Capítulo 4. Pesadilla y Muerte.
Shelýn Eglimar Cásterot
Había mucho viento aquella tarde, tanto viento que estaba cansada de despejarse el cabello que le molestaba los ojos. También había mucha gente, y era mucha gente que no podía reconocer, así como no podía reconocer a ciencia cierta dónde se encontraba. El paisaje que le rodeaba le era familiar, pero aquella niebla que parecía ser omnipresente no permitía distinguir nada. Shelýn sintió que no podía quedarse allí, y comenzó a caminar sin rumbo y sin atreverse a preguntar nada a aquellos desconocidos. Algunos de ellos tropezaban con ella; parecía que nadie la veía.
«¿Acaso miran por dónde caminan?» Pensó. Intentó moverse más deprisa buscando un espacio despejado donde respirar con más libertad, pero chocó contra algo sólido que la detuvo. Podía reconocerlo: Era la imponente estatua tallada en la negra roca de ónice, de uno de los grandes reyes de cuando Marfín no era una provincia sino un gran reino. Era Leander Tercero Cásterot, mejor conocido como Leander el Manco. Si aquella estatua se encontraba frente a ella, significaba que estaba en el cementerio de los grandes reyes, ubicada al extremo Oeste de la meseta alta de Escortland. Allí, sobre la tumba de los reyes y reinas, o de los grandes señores de Escortland, se erigían esculturas que los representaban.
«Estoy cerca de casa» pensó. Sabía que al Este, tras cruzar los grandes sembradíos de la alta meseta, se encontraba el palacio de los Cásterot, donde se podía observar toda la ciudad ubicada en la baja meseta. El problema para ella era saber cómo llegar allí; si no fuera por la niebla podría ser fácil tal misión.
Comenzó a notar que todas las personas del lugar se movían en la misma dirección, y eso solo podría significar una cosa: Alguien importante había muerto. Seducida por la curiosidad y la preocupación, decidió averiguar quién era el difunto y se unió a la marcha. Con fuerza se habría paso entre la multitud. Sin ninguna mala intención pisó los pies desnudos de un anciano, le pidió disculpas pero no pareció sentirla y la ignoraba por completo. No era el único que se comportaba de esa manera: todos la ignoraban aun si chocaba contra ellos, les empujara o suplicara a gritos que le dieran paso.
A medida que se acercaba más, los atuendos de la gente eran más refinados y un cordón de guardias custodiaba el lugar. Allí observó al final de la fila a quien podría ser su tío, el Conde de Greenland, Robert Cásterot, montado sobre un corcel cimarrón; pero apenas lo reconocía, quizás porque lo había visto solo un par de veces. Intentó cruzar aquel cordón militar pero era imposible. Gritó órdenes a sus guardias para que le dejaran pasar: Era la hija del Duque de Marfín y debían de obedecerle, pero una vez más nadie parecía notar su existencia.
Cruzó entre la multitud hasta acercarse a su tío y cuando le llamó este también la ignoró, pero repentinamente comenzó a cabalgar dejándole un espacio por donde cruzar. Shelýn atravesó aquella muralla de hombres y vio una especie de altar ubicado en medio de aquel lugar de reunión, sobre el altar una pila de ramas secas y sobre ellas yacía una mujer hermosamente ataviada. Alrededor de ella estaban reunidos rostros familiares, cortesanos, criados, un sacerdote de Tesrtlan y hombres leales a los Cásterot, y delante de todos, sus dos hermanos: Víctor Cásterot, el mayor, de unos catorce años, que parecía tranquilamente inalterable, y Héctor, el segundo, de diez años de edad, que lloraba inconsolable. Shelýn corrió hasta ellos y se abalanzó sobre Héctor abrazándolo fuertemente.
—Héctor, ¿por qué lloras? —le preguntó. Quería consolarlo, pero él no dejaba de llorar y no la escuchaba—. Víctor —se dirigió a su otro hermano—, ¿por qué está llorando Héctor?
—¡Quiero a mi mamá! —dijo Héctor entre lágrimas y Víctor colocó una de sus manos sobre su hombro.
Cuando Shelýn volteo a ver de nuevo a la difunta mujer que todos observaban, se dio cuenta que era su madre. Corrió con fuerza hacia ella, y sin poder asimilar lo que veía, le suplicaba que despertase. Con lágrimas en sus ojos le gritó hasta el cansancio pero su madre no respondía. Observó al sacerdote de Tesrtlan acercarse mientras entonaba el canto de los difuntos con una antorcha en sus manos. En aquellos días de enfermedad, cremar a los cuerpos era la costumbre en los funerales.
—¡Ella es la culpable! —Escuchó el grito de una mujer anciana tras de ella.
Cuando volteó se dio cuenta que nadie la ignoraba: todos tenían sus ojos clavados en ella. Detrás de su segundo hermano se encontraba una mujer que vestía una túnica negra con esclavina. Esta le susurró algo y Héctor levantó su mano para señalarle.
—¡Es tu culpa! —gritó—. ¡Por tu culpa murió mi madre!
—¡No! —Respondió Shelýn—. ¡No es cierto!
—¡Si, es tu culpa!
—¡Víctor! Dile que no es mi culpa —recurrió a su hermano mayor cuando la extraña mujer se acercó a Víctor y le susurro algo al oído.
—¿Es eso cierto hermanito?
—Sí, ella la abandonó —respondió Héctor.
—¡No es verdad! —gritó la niña en su defensa.
—¡Eres culpable! —dijo Víctor sentenciándole.
—¡Culpable! —grito la desconocida mujer y un coro de voces se unió a la de ella—. ¡Culpable! ¡Culpable! ¡Culpable!
—¡No! —gritaba la niña cuando sus hermanos, su tío, los guardias y la multitud se acercaban a ella.
—¡Quemenla! —Ordenó Víctor—, que acompañe a nuestra madre al inframundo para que no la abandone más.
—¡Quemenla! ¡Quemenla! ¡Quemenla! —gritaba con euforia la multitud.
Shelýn intentó huir pero era inútil; estaba rodeada de gente por doquier. Los guardias la tomaron con brutalidad y la lanzaron sobre el lecho de su madre. Ella se resistía con una fuerza que no conocía, hasta que los brazos de su difunta madre la abrazaron con tal violencia que la asfixiaban y la dejaban totalmente inmóvil. Solo pudo observar como el sacerdote de Tesrtlan le prendía fuego a las ramas donde ellas yacían, y la cara de aquella mujer, que revelando su rostro, le brindó una demoníaca sonrisa; entonces la reconoció: era la vieja Ingret del pueblo de Galeán. Luego, en medio de las llamas y de los gritos ensordecedores de la multitud que la acusaba, la escuchó: «Shelýn» Una voz suave la llamaba, «Shelýn» La escuchó con más fuerza, «Shelýn» La escuchó nuevamente y entonces despertó.
—¿Por qué estás llorando? —le preguntó Emily dulcemente.
Shelýn le abrazó con fuerza sin dejar de llorar. Aquella pesadilla le pareció muy real, y era la primera vez que se sentía aliviada de no estar en casa. Después de haberse desahogado respondió:
—Soñé que mi madre había muerto y me culpaban por eso. Me querían quemar con su cuerpo, y mi madre despertó solo para que yo no pudiera escapar.
—Fue un sueño nada más —le dijo Emily mientras le acariciaba—. ¿Qué te parece si nos quedamos hablando hasta que salga el sol?
Shelýn aceptó y hablaron aquella madrugada hasta el cansancio; pero aún no había llegado la salida el sol cuando Emily se quedó dormida. El sueño también le seducía, pero no quería dormir por temor a tener otra pesadilla más, por lo que le hacía resistencia. Aquella madrugada tenía una calma aterradora, y la poca paz que sentía fue cambiando repentinamente. El latido de su corazón se fue acelerando, y una fuerte briza que entró por la ventana le erizó la piel. El viento que soplaba a las afueras parecía susurrar un canto aterrador.
¿Qué era lo que escuchaba? ¿Voces? ¿Gritos? Sintió que debía averiguarlo. Se levantó de la cama y caminó hasta la ventana. La niebla estaba más espesa que de costumbre por lo que no podía observar con claridad. De pronto pudo ver a un hombre de túnicas negras parado a unas cuantas yardas lejos en la calle, y alrededor de él yacían cuerpos de personas. Observó a otro hombre que salió de la nada huyendo de algo o de alguien, y cuando se acercó al primero fue apuñalado con una vara puntiaguda cayendo muerto al instante.
Shelýn se quedó paralizada, no sabía si estaba dormida de nuevo, o si aún estaba despierta. De pronto otras seis personas que portaban atuendos oscuros se juntaron con el asesino y este miró hacia ella seguido por todos los demás. La piel se le erizó por completo cuando aquel hombre extendió lentamente sus brazos y los cuerpos comenzaron a levantarse. Aquellos cadáveres vivientes corrieron hasta ella y el primero de ellos escaló por las paredes de la posada hasta alcanzar su ventana. Se preparó para su muerte, pero alguien la haló con fuerza y ensartó una lanza contra aquel cadáver. Shelýn cayó al suelo y Emily despertó sobresaltada.
—¡Quédense tras de mí! —Gritaba Tod al mismo tiempo que los otros guardias entraban a la habitación —¡Cierren todas las puertas y no dejen que entren a la posada! —Ordenaba mientras cerraba la ventana y contenía a los muertos que intentaban entrar por ella.
Los hombres salieron de la habitación de Shelýn cumpliendo las órdenes de Tod, pero Thomas, Adolph, Jasper y Martha ingresaron en ella.
—¡¿Qué está pasando?! —preguntó Emily.
—No tengo la menor idea —contestó Tod.
—Yo sí lo sé: son mis delirios —le increpó Adolph a Tod.
—Está bien, tenías razón, pero por qué en vez de echarme en cara mi error, mejor me das una mano.
Adolph se dispuso ayudarle y Thomas se quedó junto a las chicas mientras Jasper aguardaba en la puerta, pero un estruendo se escuchó desde otra habitación, y los pasos veloces de los invasores aproximarse velozmente por los pasillos.
—¡Han entrado por las otras habitaciones! —advirtió Thomas.
Jasper, que estaba desarmado, les hizo frente lanzando su lámpara contra ellos logrando que los muertos se incendiaran, pero mientras las llamas los consumían, los cadáveres aún corrían hacia ellos. Jasper cerró la puerta conteniendo a los muertos y Thomas se unió en su ayuda.
—¡Es inútil! —Gritaba Adolph Tárrenbend—. Seguirán llegando hasta que estemos todos muertos.
—¡Entonces ¿qué propones?! —preguntó Tod.
—Tenemos que salir a los establos, tomar unos caballos y huir de aquí.
—¡¿Estás loco?! Nos expondremos allá afuera.
—¡Fuego! —Escucharon gritar a uno de los guardias— ¡Las habitaciones se queman!
Cuando los muertos que intentaban entrar a la habitación fueron totalmente consumidos por el fuego, la puerta se impregnó de llamas y quemó las manos de Thomas. El humo los invadió provocando tos en ellos y el calor se tornaba insoportable.
—¡No podemos quedarnos aquí o nos quemaremos vivos! —Gritó Emily como pudo entre toses mientras abrazaba a la niña.
Jasper fue el primero en salir adentrándose en su habitación para sacar un mandoble de hierro para luchar, pero los demás con Tod a la cabeza cruzaron el pasillo para bajar al comedor. Allí se encontraban los guardias resistiendo inútilmente. Los muertos aun mutilados podían moverse, así que peleaban aún con las manos amputadas de cadáveres sosteniéndoles las piernas y los brazos, dificultándoles moverse. Tod se unió a la lucha, y Thomas con Adolph y las chicas se encontraban arrinconados cerca de la barra.
Tanta era la multitud de muertos que entraban por las puertas y ventanales que tres hombres cayeron, y los otros tres se acorralaban mientras el fuego proveniente del segundo piso se acercaba acechante. Jasper apareció entre las llamas y se lanzó contra los espectros blandiendo su mandoble con tal brutalidad que los quebraba de un golpe. Lograron entonces abrirse paso hasta que el asecho de los muertos pareció llegar a su fin.
—Salgamos de aquí o nos quemaremos —dijo el joven Adolph que tomaba un escudo y una espada de los soldados caídos.
Todos salieron de la posada tosiendo y con ardor en los ojos provocados por el humo, pero una vez afuera se encontraron frente a ellos a las seis personas de túnicas oscuras que Shelýn había visto desde la ventana. Todos se tornaron alertas, y Tod desconfiado preguntaba quiénes eran y qué hacían allí, pero ellos no respondían.
—No debemos confiar en ellos —advirtió el joven Tárrenbend—: son brujos y son quienes levantan a los muertos.
—«Ven con nosotros» —escuchó Shelýn a una voz susurrar en su mente— «No te haremos daño alguno»
Shelýn se aferró más a Emily, su criada, y Tod maldecía desafiante contra aquellas personas que no le daban respuesta. Escucharon nuevos ruidos provenientes de la posada y vieron a más cadáveres acercarse desde la plaza rodeándoles por completo. Shelýn, que no dejaba de escuchar aquella voz que le llamaba, comenzó a sentir que una fuerza la halaba hacia aquellos desconocidos.
—¿Qué está pasando? —preguntó Emily desesperada al sentir que Shelýn se le desprendía de sus brazos. La sujetó con fuerza mientras la niña le suplicaba que no la soltara.
Shelýn vio luego a aquellos desconocidos levantar unas varas de hierro con formas de agujas apuntando hacia ellos. De ellas emanaron destellos de luces que impactaron con fuerza sobre los escudos de los hombres que aún quedaban con vida. Luego vio como los cadáveres de los guardias caídos salieron de la posada atacándolos desprevenido. Adolph y Jasper reaccionaron cuando Tod y los otros ya estaban muertos, y mientras ellos luchaban sentía como Emily perdía fuerza y le soltaba de sus manos.
Vio cómo su querida criada se desplomaba hasta caer muerta por una herida en su costado. Thomas corrió con su antorcha contra el cadáver que dio muerte a Emily, y este le clavó su espada matándolo de un tajo. Martha gritó de dolor al ver cómo aquel hombre, que había sido como un padre para ella, perdía la vida ante sus ojos. Se encontraba paralizada cuando el cadáver arremetió contra ella, pero Jasper le golpeó con el mandoble justo antes de que ella recibiera algún daño.
Shelýn con un llanto ahogado gritaba auxilio a quienes quedaban con vida mientras sentía como una fuerza maligna le arrastraba hacia aquellos brujos. Justo en ese momento, ocho hombres a caballo irrumpieron a todo galope embistiendo a los cadáveres, y logrando que sus enemigos se dispersaran. Fue allí cuando vio a su padre comandando aquellos hombres. Sintió entonces que podía correr y se dirigió a toda prisa hacia el cuerpo de su criada, pero el joven Adolph no le permitió llegar hasta ella.
—¡No te acerques a ella! —Le aclaró con tristeza—. ¡Es peligroso: podría despertar como un espectro! ¡Tenemos que irnos de aquí, acompáñame a los establos!
—Pero mi padre...
—Él estará bien.
Shelýn volteo a ver a su padre que luchaba valientemente contra aquellos asesinos, pero la niebla y el humo que salía de la posada, apenas le permitía ver con claridad lo que ocurría. Solo escuchaba el bullicio de la batalla, el relinchar de los caballos, el grito de los hombres, y apenas podía vislumbrar siluetas y destellos. Esperanzada decidió buscar a los caballos con los demás para huir, pero apenas avanzaron un poco cuando se encontraron rodeados de más cadáveres que no dejaban de aparecer.
Martha desesperada se atrincheró en las paredes mientras Jasper y Adolph luchaban por sobrevivir. Para Shelýn todo era cada vez más confuso, sentía que cada vez se aislaba más hasta que se encontró sola y rodeada de muertos. Pero aquellos muertos no le hacían daño: solo se detuvieron alrededor de ella observando a la nada.
—¡Shelýn! —Escuchó gritar a Alexander galopando hacia ella.
—¡Papá! —Respondió esperanzada.
Vio entonces como su padre aparecía y blandiendo su espada cortaba cuantas cabezas podía. Corrió evitando que el caballo de su padre chocara contra ella pero tropezó con una roca y cayó de bruces al suelo. Adolorida, se volteó y vio como uno de aquellos brujos descargo un destello de luz contra el corcel de Alexander haciendo que este se encabritara y se desplomara con su padre. Alexander, afectado por el golpe se arrastró como pudo intentando alcanzar la espada que se le había caído. Aquel hombre descargó otro destello contra él haciéndolo gritar del dolor.
—¡No! —gritó Shelýn levantándose y corriendo hacia su padre.
Aquel hombre se acercó aún más y cuando estaba apunto de descargar un tercer destello contra él, vio como Alexander empuño su espada y lo mató. Cuando llegó hasta donde su padre se encontraba lo halló inconsciente. Llorando le suplicaba que despertara; perderlo a él en aquel momento aterrador era perderlo todo. Entonces una bruja con aspecto de anciana le tomó del brazo izquierdo, clavando sus largas uñas en la piel de Shelýn y la arrastró alejándola de su moribundo padre. La niña dejó escapar un fuerte grito de dolor al mismo tiempo que se resistía.
—Si te resiste, más te dolerá —le dijo aquella anciana con un rostro de satisfacción.
—¿Ingret? —preguntó jadeante y con temblor. Le había reconocido. Era la misma anciana que les había vendido las medicinas, la misma que le había sonreído de una forma demoníaca.
—Vendrás conmigo y serás una de nosotros.
Shelýn deseaba resistirse, pero el dolor que le provocaban aquellas uñas clavadas en su piel se tornaba insoportable. No tenía más remedio que dejarse llevar mientras la imagen de su padre derramando sangre sobre el pavimento le perseguía. «¿Cuándo se acabará esta pesadilla?» Se preguntó una y otra vez mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. La imagen de todos sus seres queridos las proyectaba con fuerza en su mente; Sabía que nunca más los volvería a ver.
Un dolor insoportable emanó de nuevo de su brazo. Ingret parecía apurar el paso y halaba con fuerza. No tuvo otra opción más que ignorar todo lo que ocurría a su alrededor y concentrarse en avanzar. Se preguntó a dónde la llevaba y cuanto habían recorrido cuando repentinamente una chispa de sangre le bañó el rostro al mismo tiempo que Ingret le soltaba el brazo y se detenía en seco. Limpió su rostro con su brazo derecho y al observar detenidamente, notó que la anciana bruja llevaba una daga atravesada en su espalda. Aquella daga no tardó en desprenderse de aquel cuerpo que se desplomaba, revelando la figura esbelta de una joven mujer, con una cabellera dorada que se le desprendía hasta la cintura.
Shelýn cayó de rodillas y cubrió la herida en su brazo con su mano derecha. Aquella desconocida enfundó su daga, se agachó junto a ella, apartó su mano y cubrió la herida con las suyas.
—Confía en mí —le dijo con dulzura la joven desconocida mientras le miraba con ternura. Pensó que aquella voz era la más dulce que había escuchado jamás.
De aquellas manos emanó una luz blanca mientras una tenue sensación de calor se apoderó de su brazo. El dolor se disipó casi al mismo tiempo y cuando la chica quitó sus manos de ella las heridas de su brazo habían desaparecido. Sorprendida quiso agradecerle pero sintió que ya no tenía voz de tanto gritar.
Notó que ya no se escuchaban tantos gritos de batalla y de dolor surgir de entre la niebla y cuando miró a su alrededor, cuatro desconocidos cubiertos de armadura ligera y con atuendos similares a la chica que se encontraba frente a ella, le rodeaban. No supo en qué momento habían aparecido aquellas personas, pero por lo visto le brindaban seguridad. Uno de ellos sacó un cuchillo y lo lanzó al aire con extrema velocidad, y al instante surgió de la niebla un cadáver que se desplomaba con el cuchillo clavado en su frente. Parecía que aquel joven podía ver entre la espesa niebla.
—¡Mi padre! —gritó como pudo al recordarlo—. ¡Tienes que ayudarlo! —agregó dirigiéndose a la joven mujer. Sin pensarlo, tomó de la mano a aquella joven y con una fuerza que no reconoció la haló en la dirección que, según lo que pudo recordar, se encontraba su padre.
—Espera —pidió aquella chica que, sin hacer mucha resistencia, se dejó llevar.
El camino de vuelta le pareció distinto, más largo y confuso. Encontró un cuerpo tirado que de lejos le pareció el de su padre, pero al llegar se dio cuenta que se había equivocado. Cambió de rumbo varias veces para decepcionarse una y otra vez.
—Es por aquí —gritó Shelýn desesperada y jadeante cambiando de nuevo el rumbo.
—Niña, espera —ordenó la joven, la detuvo y le abrazó fuertemente, y entonces Shelýn se desbordó en un llanto descontrolado entre sus brazos—. Tranquila, todo estará bien. No dejaré que nada malo te pase, ¿entiendes? —Shelýn respondió moviendo su cabeza con afirmación—. Sé cómo te sientes, pero debes tranquilizarte un poco, ¿quieres?
—Pero mi padre...
—Lo vamos a encontrar. Yo te ayudaré a encontrarlo, pero este rumbo ya lo has tomado antes. Tomaremos un camino distinto. ¿Hay algún lugar cercano que puedas recordar?
—La plaza, estaba cerca de la plaza.
—Bien, sé cómo llegar. Iremos por aquí —dijo tomando un camino opuesto al que Shelýn había escogido.
Apenas caminaron unas cuadras y cruzaron dos recodos cuando llegaron a la plaza. Shelýn corrió con fuerza hacia la posada, pero cuando divisó en una esquina a su padre recostado sobre una pared, giró hacia él. Corrió tan deprisa que casi no sintió sus pies sobre el suelo. Se sintió tan ligera que no supo cuando tropezó y cayó de bruces sobre el cuerpo que amortiguó el golpe como una almohada. Observó que sus manos se tiñeron de un rojo escarlata producido por un lago de sangre que emanaba de su padre. Se levantó jadeante y con letargo. Observó a la joven de cabellos dorados acercarse lentamente.
—Cúralo —le suplicó con voz ahogada y mostrándole sus pequeñas manos manchadas.
Pero la joven mujer parecía hacer caso omiso a su petición. Se detuvo frente a ellos y los observó a ambos con detenimiento percatándose que el hombre aún respiraba. Shelýn no entendía la demora, pero parecía que aquella chica no esperaba lo que veía. La joven se acuclilló junto a él y deslizó sus manos escudriñando su cuerpo. De aquellas manos emanó una luz similar a las que curaron su brazo pero esta luz era roja como las brasas que deja el fuego. Se detuvo sobre el costado y suspiró.
—La herida es profunda —advirtió la joven con el ceño fruncido—. Ha perdido mucha sangre; no puedo garantizarte que lograré salvarlo.
—Por favor —Shelýn pidió de nuevo impotente.
Aquella joven colocó sus manos sobre la herida. Comenzaron a brillar de nuevo, pero esta vez el destello de sus manos refulgió tan blanco y fuerte como el sol. Su cabello parecía elevarse y un fuerte viento emanaba de ella. Shelýn apartó la vista porque aquel resplandor le cegaba. Pero aquel poder parecía no surtir efecto; su padre no aparentaba mejora alguna. De pronto alguien detuvo a aquella chica. Un hombre joven, alto y delgado, con barba y rostro espigado apareció y le haló el brazo con fuerza.
—¡Darline, ¿qué estás haciendo?! —Le gritó como si tuviera autoridad sobre ella—. No puedes desperdiciar tus fuerzas en quien no tiene esperanza.
—¡Suéltame Gabber! —respondió Darline sacudiendo el brazo que aquel hombre le había sujetado—. Yo sé lo que hago. —Su voz ya era jadeante y su cara se había tornado pálida y sudorosa. Quizás las heridas de su padre eran tan graves que suponían un esfuerzo excepcional para ella.
—Pues no lo parece —replicó Gabber—, abandonas tu grupo y derrochas tus fuerzas cuando necesitamos conservar energías, solo porque te enamoraste de un cadáver.
—No es un...
—¡¿Qué está pasando aquí?! —Una voz grave interrumpió la discusión y los otros tres extraños que Shelýn había visto antes se reunieron con ellos.
Shelýn habría jurado que aquel hombre era el líder del grupo. No parecía tan joven como los demás, quizás porque su cabello y su barba eran blancos como la nieve a pesar de que su piel carecía de arruga alguna. Otra joven mujer se encontraba a su lado. Era muy alta y delgada; extraña pero hermosa. Tenía el cabello abundante y encrespado, y su piel era ligeramente más oscura que la del resto. El otro acompañante parecía ser el más apuesto entre los hombres. Tenía el cabello liso, negro y largo hasta el cuello, y un rostro perfilado y afeitado. Sus ojos eran verdes y profundos. Le inquietaban porque lo escudriñaba todo con ellos.
—Ouwel, está enamorada quería cambiar su vida por la de un cadáver —respondió Gabber con tono acusador, pero no se dirigía al hombre de cabello blanquecino sino al joven apuesto de ojos verdes. La chica de piel morena se rio conteniendo una carcajada, y Ouwel solo lo miro con su rostro calmado e inmutable, pero sin darle importancia.
—El líder de los brujos ha escapado —Ouwel dijo dirigiéndose a todos— De momento el peligro no es inminente. Vengan —ordenó—, es momento de hacer la purificación.
—Si es que podemos —Gabber murmuró enfadado.
Ouwel caminó rumbo al centro de la plaza y todos le siguieron. Shelýn preocupada por su padre tomó una de las manos de Darline cuando se levantaba para unirse con el grupo; no había terminado de curarlo cuando Gabber la interrumpió.
—No te preocupes —le dijo a la niña soltando su mano—, él estará bien —sonrió.
El grupo se reunió formando un círculo. Cubrieron sus rostros con sus capuchas y sacaron un pedazo de papel de sus mangas, escribieron algo en él y apuntaron al centro. Al unísono recitaron unas frases que no pudo escuchar pero vio cómo surgió de en medio de ellos una esfera de fuego blanca que iluminó todo el lugar. Del núcleo emanaron fuertes ondas de viento que dispersaban poco a poco la niebla.
Aquella escena le parecía maravillosa; le parecían guardianes de dioses. Las capas azules con bordados de hojas plateadas en sus orillas ondeaban como fuertes olas de mar. Sus atuendos eran elegantes. Un ropaje gris oscuro ceñido al cuerpo cubierto con armadura ligera que resplandecía al reflejar aquella luz. Pero quien más refulgente se veía era Darline. Las ondas de viento movieron su capucha dejando al descubierto su hermosa cabellera dorada cuyos reflejos parecían llamas de fuego mientras ondeaban al viento.
«¡Qué hermoso!» Pensó. «Ojalá mi padre pudiera verlo»
Aquella bola de fuego se fue consumiendo poco a poco hasta desaparecer pero la niebla aún estaba presente, aunque un poco más ligera. Le hubiera gustado que desapareciera por completo. Una mano repentinamente le tocó la cabeza.—
Te presento a la hermandad de los curanderos —escuchó decir tras de sí a una voz familiar. Al voltear vio los ojos de su padre clavados en ella y se abalanzó sobre él.
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