Capítulo IX
LA VERDAD Y OTRAS MENTIRAS
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Elayne no pudo dormir.
Pasó mayor parte de la noche dando vueltas entre las sábanas de algodón, mirando el techo o apreciando la oscuridad. El eco del caos de la noche anterior seguía resonando en su cabeza, como un tambor que no cesaba de golpear. Las sombras de la madrugada la encontraron sentada junto a la ventana de sus aposentos, envuelta en un manto que apenas contenía el frío de sus pensamientos. Más allá de los muros de la Fortaleza Roja, el alba comenzaba a teñir el cielo con un resplandor tenue robando destellos brillantes a las picas que coronaban el adarve, pero dentro de ella, solo reinaba la penumbra.
Había revivido cada instante en un bucle: los gritos, los empujones, la sensación de estar atrapada en un mar embravecido, y luego, el rostro de Harwin, tan cerca que casi podía sentir su aliento. Pero lo que más le pesaba no era la violencia o la confusión. Era la forma en que el caballero había cargado a la princesa Rhaenyra, protegiéndola sin dudarlo, mientras ella quedaba atrás, invisible y sola.
Ela apretó los labios, intentando ahogar el nudo que amenazaba con cerrar su garganta. Sabía que era irracional sentir celos, pero la punzada seguía ahí, tan afilada como una daga. Después de todo, ella era consciente que no tenía ningún derecho a sentirse de esa manera. Cualquier cosa que pudo haber existido entre ella y el caballero había muerto hacía tiempo ya. Ahora solo quedaban cenizas de lo que no fue, tangible y, aún así... inexistente.
Soltó un suspiro pesado que no hizo nada para aliviar la presión en su garganta, contempló cómo se filtraba la luz del sol mañanero a través de la pequeña apertura de las cortinas. La luz pálida bailaba sobre su regazo, una línea fina que curiosamente cortaba en el lugar exacto donde tenía sus dedos entrelazados entre sí. No obstante, no pudo hundirse más en su hoyo cuando unos golpes insistentes llamaron a su puerta, interrumpiendo con la tranquilidad aparente de su espacio.
Sabía de antemano que no podía ser Lollys. Su doncella por lo general no hacía acto de presencia hasta más tarde en la mañana, por lo que no dudó en ponerse en pie para ir a abrir la puerta.
—Debemos hablar.
La Reina entró a sus aposentos como un corrientazo de aire, inesperado pero demandando ser sentido, aún vestida con su bata de dormir. Su cabello estaba desordenado y sus ojos, ligeramente enrojecidos, traicionaban una noche de inquietud. Sus palabras fueron apremiantes, dejando a Elayne anonadada, todavía de pie a un lado de la puerta, su mano sosteniendo la manija.
Al cabo de un momento, pudo reaccionar y cerró con cuidado, como si el más mínimo ruido ajeno a sus voces fuera suficiente para distraerla de lo que sea que fuera que su hermana tuviera que decirle tan pronto.
—¿Qué pasa?
—Rhaenyra —dijo su gemela con voz ahogada de inmediato, caminando de un lado a otro en el espacio que había entre la pequeña sala frente a la chimenea apagada y la cama, cuyas sábanas revueltas revelaban una noche cansina.
Elayne inspiró profundamente demasiado rápido.
—¿Qué ha pasado con la princesa?
—Una de mis doncellas escuchó algo. Dice haber visto a Ser Harwin saliendo de los aposentos de la princesa en la madrugada.
La respuesta que recibió fue del todo inesperada, un golpe contundente a un orgullo y capricho que cada vez le estaba costando más mantener bajo control. Su rostro, sin embargo, había amaestrado la fría y oxidada habilidad para mantenerse neutral, incluso bajo la más grande presión o dolor desgarrador. Había aprendido, con baches en el camino, pero lo había hecho. El tiempo de llorar en el regazo de Alicent estaba en el pasado que todavía no podía enterrar por completo.
—Ah... ¿Estás segura de eso? —preguntó con voz queda, su mirada perdida en un punto más allá de la figura menuda de la reina.
Alicent asintió, cruzando los brazos sobre su pecho como si tratara de protegerse de sus propios pensamientos, sin siquiera darse cuenta de los estragos que sus palabras habían provocado en su hermana.
—Si esto es cierto, si Harwin... si ellos... —Alicent negó con la cabeza, incapaz de terminar la frase—. ¿Entiendes lo que esto significaría? Rhaenyra ya ha mancillado su reputación antes a pesar de haberme jurado que no, pero esto... Esto podría ser usado en su contra.
—¿A qué te refieres? —inquirió con el ceño fruncido—. Rhaenyra y el príncipe Daemon...
—Ser Criston —interrumpió Alicent con firmeza—. Él mismo lo confirmó.
—¿Pero por qué él haría algo así? —El desconcierto era evidente en su voz—. Es el escudo juramentado de Rhaenyra.
—Te puedo asegurar que ese puesto no es un puesto que él desee más.
Pero Elayne solo negó con la cabeza.
—¿Y tú por qué aún no lo has reportado?
—Por la misma razón que nadie sabe sobre lo que tú y padre hicieron.
Elayne se mantuvo en silencio, dejando que su hermana desentrañara las implicaciones. Dentro de ella, sin embargo, las palabras de Alicent eran un martillo que destrozaba los cimientos de algo que ni siquiera había tenido el valor de nombrar. Debía concentrarse en lo que de verdad importaba, y ese era el futuro de Aenys, lejos de la espada de la actual nombrada heredera.
A pesar del vacío en su pecho, Ela sabía que su hermana tenía razón. Era necesario saber qué batalla elegir, qué carta de poder usar a su favor incluso si sus acciones la hacían ver como una hipócrita. Otto les había enseñado bien.
—Necesitamos saber la verdad, Elayne —continuó la reina, acercándose a ella con un aire de súplica. Sus ojos, tan parecidos a los suyos, atormentados y decididos, se clavaron con intensidad en ella—. Harwin parece... interesado en ti. Tal vez puedas acercarte a él, sonsacarle algo.
La propuesta hizo que la sangre de Elayne se helara, pero mantuvo su expresión imperturbable, incluso cuando su corazón amenazó con atravesar su esternón.
—¿A-acercarme a Ser Harwin? —repitió, como si la idea fuera tan descabellada que necesitara confirmación. En cierto modo, lo era, pues lo último que necesitaba era estar cerca de un hombre que parecía tener la habilidad de entrecruzar sus pensamientos con tan solo una mirada.
—Sí —insistió tomando las manos de su hermana entre las suyas—. Eres inteligente, más que yo, y discreta. Si alguien puede hacerlo, eres tú. Además —Alicent vaciló un instante, una pequeña sonrisa asomando en sus labios—. Harwin parece verte de un modo que yo no me atrevería a desdeñar como simple cortesía.
Elayne apartó la mirada antes de que la reina pudiera decir algo más, sus manos liberándose con suavidad pero firmeza.
—Si él está interesado o no, no importa ahora. Lo que importa es la verdad —dijo Ela, su voz fría pero sin fisuras, incluso cuando su corazón parecía seguir resuelto en saltar fuera de su pecho.
Si pudiera llegar al fondo de todo eso, el lugar de la princesa como heredera sería cuestionado sin falta. Aegon y Aenys tendrían oportunidad de sobrevivir sin la preocupación de que Rhaenyra decida eliminar cualquier competencia a su reclamo. Simplemente no tendría derecho de hacerlo.
De repente, una emoción muy peligrosa se abrió paso en el corazón de la joven, alimentando su resolución para proteger a su hijo. Esperanza. Demasiado dulce y cálida como para siquiera intentar ignorarla.
—Gracias. —Alicent rodeó con sus brazos a su hermana, estrechándola contra sí—. Me encargaré de que lord Redwyne no se acerque a ti durante y después de las justas. Ha regresado de su viaje y sé que todavía estará resuelto por casarse con la hermana gemela de la reina.
Ela no pudo evitar la mueca en ese instante, pero su gemela no pudo notarla mientras cada una apoyaba el mentón en el hombro de la otra. Momentos después, cuando Alicent salió del cuarto, cerrando la puerta tras ella, Elayne dejó que su máscara se desmoronara. Sus piernas se sentían débiles, y se dejó caer en la silla más cercana, su pecho subiendo y bajando con respiraciones temblorosas.
La imagen de Harwin cargando a la princesa Rhaenyra en medio del caos de la noche anterior regresó a su mente con fuerza, mezclándose con las palabras de Alicent. «Saliendo de sus aposentos.»
Elayne cerró los ojos, apretando los puños hasta que sus uñas dejaron marcas en sus palmas. Hacía algún tiempo que no hurgaba la cutícula, aunque sintió el impulso de hacerlo. La súplica de su hermana, la Reina, resonaba como una condena, y aunque una parte de ella quería negarse, sabía que no podía. No por Alicent, ni siquiera por sí misma, sino por Aenys. Jamás debía de perder de vista su norte.
Se levantó con determinación, enderezándose como si pudiera dejar su dolor atrás, clavando su mirada en la ventana, la luz del sol cada vez más brillante se colaba con más fuerza al interior de su habitación. Si debía acercarse a Harwin Strong, lo haría. Pero esta vez, no solo por la verdad que buscaba Alicent, sino por la certeza de que su propio corazón sería el precio a pagar.
Y así ella por fin tendría el coraje suficiente para dejar de sentir.
Un golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento.
—Adelante —dijo, su voz más seca de lo que pretendía.
Lollys asomó la cabeza, su rostro mostrando un destello de preocupación al ver el estado de su señora.
—El torneo comenzará pronto, mi lady. Su baño ya está preparado.
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Había aprendido, desde hacía mucho, que las ceremonias y los protocolos eran su mejor escudo. Nadie podía ver ninguna brecha en ella si mantenía las apariencias intactas. Deber. Sacrificio. Lealtad. Tres palabras con grandes significados que le ayudaban a ver más allá de su aflicción, más allá de la imagen que su mente creó —la de un caballero de cabellos rizados y ojos profundos, saliendo de los aposentos de la princesa heredera—.
Cuando finalmente llegó al palco reservado para la familia real y sus invitados, el ambiente estaba cargado de expectación. El olor a polvo y sudor comenzaba a mezclarse con el aroma de las flores que decoraban el lugar, junto con los manjares en la larga mesa en la parte de atrás. Los caballeros ya se alineaban en la arena, los estandartes de las casas ondeando al viento. Su corazón pegó un vuelco cuando vio la torre con la llama, señal de que su hermano Gwayne había llegado a Desembarco del Rey a tiempo para los torneos.
Mientras tomó asiento, pudo reconocer con una corta mirada al lord de El Rejo, pero se encargó de apartar sus ojos de él antes de que malinterpretara su acción incidental. Notó cómo el hombre se removió en su lugar, pero lo que sea que le haya dicho la Reina, pareció ser suficiente para que no se le acercara. Esperaba que esta pausa de las atenciones de lord Jon durase más que solo la semana de celebración de la unión de Rhaenyra con Ser Laenor.
Alicent estaba sentada junto al rey Viserys, luciendo imperturbable, aunque Elayne conocía bien esa máscara, pues ambas llevaban la misma. Sus ojos se encontraron por un instante, y una comprensión tácita pasó entre las dos. Llevaban días sin reproches ni resentimientos, solo una tregua incómoda bajo la desatenta mirada de toda la corte.
El Rey levantó una copa para dar inicio al torneo, su voz resonando por todo el recinto.
—¡Que comiencen las justas!
Los caballos relincharon, las lanzas se alzaron, y el sonido ensordecedor del choque de metales no tardó en llenar el aire. Ela se obligó a concentrarse en la arena, ignorando la tensión que se cernía sobre ella con el peso del hierro. El bullicio de las justas llenaba el aire con un entusiasmo casi palpable. Los vítores se alzaban con cada golpe de lanza y cada caída estruendosa en el campo. Desde su palco, Elayne podía sentir el calor del sol sobre su rostro, pero su mente estaba lejos de las celebraciones. Alicent, a su lado, mantenía una compostura impecable, su sonrisa apenas un eco de la tensión que ambas compartían.
Frente a ellas, al pie de los palcos, estaba Harwin Strong, ajustándose el yelmo con una calma que parecía ajena al ruido y al caos a su alrededor. Su porte sólido y confiado era imposible de ignorar, y aunque Ela lo intentaba con todas sus fuerzas, sus ojos volvían a buscarlo como si estuvieran hechizados. Verlo en lo que parecía ser su elemento, su apodo Quebrantahuesos apenas lograba reunir su esencia, pues de alguna manera sentía que quizás no le hacía justicia suficiente. Era un príncipe guerrero, como el de los cuentos e historias que ella y su gemela solían compartir antes de que fueran lanzadas al juego de tronos.
Ella no pudo evitar observarlo con mucha más atención, tratando de convencerse a sí misma que no era para su deleite secreto. Intentaba leer algo en sus gestos, una señal que confirmara o desmintiera las palabras de Alicent, que tanto escarbaron en su pecho de manera inesperada.
Cerca de él, Ser Criston Cole se mantenía rígido, su mandíbula apretada y los ojos oscuros clavados en Ser Harwin con una furia apenas contenida. La tensión entre ellos era evidente incluso desde la distancia. Elayne lo notó de inmediato y sintió un nudo formarse en su estómago.
—Tuve que decirle —susurró la reina, inclinándose hacia Ela quien no tardó más que un latido en centrar su mirada en el caballero de capa blanca—. Yo creo que confío en él.
—¿Crees? —La incredulidad se hizo presente en su tono de voz, sin dirigir una mirada hacia su gemela—. Parece a punto de saltar fuera de su armadura para atacar en cualquier momento, y no creo que sea por ganar el gran premio del torneo.
—Lo que pase de aquí en adelante es culpa de la princesa —declaró Alicent con el ceño fruncido—. Su acciones tendrán consecuencias.
—¿Y las nuestras no?
Alicent no dijo nada, mas su mirada lo expresaba todo. Aenys era la consecuencia. Ellas mismas lo eran. Sin embargo, se enfrentaban a un enemigo futuro en común, y más vale quemarse que ser arrasado hasta convertirse en cenizas.
Elayne tragó hondo y dirigió sus ojos esta vez hacia los recién casados.
Rhaenyra y Laenor, radiantes en sus lugares, parecían ajenos al conflicto que se gestaba. La princesa reía con esa gracia tan típica de ella que lograba hacer que cualquiera se detuviera siquiera a mirarla. La heredera se inclinó hacia su nuevo esposo para susurrarle algo que lo hizo sonreír de regreso, luciendo apuesto y enseñando unos hoyuelos encantadores. Hacían una pareja preciosa a su parecer, pero para quienes conocían las corrientes subterráneas de la corte, la armonía de su unión era tan frágil como el cristal.
Cuando el heraldo anunció el próximo enfrentamiento, Harwin avanzó hacia su montura. Su figura era una mezcla de acero y poder, y el brillo de su armadura capturó la atención de todos. Elayne no pudo resistirse tampoco.
—Parece listo para ganar esta justa —comentó Alicent, sin apartar la mirada del campo.
—Siempre lo está —respondió Ela, su voz mucho más fría de lo que pretendía.
El estruendo de los cascos al galope resonó en el aire cuando los caballeros comenzaron su enfrentamiento. Harwin derribó a su oponente con una habilidad que provocó vítores entre los espectadores. Incluso Rhaenyra aplaudió con entusiasmo, lo que no pasó desapercibido para Criston Cole, mientras Ela podría considerar que la sensación de náuseas se debía a la manera en que no dejaba de turnar su mirada del caballero en la arena, al Capablanca, y luego a la princesa. Una y otra vez, estuvo pendiente de las reacciones de todos.
Cuando el heredero de Harrenhal desmontó, sus ojos buscaron el palco, y por un instante que pareció eterno, se cruzaron con los de Elayne. Ella se obligó a mantener la mirada esta vez, aunque su corazón latía con furia bajo su pecho. No obstante, antes de que pudiera interpretar el significado de ese momento, Ser Criston se acercó a Harwin, con una postura que prometía confrontación.
—Alicent... —susurró Ela, tensa en su sitio, sus manos aferradas al reposabrazos del asiento.
—Ser Harwin —comenzó el caballero de la Guardia Real, su tono cargado de veneno mientras se aproximaba—. Debo felicitarlo por su destreza. Aunque parece que sus talentos no se limitan al campo de batalla.
La insinuación cayó como una piedra en el agua, rompiendo la aparente tranquilidad. Los murmullos se extendieron rápidamente entre los nobles y soldados que estaban cerca. Harwin, de pie junto a su caballo, levantó una ceja, sin dejarse intimidar, aunque sus ojos mostraban un destello de incomodidad. Aún así, orgulloso, mantuvo la mirada fija en Ser Criston.
—Siempre intento dar lo mejor de mí en todo lo que hago —respondió con calma, pero su mandíbula se tensó ligeramente apenas terminó de hablar.
—Ah, no me cabe duda —replicó Criston, su sonrisa ladeada, casi un desafío en sí misma—. Después de todo, ser el brazo fuerte de alguien como la princesa requiere más que habilidad con la lanza.
Los murmullos aumentaron en intensidad, y Harwin apretó los puños a sus costados. A pesar de que las justas continuaban a unos metros de ellos, junto a una buena parte del público gritando y celebrando, tanto Alicent como Elayne no pudieron escuchar nada más que la conversación entre los dos hombres.
—No me parece adecuado traer rumores al torneo, Ser Criston. Aquí estamos para demostrar nuestro valor y habilidades, no para hablar de cosas que no nos incumben.
Criston dio un paso más, su mano descansando en la empuñadura de su espada con aparente tranquilidad, mientras su mirada se tornaba cada vez más desafiante.
—¿Rumores? —repitió con una carcajada seca y desagradable—. Algunos dirían que lo que todos vimos anoche en el Gran Salón no tiene nada de rumor, sino más bien una verdad incómoda. Aunque, claro, quizá prefiera que hablemos de otros rumores. Como los de Joffrey Lonmouth, el caballero que parece más cerca del novio que cualquiera de nosotros.
Harwin sostuvo la mirada de Criston, su expresión endureciéndose. Ela sintió la necesidad de sostenerse del asiento para no levantarse.
—No le corresponde hablar de cosas que no entiende, Ser Criston —respondió finalmente, su voz baja pero firme.
—¿Es así? —Criston inclinó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa peligrosa—. Quizás un combate me lo aclare mejor.
El silencio que siguió fue tan denso como la tensión en el aire. En algún momento entre la última justa y el desafío que el Capablanca presentó a Quebrantahuesos, la arena había quedado en silencio. El heraldo, incómodo, se acercó para intervenir en aras de continuar con la programación del día, pero Harwin levantó una mano para detenerlo.
—Si busca un combate, Ser Criston, estoy más que dispuesto a aceptarlo.
Los espectadores comenzaron a vitorear con fuerza, avivando las llamas del enfrentamiento. Ambos hombres subieron a sus caballos para enfrentarse en una justa, y aunque el espectáculo era impresionante, estaba claro que la hostilidad entre ellos iba más allá de la mera competición.
Desde su lugar en el palco, Elayne sintió la situación insoportable. Con sus mejillas ligeramente enrojecidas y las uñas clavadas en la madera de la silla, giró su cabeza para observar el perfil tranquilo de la Reina. La desaprobación supuraba de cada parte de su cuerpo.
—Detenlos —dijo con firmeza—. Dile al Rey que detenga esta locura, Alicent.
Pero su gemela, su reflejo, su otra parte que se marchitaba tan rápido y ahora parecía escoger la mezquindad por sobre todo, se volvió irreconocible cuando sus ojos se encontraron.
—Te lo dije, Elayne, lo que suceda de ahora en adelante será culpa de la princesa.
NOTA DE AUTORA
Trope de acercamiento forzado-no forzado es un hecho en este fic, junto a muchos otros, porque la verdad, Harwin y Elayne son la tragedia griega encarnada
Esta tan solo es la primera parte del drama que se avecina en los siguientes capítulos y Criston ha preparado el terreno a la loca por ser un rencoroso de caca, y Alicent que parece aplaudirle sus pendejadas, mientras que Elayne esta tipo: ya bastA
Espero que les haya gustado el capítulo ^^ No olviden dejar sus votos y comentarios para que esta historia se siga actualizando (:
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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