💜~21~❤️

~Refugio de invierno~
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Ivlin y el frío no se llevaban, Licorice lo sabía muy bien, al fin y al cabo era algo básico de su esposa. Tal vez por eso es que adoptó la costumbre de acurrucarse con ella entre frazadas junto al calor de la chimenea para evitar que se congelara.

Le gustaba hacerlo, era su manera de protegerla (Aunque fueran de unas simples enfermedades), podía mimarla cuanto deseara, y la diablesa lo disfrutaba tanto que se ponía muy dulce y melosa.

De no ser porque la manta la cubría, juraría que a veces movía tiernamente su roja cola de demonio.

El problema llegaba cuando tenía que encargarse de los quehaceres. Su madre tenía vacaciones, pero su trabajo como amo de casa no era algo de lo que pudiera descansar.

Separarse de Ivlin era el problema, no por él, sino por ella, que instantáneamente volvía a tiritar de frío, esperando junto al fuego por su regreso como un cachorro abandonado.

Eso lo hacía sentir MUY culpable.

Incluso ahora que estaba encargándose de hacer el almuerzo se preguntaba qué podía hacer para no tener que dejar a Ivlin aún haciendo sus actividades diarias, hasta que la respuesta llegó a él cuando al buscar la ropa sucia encontró en su closet un viejo abrigo que no usaba hace tiempo porque era muy grande.

Ahí se le prendió el foco.

Era una idea simple y fofa, pero esperaba que fuese efectiva.

Se la propuso a Ivlin y ella aceptó sin pensarlo dos veces. Su plan consistía en usar el abrigo, que era suficientemente grande como para que Ivlin entrara. No tenía con qué evitar que cayera, pero la diablesa se las ingeniaba sujetándose con sus piernas y brazos, aunque luego la idea de ponerse un cinturón sobre el abrigo se lo resolvió, y la diablesa pudo quedarse ahí acurrucada como si nada.

Un plan simplemente brillante, y hasta le garantizaba tener a su linda esposa acompañándolo en todo momento. Incluso cuando asustaron a Emalf con eso.

–Broh... Como que te ves gordito.

–No le digas gordo a mi hombre, él es perfecto. –Regañó acusatoriamente la diablesa, asomando su cabeza desde el cuello del abrigo.

La cara de Emalf fue legendaria, Licorice tuvo que hacer un esfuerzo para no reír.

–¿Q-Qué diablos...?

–Mamá tiene un nuevo refugio ¿Qué te parece? –Apenas lo habían ideado hoy y ya les funcionaba perfectamente.

–Es muy... Raro.

–Este hombre es mi refugio, búscate el tuyo.

–En serio, no sabía que la jefa tenía estas mañas.

–Yo tampoco, pero me gusta~

Fue simplemente un día maravilloso sin despegarse de la linda diablesa, hasta que... Llegó un momento en el que debería quitarse el abrigo y con ello soltar a Ivlin.

La hora de dormir.

No sería fácil razonar con ella para que saliera por propia voluntad, pero lo intentó, aunque no dió resultado y tuvo que sacarla de ahí por su cuenta para cambiarse para dormir.

Se veía molesta, acurrucada y temblando entre el abrigo y su ligero piyama. Pero aún así no podía seguir con eso puesto.

–Estás molesta ¿No? –Picó con nerviosismo, a lo cual ella le miró molesta haciendo un gesto de puchero.

–Te me vas a la mierda ¿Sí? Porfas.

–Ya, perdón. –Se disculpó de nuevo, aunque no lograba quitarle el enojo. –Pero sabes que no puedo dormir con eso. –Suspiró acomodándola a su lado para después cubrirlos a ambos con las mantas. Para él eso era suficiente calidez, pero por lo visto no para su esposa.

–Mañana buscaré manera de que puedas dormir bien y— ¡¿Qué haces?!

Se había descuidado por... ¿Tres? ¿Cuatro segundos? Y su esposa se había escabullido bajo las sábanas y... Su camisa del piyama. Sí, Ivlin estaba prácticamente entre la tela del pecho de la camisa y el cuerpo de Licorice.

Ni idea de por qué había hecho eso, pero su forma de acurrucarse calmádamente lo decía todo.

–Mi refugio...

–¡P-Pudiste haberme dicho que ibas a hacer eso! –No se quejaba porque no había sido asaltado como imaginaba, pero aún así se había llevado un buen susto.

Como siempre, se podía esperar de todo de Ivlin.

–Cállate, me dejaste sin refugio para dormir. Este lo será. Me gusta...

–Bueno... No me quejo. –Para qué engañarse. La de mechones rojos era de lo más tierna cuando actuaba así y sonaba tan apaciguada.

–Qué bien, porque haré esto hasta que llegue la primavera. –Volvió a decir, en lo que era abrazada y acurrucada más cómodamente.

Ah, sí, esa sería una buena noche.

–De acuerdo...

Al diablo las mantas, Licorice era el mejor refugio de invierno que podría tener.
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Actualicé dos cosas hoy, deberían amarme. (?

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