El Llamado


Desde la oscuridad de la puerta entreabierta, interrumpiendo el silencio sepulcral de la gran casa, unas notas de piano surgieron encantadoras. Sonaban suaves y vagas, como si estuviera muy lejos. Pero iba en creccendo.

Fluía por las escaleras y circulaba como el aire por el pasillo hasta adentrarse meliflua en su habitación. Arami se incorporó mirando hacía la puerta, hacia donde la oscuridad la llamaba. Debía ir hasta allí. Aunque estuviera petrificada. Atenazada. Traspasada por el miedo.

Empero algo le decía que debía enfrentarse a ello de una vez por todas, o ese infierno se haría eterno.
Bajó entonces los pies de la cama,  sintiendo el efecto del suelo congelado en sus huesos, un frío que ella sabía era antinatural.

Caminó hasta la puerta con pasos inseguros, lentos. Salió al pasillo y caminó hacía la escalera, en dirección contraria de donde dormian Mariza y Ryan.

Sopesó la posibilidad de ir a ver a Ryan antes, mas cerró los ojos y siguió adelante.

Dejó atrás las escaleras y siguió andando hasta la sala del piano. La música venía de allí, dulce y embriagadora. La llamaba constante. Guiandola hacía un precipicio. Pidiéndole que muera para volver a vivir. Pero no una vida blanca sino una vida negra. Con ellos.

Abrío la puerta y entró.
Las tinieblas ocupaban todos los recovecos. Parecía la bruma nocturna en un bosque de arboles muertos. Hacía mucho frío allí dentro.

Arami dió unos pasos y un profundo suspiró la hizo detenerse por completo. Las tinieblas se disiparon lo justo para mostrar al ejecutor de tan hermosa melodía.

—Eleazar —pronunció Arami estrangulada por el miedo.

Una hermosa figura vestida de chaqué hacía bailar con gracia los dedos sobre las teclas marfileñas del brillante piano de cola. Al poco otros instrumentos acompañaron al pianista. Violines desde algún rincón y chelos marcando notas más graves. Subían de intensidad y volvían a bajar. Arami se estremecía por dentro pero no sé movía de su posición. Cerró los ojos sintiendo que las piernas le temblaban, sin embargo era incapaz de no embelesarse con la música celestial. Tan dulce y tan triste. Desgarradora y esperanzadora en una sola pieza.

Abrió los ojos al fin y al instante notó algo diferente. La bruma a su alrededor se movía, se disipada. Un movimiento la hizo mirar al techo y observó con pasmo a los que allí se enredaban entre sí, eran como serpientes azules que desprendían  una especial de humisca de su cuerpo. Habían millares y estaban por todas partes.

Arami se llevó las manos al rostro mientras contemplaba el cambio en todo el lugar a medida que esas serpientes se retiraban arrastrándose. En su lugar, todo se mostraba lleno de suciedad. El techo se lleno de lamparones oscuros de humedad, bajó la vista por la pared y notó la pintura vieja y descamada, hasta porciones de cemento caído por falta de cuidado. Dirigió los ojos a las cortinas y estas estaban sucias y rotas, girones de tela flameando al viento de la tormenta que entraba por los ventanales, cuyos cristales ya no existían, tan solo el marco cuadriculado de hierro con unos pocos trozos de vidrio manchados.

Siguió mirando el suelo y este estaba cubierto de hojarasca y barro. Bajó la mirada hasta sus pies desnudos que pisaban un charco de lodo. La estupefacción crecía en ella.

Una ilusión. No era más que una ilusión.

Levantó la mirada hacia el pianista otra vez quien sonreía para sí disfrutando del momento. Ante los ojos desorbitados de Arami el brillante piano fue perdiendo el brillo, convirtiéndose desde la cola en un amasijo de madera podrida. Poco a poco, suavemente, mientras la música se apagaba la podredumbre llegaba hasta las teclas y una vez que todo el lugar cobró la apariencia de una casa abandonada hace años; la pata trasera del piano desvencijado se rompió y cayó, cesando bruscamente la melodía.

Arami pegó un bote y centró la mirada en el pianista que seguía vestido con su elegante chaqué negro. Se removió en su asiento hacía ella, el mismo en el que ella se sentaba a tocar ese piano. Él le dedicó una sonrisa convencida y una mirada cargada de ruindad.

—Ya ves como te tengo en consideración mi bella Arami. Te reclamo con orquesta incluida. Y vengo elegante.

El pianista se puso en pie con gallardía y empezó a caminar despacio hacia ella. Arami clavó los ojos en los suyos, de un verde que recordaba al de un prado iluminado por el sol ambarino en un atardecer invernal. Esos ojos la llevaron a muchos sitios. El último sitio fue la condenación. Y allí estaba otra vez. Fingiendo ser lo que no era, engañando a sus ojos humanos, hablando con dulzura. Una amarga dulzura.

Demonio, masculló ella con rencor.

—Te preguntarás que es todo esto. Debes saber que un ejército entero trabajababa aquí para que pudiéramos estar cerca de ti. Pero ahora se acabó la pantomima. Es hora de ir a casa.

Arami negó con la cabeza y retrocedió un par de pasos.

—No tienes a donde ir. No tienes quien te protega de nosotros.

Arami tragó saliva y retrocedió otro paso al verlo acercarse más.

—No te resistas querida mía. Este es tu destino. —De pronto el ente desapareció un instante solo para materializarse delante de ella nuevamente, consumiendo toda distancia—. Ven conmigo —susurró extendiéndole la mano.

Arami sintió el impulso de tomárselo, mas luchó contra ello.

—¿Qué has hecho con Mariza y Ryan? —consiguió preguntar.

El ente rio quedamente mientras un eco tenebroso salía de su garganta. No contestó a.su pregunta.

—Acompáñame bella Arami. Estamos todos anciosos de tenerte con nosotros. —Sus ojos refulgieron de deseo.

Arami levantó la mano con renuencia, pero al final la apoyó en la mano fría del ente, quien ensanchó su malévola sonrisa de victoria. Y el eco de risas lejanas y perversas la rodearon junto con una espesa oscuridad.

En ese momento el corazón de Arami emitió un retumbante latido, uno solo que reververó como un golpe de tambor en un salón vacío e inmenso.

Un alma más había sido arrebatada.

En la penumbra de su habitación, Mariza sonreía, era consciente de que Arami ya no estaba. Su aquelarre la premiaría por tan buen trabajo.

Ryan abrió los ojos calculando su tiempo. Le quedaban veintisiete horas para rescatar el alma de Arami de las fauces del demonio. Toda maldición tenía remedio y el de esta era el día de todos los santos. Iba a recuperar a Arami costara lo que costara.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top