Capítulo 13
Me mantengo observando fijamente la taza de café que sostengo entre mis manos sin prestar mucha atención a los sucesos que ocurren a mi alrededor. A pesar de que han transcurrido dos largos días, en mi mente se repite una y otra vez la conversación que tuve a solas con Roger.
—¿Estás diciéndome que Cooper, el Cooper que conozco, estaba enamorado de la ex esposa de Ian, su mejor amigo? —la pregunta salió de mis labios sin poder creer lo que significaban esas palabras.
Estaba escéptica a considerar que era cierta esta nueva confesión, admitirla sería desencadenar demasiadas posibilidades, y no quería que esto fuese así, ni por Cooper ni por Ian.
—Ojalá fuese toda una mentira—contesta Roger con un suspiro—, Pero es la pura y cruda realidad.
—¿Cómo puede ser eso posible?
Sé que debí detenerme, no preguntar más, cada vez que descubro algo nuevo solo logro confundirme más. Sin embargo, necesito saber, no puedo explicar el porqué, pero tampoco podía dejarlo todo hasta aquí.
—Cuando éramos más jóvenes, íbamos todos juntos a la escuela en la ciudad, siempre fuimos muy cercanos: Melanie, Diana, Cooper, Ian y yo. Mel siempre fue una belleza, atraía las miradas por donde sea que pasase, poseía un encanto natural, no se puede culpar al pobre Cooper por haber caído enamorado de ella. —Roger suelta una ligera sonrisa, como quien recuerda viejos y buenos tiempos—. Mel se dio cuenta de ello y no dudo en aprovecharlo, hacía que el pobre chico hiciese de todo por ella dándole día a día falsas esperanzas. No obstante, Mel siempre fue una niña malcriada, quería posición, dinero...y quien le podía aportar todo eso era Ian, no Cooper.
—¿Me estás diciendo q-que? —Las palabras se atoraban en mi garganta; era una historia horrible la que estaba escuchando—¿Me estás diciendo que Ian se casó con Melanie a pesar de los sentimientos que tenía su amigo por ella?
No podía creerlo, no quería creerlo...Desde que los vi juntos por primera vez, cuando Cooper fue a buscarnos al aeropuerto, no dude ni por un instante del afecto y cariño que se tenían esos dos...más que amigos eran hermanos. Me niego a considerar que mi vikingo diabólico fuese capaz de un acto así...pero una parte de mi mente repitió las mismas palabras que viene diciéndome desde que le conocí: «No sabes nada de él». Mis pensamientos deben verse reflejados en mi rostro porque Roger rápidamente aclaró todo.
—No, ni pensarlo, Ian jamás haría eso. —La sensación de alivio me embarga—. Era el único del grupo que no sabía que Cooper estaba completamente enamorado de Mel, la muy bruja jugo bien sus cartas para que este nunca se enterara. Cuando llegamos a la universidad comenzó a acercarse más a Ian, mostrando todos sus encantos, Ian no se negó, no es que la amase—aclara—, Sino que su necesidad de esposa lo superaba, aunque creo que realmente la llegó a querer. Cuando Cooper se enteró de que se iban a casar, confirmó lo que en el fondo siempre supo: Mel lo utilizó. Ian en su desconocimiento le pidió que fuese el padrino de la boda, pero él se negó. Su amor hacia Melanie se transformó en desprecio; no por celos, sino por el simple hecho de haber jugado con dos amigos al mismo tiempo. En el período que duro el matrimonio de Ian con Mel, Cooper solo venía a la hacienda a trabajar, muchas veces vi como Melanie intentaba atraerle; no obstante, creo que este ya la odiaba demasiado y respetaba mucho a Ian como para volver a caer en esos engaños...
Luego de esa pequeña conversación, Cooper e Ian regresaron a la hacienda, imposibilitándome que pudiese hacerle más preguntas a Roger. Esta historia me había confundido aún más, pero también aclaró algunas cosas. Recuerdo cuando Cooper, el primer día que trabajamos juntos, me dijo: «...todos en la finca sabíamos que Mel no era exactamente el dulce caramelito de miel que deseaba hacernos creer. Era una perra en todo el sentido de la palabra, una caza fortunas, no dudaba ni por un segundo en coquetear con cuanto trabajador viviese en la hacienda...». ¿Se habría estado haciendo referencia a él mismo? ¿Sería esa una de las diferencias que decía que existía entre los tres amigos? Las preguntas surgen en mi mente una detrás de otra sin descanso. ¡Mierda! Si realmente Melanie era así no es de extrañar que la quisieran muerta, solo había un problema ¿Por qué culpar a Ian del asesinato? Quizás el objetivo no era incriminarle, quizás solo estaba en el lugar equivocado en el momento incorrecto, quizás solo querían librarle de una mujer así...tantos quizás. Supuestamente Ian salió ese día a beber con Roger, talvez el verdadero culpable ni siquiera esperaba su regreso tan temprano o aprovechó su estado de embriaguez para que no se enterase de nada. ¡Dios! Las posibilidades no paran de llegar a mi cabeza.
—Harley, ¿me estas escuchando? —pregunta dulcemente Dy.
El día de hoy, Ian me había traído a la ciudad para que saliese un poco y me encontrase con mi nueva amiga mientras él hacía los recados. Al principio tuve el impulso de querer preguntarle por todas las ideas que cursaban por mi cabeza, pero al final desistí de ello. Me es más que evidente que Diana quiere a Cooper y no deseo lastimarla o resultar grosera al mencionar el antiguo enamoramiento de este por la ex esposa de Ian.
—Lo siento Dy, estaba un poco distraída.
—No te preocupes, te preguntaba si leíste el reporte.
—Sí, por unos instantes me asusté pensando que el vikingo lo había descubierto. —Sonrío al recordar lo sucedido.
Ya nadie se sorprende por mi apodo a mi falso esposo, ni siquiera él, todos se han acostumbrado a escucharme decírselo.
—¿Averiguaste algo? —pregunta la morena, curiosa.
—Lo mismo que sabíamos. —Es cierto, mis descubrimientos no han sido por el reporte, sino por la confesión de Roger.
Dy parece un poco decepcionada con mi respuesta. Estamos en un café charlando, nuestra mesa está pegada a una de las ventanas, y en este justo momento una fresca brisa entra por ella provocado que cubra mis brazos con las manos. La temperatura en estos días comenzaba a descender y, aunque tengo algún que otro abrigo, mi ropa es demasiado fina para los fríos vientos. Llevo puesto un pantalón con un suéter blanco con las mangas hasta los codos, pero continúa sin ser suficiente para protegerme de las descendentes temperaturas.
—Tienes que abrigarte más. —Me regaña Diana al contemplar mi expresión.
—Cuando me mudé de Luisiana hasta aquí aún era época de calor y no imaginé que las temperaturas descenderían tan deprisa, casi todos mis abrigos se quedaron allá. —Le explico.
—Pues entonces debemos comprarte algo de ropa.
—No es necesario, no tengo mucho dinero tampoco.
—Para algo tienes un marido que se puede dar el lujo de comprarte algunos abrigos, no seas cabezona mujer.
Dy parecía haberse animado con la idea de ir de compras.
—No quiero molestarle.
—Harley—dice mi amiga con un tono de voz de quien intenta que un terco entre en razón—, Aquí en Houston las temperaturas suelen descender mucho en esta época del año, apenas empezamos el mes de diciembre y por ello no te lo sientes del todo, pero si continúas así terminaras con una hipotermia, y más tú que vives en esa hacienda en el medio de la nada.
—Talvez otro día. —Intento esquivarla, la verdad es que nunca he sido muy fan de salir por las tiendas de compras.
—No te voy a convencer diga lo que diga ¿cierto? —Ante mi sonrisa de disculpa, ella muestra una de maldad—. Pues entonces, tendrá que convencerte alguien más.
Saca de su cartera un teléfono celular y marca un número, no deja de mirarme con una sonrisa de oreja a oreja mientras lo hace, luego de unos segundos comienza a hablar con la persona al otro lado de la línea.
—Vaquero, ¿Cómo va todo?—Se mantiene en silencio durante unos segundos mientras escucha la respuesta, por otro lado yo voy rezándole a todos los dioses para que no sea Ian el del teléfono—Mira, te llamo porque tu esposa se está muriendo de frío y se niega a ir a comprarse unos abrigos, si la temperatura continua bajando morirá congelada en la choza esa que tu llamas hacienda y toda su ropa de invierno se quedó en Luisiana. —Vuelve a escuchar la respuesta de la fuerte voz masculina a través del teléfono—. De acuerdo, te la paso.
Niego con las manos, pero mis esfuerzos son en vanos, Diana termina dándome el teléfono.
—Dime. —Ya puedo imaginar la regañona que me dará.
—¿Me puedes explicar porque no quieres comprarte un abrigo?
Para mi sorpresa su voz parece más divertida que enfadada.
—No creo que sea necesario.
—Ok, y ¿qué harás cuando las temperaturas comiencen a bajar? Apenas comienza diciembre y podemos llegar incluso a los menos nueve grados Celsius. —Abro los ojos de par en par horrorizada por sus palabras, ante mi silencio Ian continúa—. Yo estoy más que dispuesto a darte un poco de calor corporal, pero no sé si estarías contenta con eso; aunque podemos admitir que serías la envidia de muchas chicas.
Ahora estoy enojada.
—Pues ve a darle tu calor corporal a ellas ¡Capullo! ¿De quién crees que fue la culpa que dejase mis abrigos? ¿O se te olvida que me hiciste dejar la mitad de mis pertenencias en Luisiana?
Siento como Ian lucha por contener la risa.
—Cierto, fue mi culpa, permíteme compensarte y comprarte abrigos nuevos, dile a Dy que te lleve a las tiendas y que pongan los gastos a mi cuenta, nos vemos en una hora frente a su librería. Hasta entonces esposita.
Cuelga el teléfono sin apenas darme la oportunidad de irle a la contraria. Paso el teléfono a Diana, quien refleja toda su alegría en su rostro.
—No es necesario que me cuentes, ya él me dijo por teléfono todo lo importante.
Suelto una risa sin poder evitarlo.
—Ni que el fuese el jefe para tener que hacerle caso.
—No lo es, pero por hoy, como estoy emocionada por ir de compras, haré como que sí. Entonces ¿nos vamos?
—Perfecto, tú ganas.
Entre risas y bromas pagamos la cuenta de las bebidas y salimos de la cafetería rumbo a algunas tiendas. Más tarde le escribiría a Ana para que me trajese mi ropa de invierno cuando viniese de visita, de ese modo no será necesario comprar tantos accesorios hoy. Diana disfruta buscando varios conjuntos de ropa para mí, sin embargo, me niego a probármelos casi todos, solo necesitaría unas pocas cosas, por lo que no deseo comprar más de lo necesario.
Aun así, no puedo evitar que la morena guardase en la bolsa de las compras algún que otro gorrito de invierno, bufandas y guantes de más. Yo, por mi parte, solo estoy dispuesta a comprar un sobretodo, dos abrigos gordos y unas pequeñas botas de cuero cubiertas por la parte inferior con piel. Cuando llego la hora de pagar, casi muero a ver el precio de todo lo que hemos adquirido, quiero negarme, pero Diana no me permite devolver la ropa y los accesorios; no deja de repetir una y otra vez que mi esposo puede permitirse ese pequeño lujo. Incluso la dependienta se puso del lado de Dy para decir que para Ian Cates eso no sería un gran gasto, tuve que aguantarme el instinto de darle un guantazo al ver la manera descarada en la que se refiere a mi esposo. Falso o no, continúa siendo mi marido y no permitiré que una fulana venga a restregarme en mi cara su atracción por él.
Luego de unas tres tiendas insistí en que ya habíamos comprado demasiado y que era necesario regresar. Mientras emprendíamos el rumbo a la librería, Diana me sorprendió con una revelación.
—¿Sabes? Me alegra que, por fin, luego de tanto tiempo, Ian no vaya a pasar la navidad solo.
Esto me hizo detenerme, no esperaba algo así.
—¿Qué quieres decir?
—La familia de Ian murió hace mucho, antes por lo menos Mel le hacía compañía, pero desde...bueno, desde lo sucedido, Ian no ha compartido Navidad con nadie, aunque creo que Melanie tampoco era una buena opción.
—¿Y sus trabajadores? ¿Y los amigos?
—Casi todos tienen familias con la que pasar esas fechas, de vez en cuando le invitan, pero Ian siempre se niega a ir—dice apesadumbrada—. Creo que se ha convertido en una especie de Grinch.
Continuamos nuestro camino, pero ahora voy perdida en mis pensamientos. Puedo entender la soledad de Ian, he pasado estas fechas sola desde que mis padres murieron. Sin embargo, creo que mi soledad no se comparaba con la suya. ¿Cómo es posible que un solo ser humano pasase por tanto dolor y sufrimiento en su vida? Creo que, aunque estuvo casado y tiene amigos que le rodean, hace siglos no he visto a nadie tan solitario.
Sigo pensando en todo ello cuando llegamos a las puertas de la librería donde ya está Ian esperándonos.
—¿Compraron mucho, chicas? —pregunta con una sonrisa.
Dy va a responder, pero no le doy tiempo. En un acto reflejo que me sorprende incluso a mí misma, salgo corriendo hacia Ian y, colocándole los brazos alrededor del cuello, le abrazo fuertemente. Como es varios centímetros más alto que yo debo de ponerme de puntillas, pero no me importa. Entierro la cara en su pecho. Ian me observa detenidamente, sorprendido.
—¿Qué ocurre pequeña? —interroga en un bajo susurro para que solo le escuche yo, su voz suena preocupada.
—Nada. —Miento—, Solo finjo ser una buena esposa.
Aun no me separo de él, Ian no responde; no obstante, pasa sus brazos alrededor de mi cintura devolviéndome el abrazo y apegándome a él. No me importa que nadie a nuestro alrededor murmure ni comente, ni siquiera hago caso de la curiosa mirada de Dy, solo necesito abrazarle. Como si un instinto superior le indicase parte de mis preocupaciones, acaricia dulcemente mi pelo con la palma de su mano.
—Todo está bien pequeña, todo está bien.
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