Capítulo 34
Cuando Ian dijo que no me dejaría o que no se marcharía sin mí, jamás pensé que fuese a llegar a extremos tan literales. Una semana había pasado desde que Ian apareció frente a mí en la cafetería de Marta, y debo admitir que ha sido el período más largo y estresante de mi vida. Luego de ese breve encuentro había hecho hasta lo imposible para evitar quedar a solas con él, sin embargo, el vaquero tenía otros planes. Iba a almorzar todos los días a la cafetería de Marta, se aseguraba de llamar cada vez que tenía un turno médico para saber del bebé y enviaba muchos libros y chocolate a la casa.
—Tendrás que enfrentarlo en algún momento—me repite Ana cada vez que un nuevo regalo llega al apartamento.
Sé que tiene razón, pero aún me cuesta verle, me cuesta enfrentarme a él y volver a imaginar nuestros viejos y cálidos recuerdos. Me cuesta que cada vez que le tengo delante un nuevo rayo de la traicionera esperanza me alumbra. Y lo peor de todo, me cuesta admitir que no lo he olvidado, y lo más probable es que nunca lo haga.
Cierro la puerta de la casa tras recibir el último envió del vikingo. Ana mira atentamente la bolsa entre mis manos, veo la curiosidad reflejada en sus claros ojos. Abro el paquete y es un nuevo libro, hasta el momento todos los libros enviados por el vikingo son algunos de los que leíamos juntos en el despacho de la hacienda. No obstante, este en particular envía descargas eléctricas por todo mi cuerpo y provoca que se conforme un nudo en mi garganta. Paso los dedos por la letra de relieve en la caratula mientras leo: Veinte mil Leguas de Viaje Submarino de Julio Verne. Me quedo estática en el lugar, la ola de nostalgia me inunda, no solo es el primer libro que leímos Ian y yo juntos, sino también el que solía leerme mi padre antes de dormir cuando era pequeña y que me gustaría a mí leerle a mi bebé. No puedo evitar abrir la primera página y, para mi asombro, posee una pequeña dedicatoria.
Había una vez un tonto rey sin castillo, destrozado por los golpes de la vida, tan ciego de su futuro que no se dio cuenta la dicha que tenía entre sus manos hasta que fue muy tarde. Fuiste la luz en mi mundo de tinieblas, y a pesar de lo idiota que fui, no quiero renunciar a ello.
Me dijiste que ojalá hubieses podido compartir tu amor conmigo, pues hagámoslo y añadámosle más pasión cada día. Me dijiste que ojalá hubiésemos podido ver a nuestro hijo crecer juntos, pues hagamos de cada momento con él inolvidable. Me dijiste que ojalá cada mañana hubiésemos podido despertar juntos llenos de afecto y ternura, pues convirtamos cada mañana en nuestro propio inicio. Me dijiste que ojalá no tuviese que fingir ser feliz al no tenerme, pues yo tampoco quiero aparentar felicidad si no te puedo tener conmigo. Me dijiste que ojalá nuestra historia hubiese acabado diferente, pues démosle nuestro propio: y vivieron felices para siempre. Me dijiste que ojalá fuésemos esas dos almas gemelas que a pesar de las dificultadas luchan por estar juntas, pues te puedo prometer que tanto en las buenas como en las malas seré tu compañero eterno. Me dijiste que ojalá todo lo que esté buscando valga todo lo que estoy perdiendo...y yo te digo que no estoy dispuesto a perderte, porque me di cuenta que eres lo que siempre estuve buscando. Te quiero.
Tu vikingo diabólico.
Cierro el libro consiente de las lágrimas que escapan por mis ojos, las aparto con las manos al percatarme que Ana continúa observándome atentamente ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?
—¿A qué le tienes miedo? —pregunta mi amiga tomándome por sorpresa, no estaba preparada para escuchar esa interrogante.
Doy media vuelta esperando ver en su rostro algún reflejo de sonrisa o incluso algo de burla, pero su pasiva seriedad solo me hace comprender que sus palabras no son un chiste. Tomo asiento en la silla que se encuentra justo frente a ella para encararla. Desde que abandoné a Ian pensé que mis actos habían sido para proteger a mi bebé, pero gracias a la pregunta de Ana soy consciente de la cruda realidad: Estoy asustada. Cuando respondo las palabras salen por sí sola de mis labios.
—A muchas cosas: temo que de la noche a la mañana se vuelva a arrepentir de nuestro bebé, temo que vuelva a apartarse por completo y se refugie en su pasado como excusa, temo que se dé cuenta que en verdad no quiere formar una familia como siempre ha dicho.
Ana muestra sus dientes en una amplia sonrisa, pero no es por burla, sino por consuelo y milagrosamente me siento más tranquila por ello.
—Harley, ¿te das cuenta que exactamente tu eres la que se pasó la mitad de su vida diciendo que ni se casaría ni tendría hijos? —No puedo evitar reír yo también al escuchar las palabras que caracterizaron mi juventud—. Mírate ahora, llena de felicidad porque tendrás un bebé, ¿Qué te hace pensar que Ian no se siente igual? No defiendo la manera en que se comportó cuando se enteró, si hubiese sido Miguel el que me hace eso a mí lo más probable es que le habría dado un guantazo que recordaría toda su vida, pero en defensa de tu chico diré que fue una noticia impactante, a pesar de que se fue no habían pasado ni treinta minutos que regreso a por ti, desgraciadamente un psicópata estaba intentando matarte y no pudieron dialogar el tema del niño—bromea con esto último y yo entorno los ojos ante su sarcasmo, no obstante, vuelve a la seriedad—. Te casaste con él cuando ni siquiera le conocías y a pesar de todo lo que te dije siempre creíste en él, en su inocencia, siempre seguiste tu instinto y buen juicio y demostraste que no estabas en un error al hacerlo ¿Qué te impide seguirlos ahora?
La pregunta se queda en el aire, pienso atentamente la respuesta. Ana tiene razón en algo, siempre creí en él, en su palabra, en su fortaleza y lo más importante: en que regresó a por mí. En el tiempo que estuvo en el hospital no se separaba ni por un segundo de mi lado a no ser que la policía le llamase, hizo todo lo que estuvo en su alcance para que yo no tuviese que dar declaración en el juicio, no quería que pasara por esa terrible experiencia. Recuerdo el rostro preocupado del vikingo justo antes de que me desmayara cuando Roger me disparó en el brazo, era el reflejo puro de la impotencia, la culpa y la desesperación.
—¿Sabes que es lo peor de todo? —Le pregunto a la pelirroja—Que tienes razón, quizás sea tiempo hablar.
Aun así, una cosa era decirlo y otra hacerlo, pero ¿Qué se supone que le diría?
—¿Crees que metí la pata? —Siento el temblor en mi voz.
—Creo que ambos lo hicieron—contesta la pelirroja sincera—, Él no habló en el momento que debía y tú no le diste tiempo a que lo hiciera luego.
—¿Sabes Ana? Creo que deberías ser psicóloga en vez de periodista.
Ambas reímos por mi loca ocurrencia. El día transcurre y un hecho llama en particular mi atención: varias veces consecutivas mi amiga recibe mensajes de texto en su teléfono celular, esto no hubiese significado nada si después de cada uno de ellos no me hubiera dedicado una pícara sonrisa. No obstante, cada vez que le pregunto responde que son ilusiones mías. La noche comienza a caer por lo que decido bañarme temprano, ya en Luisiana comienza hacer un poco de calor así que no me lo pienso dos veces cuando visto con el vestido que me regalo Ana hace apenas par de días, mi amiga conocía muy bien mis gustos por la ropa bohemia y he de admitir que dio en el clavo con su selección de ropa. Ato mi cabello en una coleta alta y me dirijo a la cocina para comenzar a preparar la cena, pero soy interrumpida por la pelirroja.
—Cenemos hoy fuera—me dice con gran entusiasmo y los ojos llenos de brillo.
—No deberíamos derrochar dinero cuando puedo preparar una buena comida.
—Vamos Harley compláceme—realiza un puchero—. Solo por hoy, celebra conmigo.
Sus palabras me llenan de curiosidad.
—¿Qué se supone que haya que celebrar?
Parece pensárselo unos segundos.
—Primero que nada: Aun no hemos festejado que serás mamá y yo tía. —Cuando ve que alzo una ceja con una sonrisa sarcástica prosigue—. También podemos celebrar que retomarás la universidad o que has conseguido empleo o que...
—¿Piensas continuar hasta que te diga que sí? —le interrumpo.
—Exacto.
Niego dándome por vencida, cuando voy a tomar mi bolso con el móvil y las llaves de la casa, Ana da saltos de alegría de un lado a otro festejando su triunfo. Nos marchamos bastante animadas, dejo que mi amiga me guie a su antojo y me sorprende cuando llegamos a un pequeño restaurante con la mitad de sus luces apagadas.
—Este lugar está cerrado.
—No te preocupes, para nosotras estará abierto, ya había reservado desde antes.
—O sea que tenías esto planeado—le acuso con una sonrisa, pero repentinamente algo llama mi atención—¿Tiene esto algo que ver con los mensajes de hoy en la tarde?
No soy muy dada a creer en las casualidades de la vida, sobre todo en estas situaciones cuando mi amiga responde con aire culpable y los cachetes hinchados.
—Más o menos...quizás.
Voy a realizar otra pregunta cuando mi amiga entra corriendo al local antes de que tenga la oportunidad de hacerlo. Ya en el interior, la mayor parte de las luces se encuentras apagadas, solo unos pequeños focos cercanos a la puerta permiten que localice el cuerpo de Ana junto a mí, más allá de eso no hay mucho que se pueda ver, tampoco encuentro a los camareros ni a ningún encargado.
—Ana...—comienzo a decir, pero esta me interrumpe.
—Espérame aquí un segundo.
Vuelva a marcharse sin darme la oportunidad de hablar.
—Maldita sea Ana, no me dejes aquí.
Pero ya es tarde, mi amiga se ha perdido en la oscuridad del local, coloco mis manos en mi cintura y cuento hasta veinte para evitar perder la compostura y ponerme a gritar barbaridades. ¿A qué diablo está jugando? Sin embargo, como si de una señal se tratara, la respuesta viene por sí sola. Del interior del local comienza a sonar una melodía, no me cuesta reconocerla porque la he escuchado miles de veces en el reproductor de mi móvil este último mes, se trata de la canción Te espero del grupo Dvicio. Cuando una familiar voz comienza a cantar no necesito verle para reconocerlo: Ian.
Tuve tiempo para olvidar, tuve tantos febreros,
Pero en cambio aquí estoy cultivando un jardín lleno de tus recuerdos.
Me enseñaste a dejar de hablar cuando un beso es perfecto.
Que la vida se vive una vez y que al diablo con tantos pretextos.
Viniste cuando estaba gris el cielo,
Para cambiar todas las reglas del juego...
Las luces del local comienzan a encenderse poco a poco permitiéndome visualizar a mi vikingo en el extremo opuesto a donde me encuentro. Me mira fijamente mientras toca su guitarra y canta. Más allá de él consigo ver a Cooper, Mason y a Ana sonriendo todos. Tengo que tapar mi boca con la palma de mi mano para ahogar un sollozo, mis ojos comienzan a humedecerse de las lágrimas y camino suavemente en dirección al vikingo mientras este continúa cantando.
...Y yo te espero, pase lo que pase te espero.
Quedan mil historias por resolver de tu piel yo sigo preso.
Y yo te espero, le he pedido a gritos al cielo,
Que me deje verte una última vez y un millón después, te espero.
Tuve tiempo de practicar, que decir cuando vuelvas,
Y aunque siga soñando que tocas mi puerta el silencio me quema...
... Y yo te espero, pase lo que pase te espero.
Quedan mil historias por resolver de tu piel yo sigo preso.
Y yo te espero, le he pedido a gritos al cielo,
Que me deje verte una última vez y un millón después, te espero.
Cuidé cada ceniza de este fuego, por si algún día te encontraba de nuevo.
La música deja de sonar poco a poco y el vikingo comienza a acercarse a mí, no encuentro palabras que decir, estoy petrificada en el lugar. Siento que el resto del mundo se difumina y nada más puedo verle a él ahora. Solo cuando le tengo cerca me percato que su rostro está lleno de las continuas lágrimas que salen de sus ojos.
—¿Estás llorando? —pregunto incrédula en medio de susurros, acerco mi mano a su mejilla para asegurarme que no es un simple engaño de mis ojos—Tu nuca lloras.
Intento convencerme más a mí misma que a él y eso solo arranca otro sollozo de mis labios. Ian pone sus manos a ambos lados de mi rostro y coloca suavemente su frente sobre la mía.
—Por ti sí. —Hay momentos de la vida en que las acciones valen y dicen más que las palabras más elaboradas, y este, sin duda alguna es uno de esos momentos—. Cariño, por favor, no quiero perderte.
La última barrera que quedaba en mi interior y que he estado intentando construir todo este tiempo se desmorona por completo. Me empino para pasar mis brazos alrededor del cuello de Ian y abrazarle, beso suavemente sus labios.
—Eso es imposible vikingo—contesto y ante su rostro de contrariedad añado—. No pienso volverme a marchar de tu lado.
Siento sus brazos apegándome más a él, puedo escuchar como suelta un suspiro de alivio a la par que susurra en mi oído las palabras: Te amo. Todos nuestros amigos sonríen y aplauden, pero ahora solo tengo ojos para mi chico. Ian se aparta un poco y se pone de rodillas para acto seguido sacar un pequeño objeto del bolsillo de sus pantalones. Es el pequeño añillo dorado con la sencilla esmeralda, la misma joya que me regalo como anillo de bodas y la cual yo le devolví. La coloca en mi dedo anular y susurra.
—Y vivieron felices por siempre.
Cuando se levanta vuelvo a besarle y le corrijo.
—Y vivieron juntos, amándose por siempre.
FIN.
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