Capítulo 5. Curanderos

Alexander Cásterot

Todo parecía un sueño. Definir si estaba dormido o despierto le resultaba confuso. Aquel grupo de hombres y mujeres que lucían los dones de la purificación y la curación revelaban un espectáculo de ensueño. Pero no podía olvidar, a pesar de la belleza que presenciaban, a que se debía todo aquello. Los recuerdos comenzaron a llegar deprisa; uno tras otro sin dar tregua: La niebla maldita, la enfermedad desolando los pueblos, la partida de su hogar, la muerte de su amada esposa, la tristeza, el miedo, el dolor... ¿Qué le diría a su amada hija? Ella se encontraba anonadada observando la purificación. Cuando aquel espectáculo llegó a su fin extendió su brazo como pudo y tocó su cabeza.

—Te presento a la hermandad de los curanderos —le dijo.

Esa era la hermandad que por semanas estaban buscando, pero cuando más los necesitaban estaban ausentes: cuando había esperanza de salvar a su pueblo, o más importante aún, de salvar a su esposa, no estaban allí. No sabía si agradecer a los dioses por haberlos encontrado, o maldecirlos por la hora tan inoportuna en que le habían respondido. Cuando Shelýn volteo y vio sus ojos puestos en ella se abalanzó sobre él.

—Pensé que morirías —exclamó Shelýn derramando una gota de lágrima, pero esta vez de felicidad.

—¿Y dejarte sola en este mundo? —le preguntó con ternura mientras le revolvía el pelo. Shelýn le sonrió y fue correspondida—. Mira —le dijo Alexander—, la niebla se disipa.

Al voltear Shelýn comprobó que era cierto, aunque demoraba en desaparecer se desplegaba cada vez más. Le hacía feliz pensar que no volvería a ver más aquella niebla. No solo la bruma desaparecía, sino también las llamas de la posada y el humo que de allí provenía. También observó a los curanderos que estaban reunidos a unas cuantas yardas lejos de ellos.

—Oto, Sasha y Gabber, inspeccionen los cuerpos y curen a cada herido con esperanza de vivir —ordenó Ouwel a sus compañeros—. Darline, encárgate de los Cásterot. Yo exploraré una vez más —dicho esto todos obedecieron y Ouwel se alejó hasta desaparecer del lugar.

Alexander vio cuando aquella joven se acercaba, y a pesar de todas las cosas que habían ocurrido, y de las que no podía dejar de pensar, no pudo ignorar la belleza que irradiaba.

—Te dije que iba a estar bien —dijo Darline a Shelýn con una sonrisa. La niña le abrazó y le dio las gracias.

—¿Fuiste quién nos salvó la vida? —preguntó Alexander a Darline—. Quiero saber si es a ti a quien debo dar las gracias.

—Quizás, pero yo diría que fue su hija quien salvó su vida —contestó la joven—. Ella valientemente me guío hasta usted.

Alexander miró a Shelýn orgulloso y le dio las gracias. Shelýn le sonrió, y aquella sonrisa inocente le rompió el alma: aún no le anunciaba la muerte de su madre y no sentía el valor para hacerlo. Intentó hacer un esfuerzo para levantarse pero la herida en el costado no sanaba del todo, y su intento de ponerse de pie fue inútil.

—No te recomiendo ponerte de pie —Darline le aconsejò—: La herida no fue sanada del todo y has perdido mucha sangre; necesitas beber agua y recuperar fuerzas.

—Debo levantarme y ver cómo están mis hombres.

—No te preocupes: mis compañeros están buscando sobrevivientes.

—¡Emily! —dijo Shelýn a la joven curandera al recordar a su criada—. Debes salvar a Emily.

Le tomó de la mano y al igual como hizo con su padre la guio hasta el cuerpo de la chica. Al llegar Darline examinó el cadáver y corroboró que, tal como temía, estaba muerta. No sabía cómo explicarle a la niña que ella no podía hacer nada. Tal vez la niña creía que podría revivir a los muertos.

—Cúrala, por favor —le pidió la niña.

—No puedo —contestó—, ella está muerta.

—Pero tú salvaste a mi padre —dijo Shelýn con su voz quebrantada—, seguro puedes salvarla a ella.

—Pero tu padre no estaba muerto; yo no lo he revivido.

—Los brujos levantan a los muertos, de seguro tú puedes hacerlo.

—No estás entendiendo, ellos no los reviven. Ven, dame un abrazo —dijo Darline halándole el brazo a la niña

En ese momento Alexander se acercó a ellas. Como pudo se levantó y las había seguido. Vio cómo su hija lloraba en el hombro de aquella hermosa joven de cabellos dorados, y como emanaron de las manos de la curandera un destello color ámbar que calmaron en un instante los llantos de la niña.

—¿Qué has hecho? —preguntó Alexander.

—La he dormido —contestó—. Creo que no debe haber descansado lo suficiente, y después de todo lo que ha visto y vivido, dormir le hará bien.

Alexander observó el cadáver de su criada. Comprendió al instante porque lloraba su hija. Aquella muchacha había servido a los Cásterot desde niña y había sido para Shelýn la hermana que nunca tuvo. Hasta él solía verla como una hija algunas veces. Desde que salieron de Marfín nunca se quejó y siempre cuidó de Shelýn cómo una madre lo haría. Muy cerca de su cuerpo se encontraba el cadáver de su amigo Thomas, así como el cadáver de alguno de sus hombres, incluyendo a Tod, uno de sus caballeros más leales. Tenía mucho que lamentar aquellos días y a muchos a quien vengar.

—Veo que eres un hombre terco. —Darline le reclamó al observar que no le hizo caso—. ¿No le dije que no intentara ponerse de pie?

—Me siento con más fuerza.

—Allí traen a algunos de los tuyos.

Del otro extremo de la plaza se acercaban Oto, Gabber, y Sasha llevando a Florence, Peter y John sobre sus hombros. Al verlos, Alexander saludó a lo que quedaba de sus hombres.

—Estos son algunos de los hombres que quedaron con vida —informó Oto a Darline una vez que habían llegado hasta ellos.

—Atrás se encuentran dos jóvenes y una chica que también logramos rescatar —agregó Sasha.

—No podemos dejarlos aquí —acotó Darline— debemos buscar un lugar donde podamos estar mientras llegan más prodigios y los heridos se recuperan.

—Hay un carruaje en las cabañas que podemos usar para que los heridos nos transportemos a una nueva posada —opinó Alexander.

—Es probable que hayan matado a los caballos previniendo el escape —comentó Darline—. ¿Crees que puedas acompañarme a inspeccionar? —le preguntó al noble y este le respondió afirmativamente.

Antes se dirigieron a la plaza y allí recostaron en los bancos a los heridos, y Sasha se hizo cargo de la niña mientras Darline y Alexander caminaban rumbo a la cabaña. Ella le dio de beber al noble un elixir que le quitó a Oto. Le dijo que provenía de las montañas de la muerte, y que un pequeño sorbo lo hidrataría como lo haría un cántaro de agua. Alexander tomó aquello y sintió que su cuerpo recobraba más fuerzas. Durante el camino se encontró al Joven Tárrenbend, a Jasper y a Martha, recostados como muertos a una pared.

—Están bien —le aclaró Darline después de observarlos detenidamente—, mis compañeros les han curado y dormido como hice con la niña.

Al pasar la posada y habiendo llegado a los establos Alexander corroboró que Darline estaba en lo cierto. Los brujos previnieron el escape y habían matado a los caballos, o a casi todos, porque al fondo se escucharon el relinchar de alguno de ellos. Al acercarse se encontraron con Ouwel que usaba sus poderes de curación para sanar a algunas de las monturas. Alexander lo había estado buscando desde que comenzaron los problemas en la ciudad de Escortland, le envió mensajes a través de las aves, pero nunca recibió respuesta. Ouwel al verlo se le acercó y le brindó un cordial abrazo.

—Perdona toda la ausencia y la demora en saludarte —se disculpaba con él—, pero conoces nuestros principios.

Alexander recordó las palabras de Thomas en la posada: «Conoces a los curanderos, por más amistad que tengas con ellos, su mayor lealtad y confidencialidad se la deben a su hermandad» Aquellas palabras resonaban en su mente, así que acepto sus disculpas sin reserva alguna, pero tenía que reprocharle y no esperaría para dejárselo saber.

—¿Dónde han estado todo este tiempo? Han pasado meses desde que la niebla maldita acechó a los reinos de la Alianza del Sur y alcanzó las fronteras de nuestro imperio. Han muerto muchas vidas y ustedes decidieron desaparecer.

—Contestaré a tus preguntas pronto, pero una vez que encontremos un mejor lugar —contestó Ouwel con su calma habitual.

—Es cierto —confirmó Darline—, vinimos a buscar un carruaje, ¿recuerda? —se dirigió a Alexander.

—Listo —anunció Ouwel una vez que habían curado a cuatro caballos.

Se dirigieron al carruaje y cambiaron como pudieron a los caballos muertos por los que habían sanado. Una vez acabado, Ouwel hizo de cochero, se dirigieron a la plaza y recogieron a los heridos. Recorrieron el pueblo en busca de una nueva posada. Durante el trayecto observaron cómo los pocos sobrevivientes de aquella masacre salieron de sus casas para llorar a los muertos. Alexander ansiaba preguntar muchas cosas a los prodigios que les habían salvado pero se sentía agotado en cuerpo y mente. Noto que la noche ya no era tan oscura. Miró hacia el cielo y por primera vez en meses vio la luna brillar y a las estrellas que adornaban el firmamento. Muchas veces pensó que cuando aquel día llegara se sentiría feliz, pero solo se sintió vacío.

Al fin encontraron una posada, mucho más pequeña que la cabaña de Thomas, casi al extremo oeste de Galeán. Ouwel bajó del carruaje y notó que la puerta se encontraba abierta. Entonces el noble Alexander, Darline y los otros curanderos decidieron acompañarle, a excepción de Sasha que se quedó cuidando a Shelýn y a los heridos. Cuando entraron, observaron que el recinto estaba hecho un desastre y se hallaba vacío, y unas huellas de sangre recorrían el lugar hacia el exterior.

—No hay nadie —se quejó Alexander confundido.

—Los brujos debieron de asesinarlos —comentó Darline–. No hay cadáveres porque todos ellos fueron conducidos a la posada.

—¿Por qué motivo? —preguntó Alexander.

—Querían llevarse a tu hija —respondió Ouwel—: Es una prodigio y emana de ella una esencia tan fuerte como muy pocas veces se ha visto en todo el continente de Ofradía. Los brujos tenían que acabar con su protección para llevarla con ellos y convertirla a su hermandad.

—Y por eso están ustedes aquí –habló Alexander con reprensión—. No les ha interesado la vida de los pueblos sino la oportunidad de reclutar a un prodigio para su hermandad.

Alexander sabía lo que implicaba que su hija fuese una prodigio: no importaba si era portador de un ejército, no era seguro para ella estar rodeada de humanos comunes cuando atraería con su esencia la presencia de enemigos con habilidades sobrenaturales que buscarían secuestrarla. Cualquier hermandad de prodigios que se acercara a su hija buscarían reclutarla. Sin embargo, él no quería abandonar a Shelýn, y menos en manos de unos desconocidos. No le importaba la buena reputación de los curanderos; él no podía fiarse de nadie: se aferraba a la idea de protegerla con su poder.

—Estábamos atrapados en la provincia de Navián —aclaró Ouwel ofendido—. Fuimos acorralados por rebeldes al trono de Bástagor, aliados con los brujos, por lo que fue difícil para nosotros avanzar y enterarnos de todas las cosas que estaban ocurriendo en las fronteras del Imperio. Caímos en...

—Una trampa, lo sé —interrumpió Alexander al recordar la información que Nelda, la vidente, les había dado a él y a sus hombres en el fuerte Tárrenbend—. Es mi deber disculparme. He perdido a muchos estos días, incluyendo a mi esposa.

—Lamentamos tu perdida —exclamó Ouwel con comprensión—. Los brujos no pueden quedar impunes ante tanta atrocidad.

Alexander y los curanderos revisaron cada habitación y comprobaron que la nueva posada estaba totalmente vacía, y decidieron que podrían quedarse en ese lugar. Despertaron de sus sueños a Adolph, Jasper y Martha y los guiaron adentro junto a los demás heridos, y le asignaron a cada uno una habitación. A la única que no despertaron fue a la niña porque Darline se encargó de llevarle a una habitación que compartirían desde aquel día.

Una vez instalados en aquel lugar, el noble caminó hasta el balcón de su nueva habitación y contempló cómo los primeros rayos del alba iluminaron el pueblo. Ver el Sol por primera vez en mucho tiempo le brindaba esperanza, y esperaba que su hija se sintiera feliz al despertar en aquella mañana. 

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