Capítulo VIII
FRAGMENTOS DE ORGULLO
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El día de la boda de la princesa Rhaenyra con Ser Laenor Velaryon había llegado, y el ambiente en Desembarco del Rey estaba cargado de anticipación y tensión. Rumores y alianzas se tejerían ese día con el potencial de dirigir el destino de los Siete Reinos en caminos inciertos e inexplorados. Susurros corrían por todas partes como corrientes de viento casi inadvertidas, entre los cortesanos, guardias y sirvientes.
El sol poniente se filtraba a través de las ventanas abiertas de los aposentos de Elayne, pintando destellos dorados y anaranjados en las paredes de la habitación. Ela, en silencio pensativo, observaba a través de la ventana la capital, mientras su doncella le ayudaba a prepararse para la boda. El susurro suave de las telas del vestido y el tintineo de joyas llenaban el espacio. Lollys se movía con efectividad dominada con el tiempo que ha pasado sirviendo a la hermana de la reina, acostumbrada a que esta se perdiera en sus pensamientos melancólicos más veces de las que le gustaría nombrar.
El vestido de Elayne, un exquisito tejido de seda y satín con detalles dorados, resaltaba su elegancia a pesar de su aura desganada. En esta ocasión, Lollys optó por dejar el cabello de su lady suelto y naturalmente ondulado, sin hacer los rizos en las hebras chocolate como en tiempos pasados y muy cercanos, cuando Elayne debía hacerse pasar por Alicent.
Elayne estaba lista para la celebración, luciendo tristemente hermosa con su atuendo y su cabello enmarcando un rostro serio, cansado. Sus ojos oscuros reflejaban la carga de decisiones difíciles y lealtades divididas, de treguas frágiles y conexiones marchitas. Deber, sacrificio y lealtad... Qué condena cargar con culpas ajenas que mancillaron su inocencia y la empujaron al juego más peligroso de todos.
—He terminado, mi lady —anunció Lollys, dando un paso hacia atrás por detrás de la hermana de la reina.
—¿Sin rulos? —preguntó al girarse, alzando una de sus manos para tocar su cabello, observando su reflejo en el espejo con detenimiento.
—Sin rulos, mi lady —aseguró la doncella con un asentimiento de cabeza.
Elayne soltó un suspiro pesado que estuvo lejos de aligerar la presión sobre sus hombros. En ese momento, por alguna razón que no pudo reconocer, recordó las palabras de aquella anciana sin ojos, que de alguna manera pudo ver su interior. «Vuelve a tu lugar, Elayne Hightower. Todavía es un lugar y a él perteneces.»
No era Alicent. Era... Elayne. Y sin embargo, habían días en los que le costaba diferenciarse de quien no era, a través de algo tan simple como unos rizos en su cabello.
—Gracias —susurró en un hilillo de voz y se levantó para luego dirigirse a la puerta.
—Lady Elayne —la llamó su doncella antes de que saliera de la habitación.
—¿Sí?
—A veces, mi señora, me pregunto cómo hace para mantenerse fuerte en medio de todo esto —dijo Lollys con voz suave. Se acercó a la joven y ajustó el pliegue del vestido de para que estuviera completamente liso
Elayne se mantuvo en silencio por varios segundos, la pregunta de su sirvienta personal la tomó desprevenida y, aún así, supo que tenía la respuesta en la boca sin siquiera tener que pensar mucho en ello. Su mirada se perdió en el umbral entre sus aposentos y el pasillo. Había días en los que la carga de secretos y le pesaba tanto que parecía aplastarla, pero se había acostumbrado tanto a obligarse a mantener la compostura, como si fuera la única barrera entre la estabilidad y el caos.
—Es mi deber, Lollys —respondió Elayne entonces, su voz apenas más que un susurro cargado de resignación—. Proteger a la familia, y proteger al Reino.
Lollys asintió con comprensión, aunque la preocupación brillaba en sus ojos.
—Pero, lady Elayne, ¿qué pasa con su propio corazón? ¿Cómo hace para mantenerlo intacto en medio de todo esto?
Casi cede al impulso de soltar una risa fría y amarga que podría haber tenido el poder de apagar todas y cada una de las antorchas del corredor. ¿Su corazón? Siquiera todavía tenía alguno, yacía muerto y marchito, dejando detrás de sí un hoyo negro que solo podía llenarse con la promesa del bienestar de Aenys. Pero incluso así, Elayne a veces temía que no tuviera las fuerzas suficientes para que este vacío se llenara con emoción, cualquier emoción.
Elayne se giró hacia su doncella con una expresión sombría pero decidida.
—El corazón es lo último de mis preocupaciones, al igual que lo debería ser mi consciencia, Lollys.
La hermana de la reina tenía la idea ferviente, o quizás errónea, de que el corazón debe ser sacrificado por el bien mayor. Lo que importaba no era el dolor que sentía cada mañana al abrir los ojos, sino las decisiones que tomaba para proteger a aquellos que creía amar.
La sirvienta bajó la mirada, sus manos temblando con ligereza, y soltó el vestido de Ela.
—Entiendo, mi lady.
Con un gesto de despedida, Elayne salió de la habitación, dejando a su doncella con la mirada perdida en la puerta entreabierta.
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—El rey no estará contento. Justo a la mitad de su discurso —comentó Ser Harwin a su hermano menor, lord Larys, poniéndose de pie como todos los demás presentes en el Gran Salón.
Elayne, sentada junto a él, apenas movió los labios, apretando las manos una contra la otra, en un gesto más reflexivo que nervioso. Sabía que Ser Harwin observaba, como siempre lo hacía, pero ella se tomó la libertad y el atrevimiento de permanecer con sus ojos fijos al frente. No tenía intenciones de ceder a entablar una conversación, no cuando las palabras parecían más pesadas que el silencio.
Sin embargo, se encontró a sí misma hablando:
—Estoy segura de que el rey Viserys no le dará importancia —replicó en un tono bajo, casi como si hablara consigo misma—. Nunca lo ha hecho.
Pudo sentir la mirada de Harwin clavada en su perfil, persistente pero sin ser intrusiva. Sin embargo, Ela mantuvo su vista fija en los nobles que llenaban la sala, en las sonrisas vacías y las reverencias automáticas que se hacían a la corona. Era un teatro que había aprendido a interpretar desde hacía tiempo, uno que ella misma había ayudado a escribir, aún cuando su papel se sentía cada vez más ajeno e insignificante.
—¿Y usted? —preguntó el caballero Quebrantahuesos, inclinándose ligeramente hacia ella—. ¿También lo dejaría pasar?
La joven se salvó de tener que pensar en una respuesta pronto, dado que el heraldo anunció el nombre de su hermana y esta bajó los escalones de la entrada para caminar por todo el centro del Gran Salón. Los murmullos no se hicieron esperar. Corrientes de voces con palabras enredadas llegaban a los oído de Elayne, más ella se limitó a bloquear el ruido, incluso cuando las miradas de algunos nobles, sorprendidos al ver en primera fila tal parecido que existía entre ellas, fue insistente y molesta.
Aún así, Ela estaba sorprendida al ver a Alicent usando un vestido con los colores de su casa y no la de su esposo. El cambio del rojo y negro al verde era notorio y ella no fue la única que pareció descifrar el mensaje implícito que la elección demostraba.
—El fanal de la torre. ¿Sabes que color brilla cuando los Hightower llaman a sus abanderados a la guerra? —inquirió lord Larys.
—¿Verde? —dijo Ser Harwin. A pesar de haber hecho una pregunta, el tono usado fue obvio, y la mirada que le dirigió a Elayne un segundo después fue igual de penetrante e insistente desde que ella tomó asiento a su lado.
La mirada de la joven chocó con la del caballero en ese momento, pues ella no pudo evitar girar la cabeza, como si hubiera necesitado asegurarse con sus propios ojos que tales palabras habían sido dichas por los dos hermanos Strong. El aire quedó atascado en su garganta, y el movimiento en su cuello al tragar con dificultad fue observado de cerca por el hombre que parecía tener la habilidad de incendiar su pecho con su sola presencia.
—Me parece peligroso hacer suposiciones así, es una boda —dijo ella, turnando su mirada de Ser Harwin a lord Larys. Apenas las palabras terminaron de salir de su boca, se arrepintió. Sonaban tan vacías y banales que pronto carecieron de sentido incluso para ella.
—Una boda que forma una alianza muy fuerte —señaló el menor de los Strong, haciendo un sutil gesto con su cabeza hacia la mesa alta, donde estaba la familia real. El rey Viserys retomó su discurso, aunque lo dejó corto luego de la interrupción de la reina—. Dragones y flotas. ¿Quién podría oponerse a tal poder?
—Alguien valiente —susurró Elayne apartando la mirada de los hermanos, encontrando el mantel de la mesa mucho más interesante.
Harwin sonrió como si ella hubiera dicho la cosa más tierna y absurda. Tal vez lo había hecho, pero solo porque tenía presente la frágil tregua con su hermana. Debían evitar el ascenso de la princesa Rhaenyra al trono para proteger a los niños. Al fin y al cabo, la joven heredera ya había revelado su verdadera naturaleza, mintiendo sin reparo a quien debería haber considerado una amiga, casi una hermana. Elayne temía la impulsividad de Rhaenyra en cualquier día ordinario, pero pensar en su influencia cuando Aenys estaba en juego le congelaba la sangre de puro terror.
—O muy estúpido, mi señora —apuntó Ser Harwin, moviendo su cuerpo para inclinarse cerca a la derecha de la joven. El hombre pareció inspirar profundo, su ancho pecho inflándose con la acción que no pasó desapercibida por la fémina—. La valentía ciega puede convertir a cualquiera en mártir, sin siquiera haber hecho un... cambio notorio u honorable.
—Las grandes cosas empiezan por las más pequeñas, ¿no lo cree, Ser? —inquirió Ela, volviendo a alzar su mirada. No comprendió sus ganas de enfrentar al caballero en ese momento. Quería demostrar su punto, pero no a él, sino a sí misma, a su propia mente y corazón, solo que el heredero de Harrenhal pareció dispuesto a escucharla y desafiarla en esos momentos. No era por nada más en específico.
—Tiene razón, mi lady —concedió el hombre, su mirada intensa sobre la de ella—. Cosas pequeñas como un beso, ¿verdad?
Elayne presionó sus labios juntos al tiempo que un escalofrío recorrió su espalda de arriba a abajo. Su mirada descendió de los ojos del hombre hacia su boca, el vello de su barba perfectamente cuidado, formando un cuadro tan tentador como peligroso.
—Un beso no significa nada —se forzó a susurrar. Una vez más, sus palabras carecieron de convicción y sustancia.
Y Harwin lo sabía a la perfección. Aquella sonrisa gentil y ladeada lo demostraba.
—¿Acaso no le han dicho de los peligros que atrapan a un hombre por culpa del beso de una mujer bella?
—Me parece que esos supuestos peligros no son nada a comparación de...
Elayne calló cuando por el rabillo del ojo vio a la reina acercarse a la larga mesa derecha de los invitados, donde ella compartía con su familia y los Strong. El caballero no pareció notarlo en un principio, aunque frunció el ceño ante el silencio repentino de la joven.
—Mi lady...
—Majestad.
Lord Hobert Hightower se levantó de su asiento para saludar a su sobrina, luego de haber hablado. Ela apenas le hizo un gesto con los hombros al Ser Harwin para después girarse y centrarse en lo que de verdad importaba. Según ella, claro está.
Elayne tenía razón. Un beso no significaba nada. No podía significar más que un recuerdo de una noche que deseaba olvidar. Aunque la emoción quería rebelarse contra la razón, Ela era una joven con una firmeza admirable que en realidad se asemejaba a una cárcel de oro. Con todos los privilegios que una dama de su posición podía disfrutar, el sufrimiento y la desdicha tocaba a la puerta cada mañana.
—Tío, agradezco que vinieran —contestó Alicent, su voz gentil y su porte firme y elegante.
—Admito que estaba preocupado que te marchitaras bajo el sol de Desembarco del Rey, debido a la ausencia de tu padre. Pero tú eres fuerte. —Turnó su mirada entre las gemelas, extendiendo un brazo hacia Ela, quien se acercó un poco más—. Las dos lo son.
Elayne asintió en agradecimiento, su mirada concentrada en la de su hermana.
—Gracias, tío —dijo la Reina, cruzando sus ojos con los de Ela. Inclinó la cabeza con sutileza y Ela correspondió al gesto.
—Recuerda que Antigua está contigo —aseguró lord Hobert.
Las gemelas volvieron a mirarse entre sí.
Esperaban que eso fuera suficiente.
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El resplandor de las antorchas reflejaba los colores vivos de los atuendos, mientras los invitados se movían en sincronía, celebrando la unión de la princesa Rhaenyra y Ser Laenor Velaryon. Elayne permanecía a un lado, de pie y recostando su cuerpo contra una columna de mármol. Observaba la escena con una frialdad que solo ella sabía mantener, aún cuando el ambiente parecía invitarla a soltarse. La sonrisa en su rostro era tan incómoda como su postura.
Dirigió su mirada hacia la mesa alta, donde pudo ver al rey Viserys en su lugar, conversando con su consejero y Mano del Rey, lord Lyonel Strong, mientras que Alicent permanecía sentada a su izquierda. Si no fuese por el sutil movimiento de los hombros de su hermana al respirar, Ela podría decir que la Reina era tan solo una imagen bonita, una estatua a la cual admirar sin esperar que tuviera sueños o pudiera tomar elecciones.
Esos lujos, al parecer, pertenecían al más poderoso.
Pero ya no más. No más.
—Lady Elayne —la voz grave y profunda de Ser Harwin rompió el muro de sus pensamientos, haciéndola girar de golpe hacia él como si despertara de una ensoñación. Él no hizo comentario alguno al respecto—. ¿Me concede este baile?
La aludida se encontró con su mirada, notando el brillo sutil en sus ojos, esa chispa que había percibido en incontables ocasiones ya. La propuesta, sencilla y directa, contenía una tensión implícita que no se podía ignorar. Su pulso se aceleró de manera inevitable, pero su rostro se mantuvo impasible. Hizo una leve inclinación de cabeza, aceptando con una elegancia distante, a pesar de saber que hubiese sido mejor para los dos si ella se negaba.
—Sería un honor, Ser Harwin.
Cuando el caballero tomó su mano y la guió hacia el centro del salón donde decenas de personas se movían al ritmo animado de la música, Elayne tan solo se pudo concentrar en el calor que irradiaba de su toque, mas se obligó a no ceder como lo hizo una vez, en la boda de su hermana. Sus movimientos, aunque fluidos, eran controlados, una muestra de su resistencia a dejarse llevar por lo que claramente latía entre ellos a pesar del tiempo. El heredero de Harrenhal la miraba con una intensidad que nunca se había molestado en ocultar, pero Elayne, firme en su decisión por mantener una distancia cortez, mantenía su expresión inmutable.
Incluso cuando su corazón amenazaba con forzar la puerta de la cárcel en su pecho.
—No parece disfrutar de la celebración —comentó él, sus palabras ligeras, pero cargadas de una observación más profunda.
Sus manos, fuertes y capaces de cosas que se podían considerar atroces, se posaron en su cintura y la atrajeron hacia él, mucho más cerca de lo que habría sido considerado apropiado. El movimiento se sintió demasiado íntimo, delicado, pues él parecía seguir siendo muy consciente del control que tenía sobre su fuerza.
—Hay muchas formas de disfrutar algo sin demostrarlo abiertamente —respondió ella, sin mirarlo, decidiendo fijar su atención en los demás danzantes.
¿Por qué de repente desconfió tanto de sus propios impulsos estando en los brazos del caballero Quebrantahuesos?
Nadie tenía la mirada puesta en ellos, a nadie le interesaba lo que podrían estar haciendo o diciendo alguno de los dos. Elayne pronto descubrió que no tuvo la fuerza suficiente para alejarse, sino que sus manos se aferraron al elegante jubón azul rey que usaba el hombre.
—Tal vez... —Harwin hizo una pausa, tirando con gentileza de su cintura para guiarla en un giro suave—, pero a veces, las emociones que intentamos esconder son las que nos delatan.
—Yo no estoy tratando de esconder nada, Ser Harwin.
—¿No? —Él arqueó una ceja, su sonrisa ladeada sugería lo contrario mientras sus manos mantenían un contacto apenas gentil pero firme en su cintura. La música continuaba, y los cuerpos a su alrededor giraban al ritmo festivo de la celebración—. Sus ojos dicen otra cosa.
Ela se irguió como si sus palabras no le afectaran en absoluto a pesar de que en el fondo sabía que era mentira. La tensión entre ellos crecía con cada paso compartido, el peso de lo no dicho colgando en el aire como una tormenta a punto de desatarse.
—Mis ojos no le conciernen, Ser Harwin. Mis emociones son... irrelevantes.
—¿Lo son? —insistió él, su voz baja, lo suficientemente cercana para que solo ella pudiera oírla. Había algo en la suavidad de su tono que amenazaba con desarmarla—. Lo irrelevante no suele cambiar tanto a las personas de la noche a la mañana.
«Si no me besa, Ser Harwin, me temo que tendré que ser yo quien tome la decisión por los dos» había dicho una Elayne sedienta y desesperada por sentir y experimentar algo que ella misma hubiera decidido por sí. Porque lo quiso. Porque prefirió ser egoísta.
Pero eso había sido todo. Tenía que serlo y no dejarse aferrar por el recuerdo del roce de sus labios sobre los suyos. Habían pasado años, y el fantasma de ese beso escogió esta noche para volver a atormentarla sin piedad.
Elayne apretó los labios, sus ojos enfocados en un punto más allá de él. Sabía lo que estaba haciendo, tratando de desenterrar aquello que ella misma había enterrado bajo capas de obligación y deber. Pero no podía permitirse ceder, no cuando todo lo que amaba dependía de su fortaleza.
Aenys. Alicent. Aenys.
Ella apretó los labios una vez más y dirigió su mirada hacia la de él, encontrándose con unos ojos que parecían atravesar todas sus defensas. El ambiente a su alrededor, la música, los murmullos, se volvieron un eco distante. El ritmo entre ellos cambió, no en el baile, sino en esa tensión palpable que parecía envolverlos, pero antes de que Ser Harwin pudiera decir alguna otra palabra, una conmoción estalló al otro lado del salón.
Gritos y risas se mezclaron con una ola creciente de empujones. El clamor del caos interrumpió el ambiente festivo cuando un grito agudo de horror cortó en medio de la música. Elayne no podía ver nada desde su posición, pero supuso que serían varios hombres, claramente ebrios, envueltos en una riña sin sentido. Los movimientos torpes de los involucrados desataron una cadena de confusión entre los presentes. El salón que había sido escenario de celebración se transformó en un desorden.
De inmediato sintió cómo Harwin la soltó, su atención desviada hacia la conmoción con un ceño fruncido.
—¡Rhaenyra! —escuchó el grito del rey Viserys, quien de inmediato se había puesto de pie en la mesa alta.
Ela tropezó cuando una pareja la empujó a un lado y luego escuchó el estruendo de copas quebrándose al caer al piso.
—¡Harwin! —gritó la Mano del Rey, haciendo un gesto con la cabeza, a un lado del esposo de Alicent.
Parpadeó confundida cuando Harwin, sin pensarlo más de un latido, desapareció de su lado, abriéndose paso con facilidad entre la multitud para llegar hasta la princesa. Elayne observó cómo la levantaba con una facilidad que solo él poseía, sacándola de la muchedumbre mientras las personas empujaban y gritaban a su alrededor. A medida que se alejaban, Elayne sintió una punzada aguda en su pecho, una mezcla de desamparo y celos que le heló la sangre. Por un momento, se sintió invisible, olvidada.
Con los puños apretados, decidió no quedarse allí, sin importancia, en medio del caos. Trató de abrirse paso por la multitud, empujando con firmeza a quienes la rodeaban. A cada paso, la sensación de ignorancia y herida crecía dentro de ella, sus pensamientos envueltos en la imagen de Harwin llevándose a Rhaenyra lejos, mientras ella quedaba atrás.
Un sacudón y golpe en su lado izquierdo le hizo volver a tropezar, lo que le hizo pisar esta vez su propio vestido hasta desgarrar la falda. Habría caído al suelo si no hubiera chocado con otras personas que también huían de la conmoción con desespero. Sentía el sudor correr por su cuello, la garganta apretada mientras luchó por recuperar el equilibrio lo más pronto posible, pero todo a su alrededor se convirtió en un borrón de colores que la llevaron de regreso a aquella noche en las calles de Desembarco del Rey.
Pero esta vez las antorchas permanecían en sus lugares, colgando de los muros, no había un dragón de tela persiguiéndola y, aunque no sabía el nombre de la mayoría de personas ahí reunidas, no eran unos desconocidos totales. Rescató el tejido del vestido arruinado en aras de mantener la modestia, aunque las enaguas habían sobrevivido, y luchó por salir de ahí.
Finalmente, cuando apenas lograba alcanzar el borde del gentío, chocó de frente contra alguien. La fuerza del impacto la hizo tambalearse, pero antes de caer, una mano firme la sujetó por el brazo. Alzó la vista, esta vez dispuesta a maldecir a los Siete Infiernos a quien fuera que la había detenido en su camino, pero toda palabra se ahogó en cuanto reconoció a Ser Harwin.
—Lady Elayne —murmuró él, su respiración agitada pero su mirada fija en ella—. ¿Está bien?
Ela lo miró, su pecho subiendo y bajando por el esfuerzo, pero su orgullo herido la mantenía rígida. El hecho de que hubiera regresado por ella no aliviaba la sensación de abandono que había sentido. Aún así, no pudo evitar notar la preocupación genuina en sus ojos, como si lo que había pasado entre ellos antes de la conmoción aún colgara en el aire.
—Estoy bien —respondió, su voz más cortante de lo que había planeado—. No necesitaba su ayuda.
Harwin frunció el ceño, claramente notando el tono de su respuesta, pero no se apartó. Elayne quiso apartar su brazo, romper el contacto que la hacía sentir vulnerable, pero la firmeza de su agarre no cedía.
—No lo hice por obligación —dijo él, su tono bajo pero decidido—. Regresé por usted.
Pero ella cerró los ojos un momento, intentando contener el remolino de emociones que la atravesaban. Había algo en su confesión que la desarmaba, que la hacía tambalearse en su control.
—Espero que la princesa se encuentre bien, Ser Harwin —respondió, su tono gélido.
Harwin la soltó en ese momento, sus ojos buscando los de ella una última vez, antes de asentir con una leve inclinación de cabeza. Sin embargo, en su expresión había algo más que aceptación; había una promesa implícita, un rastro de determinación que Elayne no podía ignorar del todo.
Y cuando él se alejó de nuevo, el vacío que dejó detrás fue más abrumador de lo que ella esperaba.
NOTA DE AUTORA
Después 84 años, este fic ha vuelto a revivir y con mucho drama y tensión, como debe ser, porque todo será tragedia en esta historia ok
¿Qué les parecieron los tortolitos bien pendejos, negándose a acercarse demasiado porque creen que su momento ya pasó? (:
Aquí nos desligamos un poco de la serie y nos basamos un poco en el libro, so... el amante de Laenor sigue vivo. Se viene torneo y más dramaaaaa
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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