Capítulo III; Despierta

Abrí los ojos exaltado, buscando desesperadamente que un poco de aire entrara a mis pulmones. Miré al rededor encontrando árboles caídos y quemados, el aire contaminado y los suelos llenos de cadáveres...

cad-dave-res...

Me arrimé al que más cerca tenía; un hombre de aproximadamente treinta años, puse su cabeza en mis piernas y vi como dos árboles habían aplastado las suyas al punto de triturarlas, traté de que reaccionara y abriera los ojos, pero el frío de su piel era imposible de pasar por alto. Estaba muerto.

Tengo miedo...

Lo dejé y gateé al siguiente esperando tener más suerte, pero quién más cerca estaba era una señora con dos tiros en el pecho, sentada en una banca semi destruida y maltrecha.

No respiraba, claro que no respiraba.
Nadie lo hacía, estaba solo, rodeado en un bosque de muertos que llenaban mis fosas nasales de pudrición...

Susurraban que me fuera con ellos, que dejara de respirar por completo para poder hacerles compañía.

Me susurraban que dejara de luchar...

Tengo miedo.

Me puse de pie dispuesto a correr lejos de aquel parque, pero nuevamente los dolores atacaron mi abdomen haciéndome caer al suelo. Levanté mi remera viendo horrorizado una herida abierta y con hilos salidos...

¿En qué momento me cocieron una herida?

Vi mi pierna, aquella que temblaba como si estuviera a punto de desprenderse, con otra cocedura en plena pudrición.

¿En qué clase de realidad estoy?

Oí un ruido a lo lejos, del lado de un pequeño derrumbe. Era un bebé.
Me alarmé, todo dolor fue ignorado al momento en que me levanté y busqué al dueño de ese llanto.

Entre un agujero en el suelo y las paredes caídas de cemento, de lo que antes eran los baños públicos, el ruido se fue volviendo más propenso.
Más real.

Comencé a sacar las rocas como pude, hasta llegar a una realmente grande de la que sobresalía una mano de mujer... ignoré aquello en cuanto dejé de escuchar el llanto del niño.
Habré tardado quince minutos en sacar la mayor cantidad de rocas posible, hasta que al fin pude ver el interior del agujero en donde, entre la penumbra, estaba el bebé totalmente inmóvil. Lo saqué de allí rápidamente y puse un dedo cerca de su nariz.

No respiraba...

Toque su pecho y muñeca y no encontré pulso alguno así que procedí a hacerle RCP, tal y como me enseñaron en primeros auxilios, pero de nada había servido. Ya habían pasado tres minutos para cuando aún seguía intentando que él despertara en el más desesperado de los estados.

- Por favor, d-despierta..., despierta pequeño, vamos. Tú puedes, v-vamos, por favor. —supliqué.

Un bebé, con tanto por el que vivir, acababa de morir por mi culpa..., yo no pude salvarlo y ahora está muerto...

Me aparté derrotado, sintiéndome el humano más miserable de este pueblo, miré nuevamente mi panorama y caí en cuenta del destrozo que allí había.

Balas, derrumbes, incendios...
¿Qué fue lo que pasó?

Caminé hasta mi casa exhausto dirigiéndome al baño, dispuesto a sellar las aberturas de mi cuerpo antes de que el frío termine incrustado bajo mi piel.
Puse un paño dentro de mi boca y con el hilo, el alcohol y la aguja comencé a desinfectar y coser las heridas abiertas antes de morir desangrado.

Al terminar, me sentí completamente mareado y sin nadie a quien le importara mi condición. Las lágrimas terminaron asomándose nuevamente, llevándome al borde de un abismo desconocido que me resultó muy familiar.

Soledad.

Deseé ver a alguien, una pizca de vida que estuviera a mi lado. A alguien como...

Como ella.

Subí precipitadamente al cuarto, esperando verla ahí sin ningún rasguño o al menos verla con vida, salvo que no estaba, no había absolutamente nadie.

- ¡Hey! ¡HEY! ¡¿DÓNDE ESTÁS?! -

Comencé a golpear el vidrio que nos separaba con intención de buscarla en lo profundo, mis manos empezaron a sangrar obligándome a parar debido a los pinchazos hincando en mi piel. Iba a rendirme si no fuera por el pequeño reflejo que se vio de ella, se veía muy cerca, casi tan cerca como yo del reflejo.

Volví a intentar romper el vidrio para poder estar con ella, esta vez con lo último que me quedaba aún sin dañar; mi cabeza.

Me... me desmayé antes de lograrlo y, cuando me desperté, todo había vuelto a la normalidad.

¿Fue... otra pesadilla?

- Ya se terminó. —me consolé.

Salí más temprano que de costumbre, caminando despacio y con miedo de ver lo mismo que ayer, empecé a rezar con todas mis fuerzas para que todo estuviera tal y como antes.

Será algún ente divino que escuchó mis plegarias, o tal vez mi mente tratando de consolar el dolor de lo vivido, lo que hizo que, al llegar, todo se viera normal y vivo como de costumbre.

La vegetación estaba intacta, las pocas personas que ahí habían caminaban tranquilamente por los caminitos de cemento y, a lo lejos, las edificaciones de los baños se encontraban estables.

No me atreví a pasar por allí, sino que decidí conformarme con el hecho de que todo anduviera en su lugar y nada había pasado.
Nada aparte de una simple, pero larga pesadilla de mal gusto.

Volví por donde vine, encontrando a Calíope dos cuadras antes de llegar a la escuela. Corría, como siempre, tratando de llegar a tiempo.

Definitivamente, todo volvió a ser como antes.

¿Verdad?

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