Posesión


Ryan llevaba a Arami en su coche desde el hospital siguiendo a Mariza que conducía el suyo.

Arami miraba hacia un aparente vacío a través de la ventanilla, bajo la atención silenciosa pero preocupada de Ryan.

Llegados a casa, dejaron que Arami descansara en el salón del piano, esperando con ello crearle estímulos, o eso dijo Mariza, Ryan estaba dispuesto a todo.

Mariza no paraba de hablar ruidosamente por toda la casa, es más, ella era la única que hablaba, tal vez intentaba crear un ambiente más relajado. De sobra sabían todos que eso era imposible. El ambiente era más bien turbio, tenso, desagradable, ominoso.

Ryan estaba todo el tiempo rondando a Arami y mirando por la ventana. Pensando en lo que acababan de descubrir juntos. Aquello que ocurrió en aquel mismo salón.

La noche invernal cayó sobre las cinco y media, sumiendo con su oscuridad el salón del piano en la gran casa. La aflicción tomaba cuenta de las entrañas de Arami, la noche no mostraba buenas perspectivas.

Cenaron en un silencio perturbador los tres juntos en la cocina. Arami no tocó su plato. Ni siquiera abrió la boca. Se limitaba a observar la ventana sobre el fregadero, donde las gotas de la llovizna se escurrían timidas por el cristal, bañado en la luz ámbar de la farola de la calle. Ella parpadeaba despacio, como si estuviera muy cansada, aunque en realidad no lo estaba. No sentía hambre ni frio. Era como estar lejos de todo y de todos, un absoluto vacío se extendía por dentro de su mente.
No era más que una carcasa vacua e inútil.

Mariza dió por terminada su cena puestos que Arami no hacía ningún amago de coger la cuchara. Se llevó a la ausente Arami a la planta de arriba y la metió al cuarto de baño. Ryan las esperaría metido en lo que sería su habitación esa noche.

La enfermera retiró con cuidado las vendas de sus muñecas y las costillas. Arami no hacía ningún tipo de mueca de dolor. Mariza abrió la ducha y espero hasta que esta estuviera tibia y colocó a Arami debajo del agua.

Arami se mantenía impertérrida, hasta cuando Mariza pasó los dedos por encima de la herida suturada en su pecho siguiendo las líneas con excesiva lentitud, recordándole el dibujo que esta formaba. Una cruz boca abajo.

Mariza desenredó la trenza de su cabello y echó agua en su cabeza para lavárselo. Un laborioso trabajo después, Mariza cerró el paso del agua de la ducha y fue a por una toalla.

Desde la diminuta ventana del baño a espaldas de Arami, provenía un lejano aullido, el viento de la tormenta parecía estar quejándose de esa presencia tenebrosa que oscilaba en la oscuridad alrededor de la casa, arañando los ladrillos, buscando una rendija para entrar, esperando paciente para poder atormentarla.

Arami levantó la cara hacia la ducha cerrada, podía oír los gorjeos espectrales que recorrían las tuberías oxidadas provenientes de aquella garganta que pronunciaba palabras, amenazando, anticipándose.

Mariza interrumpió su concentración arropándola con una toalla y luego la ayudó a vestirse, era un pijama de dos piezas de franela celeste a cuadros. Después la llevó a sentarse sobre un taburete delante del espejo de cuerpo entero, y se dispuso a secar sus largos cabellos con el secador.

Arami se sentaba erguida con las manos en los muslos. Mirando fijamente su reflejo en el espejo. Se miraba a sí misma con dureza. Con reprobación.

Entonces advirtió que la imagen del espejo poco a poco fue cambiando de expresión. Construía una sonrisa malévola que se estiraba de mejilla a mejilla. Y su mirada se oscurecía, se tornó azabache en segundos y fue perdiendo el brillo. Más y más se oscurecía hasta que las cuencas de sus ojos aparecian vacías. Arami sintió que su respiración se aceleraba a medida que su propia imagen se trasfiguraba en el espejo.

Observó como la piel de su cara fue rompiéndose formando surcos de los que brotaban algo negro y espeso. Se convertía en un monstruo. No podía desviar la mirada, no podía cerrar los ojos.

Entonces por encima del ensordecedor riudo del secador se pronunciaron unos lamentos, se le herizó la piel al darse cuenta que se acercaban a ella. Eran gemidos huecos, jadeos ruidosos, y a la vez su mente reproducía imágenes de cadáveres podridos arrastrándose por el suelo hasta ella.

Una corriente fría recorrió sus pies y subió por sus piernas, algo se acercaba y ella no podía moverse. Miedo. Pavor. Terror. Estaba petrificada. Los lamentos eran más fuertes, estaban ya allí.

Su reflejo se descomponía cada vez más, estaba moviendo la boca ahora. No, ella no quería escuchar. No... No...

Su cuerpo temblaba y Mariza no parecía darse cuenta. Ryan… ¿Dónde está Ryan?

Intentó abrir la boca para pedir ayuda, mas sus labios no se abrían. Está en mi cabeza, todo esto es mentira, nada es real. Y una vez pensó esto, la herida en su pecho empezó a arder. Un dolor incomensurable la atacó. Gritó. Pero su voz no se pronunció. Se inclinó hacía delante y parecía no conseguir nada. Volvió a intentarlo aunque atenazada por el miedo. Procuró lo mismo con los labios. Una y otra vez.

E inesperadamente sintió brotar algo nuevo en su pecho. Era rabia. El miedo la dominaba pero la rabia se pronunciaba con fuerza.

Volvió a intentar detener esa pesadilla y miró fijamente al espejo, a las diabólicas cuencas vacias de su reflejo que no paraba de escupir palabras insonoras. El marco del espejo empezó a temblar. Su reflejo fue borroneándose con el movimiento. El cristal temblaba con violencia, insistente mientras Arami seguía enfrentando a su propia imagen.

El espejo fue describiendo líneas desiguales en toda su área y de pronto, explotó ruidosamente mezclándose con un grito agudo, seguramente de Mariza. Los trozos se desperdigaron por todas partes. Las esquirlas cayeron en las baldosas del baño haciéndose eco a si mismas en medio de un repentino silencio.

—¡Pero qué rayos! —profirió Mariza con la voz agudizada.

—¡¿Qué ha sido eso?! —requirió Ryan irrumpiendo en el cuarto de baño.

Arami fue escuchando poco a poco los latidos de su corazón que parecían tambores inmensos siendo golpeados en sus oídos. Cerró los ojos tratando de controlarse. Al fin pudo ser del todo consciente de la conversación exigente entre Ryan y Mariza a su espalda.

—Arami... —llamó Ryan cauteloso.

Abrió los ojos al oír su nombre. Elevó las manos a la altura de su mirada y las movió en el aire, parpadeó sorprendida por el hecho de que su cuerpo la obedeciera. La libertad efímera había vuelto. Miró hacía delante, donde el espejo ya no estaba, su macabro reflejo se había ido.

Se puso en pie y los trozos de cristal de su regazo cayeron tintineando al suelo. Se volvió y las caras de ambos presentes formaron unas expresiones de desconcierto, sorpresa y pena absoluta al verla.

Mariza se llevó la mano a la boca. Ryan se acercó a Arami y la tomó por los brazos mirando hacia su pecho, donde la herida ardía. Arami se miró también y se encontró con unos lamparones de sangre que dibujaban la cruz boca abajo en la tela del pijama y soltó una exclamación de estupor a su vez al verse.

—¿Qué ha pasado? —inquirió Mariza, dejando el secador en un estante.

Ryan y Arami se miraron. Ambos sabían que esa pregunta no se podía contestar a la ligera. Mariza no sabía nada de lo que estaba pasando, y aunque se lo explicasen no lo entendería. Ni tan siquiera ellos acaban de entenderlo.

Arami bajó la vista sin contestar. Ryan tampoco hizo amago alguno. La enfermera suspiró al comprender la negativa de los dos.

—De acuerdo. No me lo contéis. Hay que quitarte eso Arami —indicó hacía la ropa manchada.

Ryan se apartó y Mariza ocupó su lugar delante de Arami. Empezó a desabotonar el pijama y lo ahuecó. El sujetador de algodón blanco, las vendas de las costillas y la cinturilla del pantalón de pijama estaban cubiertos de sangre.

Si bien el hecho de que la herida se abriese por si sola de ese modo tan salvage ya era insólito, que la sangre tuviera un tono demasiado oscuro, prácticamente negra, multiplicaba la desazón de todos al infinito.

Mariza soltaba exclamaciones ahogadas a medida que deshacía el vendaje. Ryan miraba la herida del pecho de Arami con una tribulación incomensurable. Esta tenía una apariencia escalofriante. Como si las costuras hubieran cedido por presión desde dentro. Y con la sangre tan oscura, era como si hubiera purgado suciedad.

—¿Te duele? —preguntó Mariza con una mueca afectada en su rostro. Arami asintió. Le dolía. La estaba quemando. Pero una vez más, su boca no era capaz de articular palabras.

Cuando Mariza dejó caer la venda manchada de sangre y la camisa del pijama al suelo, Ryan parecía ahogarse. Estaba viendo el estrago de la tortura en el cuerpo de Arami en todo su esplendor. La cruz boca abajo, el inmenso moretón en el costado donde estaban rotas las costillas y las marcas lineales de los latigazos por sus extremidades.

Ojalá no se le ocurra mirar la espalda. Pensaba Arami.

Ryan estaba sufriendo al verla así.
Ella sufría al verlo así. Tomó aire e intentó procurar sosiego a ambos.

Ryan... Vete... —articuló. Solo él podía oía.

La miró y negó con la cabeza. Ella notó un brillo en sus ojos atribulados. Lágrimas.

No me observes —pidió ella—. Ellos quieren que sufras, no les des ese gusto.

Ryan asintió persuadido, tragó saliva con un vago gesto de dolor. El nudo debía ser grande en su garganta.

Al enemigo ni agua dicen los humanos. Es una frase cruel, aunque ahora acertada. Agregó para apaciguar su pena.

Ryan salió en silencio del cuarto de baño. Mariza se volvió cuando escuchó la puerta cerrarse.

—¿Está bien? —preguntó mirando a Arami.

—Sí. Está cansado. Solo necesita dormir.

En su habitación Arami se acostó en compañía de la luz de un pequeña lámpara. Apoyó la cabeza en la almohada y contempló el techo blanco lleno de sombras que bailaban. Los altos eucaliptos danzaban con el viento y proyectaban un sin fin de ondas al ser atravesadas por la luz mortecina de la farola más allá de la arboleda.

Arami lo miraba ensimismada. Concentrándose en el sonido del viento que con su furia voluble llenaba los huecos de los silencios que el mismo producía al calmarse de repente.

Sintió el cansancio apoderarse de ella pero sabía que no podría descansar. Él no le dejaría. La estaba consumiendo. La estaba matando...

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