Capitulo VI; Yannick

Pese a todo lo que pasó en este pueblo, ahí estaba el hijo de mi padrino, aquel cuyo padre me acogió luego de que perdiera a los míos, aquel que almorzaba conmigo por las tardes y me daba alfajores del kiosco a escondidas.

Ahí estaba lo único que me quedaba de familia, vivo, mirándome con añoranza y desesperación.

- Briseida... estás viva... -

Recuerdo haberlo visto llorar al verme en tan terrible estado. Por suerte para mí, él estaba bien, me cargó en brazos y cuidadosamente nos dirigimos a su negocio, el cual quedaba más cerca que mi hogar, pero más lejos que el suyo.

Cuando llegamos lo abrió y me llevó al fondo de este, dejándome con cuidado en uno de los sillones que había.

- Voy a cerrar, ya vuelvo. -

Vi una corbata larga encima del sillón e instantáneamente observé mi pierna ensangrentada, tome el pedazo de tela para hacerme un torniquete esperando que Yannick terminase de cerrar, de esta forma evitaría que el sangrado siguiera saliendo por montones.

Me pregunté varias veces el porqué no habíamos ido a su casa, o dónde podría estar el padrino.

O por qué él estaba ahí afuera.

Cuando volvió se sentó al lado mío, su mirada triste me hizo pensar que no estaba así solo porque yo estaba viva.

Entonces...

- Seidy, comenzó diciendo. Solo él y su papá eran los únicos que me decían de esa manera mi padre... murió. -

En cuanto dijo eso se largó a llorar.
Conocía muy bien ese sentimiento, por lo que lo tome de los hombros y lo arrulle en mi pecho, dándole un abrazo fuerte en el cual se pudiera sostener.
Todo tenía sentido.

¿Quién quisiera estar en un lugar que te recuerde tanto lo que perdiste?

¿Quién no miraría con desespero lo último que le queda de compañía?

O más bien, ¿Quién soportaría estar únicamente con su propia existencia?

Cuando Yannick se calmó, se dispuso a coser mis heridas y a desinfectarlas antes de que se terminaran por pudrir.

Pasamos dos días de esta forma, él se iba a buscar gente aún con vida y, al volver, se tiraba en el sillón a llorar conmigo con la desesperanza en la garganta. Luego de un rato, desinfectaba mis heridas y renovaba sus fuerzas para seguir subsistiendo.

Creía firmemente que podría salvar a alguien, a quién sea, por más que en las calles ya no quedara nadie.
También, estaba convencido de que todo acabaría, que la gente volvería a circular las plazas, que yo volvería a la escuela y probablemente aparecería en la entrada del kiosco, luego de escapar de esta, con una sonrisa enorme pidiendo un alfajor "Futbolito" como esos de los que ya no hay.

- No entiendo por qué salís, Yann. No hay nadie..., por favor, no quiero perder más familia, no quiero seguir llorando. -

- Briseida, en realidad no salgo solo por eso. -

Lo miré atenta y, por alguna razón, para mi mente no existió nada más que él y sus palabras.

- Tengo miedo de olvidar mi realidad, de creer que todo ya está bien y rendirme. -

- Pero... es más fácil. -

- Lo sé, pero me gusta pensar que te estoy dando un poco de mi vida a cambio de la tuya. Así no tendrás que olvidar. Me verás regresar y llorar contigo, sabrás que todo es real sin tener que afrontarlo. -

Me pareció lindo todo lo que dijo, porque fue verdad, porque cada vez que él volvía así de destrozado, yo era consciente del mundo allí afuera, por más que se sintiera de lo peor.

Solo que, cuando se fue y ya no volvió...

No supe qué hacer.

Así que

Me quebré. | Me quebré.

Yannick me terminó entregando su vida completamente, tal como él quería.

Y yo... yo solo me encerré en el espejo, como un reflejo que nunca quise reconocer, como algo lejano y ajeno a mi mente que solo aparecía en los momentos más difíciles del día.
Algo que me hacía recordar que estaba a punto de morir a causa de mis heridas porque, cuando las curaba y ya no dolían, era cuando volvía a mi mundo de fantasías en donde todo estaba bien.
Al mundo en el que Yannick deseaba volver a vivir.

En donde Yannick era yo y Briseida una triste ofuscación de mi existencia.

Cuando, en realidad, era al revés.

Pero eso ya no era posible, porque el incendio se extendió y porque los derrumbes, las muertes y las emboscadas superaron cada callejón de Finnyts.

A esta altura nada podía salvarse. No luego de que la locura me hubiera consumido.
¿Qué podrían hacer las autoridades si uno de sus únicos dos sobrevivientes escapaba de la realidad pretendiendo que todo volvió a ser como antes?

Tenía que hacerlo, tenía que fingir, escapar.

Aceptarlo solo significaría entender que él se fue, que estaba sola y sin nadie, que no hice absolutamente nada por todas las vidas que aún latían por las calles.

Era aceptar que todos estaban muertos y qué, en realidad,

Cuando hablaba...
nadie me estaba escuchando.

Me habré visto como una demente.

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