Prólogo
-¿Estás nervioso, Ricky? -pregunta Eva, mi tutora, mientras mira por el retrovisor.
Mi rostro debe ser un poema ahora mismo. Siento un torrente de sentimientos ahora mismo que parece voy a vomitar. Llevamos tan solo diez minutos en el coche. Dijo que estaba cerca, pero espero no más lejos.
Es la primera vez que voy a estar en algo serio de verdad, no como las clases en el instituto que eran todo bromas con el profesor correspondiendo las risas. De hoy en adelante, debo ser profesional.
-No te preocupes, lo harás bien. Tus notas han sido muy altas.
-Porque es grado básico, ahí lo pasa cualquiera con tan solo estar presente.
-No te creas. Dos de tus compañeros han suspendido -los que se pasaban de la raya-. Menos mal que la mayoría vais a graduaros.
-No cantemos victoria. Yo voy a ser un caso perdido.
-Esa negatividad te va a acabar afectando -¿no me está afectando ya?-. Como sea, ya estamos llegando -se acerca a una puerta corrediza de metal, justo cuando un camión de transporte va a salir-. Tenemos suerte de que esté abierta la puerta, así no tengo que salir a tocar el timbre.
Cuando el camión sale, nosotros entramos. Conduce por toda la carretera mientras observo el alrededor. Son unos semilleros. La gente entra y sale con total libertad con bandejas llenas de tierra y sus ropajes sucios.
Ricky, eres idiota, es lo que significa trabajar en el campo.
Menos mal no es mi primer día, sino la de presentación. Tengo que dar un primer contacto con la empresa, para que la tutora pueda dar unos papeles y hablar de mi situación.
-Ya hemos llegado -se baja del coche, yo la sigo.
Al bajar, un toro mecánico se pasea por la carretera con unas estanterías de metal con ruedas a la otra punta del complejo. El hombre que lo lleva, se me queda mirando un momento, hasta que se despide con un ademán de la cabeza.
Suspiro, tan solo es un hombre. Sigo a mi tutora, quien se ha adelantado, y entramos en un almacén, pero en vez de guardar algo, tiene cuatro puertas. Una que da al baño, otra a una pequeña oficina donde hay otro hombre con un par de tatuajes haciendo cuentas, otra metálica hacia un gran espacio de donde proceden un montón de sonidos y la última normal, el cual toca para pedir permiso. Sin esperar una palabra, abre la puerta.
La oficina donde voy a estar... ¡Está impoluta! Una pequeña máquina de café, cinco mesas, cuatro ordenadores, varios armarios con llave, una fotocopiadora y tan solo tres mujeres llevando la gestión. Tienen pinta de ser majas.
-Buenas, ¿puedo hablar con Jenni? -pregunta Eva, de pronto se alza una mujer un poco corpulenta, de cabello negro liso corto, orbes oscuros y con una sonrisa amigable.
—Soy yo. Tú debes de ser la profesora Eva, ¿no? —se acerca y se dan un par de besos en forma de saludo.
—Así es. Os traigo a mi estudiante en prácticas, Ricky Morelo. Te digo que hemos estado dando compraventa, gestión de archivos, programas de lo mismo, facturas, albaranes... Muchas cosas. Lo que no ha tocado es la contabilidad, por lo que no puede dar de eso.
—Ah, no te preocupes. Le enseñaremos un poco con el tiempo, así sale de aquí más preparado para el mundo laboral.
—Eso está muy bien, ¿no te parece, Ricky? —asiento con la cabeza—. Bueno, aquí te dejo los papeles que necesito que firme el dueño.
—En cuanto se pase por aquí, le haré firmar a la fuerza, que siempre se le olvida —me imagino que el jefe será alguien muy mayor. La mujer me mira—. Me presento, Ricky. Soy Jenni, tu tutora de prácticas, jefa de la oficina y me encargo de la compraventa. La que está tan centrada —una mujer de cabello rizado claro de ojos azules fijos en el ordenador—, es Irelia, se encarga de la contabilidad. Con ella aprenderás mucho, te lo aseguro. Y, por último, pero no más importante —señala a la chica de cabello castaño recogido en una coleta, de mirada castaña y una risa juguetona—, es Valentina, de recursos humanos. Entre las tres nos encargamos de la empresa.
—¿Cómo que menos importante? Mira, mira... —hace un movimiento de mano como si le fuera a coger del pelo.
—Sabes que te quiero, tonta —le da un toque en el hombro—. Espero que disfrutes tu estancia aquí y que nos llevemos bien.
—Encantado igualmente —parece que no me ha tocado con el típico jefe gruñón y malhumorado—. De seguro aprendo mucho con ustedes —les doy mi mejor sonrisa.
—Eso espero, sino esto sería una pérdida de tiempo. También danos un poco de tiempo, es nuestra primera vez acogiendo estudiantes en prácticas.
—Tranquila, entiendo que pueda ser difícil con un joven inexperto.
—En realidad, eres el segundo —me informa mi tutora—. Vas a tener una compañera del grado medio —se me había olvidado aquél detalle—. Cuando vengas el primer día, pregunta si te puedes volver con ella a casa.
—Cierto... Se lo preguntaré.
Mi situación económica no es que sea muy buena. Mis padres no me pueden traer a trabajar ni tampoco recogerme por falta de dinero para gasolina. Hacen lo que pueden, y por eso estudio, para hacerles saber que no pierden el tiempo.
—Ya hechas las presentaciones, tenemos que irnos. Aún tengo que presentar a un par más, que de seguro se estarán quejando o llamando.
—Claro, no importa. El lunes empiezas a trabajar, Ricky. Tu horario es de nueve de la mañana a dos de la tarde. Por la tarde es de las tres y media hasta las seis. ¿Lo has pillado? —asiento—. Pues te esperamos el lunes. Buen fin de semana.
Nos despedimos y salimos de la oficina para volver al coche.
—¿Todo bien? ¿Qué te ha parecido?
—La gente parece ser maja.
—Y lo es. Bienvenido a los Semilleros Grarios. No es un nombre bonito, pero es lo que hay.
Le doy la razón a Eva. Al volver al coche, ya puedo imaginar cómo será el lunes.
Puede que no sea divertido, pero aprenderé algo nuevo cada día en una oficina de verdad. Será interesante el día a día.
¿Qué me traerán estas prácticas?
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