6. Tus necesidades no son mi problema
Necesito que sigamos casados —me dijo Jordán.
Y el primer pensamiento coherente que vino a mi mente después de los cientos de insultos que pensé, fue que tal vez era la forma que tenía Jordán para vengarse de mí. ¿Qué otra cosa podía ser? Seguro es su forma retorcida de torturarme, porque creo recordar que hablé mucho sobre cuanto odio la idea del matrimonio, y seguro él ahora lo quiere utilizar eso en mi contra. La otra opción es que un familiar le dejó una herencia y como estipulación esta que él debe estar casado, pero es seria tan cliché, lo cual es otra cosa que odio.
—Genial, ahora sueno como Maeve que odia todo.
De todas formas, sea cual sea la razón por la que Jordán quiera que sigamos casados, no me interesa, a mí lo único que me importa es conseguir el divorcio.
Cuando escucho unos golpes en la puerta que llevo horas esperando escuchar, dejo la copa medio vacía en la mesa de vidrio frente a mí y me levanto del sofá para abrir la puerta y dejar pasar a la persona que no invité, pero que sabía que vendría.
—¿Te casaste? ¿Tú? Dime que fue porque estabas muy borracha.
Cierro la puerta y muerdo mi labio inferior antes de regresar donde estaba sentada.
—Qué yo recuerde, no te debo ninguna explicación.
Él se sienta en el sofá individual, lo hace porque recuerda lo mucho que detesto cuando las personas están muy cerca de mí, invadiendo mi espacio personal.
—Vi las historias y las fotos, parecías feliz, pero te conozco...
—No, no me conoces. Eres como los demás, ves en mí lo que quieres ver, y me dejas tomar lo que quiera de ti mientras tú intentas descifrarme, como si yo fuera un jodido juego el cual debas ganar.
—¿Crees que te dejo tomar lo que quieras de mí, Paulina?
Hay un toque burlón y seductor en su voz, y yo aparto la mirada de Gideon para inclinarme hacia delante y recuperar mi copa de vino.
—Sí —le respondo.
—Pero tú no das nada a cambio.
—Te daría algo sí lo que obtengo de ti tuviera alguna importancia para mí, pero como ese no es el caso, debes conformarte con lo que hay.
Él no se acomoda, no sé quita su saco o hace algo que dé a entender que se va a quedar, cosa que yo agradezco. Estoy segura de que él solo vino, porque la curiosidad de saber la razón por la que me casé, no lo dejaba tranquilo.
—Me casé porque quería saber que se sentía estar casada.
—¿La boda fue idea tuya?
—Sí.
—¿Y lo escogiste a él?
—Sí.
No le digo que tampoco es que hubiera otras opciones, porque sí no era Jordán, ¿quién más? Miguel no es una opción porque es mi primo y no me va el rollo del incesto, Will tampoco era una opción porque tiene casi algo con Mae y jamás me casaría con mi casi cuñado.
—¿Vas a seguir casada? Y sí es así, ¿cuánto tiempo crees que dures jugando a las casitas?
—El tiempo que no es de tu incumbencia, y sí, planeo seguir casada. ¿Por qué no? Parece que le estoy encontrando el gusto a esto del matrimonio, te pediría consejos sobre cómo tener un matrimonio feliz y estable, pero son dos conceptos que tu matrimonio no comprende.
Gideon siempre me dice que sigue casado por su puesto como alcalde, que sí no fuera por eso, hace tiempo que se hubiera divorciado, principalmente porque su esposa le fue infiel primero y él no tuvo otra opción que tragarse su orgullo y seguir casado con ella por su campaña política.
—Y si estás tan feliz en tu matrimonio, ¿dónde está tu esposo?
Resoplo con frustración y termino de beber todo el contenido de mi copa antes de levantarme y colocar la copa en el lavavajillas.
—Gideon, estoy cansada. ¿Quieres la verdad? Bien, por supuesto que no seguiré casada, me casé porque estaba borracha y me veo feliz en las fotos y videos, porque repito, estaba borracha. Y la única razón por la que me casé con Jordán, es porque él estaba ahí. Ahora que he despejado tus dudas, vete.
—¿Sabes algo? Esta podría ser nuestra última noche.
Gideon se acerca despacio hasta donde yo estoy, de espaldas a él y pone sus manos en mi cintura y me acerca un poco hacia su pecho, dejando que mi espalda descanse contra su cuerpo, y entierra su cabeza en mi cuello, besando justo sobre mi pulso. Sus dedos se ciñen con fuerza en mi cintura, antes de empezar a recorrer la piel debajo de mi jersey azul. Sus labios están recorriendo mi clavícula mientras lleva sus dedos al dobladillo de mi jersey para quitarlo, cuando somos interrumpidos por el sonido de mi teléfono.
Yo me aparto de él y voy a buscar mi teléfono, contengo una mueca al ver que es Jordán.
—Mi respuesta sigue siendo no.
—Estoy afuera de tu apartamento, traje tu auto.
Miro a Gideon antes de suspirar y buscar mis botines.
—Sí esto es una broma de tu parte.
—No lo es, baja.
—Iré por mi auto, pero mi respuesta sigue siendo no.
Termino la llamada y guardo el teléfono en el bolsillo trasero de mis pantalones.
—Mi esposo me está esperando abajo, viene a dejar mi auto.
Por la expresión en la cara de Gideon, mi comentario no le ha gustado en lo más mínimo.
—¿Él tenía tu auto? ¿Qué tan cercana es tu relación con él?
—Es complicado. Ahora vamos.
—¿Me vas a presentar a tu esposo?
Hago un sonido de burla con mi lengua y le hago una seña hacia la puerta para que salga.
—No, pero no te voy a dejar solo en mi apartamento. No tenemos ese grado de confianza.
Gideon no agrega nada y solo me hace comentarios triviales mientras bajamos por el ascensor, aunque yo hubiera preferido que no diga nada. Prefiero el silencio a las conversaciones innecesarias.
Cuando salimos del edificio donde vivo, veo a Jordán recostado de forma informal contra el capo de mi auto. Sus ojos marrones me miran con atención antes de mirar al hombre que camina detrás de mí.
—Gideon, te presento a Jordán, mi esposo —digo mientras hago una seña con mi mano hacia Jordán—. Jordán, te presento a Gideon, mi amante.
Jordán solo frunce el ceño y hace una leve mueca de desagrado, pero Gideon se ríe antes de despedirse de mí. No esperaba esa reacción de su parte, al ser alcalde, una de las cosas que él más cuida es su imagen.
—Un gusto, Jordán —lo saluda Gideon—. Nos vemos después Paulina, no lo vuelvas loco.
Yo me encojo de hombros y veo cómo él se aleja.
—¿El alcalde de San francisco? ¿En serio?
—Las llaves de mi auto —le digo a Jordán cuando Gideon ya se ha ido.
Estiro mi mano y él deja las llaves en mi palma.
—¿Podemos hablar, Paulina?
—No.
—Solo serán cinco minutos.
—No.
—¡Paulina!
Me acerco a mi auto para revisarlo y abro la puerta del conductor.
—Bien, habla mientras reviso mi auto.
—¿No me vas a incitar a pasar a tu apartamento?
Yo acomodo el asiento que Jordán ha movido y mis fosas nasales se llenan con el aroma de su perfume. Todo mi auto, cada centímetro, huele al imbécil de Jordán y no me quejo mucho porque es un aroma agradable.
Me gusta su perfume, lo odio a él.
—Por supuesto que no te voy a invitar a mi apartamento, no te conozco.
—Claro que me conoces.
—Te equivocas, conozco tu nombre, te he visto un par de veces y hemos cruzado unas cuantas palabras, pero eso no significa que te conozca. A veces, puedes conocer a alguien de toda la vida, y nunca lo terminas de conocer.
Salgo de mi auto y cierro la puerta después de inspeccionar y ver que probablemente Jordán debió llevarlo a la lavadora porque está impecable.
—Qué profundo sonó eso, Paulina. ¿Te dolió el cerebro al pensarlo?
—Vaya forma de tratar a tu esposa. Y después las personas se preguntan porque quiero el divorcio, cielito lindo.
—Paulina, este es un tema serio.
Lo veo adoptar una postura que no he visto antes en él, luce entre protector hacia algo o alguien, y también un poco preocupado, eso llama mi atención y procedo activar mi modo serio para escuchar lo que me tiene que decir.
—Te escucho.
Lo veo pasar una mano por su cabello y llevarla hasta su nuca donde la deja ahí por un momento, antes de dejarla caer hacia un costado y buscar algo en el bolsillo de su pantalón. Era su teléfono, busca algo ahí y veo una media sonrisa hacia lo que sea que está viendo en la pantalla.
—Ella es Luna, por ella necesito que sigamos casados.
Cuando él dice eso, mueve su teléfono en su dirección y me deja ver a Luna.
—¿Quién es ella? —le pregunto sin quitar mis ojos de la pantalla.
—Mi hija.
Wait a minute... ¿Qué?
Sigo mirando la foto de la niña pequeña, con su cabello largo oscuro y sus ojos del mismo color y noto que son los mismos ojos de Jordán. La niña no debe tener más de seis años, le calculo menos, pero no puedo estar segura, no trato con niños.
—Está bien, debes explicarme desde el principio porque no estoy entendiendo nada. ¿Tienes una hija? ¿Tú? ¿Cómo pasó? ¡Dios mío! Y yo que creía que querías seguir casado como venganza hacia tu ex que dijo públicamente que no te amaba, o por una herencia. Jamás me imaginé algo como esto. ¡Tienes una hija!
¿Con quién tuvo a la niña? Porque dudo mucho que ahora esté con la madre de la criatura. ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Luna? Sí, Luna. Bien, bien, no me voy a adelantar, dejaré que él me diga que es lo que está sucediendo.
—Hace un poco más de un año, la madre de Luna llegó a mi casa y me dejó a la niña, dejó los papeles de adopción firmados y me dijo que vea yo lo que hacía con ella. Yo tampoco sabía qué hacer con una niña, así que la llevé con mi madre y la dejé con ella. Pero Astrid, mi hermana, se molestó conmigo por hacer eso, ambos sabemos cómo es nuestra madre y la forma que tuvo de educarnos, dijo que no era justo que le haga eso a Luna y que al menos debería conocer a la niña, y eso hice.
Por más que intento, me cuesta mucho imaginarme a Jordán como padre.
—La conocí y la amé, la llevé a vivir conmigo y hace cuatro meses mi madre me dijo que iba a solicitar la custodia de Luna, basándose en lo que sucedió cuando ella llegó a mi vida y que yo no represento un hogar estable para la niña.
Ya voy entendiendo un poco más el asunto, porque la mamá de Jordán y Astrid es una respetada y retirada jueza familiar, que seguro tiene las de ganar en un caso como ese.
Will nos contó que el padre de Astrid y Jordán, se casó con su mamá, cuando ellos eran muy pequeños, y que desde que eso sucedió, ellos se han tratado como hermanos.
—Mi madre no es una buena mujer, no tienes idea lo que fue vivir con ella. Me odio por haber dejado a Luna con ella, sí no lo hubiera hecho no estaría ahora en esta situación. ¿Sabes lo que es tener una mala madre? ¿Las inseguridades que eso te crea? No quiero eso para Luna.
Su pregunta me hace pensar de forma involuntaria en mi madre y en un recuerdo en específico.
La sala de la casa se ilumina por un relámpago y un momento después escucho el resonar del trueno que lo acompaña. Yo me quedo sentado en la escalera, agarrado los barrotes de madera de la baranda mientras espero a que mi papá entre en la casa con mi mamá que está afuera mirando las flores. Pero ya es muy tarde y está lloviendo muy fuerte para que ella siga en el jardín, aunque eso a ella no le importa.
—Ni siquiera me amo a mí, ¿cómo esperas que ame a esas niñas? —le pregunta mi madre a mi papá—. No puedo amarlas, dudo que yo puedo amar a alguien. Mírame, estoy jodida, así que solo déjame. Por favor, déjame, es lo mejor.
El vestido celeste de mi madre está manchando de lodo y empapado por la lluvia, su cabello negro gotea contra el piso de la sala y ella forcejea con mi padre para soltarse, pero mi papá la sujeta con fuerza del brazo y empieza a subirla por las escaleras, ignorando que yo estoy sentada en uno de los escalones.
—A veces pienso que esas niñas y tú son los culpables de mi depresión.
—Cállate, vas a despertar a tus hijas.
—¡No me importa! ¿Por qué me importaría? Ya te dije, no las amo, no amo a esas niñas, no te amo a ti... ni siquiera me amo a mí.
Dos semanas después de eso ella se lanzó de la terraza de nuestra casa y murió. Todo lo que quedó de ella fueron sus rosas y culpa.
—¿Por qué necesitas seguir casado conmigo?
—Se ve mal que me haya ido a las Vegas a emborracharme, pero con todos los problemas que he tenido con mi madre mis hermanos creyeron que era una buena idea. Y se verá mucho peor sí me divorcio, pero se verá bien si me presento con una esposa y un hogar estable.
Entonces entiendo perfectamente lo que él quiere que yo haga.
—¿Pretendes que juegue a la casita feliz contigo? Jordán, te equivocas de persona, porque yo tengo un serio problema con los niños.
—¿Qué clase de problemas?
—No me agradan y yo no les agrado a ellos. Mira, sí me hubieras dicho que necesitabas seguir casado conmigo para cobrar una herencia, pensaría en ayudarte, pero con ese tema no.
—Paulina, no te pido esto por mí, lo hago por ella, porque mi madre tiene todas las de ganar y no puedo dejar que Luna vaya a vivir con ella.
Él debió pensar en eso antes de dejar a la niña con su madre, porque sí era tan mala, ¿por qué la llevo con su madre al inicio? Claro, la respuesta es sencilla, lo hizo porque al principio no le importaba la niña y como ahora le importa, quiere redimirse de sus errores. Pero eso no es asunto mío, ¿no ha notado él todavía lo egoísta que puedo ser?
Yo me cruzo de brazos y niego con la cabeza.
—La respuesta sigue siendo la misma, Jordán. No voy a hacer eso.
Jordán necesita un héroe y yo siempre he sido la villana de la historia, por lo tanto, no lo puedo ayudar.
—Resuelve el papeleo de la anulación o lo haré yo —le digo antes de dar media vuelta e irme.
No pienso en lo que me dijo Jordán el resto de la noche y menos en mi trabajo, porque sus problemas no son asunto mío.
Muchos creen que es algo sencillo el restaurar un libro o una pintura, que solo consiste en limpiar un poco y arreglar, es lo que la mayoría piensa cuando les digo cuál es mi trabajo. Pero es más que eso, es una ciencia mezclada con arte, mi trabajo no es solo restaurar aquel viejo libro y obra de arte, también tengo que protegerlos contra los daños y el deterioro del tiempo, revisar y dar fe si son auténticos o una imitación. La comprobación de autenticidad es una de mis cosas favoritas, las técnicas que se utilizan son muy delicadas y avanzadas.
Los restauradores mezclamos desde técnicas artesanales que se han enseñado de generación a generación, hasta los avances científicos de la época, y todo para al final elegir lo mejor para la conservación de la obra. Porque siempre tenemos que tener en cuenta, que aquello que utilizamos para restaurar la obra, tiene que ser reversible, fácil de quitar y reemplazar cuando encontremos una mejor técnica y método para conservar aquella obra.
—Tienes que realizar la prueba del carbono-14 —le digo a uno de los jóvenes pasantes en la casa de subastas—. Para que puedas dar fe si es auténtica o no. Y recuerden, es muy importante que realicen los registros de todo lo que hagan mientras están realizando la restauración.
La casa de subastas Montenegro, donde he trabajado por más de cinco años y que pertenece a mi familia, está entrenando a su nuevo grupo de restauradores y yo me ofrecí como voluntaria para ayudar a entrenarlos. A pesar de que estoy con mucho trabajo sobre mi mesa, pero siempre me ha gustado enseñar. Mientras estudiaba mi doctorado en Conservación y Restauración de Pintura pensé en dar clases, pero después acepté un trabajo aquí y eso ya no fue posible, intenté dar clases después, pero entonces saqué mi segundo doctorado en Conservación y Restauración del Documento Gráfico. Así que ayudar a estos nuevos restauradores a entender un poco cómo funciona el trabajo aquí en la casa de subastas, es mi forma de enseñar, aunque tal vez en un futuro lo haga.
—¿Paulina? Te están buscando —me dice Travis con una sonrisa.
—¿Quién me busca?
Es ahí cuando una pequeña, pero no cualquier pequeña sino Luna, la hija de Jordán, entra en la bodega donde estamos catalogando las piezas.
La niña es mucho más bonita en persona, su cara es ovalada y su cabello liso, de color castaño oscuro y sus ojos son como dos hermosas obsidianas que brillan con cierta dulzura y picardía.
—¿Puedo saber qué estás haciendo aquí? —le pregunto.
Ella se para cerca de mí y me mira a los ojos.
—Vine a preguntarte, ¿por qué no quieres ser mi mamá?
Siento los ojos de todos fijos en mí y pienso en todas las formas que voy a matar a Jordán, porque seguro él está detrás de todo esto.
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