Capítulo V
UN JURAMENTO SIN HONOR
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Para Elayne existía un pasado remoto y otro mucho más cercano. Podía diferenciarlos a la perfección, pues estaban establecidos a través de la mirada moldeada de su propio padre, que por medio de sus órdenes revestidas en sugerencias, lograba sus objetivos y convertía a sus propias hijas en peones. Lo que en algún momento fue un juego de gemelas, dejó de serlo en el instante en el que la Mano del Rey se las ingenió para convertirlo en el engaño más grande de todos.
Elayne no podía ser Elayne. Elayne debía ser Alicent más veces de las que estaba dispuesta a fingir. Y es que lo peor de todo era que no podía ser ninguna de las dos sin dejar algo de sí, un algo que nadie más conocía, ni siquiera ella pero que de todas formas lograba percibir en su interior, desgastándose poco a poco.
Haberle dado al reino un posible heredero no era suficiente. Haber rendido su vida, su felicidad y esencia tampoco lo fueron. Elayne solo sabía sobrevivir el día a día sin un ápice de emoción que le pudiera arrebatar una sonrisa. El único momento feliz y consciente de su vida existía, pero había pasado hacía tanto que muchas veces le era difícil distinguir entre memoria o fantasía, entre lo real y lo ficticio. ¿Qué marcaba la diferencia entre recordar o imaginar? Su mente muchas veces quedaba corta con respecto a eso, por lo que prefería la realidad a pesar de esta ser efímera como un suspiro.
No obstante, descubrió que había suspiros más largos que otros y que preferir la realidad muchas veces era solo una condena.
—No puedo hacerlo —contestó empuñando sus manos a ambos lados de su cuerpo, de manera que se enterró las uñas en las palmas de sus manos por la presión y tensión—. Se dará cuenta que no soy Alicent.
—Con todo lo que su majestad ha estado tomando, no importará —insistió Otto entre dientes, mientras dirigió una mirada calculadora alrededor. Nadie parecía estarles prestando atención, mucho menos cuando se encontraban reunidos tan al fondo y las risas y conversaciones de los presentes eran cada vez más ruidosas—. Llévalo a la tienda privada y deja todo a oscuras. Comparte su lecho si es necesario, yo me encargaré de que no haya molestias en los alrededores.
—No lo haré —contestó Ela, ganándose una mirada sorprendida y airada por parte de su progenitor—. No estamos en la Fortaleza Roja, la gente lo va a notar.
Sin hacer ningún comentario sobre lo dicho por su hija, Otto la agarró con fuerza de la muñeca izquierda y la obligó a caminar consigo fuera del lugar. La joven apretó los labios y agachó la cabeza en sumisión, aunque fue más que todo bajo la idea de no causar una escena innecesaria, o que su padre viera sus ojos brillantes por lágrimas que no se permitió dejar que resbalaran por sus mejillas. Ya había llorado demasiado por todas las veces que su lealtad y amor ciego la llevaron a perderse a sí misma.
Una vez llegaron a un espacio poco iluminado y sin nadie cerca, usando la oscuridad de la noche a su favor, se detuvieron. Sin embargo, el agarre de Otto sobre su brazo no desistió. Si algo, Elayne estaba convencida que de hecho se hizo más fuerte. Si movía la mano hacia un lado que no debía, de seguro el maestre la estaría atendiendo al final de la noche.
—Necesito, Elayne, que recuerdes lo que hablamos hace tres años en mi estudio —dijo su señor padre con severidad—. El nacimiento de Aegon ha terminado con quince años de dudas e incertidumbre. Él es el futuro del reino, nació para gobernar Poniente.
La joven parpadeó varias veces seguidas, estupefacta. Su corazón pareció llegar a un estado estático antes de volver a latir con vehemencia. El dolor en su muñeca evitó que sus rodillas cedieran bajo el peso de las palabras de Otto.
—¿Aegon? —exhaló confundida—. ¿Y Aenys...?
La mirada de la Mano del Rey no cambió en absoluto, aunque su agarre en su muñeca la dejó de aprisionar con fuerza innecesaria hasta que por fin la soltó. Inmediatamente, ella acercó su mano a su pecho y por encima de la tela de su vestido acarició la zona adolorida.
—Por supuesto —contestó él con aquella voz apacible que utilizaba tanto con el rey. Al ver que su hija volteó el rostro, esta vez, al tomarla del mentón, lo hizo con mayor consideración—. ¿No te complacería? ¿Tu hijo siendo rey?
Ela cerró los ojos un momento, sintiendo cómo comenzaba a ceder a las redes de su padre con tan solo unas palabras.
¿Acaso eso era posible? ¿Que Aenys se sentara en el Trono de Hierro cuando Aegon existía? ¿Incluso cuando ellos dos y Alicent sabían que Aenys solo había sido un plan de precaución, que era un bastardo?
¿Siquiera su progenitor sabía con cuál de sus dos hijas estaba hablando? Porque Elayne ya no estaba segura de ello.
—Supongo que cualquier madre querría eso —contestó luego de haber vuelto a mirar a Otto.
—Es necesario. Tu hermana lo comprende también. Las dos saben qué le sucedería al Reino si la princesa Rhaenyra es quien se convierte en soberana.
—Pero todos se hincaron ante ella —recordó la joven—, al igual que los Hightower.
Sus palabras no hicieron nada para cambiar las intenciones de su padre. Nunca sucedió y supo que nunca pasaría. Otto simplemente la observó unos segundos en silencio para luego adoptar aquella postura característica de él. La espalda recta, cabeza inclinada en señal de servicio y con la manos en la parte anterior de su cuerpo, una agarrando la otra.
—Es el primogénito del rey. Negar que él es el heredero al trono es refutar las leyes de dioses y hombres —repuso con tranquilidad, aunque su hija pudo ver la tormenta en sus ojos claros—. Tu deber es ayudar a tu hermana a que el rey razone respecto a esto.
Una vez más, ella no pudo evitar sobre pensar las palabras que él usó. Hablaba en singular, de un solo hijo, sin considerar al otro. Parecía que Aenys no existiera. Aun cuando el mismo Otto le dio la tarea de engañar al rey y al resto de la corte, en su manera de hablar y manejar las situaciones le indicaron lo peor a Elayne.
Si su hijo no tuviera los ojos violeta, ¿qué habría sido de él? ¿De ella? ¿Y si hubiera tenido una hija y no un niño?
No supo si todavía le era posible hundirse aún más en su miseria, no obstante, pronto encontró la respuesta cuando asintió con la cabeza y dijo de manera obediente:
—Sí, padre.
La media sonrisa de Otto fue casi tan amable como le era posible expresar. Elayne aguantó la respiración cuando lo vio alzar su mano derecha para posarla con frialdad paternal sobre su mejilla cálida y suave. El tacto no le sorprendió, pero sí que asentó algo helado en su pecho.
—Mi dulce Elayne, sé que puedo confiar en ti —aseguró con suavidad.
Ella trató de devolverle la sonrisa, quizás para tratar de sentir que estaba haciendo algo bueno, empero solo curvó los labios sin intención y desvió la mirada. El toque de su padre desapareció y pudo escuchar sus pasos alejándose de ahí.
Una vez se quedó sola en las sombras, soltó un suspiro que se tambaleaba entre alivio o el inicio de un lloriqueo. Se acarició la muñeca lastimada una vez más y dio unos cuantos pasos para que las antorchas encendidas afuera la iluminaran, saliendo así de la protección de las paredes de la tienda. Permaneció con la mirada gacha mientras se dirigió hacia la gran fogata encendida en casi todo el centro del campamento. Todavía no se sentía lista para perseguir al rey. Tal vez él seguiría bebiendo y, por más que le molestara admitirlo, su padre tenía razón: le resultaría más sencillo hacerse pasar por Alicent, quien dentro de poco daría luz al siguiente príncipe o princesa Targaryen.
No supo bien cuánto tiempo pasó. Bien pudieron haber sido tan solo unos minutos, como también una hora entera. Elayne se alisó las faldas de su vestido, enderezó su espalda y alzó el mentón. Estaba lista para ir a buscar a su doncella para que le colaborase en convertirse en la reina otra noche más. Debía cambiar su vestido por otro que tuviese los colores de la casa del dragón, además de recoger su cabello ondulado en el estilo que su hermana lo llevaba ese día. De seguro también podría encontrar una manera de abultar su vientre bajo el vestido.
—¿Está todo en orden, su majestad?
La voz de Alicent la tomó desprevenida. Sintió su corazón en la garganta y permaneció quieta. A través de la llamas de la gran fogata, apenas pudo darse cuenta que tanto Viserys como la reina se encontraban justo al otro lado. Sin embargo, ninguno de los dos advirtió su presencia como ella sí notó la de ellos. Escuchó el sonido característico de la armadura de la guardia del rey a su diagonal derecha, por lo que caminó hacia su izquierda para alejarse, más no se retiró de allí.
—Yo la nombré heredera para proteger al reino de Daemon —contestó el monarca y Ela no pudo evitar quedarse quieta a escuchar con suma atención—. Era mi única hija. La nombré por amor porque ya no creía...
—¿Creía qué, mi amor? —inquirió Alicent.
Elayne se encogió en su sitio por la elección de palabras de su hermana.
—Muchos en mi linaje son jinetes de dragón, pero muy pocos han sido soñadores —continuó el rey. Su voz no tenía la firmeza de alguien sobrio—. ¿Cuál es el poder de un dragón junto al poder de una profecía?
—Se hace tarde, esposo.
—Cuando Rhaenyra era una niña, yo lo vi en un sueño, tan vívido como estas llamas. —De repente, el hombre miró directamente a Elayne a través del fuego y esta se quedó paralizada. Sin embargo, el rey no pareció ser consciente de ello.
»Mi hijo varón, portando la corona del conquistador.
Exhaló de repente como si alguien acabara de impartirle un golpe al abdomen. Su primera idea fue ir donde su padre y contarle lo escuchado, no obstante, algo la hizo permanecer en su sitio, observando a Viserys y a su hermana. Aenys fue quien ocupó todos y cada uno de sus pensamientos. Las ideas numerosas que comenzaron a plagar sus pensamientos le resultaron injustas e insoportables.
Oficialmente eran dos principitos, mellizos. ¿Qué tan importante sería mantener aquella fachada cuando todo lo que llevaba escuchando esa noche era cómo Aegon encajaba en todo? Para no romper con la tradición, lo lógico es que el heredero sea el mayor de ellos dos, que indudablemente era Aenys, pero él fue quien terminó heredando más rasgos Hightower que Targaryen.
Su existencia no era solo una amenaza para la princesa que alguna vez llamó amiga, sino que también lo era para el hijo de su hermana.
La conclusión era quizás demasiado precipitada, pero no imposible. ¿Qué mayor sufrimiento podría encontrarse que ver a Aenys muerto?
Y es que cuando se trataba del hijo indeseado que no podía llamar suyo... comprendió entonces que la necesidad de protegerlo del entorno al que ella misma lo trajo, resultó siendo mucho más grande que la lealtad que alguna vez creyó inquebrantable.
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El campamento volvió a estar en movimiento bien entrada la mañana del día siguiente. Elayne emergió de su tienda acompañada de su doncella, vestida de manera sencilla pero que aun así era acentuada por detalles dorados y delicados. Lollys esta vez se encargó de peinar su cabello en un modelo recogido, bastante típico en el sur y lo más parecido al de Alicent, omitiendo la red de oro que por lo general sostiene los rizos de la reina.
Observó los alrededores hasta que notó la larga mesa apostada enfrente de la carpa principal. Algunas damas de la corte ya estaban sentadas tomando el desayuno, entre ellas su hermana, quien mecía en sus brazos a un cómodo y entretenido Aegon. Ela y su acompañante compartieron una rápida mirada entre sí, luego, cuando la joven Hightower emprendió camino hacia la mesa, Lollys se retiró. Seguramente ya sabría qué vestido rojo con negro y dorado le serviría esa noche.
—Lady Elayne Hightower.
La voz masculina la sorprendió. Se giró hacia el hombre, no sin antes haber notado la extraña mirada de su hermana sobre ella, tan solo un instante antes de que Ela la desviara.
—Lord... Redwyne —completó luego de haber reconocido el emblema que el hombre portaba en su vestimenta , justo en su pecho. Se veía mucho más elegante y preparado para un festín que para un segundo día de caza. Trató de sonreír con cortesía a pesar de tener un gran presentimiento de incomodidad.
»Aunque no creo que hayamos sido presentados oficialmente —agregó justo después de que el contrario le dirigiera una mirada sorprendida y al mismo tiempo satisfecha—, el racimo de uvas fue una buena pista.
Era un hombre poco atractivo. A pesar de tener la contextura y porte de un comandante, carecía de encanto en su rostro. Los ojos hundidos y juntos, bastante pequeños a comparación de su quijada cuadrada y algo ladeada.
—Tiene razón, mi lady —concedió él con una sonrisa torcida—. Y admito que me tomó desprevenido. Lord Jon Redwyne —se presentó entonces, inclinando la cabeza hacia ella con interés, tomando sus palabras como una invitación.
Ela comenzó a jugar con los dedos de sus manos, solo para poder tener algo con lo que entretenerse, una excusa para mirar a otra parte. No lograba ser la más experta en cuanto a relacionarse con alguien del sexo masculino, empero podía diferenciar unas actitudes de otras y algo le decía que el cabecilla de una de las casas más importantes del Dominio tenía algo en mente.
—¿Está disfrutando de la celebración, mi lord?
—Absolutamente.
En cuánto su inesperado acompañante dio un paso más cerca a ella, no pudo evitar reprenderse a sí misma en su interior. No quería seguir ahí, sin embargo lo único que Elayne sabía hacer sin siquiera tener que pensarlo, era ser complaciente. No rechazar, ser cortés y atenta por encima de cualquier molestia propia. Estaba acostumbrada a entablar agradables conversaciones y pretender que pasaba los mejores momentos con personas que no le interesaban, que llegado un momento la usaban con tal de ganarse el favor de la reina para luego olvidarla.
—Y déjeme confesarle que una de las razones es por ese maravilloso vino que hemos traído de El Rejo. ¿Alguna vez, mi lady, ha visitado la isla?
—Lamento decirle que no he tenido el placer, incluso he estado en Antigua muy pocas veces.
—Entonces va siendo hora de arreglar eso, ¿no cree?
—¿Disculpe?
Elayne sintió su corazón comenzar a acelerarse en su pecho. Tragó saliva solo para darse cuenta que tenía la garganta seca de repente. El corsé de su vestido empezó a apretar más.
Su reacción fue sonreír con ligera ironía al tiempo que dirigió su mirada a su entorno, una clara señal de auxilio que nadie notaría. Una gran parte de ella esperaba no escuchar lo que creía que iba a escuchar. Sus sospechas estaban tomando forma y el sentirse atrapada o indignada no lograban describir por completo las emociones que la inundaron, amenazándola con ahogarse bajo la tempestad.
—Estoy seguro que a mi hermana le encantaría tenerla como invitada especial en nuestro castillo ancestral, en donde podría probar nuestras mejores reservas o tal vez aprender cetrería; lo que desee estará a su disposición —comentó cruzando sus manos detrás de su cuerpo.
—Eso es muy amable de su parte, mi lord, pero...
—Podría partir de Antigua y atravesar el Canal de los Susurros, le aseguro que el viaje es de lo más ameno, sobre todo con la magnífica flota que posee mi casa —le interrumpió de inmediato, como si no la hubiese escuchado. Elayne captó aquello y selló sus labios en otra forzada sonrisa—. Sería un honor recibirla, lady Hightower, o tal vez... ¿como lady Redwyne?
Retroceder fue inconsciente, pero necesario. ¿Cómo negarse sin ofender a un orgulloso lord? ¿Cómo podría siquiera alejarse sin tener que dar respuesta a tan directa pregunta? La edad del hombre claramente indicaba que no tenía el tiempo ni la paciencia para esperar, ni siquiera para cortejarla de una forma propia aparte de esa conversación que terminó siendo unilateral.
Su padre no podría haberle hecho eso, mucho menos cuando la noche anterior le indicó que debía estar con Viserys como Alicent. No había razón para que Otto la quisiera lejos de las Tierras de la Corona.
Mientras que lord Redwyne esperó su respuesta con paciencia, Ela miró hacia la mesa en la que todavía se encontraba la reina con su hijo. Alicent no se molestó en fingir que no observaba aquella fatídica charla con tanto interés. Así fue como obtuvo la respuesta a su anterior duda.
—¿Y bien? —presionó el señor de El Rejo en cuanto se cansó del silencio de la joven.
—Mi lord, yo...
—¡Justo el hombre que estaba buscando! —intervino un tercero, acercándose a la pareja por la derecha de la fémina.
Tanto lord Jon como Elayne, se giraron hacia el dueño de la voz masculina, fuerte y ronca.
Un escalofrío recorrió la espalda de la joven en cuanto sus ojos oscuros y nerviosos conectaron con los ajenos. Ser Harwin Strong se veía tan apuesto con su atuendo de caza como con un traje elegante. El emblema de los Strong también estaba bordado en su pecho, mostrando un tripartito de azur, gules y sinople, representando el Forca Azul, el Forca Rojo y el Forca Verde. Ciertamente lucía mucho más humilde que Redwyne, con sus rizos apenas domados por un descuidado recogido que enseñaba y marcaba aún más sus atractivos rasgos.
A comparación de la última vez que Elayne lo vio tan de cerca, no le fue difícil distinguir que ahora llevaba una barba y bigote más espeso. Era obvio lo mucho que el hombre había madurado luego de poco más de dos años. Ya no era solo un soldado de la Guardia de la Ciudad. Y ella ya no era ni siquiera una inocente doncella.
—Ser Harwin —saludó lord Redwyne, viéndose incómodo e irritado. Sus ojos observaron al contrario de arriba abajo, empero el heredero de Harrenhal no correspondió su mirada y la dejó fijada en Elayne—. Estoy seguro que...
—El rey Viserys desea su presencia para la caza del ciervo blanco —repuso sin todavía dedicarle aunque fuese una corta mirada.
La joven tampoco pudo ofrecerle a lord Jon la cortesía de ello, puesto que se sintió aprisionada bajo aquellos iris azul grisáceos que, bajo la luz del sol mañanero, se mostraron sinceros y transparentes.
—Gracias por el aviso, ser Harwin —cedió casi entre dientes—. Pero lady Elayne me debe una respuesta a...
—No creo que sea pertinente hacer esperar a la comitiva ni al rey, lord Redwyne —dijo Harwin con simpleza.
Cuando Ela por fin pudo mirar al señor de El Rejo al rostro, no se esperó encontrarlo rojo de la indignación e irritación. La paciencia del hombre pareció agotarse de repente, puesto que sin siquiera musitar una palabra para despedirse, les dio la espalda y se retiró. Un peso desapareció de sus hombros. Respirar no fue tan problemático.
No obstante, su alivio fue corto.
—¿No debería ir usted también, ser Harwin? —preguntó al ver que el castaño oscuro no mostró intención de seguir al otro hombre.
—No tengo tanta prisa. —Se encogió de hombros y luego se cruzó de brazos. La tela y el cuero de su vestimenta se vieron en aprietos con aquella imponente postura—. Además, no podía dejarla sola cuando ha sido tan obvio que necesitaba ayuda.
—Estoy perfectamente bien —contestó con el ceño fruncido. Tuvo que detenerse de tomar la misma posición defensiva que el caballero.
—¿Lo estaba? —inquirió ladeando la cabeza hacia su derecha—. Curioso... su sonrisa en ningún momento fue tan abierta o encantadora como esa noche en la boda real.
Su tono de voz bajó considerablemente al pronunciar las últimas palabras. Elayne supo que se sonrojó por el calor que azotó su rostro luego de que su corazón se saltó un latido.
—Ocurrió hace mucho tiempo —expresó con suavidad, como si aquella palabras fueran un secreto.
Harwin pareció sopesar sus palabras con mayor atención de la que a ella le habría gustado. Por un instante, en su mente nació el temor de que él pudiera descubrir todas y cada una de sus mentiras con tan solo una de sus miradas atentas.
Él por su parte, justo después de descruzar sus brazos, estiró una mano para enredar uno de los mechones que enmarcan el rostro de Elayne en sus dedos. Sus labios se curvaron bajo la sombra del vello facial, satisfecho de haber encontrado lo que buscaba, aunque ajeno al efecto que produjo en la gemela de la reina. Ella seguía siendo igual de suave que aquella noche en que se convirtió en su perdición.
—Mi lady —dijo a modo despedida para luego dejar caer su mano a un lado de su cuerpo y se alejó.
El haber evitado al caballero con éxito por tantas lunas, no fueron suficientes para menguar su encaprichamiento, mucho menos para olvidar aquel beso compartido. Elayne en definitiva reconocía en su pasado momentos de felicidad, no obstante, había ignorado casi que por completo que uno de esos momentos fue protagonizado por Harwin Strong.
Así fue como determinó entonces que sus deseos irracionales de acercarse a él amenazaban con nublar su juicio. Ella era muy consciente que eso no ayudaría en absoluto a proteger a Aenys Targaryen de su propia familia.
NOTA DE AUTORA
Lamento la demora, pero la vida se metió en el camino.
Quiero dejar bien claro que en este capítulo hay diálogos que no me pertenecen, sino que fueron tomados de la serie para la trama de este fanfic. También me tomé la libertad de ponerle nombre a lord Redwyne, además de una hermana en vez de esposa, que creo que es así en la serie. La idea es que sea una opción para Elayne ahre
Por cierto, nuestra protagonista está mostrando sus primeros impulsos suicidas que la están arrastrando a terreno peligroso, con respecto a la sucesión del Trono de Hierro. A pesar de que las cosas van algo lentas, sin duda se irán complicando. Y Harwin, te amamos ok.
Muchas gracias a las bellas personas que todavía sigan por ahí, lo aprecio montones. En verdad espero que la espera valga la pena (:
Este capítulo va dedicado a la grandiosa debbie_cavill por tremendo regalo sorpresa que ha hecho para esta historia. Todavía estoy organizando el apartado de gráficos y no alcanzo a publicarlo hoy, pero se pueden pasar por su moodbard shop y ver el arte que hace (al igual que escribiendo sus historias)
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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