20. El peso de nuestros errores






















━━━⊱ El peso de nuestros  ━━━
errores

«No puede haber futuro
para una persona que está
atrapada en el pasado »









— Ten. Se ve que esa jaqueca te va a tirar en cualquier momento.

Gianna le tendió un frasco pequeño de cristal. En su interior, una sustancia dorada brillaba con un resplandor casi hipnótico: ambrosía, la bebida de los dioses.

— A veces me pregunto si de verdad eres ciega.

Alyssa vació el contenido del frasco sin dudarlo. El alivio fue inmediato, al menos del dolor físico, porque el peso en su pecho seguía intacto, tan persistente como siempre.

— Tienes enterrados los dedos en el cabello. Escucho las hebras moverse sin control. El sonido viene de arriba. Así que, si no son tus cejas y dudo mucho que tengas un bosque ahí, debe ser tu cabello.

— Bueno, ahora me das miedo.

— Carecer de la vista me ha ayudado a agudizar los demás sentidos. Aunque no me malinterpretes, prefiero ver que tener esto —dijo con calma, mientras hacía un gesto hacia sus ojos blanquecinos—. No solo vine a ver cómo estabas, también a hablar de algo importante.

— Me lo hubieras dicho antes de que me tomara toda la ambrosía. ¿Ahora cómo se supone que voy a quitarme el dolor de cabeza? Porque seguro es algo malo —Alyssa suspiró mientras se frotaba la sien.

— Tus queridos amigos finalmente parecen darse cuenta de lo distintas que somos. El capitán Levi incluso me preguntó si pertenezco a la familia Ackerman. Según él, ese es el apellido suyo, de Mikasa y de ese tipo loco llamado Kenny. Según lo que me comentó, ellos son diferentes, parecen ser más fuertes que los demás. Bueno, no es que parezcan, es un hecho que lo son.

Incluso Gianna empezaba a compartir el malestar de su compañera; la tensión era palpable, casi asfixiante.

— ¿Sabes lo que me dijo Jean? "Ustedes parecen de otro mundo". Claro que no lo decía literalmente, pero imagínate cómo me sentí cuando lo soltó. ¡Casi me caigo de espaldas! No son idiotas, Alyssa. Empiezan a sospechar que hay algo detrás de nosotras. Por suerte, Armin ha logrado calmar las aguas diciendo que, seguramente, los Ackerman no son los únicos con habilidades especiales. Pero esto no me gusta nada. Tenemos que terminar con esto antes de que sea tan evidente que no podamos ocultarlo.

Alyssa suspiró y asintió.

— A Eren le han dado un dije de protección —dijo tras una pausa—. Son objetos mágicos poderosos. No me preguntes cómo, pero... yo los hice.

Gianna frunció el ceño, desconcertada.

— ¿Tú?

— Sí. El semidiós le entregó a Eren el que pertenecía a mi hermano. ¿Pero por qué lo haría? Esto solo confirma que el chico Titán es demasiado importante para Alabaster como para dejarlo morir.

Gianna frunció aún más el entrecejo, su flequillo dorado bailando con el viento gélido. El aire traía consigo la promesa del invierno; la estación pronto cambiaría, y el clima ya lo dejaba claro.

— Han pasado meses y no hemos avanzado nada. ¿No se supone que ibas tras ese hombre? Porque te recuerdo que estuvo a punto de mandar al inframundo a tu querido capitán.

Alyssa apretó los labios, molesta con el comentario.

— Me encontré con mi hermano.

Gianna abrió los ojos como platos.

— ¡¿Qué?! ¿Y qué te dijo? ¿Lograste convencerlo? —Soltó un bufido y negó con la cabeza antes de que Alyssa pudiera responder—. Ay, ¿para qué pregunto? Por la forma en que regresaste hasta aquí seguro no te fue nada bien. Todo se fue a la mierda, ¿verdad?

Alyssa la fulminó con la mirada, pero respondió con calma forzada:

— No dijo mucho. Solo lo que ya sabíamos: que quería un mundo sin dioses. También me aseguró que no tenía nada que ver con la pelea entre los mortales. Luego... peleamos, porque le dejé claro que no pienso seguirlo.

— Vaya avance has logrado —comentó Gianna, cargada de sarcasmo—. Aunque, sinceramente, no es ninguna novedad.

— ¿Qué estás insinuando?

— Por favor, Alyssa. ¿De verdad pensaste que unas palabras bastarían para que tu hermano lo dejara todo? Personas como él no dan el brazo a torcer.

Alyssa arqueó una ceja, visiblemente molesta.

— ¿Personas como él?

— Seguramente te mintió sobre la pelea entre los mortales. ¿Qué te hace creer que te dijo la verdad? Mira este mundo, Alyssa. Se está cayendo a pedazos y él no hace nada por arreglarlo. Entiendo que quieras regresar al campamento con tu hermano, pero ya no hay nada que salvar. Si no tomas medidas extremas...

— ¡Solo dices eso porque él fue quien te quitó la vista! —la interrumpió Alyssa, furiosa—. Mi hermano no es un monstruo, Gianna. Si fuiste tan estúpida como para aceptar ese contrato,  no es culpa de Alabaster.

— ¡Por supuesto que lo es! ¡Solo un monstruo le quitaría a alguien lo que más valora! ¡Mírame, maldita bruja! ¡Estoy ciega y he perdido parte del poder divino de mi padre porque no puedo usarlo!

— ¡Tú aceptaste los términos, maldita idiota! —gritó Alyssa, incapaz de contenerse más—. ¿A qué imbécil se le ocurre aceptar algo así? ¡Te dijo cuáles serían las consecuencias si lo traicionabas, y tú aceptaste el castigo!

Gianna apretó la mandíbula, hecha una furia. El tema de su castigo era un abismo que prefería no explorar, porque le recordaba todo lo que había perdido: su vista... y a su hermana. Pero la rabia le nublaba el juicio, y antes de que pudiera detenerse, soltó el primer golpe. Su puño impactó con fuerza contra el pómulo de Alyssa, y en ese instante, una chispa de emoción se encendió en su pecho, una que hacía mucho no sentía.

Alyssa, claramente, no iba a quedarse atrás. Le devolvió el golpe sin dudar, y lo que comenzó como una discusión se transformó en un enfrentamiento físico. Gianna retrocedió unos pasos, buscando espacio para moverse con mayor agilidad, pero no demasiado lejos como para perder a su objetivo. Con un movimiento rápido, desenrolló el látigo de metal que llevaba en la cintura y lo hizo restallar en el aire con destreza.

El látigo cortó el aire y alcanzó a Alyssa en el brazo antes de que pudiera reaccionar. La semidiosa sintió un ardor punzante, pero no se detuvo. Sacó una de sus cuchillas y las lanzó hacia Gianna, abriéndose paso entre los movimientos precisos de la serpiente plateada. Una de las cuchillas alcanzó la pierna de Gianna, dejando un corte visible. Pero la hija de Apolo no mostró señales de dolor; estaba demasiado enfocada en atacar.

Alyssa cerró la distancia en un abrir y cerrar de ojos. Sujetó el brazo de Gianna con fuerza, doblándole la muñeca hasta que el látigo cayó al suelo. Gianna gimió por el dolor, pero su orgullo le impedía rendirse. Retrocedió, respirando con dificultad, y tomó impulso para lanzarse contra Alyssa con los puños en alto.

Alyssa vio venir el movimiento y reaccionó con rapidez, lanzando una patada al costado de la pierna derecha de Gianna, justo detrás de la rodilla. El impacto fue suficiente para hacer que Gianna perdiera el equilibrio y cayera al suelo de espaldas con un impacto seco.

Gianna no perdió el tiempo: sacó una daga pequeña y, con un movimiento rápido, intentó clavársela a Alyssa en el rostro. La hoja quedó peligrosamente cerca de su ojo, pero Alyssa, reaccionando con agilidad, logró sujetar la muñeca de Gianna a tiempo, deteniendo el ataque por escasos milímetros.

Sin vacilar, Alyssa desenfundó un cuchillo de su pierna y replicó el movimiento, buscando herir el hombro de Gianna. Sin embargo, esta logró bloquear el ataque con su mano libre, y ambas quedaron atrapadas en un forcejeo brutal. Sus rostros estaban tensos, el sudor resbalaba por sus frentes, y sus respiraciones eran un caos. Ninguna estaba dispuesta a ceder, ni siquiera cuando el agotamiento comenzaba a pasar factura.

No fue hasta que escucharon los gritos y pasos apresurados que se dieron cuenta de que no estaban solas. Varias personas se lanzaron sobre ellas, separándolas con fuerza antes de que la situación pudiera terminar en un desastre mayor.

— ¿Pero qué demonios les pasa por la cabeza? ¡Estaban a punto de matarse! —regañó Jean, sujetando a Gianna con fuerza para evitar que se lanzara nuevamente contra la pelinegra.

— Solo estábamos practicando —respondió Gianna entre dientes, su voz cargada de frustración. Aunque quisiera arrancarle los ojos a la bruja que tenía enfrente, sabía que lo mejor era mantenerse en silencio por el bien del grupo.

— Sí, claro... practicando —murmuró Reen, cruzándose de brazos mientras alzaba una ceja, claramente incrédulo.

— Gianna aún tiene mucho que mejorar, así que le estaba dando una lección. Y vaya que necesitas practicar —soltó Alyssa con un tono afilado, sin molestarse en ocultar su desdén.

— Tú... —gruñó la hija de Apolo con sus puños temblando de furia contenida—. Hubieras perdido un ojo de haber sido una pelea real.

— A mí me pareció bastante real...

— ¡Basta, Alyssa! —interrumpió Kazuto con su voz más severa de lo habitual mientras mantenía a raya a la semidiosa—. ¿Por qué estaban peleando?

— Ya les dijo Gianna. Solo estábamos practicando —confirmó Alyssa, visiblemente irritada.

— Y este combate ha terminado, así que no tengo por qué seguir aquí —sentenció Gianna, zafándose bruscamente del agarre de Jean. Sin mirar atrás, dio media vuelta y comenzó a alejarse del grupo.

— No tienen por qué preocuparse. No es como si nos hubiéramos matado si no hubieran llegado a tiempo —añadió Alyssa con tono cortante, pero lejos de ser convincente. Antes de que alguien pudiera responder, giró sobre sus talones y se alejó en dirección contraria a la de su compañera—. Vuelvan a lo que estaban haciendo. Solo fue un malentendido.

Los hombres intercambiaron miradas confusas, observando cómo ambas mujeres desaparecían en direcciones opuestas.

— Ve con Gianna —ordenó Kazuho con un suspiro cansado, tratando de mantener la calma—. Reen y yo iremos tras Alyssa... si es que no nos arranca los ojos antes de que podamos hablar con ella.

Jean asintió y aunque la preocupación seguía marcando su rostro se apresuró tras la semidiosa rubia.

Mientras tanto, Alyssa caminaba a grandes zancadas, intentando dejar atrás tanto el incidente como la irritación que aún hervía en su pecho. Su mirada se fijaba en el pasto bajo sus pies, como si de repente fuera lo único digno de su atención. Entre dientes, murmuraba una letanía de groserías en griego antiguo, lo suficientemente bajo como para que nadie la oyera.

¿Pero qué se creía Gianna para darle órdenes? "¡Esa hija de Apolo...!" Gruñó para sí misma. Sabía desde el principio que aliarse con ella había sido un error. Gianna no buscaba más que recuperar lo que había perdido, y Alyssa ya le había dejado claro en más de una ocasión que eso no iba a suceder matando a su hermano. Incluso si ella accediera a ayudar a revertir el hechizo, las posibilidades eran prácticamente inexistentes, un mísero 1%.

Sumida en sus pensamientos, apenas se dio cuenta de que alguien estaba en su camino. Su cuerpo chocó de lleno contra el de otra persona, haciéndola tambalearse. Estuvo a punto de perder el equilibrio, pero unas manos firmes la sujetaron del brazo justo a tiempo.

— ¡Cuidado! —dijo una voz familiar, teñida de diversión.

Alyssa frunció el ceño mientras levantaba la vista, primero topándose con un pecho desnudo bien trabajado. Siguió subiendo hasta encontrarse con los ojos brillantes y la sonrisa socarrona de Reen. Detrás de él, Kazuho la observaba con una expresión completamente opuesta: severa y desaprobadora.

El contraste no pasó desapercibido para Alyssa. Mientras Reen parecía estar disfrutando del momento, Kazuto la miraba como si estuviera lista para recibir un sermón. Ese gesto severo la incomodó más de lo que habría querido admitir. Kazuto nunca había sido así con ella, y esa actitud la hizo sentir como una niña regañada.

Apartó la mirada, incapaz de sostener la suya por mucho tiempo.

— ¿Me puedes explicar por qué andas paseándote con el pecho desnudo como si nada? —le soltó a Reen, cruzándose de brazos y esforzándose por mantener su compostura.

Reen levantó una ceja con una sonrisa arrogante.

— Kazuto y yo estábamos haciendo ejercicio cuando Jean se acercó a preguntarnos por Gianna. Hay muchas chicas lindas en la legión que se mueren por mí, así que pensé en darles un pequeño regalo —comentó con egocentrismo, mientras flexionaba un brazo para presumir sus músculos. Alyssa simplemente rodó los ojos.

— ¿No me digas que estás celosa, preciosa? Tú siempre serás la única.

Kazuto suspiró, visiblemente agotado por las palabras de su compañero. Exhaló profundamente, como si necesitara liberar el estrés que Reen le causaba constantemente.

— Nos ofrecimos a ayudarlo a buscarla y, justo cuando llegamos, las vimos a lo lejos... intentando matarse.

— ¡No fue así! —protestó Alyssa, levantando una mano con un gesto defensivo—. Están exagerando.

Kazuto la miró con calma, sus ojos reflejando más comprensión que juicio. Esa era una de las cosas que más le llamaban la atención de él: siempre leal, siempre dispuesto a escuchar y ayudar.

— Te conozco demasiado bien, Alyssa. ¿Por qué me mientes?

Alyssa desvió la mirada por un momento, pero terminó rindiéndose ante la honestidad de su amigo.

— Fue una pequeña riña. Dijo algunas cosas sobre mí que me molestaron, así que respondí de la misma manera... y ya sabes cómo somos ambas: de mecha corta.

Kazuto asintió lentamente.

— Ya sabía que eran impulsivas, pero... —negó con la cabeza—. Ahora que lo pienso, estoy seguro de que ni siquiera usaste toda tu fuerza.

La semidiosa lo miró confundida por un momento, pero luego soltó una ligera risa. Kazuto siempre lograba sorprenderla con su bondad. Era un hombre fuerte y corpulento, pero su actitud tierna lo hacía parecer más inocente de lo que era.

— En realidad, creo que ella tampoco usó toda su fuerza —admitió Alyssa—. Gianna es físicamente más fuerte que yo. Pero tienes razón en algo: ninguna de las dos iba a llegar a ese extremo. Podríamos haber terminado la pelea de otra manera, pero... creo que ambas necesitábamos desahogarnos.

— ¿Quieres hablar sobre eso? —intervino Reen, con una sonrisa ladina—. Créeme, soy muy bueno escuchando. Incluso puedo traerte un pañuelo si hace falta.

Alyssa esbozó una leve sonrisa ante el comentario.

— No, gracias. En realidad, prefiero estar sola un rato. Necesito pensar.

Kazuto asintió antes de que Reen pudiera decir algo.

— Claro, Alyssa. Tómate tu tiempo.

— Gracias, chicos. Son los mejores —dijo la semidiosa con una pequeña sonrisa.

— No, tú eres la mejor. —Reen se acercó y revolvió el cabello oscuro de Alyssa con afecto, arrancándole una mueca—. Estaremos en el comedor, cenando algo. Puedes encontrarnos ahí si cambias de opinión. O... —añadió con un guiño juguetón—. Puedes venir a mi habitación si necesitas más privacidad.

Kazuto reaccionó dándole un golpe en el hombro, lo que hizo que Reen soltara una carcajada sonora.

— ¡Lo decía en modo serio!

Alyssa negó con la cabeza, contagiada por la risa, y finalmente se giró para seguir su camino. Se adentró más en el bosque, donde el aire era más fresco y la tranquilidad comenzaba a calmar su mente. Necesitaba ese momento a solas para reflexionar y replantearse lo ocurrido.

Cuando llegó a la orilla del río, supo que debía detenerse. Si seguía avanzando, acabaría alejándose demasiado del cuartel. Se arrodilló y sumergió la mano en el agua helada, dejando que el frío le calara los huesos al instante. Aguantó unos segundos antes de retirarla, estremeciéndose por la temperatura, pero mantuvo la vista fija en el agua. El reflejo mostraba una imagen distorsionada de la luna y las estrellas, y Alyssa se percató de que hacía mucho tiempo que no contemplaba el cielo.

El tiempo...

Aquella palabra resonó en su mente, trayendo consigo recuerdos enterrados. Sacó de inmediato el collar que su madre le había dado, aquel que contenía un pequeño reloj de arena. Para su sorpresa, apenas unos granos de arena habían caído al lado opuesto. Frunció el ceño, desconcertada.

Estaba segura de que solo le quedaban dos meses para completar el plazo que los dioses le habían dado, pero el reloj marcaba algo diferente: como si apenas hubieran pasado dos semanas. ¿Cómo podía ser eso? Nunca le gustó mirar aquel dije, prefería evitarlo. Odiaba sentir la presión constante de que el tiempo se le agotaba, odiaba que aquel objeto le recordara que su vida estaba en juego si no lograba detener a su hermano. Siempre había preferido llevar la cuenta mentalmente, confiando en su percepción del paso de los meses. Pero esto... esto era algo que no podía explicar.

"¿Se habrá descompuesto?" pensó, pero descartó la idea casi al instante. Su madre había hecho ese collar, y sabía que algo creado por ella no se estropearía tan fácilmente, ni siquiera en este mundo.

Suspiró profundamente, llevando la mano helada a su frente en un intento de aclarar sus pensamientos. Se arrastró hasta el árbol más cercano y apoyó la espalda contra el tronco, cerrando los ojos por un instante.

—¿Qué has hecho, hermano? ¿Por qué no puede todo ser como antes? —susurró, dejando que las palabras se perdieran en el silencio del bosque.

Por primera vez en mucho tiempo, se permitió meditar a fondo sobre todo lo vivido en este extraño mundo. Al principio, su misión era clara: detener a Alabaster y regresar con los dioses. Pero con el paso de los meses, algo dentro de ella había cambiado. Había empezado a desear una vida tranquila, más tiempo con sus amigos, con Levi... ¿Quién podría culparla por ello?

Alzó la vista hacia el cielo. Las estrellas brillaban con una intensidad que parecía eterna, cada una siendo un testigo silencioso de su vida. Eran preciosas y perderse entre ellas hizo que su mente viajara al pasado. Recordó su vida como semidiosa, un tiempo sin mortales, solo monstruos y padres divinos que no sabían serlo. Pero también recordó a sus amigos, a sus hermanos y a todos los compañeros que había perdido.

Y entonces, una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla. Se sentía atrapada entre la espada y la pared, anhelando una vida que no le pertenecía, pero sin ser capaz de renunciar a ella. En su egoísmo, había arrastrado a todos estos mortales a este mundo, condenándolos a compartir parte de su agonía.

Sus dedos rozaron el dije del collar, acariciando la superficie lisa del vidrio que contenía la arena. Cada grano era un recordatorio cruel del peso de su responsabilidad, una carga que no solo implicaba salvar su propia vida, sino también proteger a quienes la rodeaban.

— Ellos no eligieron esto... —murmuró, dejando que las palabras se disolvieran en el aire frío de la noche.

El reflejo del agua titilaba bajo la luz de las estrellas, y por un instante deseó poder perderse en su brillo, como si ese destello pudiera ofrecerle una respuesta. Pero las estrellas no hablaban, y la luna no tenía respuestas. Estaba sola en este dilema, como siempre lo había estado.

Alyssa respiró hondo, cerrando los ojos con fuerza para reprimir el nudo en su garganta. Sabía que, al final, no habría victoria sin sacrificios, y ese pensamiento la atormentaba. Porque si fallaba, todo estaría perdido. Pero si lograba su objetivo, ¿qué precio tendría que pagar? ¿Su propia felicidad?

Se abrazó las piernas, acurrucándose contra el tronco del árbol mientras el viento frío agitaba suavemente su cabello. Quería creer que todavía había esperanza, que el tiempo que le quedaba no era más que una ilusión.

Pero una parte de ella, la más silenciosa y aterradora, le susurraba que la verdad estaba frente a sus ojos.

No supo en qué momento se quedó dormida, pero despertó sobresaltada cuando sintió unas manos moviéndola ligeramente por los hombros. En cuanto distinguió la figura de Levi frente a ella, acercó sus rodillas al pecho y se cubrió los ojos con las manos, intentando ocultarle que había estado llorando entre sueños y, al mismo tiempo, tratando de calmar su respiración acelerada.

Sin embargo, Levi tomó sus manos con delicadeza y las apartó de su rostro con la mirada fija en ella, seria pero sin rastro de juicio.

—¿Qué pasó? —preguntó con suavidad, aunque el leve ceño fruncido mostraba su preocupación. Sabía que Alyssa estaba intentando esconder algo, y eso solo incrementaba su inquietud.

Alyssa, incapaz de sostener esa mirada tan directa, buscó refugio en sus brazos, enterrando su rostro en el hueco de su cuello. Sentirlo cerca le ofrecía un alivio inmediato, incluso si no quería que él viera cuánto la había afectado.

—No es nada. Solo fue... una pesadilla —susurró, como si necesitara convencerlo a él y a sí misma. Luego, tratando de cambiar de tema, añadió:—. Creí que habíamos quedado en que debías descansar. ¿Qué haces despierto a estas horas?

Se apartó ligeramente, con la intención de suavizar el ambiente. Sus labios se acercaron a los de Levi, pero cuando sintió cómo se tensaba bajo su tacto, desvió el beso hacia su mejilla. ¿Había sido demasiado pronto para un gesto tan íntimo? No estaba segura, pero tampoco quería que él retrocediera emocionalmente después de lo que habían compartido.

Antes de que pudiera decir algo más, Levi la interrumpió con un tono algo torpe, pero lleno de intención.

—En ese caso, no tienes de qué preocuparte. Solo fue un mal sueño, como dices. Y, para responder a tu pregunta... no creerás que iba a quedarme tranquilo sabiendo que estabas sola afuera. —Su expresión se suavizó mientras sus manos tomaban el rostro de Alyssa, atrapando su mirada—. Después de todo lo que ha pasado, no puedo evitar sentirme inquieto cuando sé que no estás cerca.

Alyssa lo miró, sorprendida por su sinceridad. Y entonces, él se inclinó para besarla, un gesto cálido y torpe al mismo tiempo, como si aún no supiera cómo manejar esa conexión que sentía con ella.

—Si te hace sentir mejor, puedes contármelo —murmuró contra su frente, antes de plantar un suave beso allí—. Pero creo que sería mejor hacerlo dentro del cuartel. Hace frío, y no quiero que te enfermes.

Levi la ayudó a levantarse, y Alyssa no tardó en abrazar su brazo tan pronto estuvo de pie. Esa cercanía era tan propia de ella: cálida, emocional, llena de vida. Quizá, de no ser por Alyssa, probablemente Levi habría seguido manteniendo sus sentimientos enterrados en algún rincón de su corazón.

Y aunque su pesadilla seguía viva en su mente, Alyssa decidió no compartirla. Aquello había sido más una visión que un sueño, una de esas advertencias tan características de los semidioses. Pero había sido tan aterradora que prefería fingir que no era real. Sabía que era culpa suya por haberse quedado dormida sin tomar su té especial, ese toque de magia que solía utilizar para mantener a raya las visiones. Desde que había llegado a este mundo, había reprimido sus sueños proféticos con ayuda de la magia, pero esta vez, al bajar la guardia, su mente le había jugado una mala pasada.

Consciente de que no quería hablar de su sueño, cambió de tema, retomando las conversaciones nocturnas que solían compartir antes. Mientras caminaban juntos hacia el cuartel, las palabras fluían con naturalidad como si no hubiera nerviosismo de por medio. Cada frase y cada mirada parecían un recordatorio de que, a pesar de los desafíos y las dudas, tenían algo especial que los conectaba, algo que ni las pesadillas podían romper. Y mientras hablaban, Levi no pudo evitar observarla de reojo. Cada palabra que decía, cada sonrisa fugaz que le regalaba, lo desarmaba de formas que jamás habría imaginado. Había algo en su forma de ser, tan luminosa, que lograba disipar las sombras que él había cargado durante años. Alyssa era una fuerza que no solo lo hacía querer protegerla, sino también proteger lo que habían construido juntos, aún cuando no tuviera claro cómo expresar todo lo que sentía.


















Jean no esperaba que Gianna fuera tan rápida. Bastaron unos minutos, los que se quedó hablando con Kaz y Reen, para que ella desapareciera de su vista. Sin embargo, la conocía lo suficiente como para intuir dónde podría estar.

Pasó de largo los establos y, tras unos pasos más, encontró el Árbol de las Eternas Sombras. Su imponente altura lo hacía inconfundible, y el suelo alrededor estaba cubierto de hierba suave y flores diminutas que parecían cambiar de color con las estaciones. Ese lugar siempre le había parecido mágico, como si sus raíces absorbieran los recuerdos de las personas que se acercaban a él.

Desde lejos, la vio con los dedos rozando la corteza del árbol, como si cada surco fuese una historia que intentaba leer. Por un instante, dudó si debía interrumpirla. Gianna tenía esa calma aparente que no dejaba entrever lo que realmente pensaba, pero Jean conocía su impulsividad. Después de lo que la había visto hacer hace un momento, le preocupaba lo que pudiera estar pasando por su mente.

—Me gustaría acompañarte, ¿puedo? —preguntó con delicadeza, acercándose con pasos lentos.

Gianna suspiró. No quería ser grosera, pero también deseaba estar sola... o al menos eso quería creer.

—Creí que te había perdido la pista. —Su tono fue neutral, aunque alzó una ceja con una leve sonrisa—. No quiero sonar engreída, pero algo me decía que ibas a venir a sermonearme.

A pesar de que sabía que ella no podía verlo, Jean levantó las manos en un gesto de defensa.

—Solo quería saber cómo estás. Además, no es difícil deducir dónde puedo encontrarte. Siempre vienes aquí. El árbol es precioso, sí, ¿pero por qué este lugar es tan especial para ti si...?

—¿Si no puedo ver todo su esplendor? —completó ella, sin molestarse. Su sonrisa se amplió, mostrando los dientes—. Quizás no lo vea, pero puedo percibirlo de muchas formas. Este árbol parece mágico. Su corteza robusta y lo ancho de su tronco me hacen imaginar lo enorme que es. Cuando el viento sopla entre sus ramas, produce un sonido melódico, como si el árbol cantara. Las hojas largas y suaves que caen me transportan a un paisaje que voy construyendo en mi mente. Me gusta imaginar cómo son las cosas, aunque nunca pueda estar segura de cómo lucen en realidad.

Gianna borró su sonrisa, reemplazándola por una expresión melancólica. Estaba recordando los días en los que aún podía ver el mundo con claridad.

— No siempre fui ciega, ¿recuerdas? Y eso me ayuda a imaginar con más claridad cómo son algunas cosas...

La expresión de Jean se suavizó aún más. Sentía culpa por haberla llevado, sin querer, a esos recuerdos. Sabía que su pérdida de visión había sido causada por los hombres que la secuestraron, quienes le arrojaron algo a los ojos. Aunque Gianna nunca pudo describir qué era, debía de haber sido algo terriblemente corrosivo.

Se acercó con cuidado y tomó sus manos para guiarla a sentarse en el pasto junto a él.

— Este árbol... Ha estado aquí por generaciones. Hasta le pusieron un nombre: el Árbol de las Eternas Sombras. —Jean miró hacia la copa mientras continuaba—. Mide unos cincuenta metros, con una copa tan amplia que cubre casi treinta metros de diámetro. La corteza, como bien has notado, es rugosa y cálida, con vetas plateadas que brillan bajo la luz de la luna.

Gianna lo escuchaba atentamente, casi podía sentir la imagen que él pintaba tomando forma en su mente.

—Sus ramas son largas y arqueadas, como si contaran historias del paso del tiempo. Y sus hojas... Son verdes esmeralda durante el día, pero en la noche brillan como si atraparan la luz de las estrellas. Ah, y las raíces, esas que sientes ahora, son como caminos que invitan a quedarse. Las cubren musgo y pequeñas flores luminiscentes. Según dicen, este árbol guarda los recuerdos del tiempo y las personas. Pero lo de los frutos que hacen recordar momentos olvidados... es mentira, ya lo probé. —Jean terminó con un tono divertido, logrando arrancarle una sonrisa a Gianna.

Ella dejó escapar una suave risa y sus mejillas se sonrojaron al sentir cómo Jean guiaba sus manos hacia su rostro.

—Adelante, puedes verme a través de tus manos. Yo te ayudaré con lo demás.

Con una mezcla de nervios y emoción, Gianna recorrió sus facciones con sus dedos: las líneas de su mandíbula, la forma de sus labios, hasta su cabello. Al rozar su rostro, Gianna se permitió imaginar más allá de lo que sus dedos alcanzaban. En su mente, reconstruía cada facción con una precisión que solo alguien privado de la vista podía lograr. Jean la observaba con una calidez inusual, permitiéndole explorar cada detalle de él. Cuando Gianna llegó a su pecho, su respiración vaciló, y apartó las manos, temiendo haber cruzado un límite invisible. Jean compartió el nerviosismo, pero se aclaró la garganta para aliviar la tensión.

— Tengo el cabello corto y castaño, mis ojos son marrones y... creo que mido 1.82. Aunque con lo que nos hace entrenar el capitán Levi, seguro me he encogido un poco. —Su tono juguetón arrancó una carcajada de Gianna.

A partir de ese momento, la conversación fluyó con más facilidad. Jean comenzó a describir con detalle a sus compañeros, las monturas y el cuartel, mientras Gianna escuchaba y se reía, dejando que su imaginación tejiera un mundo lleno de color y vida en su mente. A medida que Jean describía a cada persona, Gianna se sumergía en las imágenes que él pintaba con palabras. En su mente, Levi parecía más intimidante que nunca, y el comandante Erwin le recordaba un lobo listo para atacar. Soltó una risa suave cuando Jean intentó describir a Alyssa: '...Y bueno, ella... brilla. Literalmente. Si alguna vez la ves enfadada, corre, porque es capaz de lanzarte lo que sea.' Gianna soltó una carcajada más sonora esta vez, disfrutando del momento. Ese tipo de interacción, tan sencilla y normal, le daba una sensación de estabilidad que hacía tiempo no experimentaba. Jean, con su habilidad para traer la vida cotidiana al presente, le recordaba lo tangible que podía ser el mundo, incluso para alguien que no podía verlo.

Mientras las imágenes seguían formándose en su mente, Gianna sintió que, por un instante, el peso de la oscuridad que siempre la acompañaba se desvanecía, dejando espacio para algo más ligero: esperanza. Sus manos, temblorosas pero decididas, recorrieron el rostro de Jean una vez más, deteniéndose en el contorno de sus labios con una delicadeza que lo dejó sin aliento. La cercanía entre ambos era palpable; su respiración acariciaba la piel de Jean, dejándolo paralizado y, al mismo tiempo, haciéndolo sentir más vivo que nunca.

Jean no pudo evitar ceder a ese momento. Sin pensar, dejó que sus manos encontraran su cintura, llevándola hacia atrás con cuidado hasta que ambos quedaron sobre el pasto blando. La miró intensamente, apartando un mechón de cabello de su rostro mientras su mente se debatía entre la inseguridad y el deseo. Es ahora o nunca, pensó. Pero justo cuando estaba a punto de besarla, Gianna desvió el rostro, dejando a Jean congelado en el intento.

El rubor en las mejillas de Gianna no pasó desapercibido, pero tampoco el silencio incómodo que se instaló entre ambos. Jean retrocedió ligeramente con el calor de la vergüenza recorriéndole el cuerpo.

—Lo siento —murmuró, claramente afectado, mientras apartaba la mirada.

Gianna, sin embargo, estiró su mano, tomando la de él antes de que se alejara del todo.

—No, Jean. Yo... —sus palabras se quedaron a medias mientras luchaba por ordenar sus pensamientos—. ¿De verdad me quieres? —preguntó al fin con la voz cargada de una timidez poco habitual en ella—. Porque, para entender el corazón de una persona, debes ser honesta.

Jean parpadeó, sorprendido por la pregunta. Su mente se llenó de dudas, pero su corazón ya tenía la respuesta.

—Sí —respondió al cabo de unos segundos que parecieron eternos—. Supongo que es algo obvio, pero claro que te quiero.

Gianna bajó la mirada, y aunque sus labios esbozaron una sonrisa, esta estaba cargada de melancolía. Jean podía notar que algo la inquietaba profundamente.

¿Es suficiente una declaración de amor cuando sabes que la otra persona no conoce toda la verdad? Esa pregunta resonó en la mente de Gianna mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Por un lado, le reconfortaba saber que Jean la apreciaba. Pero, por el otro, se debatía entre aceptar esa respuesta como un consuelo o enfrentar el peso de lo que significaba para ella.

Sin embargo, esa ilusión pesaba más de lo que podía soportar. Gianna no quería que él la amara por algo falso, por un reflejo distorsionado de quien realmente era. Ella anhelaba ser amada en su totalidad: con sus secretos, con sus sombras, con la verdad cruda de su existencia. Sin mentiras, sin máscaras. Porque, a pesar de sus errores, Gianna sabía que no quería construir su conexión con Jean sobre cimientos de engaño. Ella deseaba algo real, algo genuino, incluso si eso significaba arriesgarse a perderlo para siempre.

Jean la observaba en silencio, percibiendo que algo estaba ocurriendo dentro de ella. Antes de que pudiera decir algo, Gianna finalmente rompió el silencio:

—¿Eso quiere decir que confías en mí? —preguntó, casi en un susurro.

Jean frunció el ceño, confundido.

—¿No debería hacerlo?

—Esa no es una respuesta.

Él suspiró profundamente, sin saber a dónde quería llegar con aquella conversación.

—Claro que confío en ti, Gianna.

Ella soltó un suspiro profundo, una mezcla de alivio y temor reflejada en sus ojos. Si él confía en mí, ¿no debería confiar yo también en él? Pero aún así, las dudas la asaltaban. Decirle la verdad significaría exponerlo a un mundo que él no entendía, un mundo que ella apenas podía controlar.

Finalmente, Gianna levantó la mirada, más decidida que antes.

—Hay algo que debes saber —comenzó, con voz seria—. Pero, antes de decírtelo, necesito que me prometas que esto quedará entre nosotros. Lo digo en serio, Jean. Nadie, absolutamente nadie, debe saberlo.

Jean la miró, su preocupación incrementándose con cada palabra.

—¿Tan grave es?

Gianna tomó una profunda respiración.

—Lo suficiente como para que, si prefieres no saberlo, esta sea tu última oportunidad de marcharte. Pero si decides quedarte y escuchar... ya no habrá vuelta atrás. Pues llevarás contigo el peso de algunas vidas.

Él la miró detenidamente, sin duda su expresión seria le decía que la situación era delicada. Pero tenía curiosidad y quería a Gianna a su lado así que le desmostraría que él podría ser una persona en la que ella pudiera confiar.

— De acuerdo, lo prometo.

—Bien, voy a confiar en ti —Gianna se detuvo, mordiéndose inconscientemente la lengua. Incluso su cuerpo parecía advertirle que aquello era una mala idea. Sin embargo, su corazón le insistía: si quería que alguien la amara realmente, debía ser sincera, no esconderse detrás de las mentiras que había construido para encajar—. La verdad es que fue solo un hombre él que me quitó la vista.

Jean la miró con atención, captando la seriedad en su voz.

—Ese hombre era un hechicero. Me uní a sus filas hace unos años porque, en ese momento, nuestros ideales parecían alinearse. Yo... ya no tenía un camino que quisiera seguir. Había perdido a mi hermana, y con ello, el rumbo de mi vida cambió por completo. Durante un tiempo, todo estuvo bien con él, pero luego encontré algo diferente.

Jean arqueó una ceja, pero no interrumpió.

—Encontré una nueva familia. Personas con quienes quería quedarme, con quienes podía construir algo. Quise dejar atrás aquellos grandes planes que una vez compartí con él... Pero desertar no era algo que ese hombre pudiera aceptar. Cuando entré a su círculo, me hizo jurar lealtad eterna. Un juramento que decía que, si lo rompía, perdería lo que más amaba.

La voz de Gianna tembló ligeramente, pero continuó.

—En ese momento, no pensé que tuviera nada que perder. Mi hermana ya no estaba. ¿Qué más podía arrebatarme? Bueno... jamás imaginé que el precio sería mi vista.

El dolor en su rostro era evidente, y Jean sintió un nudo en el estómago.

—Estaba furiosa. Lo dejé, incluso dejé a esa nueva familia. No quería involucrarlos en problemas que no les correspondían. Vagué sola durante mucho tiempo, sin rumbo, hasta que escuché un rumor. Decían que una persona había caído del cielo. Sabía quién era por la descripción, y sabía que esa información interesaría a alguien: a él.

Gianna apartó la mirada, como si admitir lo siguiente fuera más difícil que todo lo anterior.

—Fue entonces cuando vi una oportunidad. Un camino de esperanza que podría recorrer. Volví con él. Le conté lo que había escuchado, le supliqué que me devolviera la vista a cambio de esa información. Por supuesto, aceptó... pero no sin condiciones. "Te devolveré la vista si haces exactamente lo que yo te diga", me dijo.

Jean la escuchaba con una mezcla de sorpresa y preocupación, pero siguió sin decir una palabra.

—Acepté sin dudarlo. Y entonces ideé un plan para acercarme. El mago solo quería información sobre esa persona caída del cielo, así que la atraje a una cueva para que pudiera encontrarme "por casualidad". Me uní a su misión mintiéndole desde el principio. Sí, fui una traidora. Pero... solo con esa persona.

Gianna alzó las manos en un gesto defensivo, como si intentara justificarse ante el juicio que sentía en los ojos de Jean.

—El mago ni siquiera estaba interesado en ustedes. Y en ese entonces, yo ni siquiera los conocía. —Dijo aquello como si fuera una excusa suficiente, aunque su tono dejaba entrever la duda.

—¿Y luego? —preguntó Jean, con un tono grave.

—Luego... el tiempo pasó. Me encariñé. Me encariñé con ustedes. Y cuando vi el estado en el que esa persona regresó hace unos días y después de casi provocar la muerte de mi superior, ya no quise saber nada más.

Se quedó en silencio por unos segundos, sintiendo como si unas las sombras danzaran a su alrededor.

—Es irónico, ¿no? Siempre que siento que algo está seguro entre mis manos, lo pierdo. Mi hermana, mi vista, mi libertad... y ahora... —Se calló, mordiéndose el labio inferior. No quería terminar esa frase.

—Esa persona... Esa persona descendida del cielo es Alyssa, ¿verdad? —cuestionó Jean, mientras su mente trataba de procesar todo. Llevó una mano a su cabeza, sintiendo que la cantidad de información lo sobrepasaba—. ¿Pero por qué? ¿Por qué la espiabas? El hombre enmascarado... ¿también lo conocías, no es cierto? —gruñó, cada palabra cargada de desconfianza.

—Alyssa va a matarme, pero sí, es ella —admitió Gianna, mordiéndose el labio con frustración—. No debería decirte esto porque no es mi secreto, pero... el hechicero y ella son hermanos.

—¡¿Qué?! —exclamó Jean con un grito ahogado entre sorpresa e incredulidad—. ¿Y ella lo sabe? ¿Se lo has dicho?

—¡Por supuesto que lo sabe! Tampoco la creas tan inocente —reclamó Gianna, como si desviar la culpa pudiera aliviar la situación—. Recuerdas que estuvo preguntando por Alabaster, ¿verdad? Bueno, ahí tienes tu respuesta. —Suspiró, consciente de que no debía haber involucrado a Alyssa en todo esto desde el principio—. Ella lo está buscando, pero se quedó con ustedes porque teme que algo les pase si los deja solos.

—Espera... ¿"cayó del cielo"? Esa no fue la manera en que la encontramos —señaló Jean con el ceño fruncido—. Ella apareció de repente, sin memoria. ¿O quieres decir...?

—Quiero decir que aún no he terminado de contar mi historia —respondió Gianna, trazando líneas en la tierra con los dedos, como si eso la ayudara a evadir la mirada de furia que Jean le dirigía—. Jean, esto es muy difícil para mí y...

—Y quiero saber todo. Todo, Gianna.

Gianna dejó escapar un largo suspiro.

—Tenías razón. Alyssa y yo no somos de este mundo. No pertenecemos al mundo mortal, al de ustedes. Nuestros padres son... seres divinos. Sé que eso puede sonar magnífico, y quizás nuestras habilidades te den la razón. Pero esto viene con un precio, porque no todos los seres divinos son buenos. Ni siquiera nuestros propios padres.

Jean permaneció en silencio, su mirada fija en Gianna. Frunció el ceño, intentando procesar sus palabras. Por un instante, pensó que quizás ella le estaba jugando una broma. Pero el tono de su voz, cargado de una seriedad que pocas veces había escuchado, y la sombra en sus ojos, lo desarmaron. Esto no era una mentira. No podía serlo.

—A sus ojos, somos solo carne de batalla. En tu mundo pueden existir los titanes, pero en el mío no solo hay eso, sino monstruos ansiosos por derrocar a los seres divinos y destruir cualquier rastro de ellos. Y nosotros, sus hijos, somos parte ese rastro. Estamos en medio de esa batalla, junto con otras criaturas que deben defenderse si no quieren morir en ese conflicto.

Se detuvo, buscando las palabras adecuadas para continuar.

—Vas a tener que disculparme si no te cuento más, Jean. Pero la razón por la que Alyssa no quiere que hable de esto es porque saber de la existencia de nuestro mundo te convierte en parte de él. Te lo digo porque aquí, en este mundo, estás a salvo. Pero si más personas se enteran, nuestros padres tendrán autoridad sobre este lugar.

Jean frunció el ceño, confundido.

—¿Qué significa eso?

—Ellos existen donde son conocidos. El que sepan de ellos les da poder —explicó Gianna, con un tono sombrío—. Mientras menos se enteren, mejor. Así que esto debe quedarse entre nosotros. Por tu bien, Jean. Yo... necesitaba decírtelo porque, si me querías como dices, necesitaba que fuera por lo que realmente soy, no por lo que te estoy dejando ver. —Su voz tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Y además... estoy cansada. Me siento tan sola.

La confesión escapó de sus labios junto con un sollozo ahogado, como si no pudiera contener más el dolor que cargaba en el pecho.

—No he hablado con nadie de cómo me siento en mucho, mucho tiempo —continuó, mientras las lágrimas caían con fuerza—. Sé que, por ser semidioses, solemos ser solitarios, pero estoy segura de que a nadie le gusta. Yo lo aborrezco. Nuestra vida ya es una mierda. ¿Tenemos que pasarlo solos también? ¿Sin ningún hombro en el cual llorar?

Su voz se quebró aún más.

—Yo no soy Alyssa. No soy fuerte emocionalmente como para guardarme las cosas. No puedo. Y, además, quiero que me ames sabiendo el desastre que soy.

Jean se sintió paralizado, viendo cómo el dolor de Gianna se desbordaba. Todo lo que acababa de escuchar estaba desordenando su mente. Ella no solo era un ser complejo con secretos profundos, sino que todo lo que él pensaba saber sobre ella y Alyssa parecía desmoronarse frente a sus ojos. Sintió un nudo en el estómago y el pecho, como si la verdad lo estuviera aplastando lentamente, pero, al mismo tiempo, su corazón seguía latiendo con fuerza por ella.

No estaba seguro de qué sentía exactamente. ¿Miedo? ¿Confusión? Sí, pero también... un deseo incontrolable de protegerla. A pesar de todo lo que le había contado, a pesar de la pesada carga de secretos, él no quería apartarse de ella. Pero ¿cómo podía amar a alguien que venía de un lugar que se sentía lejano y oscuro? ¿Cómo podía confiar en ella cuando sus propios sentimientos habían sido manipulados por su falta de conocimiento sobre quién era realmente?

—Lo siento, lo siento mucho, Jean —dijo Gianna entre sollozos con la voz quebrada—. Lamento haberte mentido. Lamento haberte metido en este lío.

Jean la miró, su rostro era un reflejo de contradicciones. Por un lado, la confusión seguía atormentándolo, pero por otro, la necesidad de consolarla, de calmarla, crecía dentro de él. La rabia o el miedo, aunque presentes, se veían opacados por algo más profundo: el deseo de estar allí, de no dejarla sola.

—Basta —susurró él con suavidad, extendiendo su mano temblorosa para acariciar su mejilla—. Agradezco que me lo hayas dicho, Gianna. Es solo que... todo esto es demasiado para procesar. Ahora entiendo por qué ustedes se ven tan diferentes. La teoría de Armin parecía razonable, pero esto... ¿ustedes siendo semidiosas? Apenas puedo creerlo. Aunque, por más loco que suene, mientras más lo pienso, más sentido tiene. Lo único que explica por qué son tan fuertes... es eso.

Gianna no dijo nada, pero en su pecho se formó un nudo, una mezcla entre gratitud y desesperación. Podía sentir que él no entendía todo lo que implicaba este peso, la verdad que ella había estado arrastrando durante tanto tiempo. ¿Cómo podría hacerlo? Él solo veía lo superficial. Pero el dolor de su alma ya estaba a la vista, y algo en Jean comenzaba a reconocer lo que había estado oculto durante tanto tiempo.

Jean hizo una pausa antes de añadir:

—Ahora que lo mencionas, y como dije hace unos días, siempre sentí algo diferente en ustedes. Incluso en el hombre enmascarado. Tú emanas luz, una calidez casi palpable, como si estuvieras rodeada de un aura amarilla que refleja honestidad y bondad. Alyssa, en cambio, tiene algo etéreo, casi sobrenatural; parece mágica, y sus ojos verdes... son como un portal a un mundo que no alcanzo a comprender. Y ese hombre... su presencia está envuelta en sombras, en una oscuridad que parece consumirlo todo.

Gianna dejó escapar una risa cansada. Tanto Alyssa como ella sabían que era difícil ocultar su verdadera esencia a los mortales. Era evidente que todos percibían, aunque de forma vaga, que ellas eran algo más. Pero nadie se imaginaba que existía un mundo completamente diferente al suyo.

—Cada uno hereda los poderes de su padre o madre divina. ¿Quieres otra prueba de mis palabras? —dijo mientras se levantaba y sacaba un pequeño frasco de su bolso.

Jean la observó con atención mientras ella se acercaba al árbol y cortaba un poco de su tallo. Luego, murmuró unas palabras que él no pudo entender. De repente, un líquido dorado comenzó a fluir hacia la botella que Gianna había acercado.

—Esto es ambrosía —explicó—. Un líquido curativo para los semidioses, aunque en pequeñas cantidades. No vayas a beberlo, porque seguramente es mortal para ustedes. —comento con hincapié en su última frase. Señaló el corte que tenía en su pierna antes de beber el líquido, Jean se asombró cuando vio como aquel corte se fue desapareciendo poco a poco—. Fue un alivio descubrir esto. Me estaba quedando sin suministros. Honestamente, Alyssa se lo acababa casi todo.

Jean sonrió débilmente, reconociendo el intento de Gianna de aliviar un poco la gravedad de la situación.

—Te creo —respondió Jean, asintiendo con firmeza. Luego la miró con seriedad—. Solo tengo una duda más. ¿Qué pretendía el hermano de Alyssa? Dices que él no tenía intención de meterse con nosotros, pero ¿cuáles eran sus planes?

Gianna sonrió de lado, admirando la tenacidad de Jean.

—Sus ideales y los de ustedes son bastante parecidos. Busca libertad. Anhela paz, como tú y como yo. Pero digamos que su camino ya no es el mismo. Ya no parece preocuparse por el bienestar de los demás... solo por el suyo propio.

—Ya veo —dijo Jean, pensativo. Aunque las piezas encajaban lentamente, algo en su interior seguía vacío, como si aún quedara una verdad más por desvelar.

—Es por todo esto que me estuve peleando con Alyssa hace un rato —confesó Gianna, con la voz quebrándose levemente—. Supongo que el miedo me ganó, porque ahora que le dije a Alabaster que ya no voy a seguir dándole información, estoy segura de que hará algo. Ya ni siquiera me importa lo que pueda hacerme a mí, pero solo de pensar que podría involucrarlos a ustedes... me da escalofríos.

Gianna tomó aire profundamente, como si buscara el coraje necesario para seguir adelante. Entonces, con un gesto suave pero decidido, entrelazó sus dedos con los de Jean. La calidez de su contacto era reconfortante, y la conexión entre ambos se sentía más real que nunca, como si todas las barreras que los separaban estuvieran empezando a caer.

—¿Me sigues queriendo, Jean? —preguntó con una vulnerabilidad que rara vez mostraba, su tacto buscaban desesperadamente una respuesta de él.

Jean no respondió de inmediato. La pregunta le golpeó el corazón, pero también lo hizo dudar. ¿Qué significaba "seguir queriendo" en este contexto? ¿Podía seguir amando a Gianna después de todo lo que había descubierto?

Sin embargo, las palabras salieron de su boca sin pensarlo demasiado:

—Quiero creer en ti... —susurró Jean, la confusión adornó su voz, pero también una determinación naciente—. A pesar de todo esto... quiero creer en ti.

Tomó su mano y la llevó a su rostro, guiándola suavemente para que pudiera "verlo" a su manera. Era su forma de decirle que no había barreras entre ellos.

Gianna dejó escapar un suspiro tembloroso mientras sus dedos exploraban las facciones de Jean, buscando la verdad en su tacto. Sintió la calidez de su piel, la fuerza en su mandíbula apretada, y el latido acelerado que parecía vibrar a través de él. Antes de que pudiera decir algo más, Jean inclinó ligeramente la cabeza hacia adelante, permitiendo que sus labios encontraran los de ella.

Fue un beso lento, cargado de emociones contenidas: aceptación, promesas, y una chispa de consuelo que no habían sentido en mucho tiempo. Para Gianna, fue un ancla en un mar de dudas. Para Jean, un paso hacia lo desconocido, pero uno que estaba dispuesto a dar.

Cuando se separaron, Gianna apretó con fuerza la mano de Jean, como si con ese gesto pudiera transmitir todo lo que sus palabras no alcanzaban a expresar.

—Gracias... —murmuró ella, dejando que sus labios formaran una débil sonrisa.

Y aunque ambos sabían que los desafíos estaban lejos de terminar, en ese momento compartieron algo irrompible: una sensación de fortaleza renovada.



Honestamente, no creí que el capítulo fuera a quedar demasiado largo. Quise reducirlo pero entre más lo leía, más salían cosas que necesita agregar jajajaja y sentía que si o si tenían que ir de la mano con todo esto.

Nuestras dos semidiosas comienzan a sentir verdaderamente la incertidumbre y el miedo que está por venir y aunque las dos son completamente diferentes en todos los sentidos saben perfectamente que necesitan la ayuda de la otra.

Cuando comencé a escribir a Gianna era un psj secundario sin más, pero a medida que avanzaba y me imaginaba como sería en la historia le tome demasiado cariño. Ya sabía que quería darle un pequeño romance a Jean, pero las palabras brotaron y les dediqué medio capítulo jajan't

¿En fin que les pareció? Estamos en un punto donde la intensidad ha bajado (en cuanto a batallas) pero creo que es donde más podemos conocer a los personajes (al menos los que son creados por mi)
¿Tienen alguna teoría o duda? Déjenmelo saber!

¡Nos vemos!
—B.

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