

Incluso se le vino a la mente una persona bastante querida de hace tiempo. Aunque frecuentemente la recordaba, lo que se ama no se olvida.

Por eso mismo le puso su nombre a su hijo.

Pasaron las horas y la familia decidió ir a la playa para terminar el día con un momento inolvidable entre todas esas mareas.

Pasó el rato, el pequeño Edgar se alejó un poco, por lo cual su madre tuvo que llamarlo para que regresara.

-¡Edgar!- gritó la peliblanca.

El grito llamó la atención de su hijo... Pero también de un hombre.
Colette no lo podía creer, lo vió fijamente y notó aquellos ojos... Era ese chico, ese chico que había conocido en la ciudad hace alrededor de 10 años.

-Colette...- dijo el hombre mientras también la veía, a su lado estaba una pequeña niña que se veía de prácticamente la misma edad de su hijo.

-Edgar...– pronunció Colette al verlo.

Ambos se dedicaron una sincera y linda sonrisa. Estaban alegres por poderse ver después de tantos años. Se guardaban un profundo cariño a pesar de todo lo ocurrido.

Cada uno había formado su familia, eran felices, pero tristemente se tenían que volver a alejar.

Colette se llevó a su hijo y volvió con su esposo, mientras que Edgar ya se tenía que ir y se llevó a su hija.

.

.

.

Edgar y su familia ya estaban regresando a casa, mientras manejaba, la hija del pelinegro le hizo una inocente pregunta.

-¿Quien era esa mujer, papá?

-Mmh, una vieja conocida, princesa- respondió Edgar

-Oohh... ¿Y como se llama?

-Colette...- respondió el pelinegro.

-¿¡Cómo yo!?- preguntó la niña.

-Si... Cómo tú- dijo con una sonrisa.

No sabían si volverían a encontrarse, no les importaba. Aunque no se vieran, jamás se olvidarían... No necesitaban verse para quererse.

El destino tuvo otros planes pero aún así fueron felices, cada quien con su familia.

Y de alguna u otra manera, siempre llevarían al otro con ellos, siempre.

No se olvida aquello que se ama.

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Fin

No soy poeta ni un escritor excepcional, quizá la única frase que pueda decir y exprese mi gratitud sea...

Gracias por leer, los quiero =)

–Tan-ka

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