3. Odio a primera vista
Tengo que agilizar mis pasos para alcanzar a Jordán Rhodes, porque parece casi correr lejos del lugar. Él es alto, de piel morena y ojos marrones, con un agudo ingenio y comentarios casi mordaces, que yo respetaría si no fuera un imbécil. Porque debo reconocer que dejando a un lado su forma de ser y los casos que defiende, es interesante los comentarios que tiene sobre diferentes temas, y eso que solo lo escuchado un par de veces en la radio, en algunas entrevistas esporádicas que escuchado mientras voy de camino al trabajo.
—Oye, espera... sí tú.
Él se detiene y se gira lentamente, deja su maletín y la bolsa sobre la banqueta junto a él y me mira con el ceño fruncido.
—¿Y tú quién eres?
Me sorprende un poco que no me confunda con Andrea, la mayoría de las personas lo suele hacer.
—Soy Paulina Montenegro, tan bella, como peligrosa, una diva y la oveja negra de mi familia. Conmigo tienes dos opciones: o me amas o me odias. De la misma manera, funciona a quienes yo conozco: los amo o los odio. No existen los términos medios cuando se trata de mí.
Él me estudia con atención, y yo procedo hacer lo mismo con él.
—Interesante presentación, yo soy Jordán Rhodes, y creo que conmigo tienes las mismas opciones.
—Bien, veremos sí al final nos odiamos... o me amas.
Jordán me mira con una sonrisa sórdida e inclina un poco la cabeza mientras medita lo que le acabo de decir.
—Creo que me inclino por lo primero, ¿por qué me has detenido?
—Porque quería saber, ¿cómo puedes dormir por la noche después de defender a las sanguijuelas para las que trabajas? ¿Tu conciencia no te dice nada? Y créeme, eso es mucho viniendo de mí, pero incluso yo tengo límites y defender a personas que explotan a sus trabajadores es uno de esos límites.
Su postura cambia de una forma muy sutil, y sus ojos me miran con suspicacia, me recuerda a un guepardo cuando analiza a su presa antes de atacar, pero yo no soy una presa a la que él pueda intimidar.
—Voy a ser claro contigo. No te debo ni a ti, ni a ninguna otra persona, ninguna explicación sobre mis decisiones o acciones, dejando eso en claro, me despido. Tengo mejores cosas que hacer que hablar contigo.
Hay un aire de egocentrismo y superioridad a su alrededor, me pregunto de qué porte es la puerta de su casa y si hay espacio en ella para algo más que su enorme ego.
Yo le doy una media sonrisa y me inclino un poco hacia la banca, tapando con mi abrigo la bolsa marrón que él dejó ahí, mientras la tomo entre mis dedos.
—Al final tenías razón, contigo me inclino más hacia lo segundo.
—Bien por mí, podemos decir que lo nuestro fue odio a primera vista.
—Exactamente, Jordán.
Retrocedo con la bolsa detrás de mí y empiezo a alejarme de él.
—Oye, tengo algo que te pertenece... pero ahora es mío.
Jordán me mira molesto, yo sonrío e ignoro su mirada mientras sigo caminando lejos de él.
Dejo el recuerdo de mi primer encuentro con Jordán a un lado y me centro en el hombre frente a mí.
—Disculpe, ¿está atrasado el vuelo proveniente de El Cairo?
El hombre detrás del mostrador, no levanta la mirada del computador frente a él y ni siquiera se molesta en fingir que me va a ayudar.
—Creo que no pregunté de forma correcta. Oye idiota...
—Yo creo que no hay necesidad de agresión.
Me giro y me encuentro con Raymond, que pone una mano en mi hombro y se disculpa con el hombre detrás del mostrador.
—Vamos, Nea, debe estar a punto de llegar.
—Bueno, espero que sea así porque llevo aquí esperando por ella más de una hora.
Raymond sonríe y empezamos a caminar hacia donde se supone debería llegar Ate, o Nea, como solo Raymond le dice.
Conocimos a Reymond por Atenea, cuando él fue su pareja en el baile anual que hace nuestra familia para fin de año. Poco después ellos empezaron a trabajar en un proyecto juntos y se hicieron buenos amigos, y tiempo después empezaron a salir. Al final su relación no funcionó y quedaron solo como amigos, Ate se fue al El Cairo a trabajar y ha estado ahí desde entonces.
—¿Estás molesta porque sigues sin auto?
Por supuesto que él tenía que poner justo el dedo en la llaga.
Y sí, sigo molesta sobre ese tema, ¿cómo no lo estaría? Pasé todo el día de ayer tratando de recuperar mi auto y el imbécil de Jordán me tuvo recorriendo toda la ciudad en una imposible cacería del tesoro. Incluso lo fui a denunciar por robo, pero recordé que él no fue a la policía cuando yo vandalicé su auto, obviando el hecho que Jordán no tenía pruebas tangibles de mi delito más allá de su palabra, así que dejé a la policía a un lado, tal y como él lo hizo y he intentado recuperar mi auto por otros medios, pero aún no lo consigo.
—Te juro que la próxima vez que lo vea, lo voy a dejar sin herederos.
—Hablé con él, dijo que, si te disculpas y aceptas pagar los daños que le causaste a su vehículo, te devolverá tu auto.
—Oh, ¿en serio, Raymond? ¡Genial! Eso es fantástico, la mejor noticia que me han dado ¿Y después podremos beber té y cepillar nuestros cabellos mientras nos contamos nuestros secretos? No seas idiota, ¿en qué mundo de fantasía vives? Por supuesto que no me voy a disculpar, si hago eso, Jordán gana y no puedo dejar que él gane.
Porque estoy segura de que Jordán no me pondría la situación tan fácil y que jamás me dejaría olvidar que yo me disculpé con él. Y sé eso porque sí fuera yo, grabaría el momento donde él se estuviera disculpando conmigo, y lo trasmitiría en televisión nacional.
—¿Incluso sí sigues sin tu auto?
—Incluso sí me salen ampollas en los pies por caminar.
—El orgullo es uno de los siete pecados capitales.
—Y sufrir por la vida ajena debería ser el octavo.
Mi teléfono suena con un mensaje de Maeve diciéndome que todo está listo en mi apartamento para recibir a Ate.
—No entiendo por qué estás emocionado de verla sí la viste solo el mes pasado.
—Es mi mejor amiga, siempre me emocionaré al verla.
—¿Mejor amiga? ¿Así le dicen ahora?
Él se ríe por mi comentario, pero no agrega nada, yo tampoco esperaba que lo haga porque su relación me resulta muy confusa y ya tengo suficiente confusión en mi vida, como para agregarle un poco más.
—¿Van a hacer esa escena cliché de los aeropuertos? Ya sabes, donde se miran y ella suelta su equipaje para correr hacía a ti. Porque si van a hacer eso, avísame, para mirar hacia otro lado y fingir que no los conozco.
Raymond se ríe y niega con la cabeza, parece genuinamente divertido por mi comentario, tal vez porque sabe que es algo que Atenea disfrutaría, ya que ella ama el cliché.
—No, no vamos a hacer eso. Al menos no hoy.
—Estamos hablando de Atenea, amante del cliché y te apuesto diez dólares, a que harán justamente eso.
—Bien, tenemos un trato, Paulina.
Nos paramos junto a otro grupo de personas a esperar a Atenea, que desde que hablamos hace casi dos semanas, no ha dejado de preocuparse por mí e hizo todo lo posible para tomar un vuelo y venir a San Francisco, lo cual le resultó muy difícil en esta época del año. Ella pasó Navidad en Egipto con su hermano y mi tío, porque había una celebración a la que ella no podía faltar, pero tanto Miguel, como mi tío, tuvieron que regresar para la fiesta anual de fin de año que celebra nuestra familia. Se suponía que Atenea no iba a venir, pero decidió cambiar sus planes por mí.
—¿No había un ramo de rosas rojas más grande? —le pregunto a Raymond mientras observo el hermoso ramo que él sostiene.
—Sí, pero lo dejé en mi Loft.
No dudo que eso sea cierto, porque Atenea le gustan ese tipo de cosas clichés, ella ama los clichés románticos y sueña con un amor así. Yo nunca he entendido su fascinación por ese tipo de situaciones donde uno sabe lo que va a suceder, dónde todo es tan predecible. Oh al menos no lo entendía antes, pero ahora, después de terminar con Milo y saber que él se ha casado, puedo entender por qué a las personas les gustan los momentos clichés. Porque son perfectamente imperfectos y todos son felices sin importar los diferentes contratiempos. Y llega un punto de nuestras vidas dónde queremos eso.
—¡Raymond! —escucho gritar a mi prima.
La veo dejar a un lado su bolso y maleta para correr hacia los brazos de Raymond, que la recibe con una sonrisa. Ella lo abraza con fuerza y él le dice algo al oído que la hace reír de forma ligera y feliz.
Genial, yo llevo más de una hora esperando por ella y lo primero que hace Atenea al llegar es correr a los brazos de Raymond, a quien vio hace solo un mes y a mí, que lleva más de seis meses sin verme, ni siquiera se ha dado cuenta de mi presencia. Cuánta ingratitud de su parte.
—Hola, Atenea, a mí también me da mucho gusto verte, sí me alegra que estés aquí y lo feliz que estás de verme.
Ella se ríe antes de apartarse de Raymond y abrazarme mientras me dice lo feliz que está de verme.
—No seas dramática, vine aquí solo por ti.
—Puedes decir eso sí quieres, pero todos sabemos que viniste por Raymond.
Ella me piñizca mi mejilla mientras se aparta de mí, y yo frunzo un poco la nariz ante ese gesto que solo se lo permito a personas muy cercanas a mí, porque en general, no me gusta el contacto físico innecesario o las muestras de afecto, y mucho menos si dichas muestras de afecto son en público.
—Me debes diez dólares, Raymond.
La vibra de Atenea es tan diferente a la que tenía antes de irse, algo que me alegra mucho.
Lamentablemente para mí, no los puedo acompañar a mi apartamento porque me llaman de la casa se subastan, por un asunto legal referente a una pintura que será enviada en dos días a Viena y toda la documentación debe estar en orden.
Cuando llego a la casa de subastas de mi familia, mi padre me está esperando en mi oficina.
—Hola, padre, ¿qué necesitas?
—La documentación firmada que te pedí y que firmes estos papeles.
La relación con mi padre no es buena, nunca ha sido buena y eso no es algo que vaya a cambiar.
—Escuché que te vas de viaje a las Vegas —me dice él mientras yo busco los documentos que me está pidiendo—. Me sorprende, creí que seguirías llorando porque tu ex encontró a alguien mejor que tú.
—Papá, sí quieres hacerme sentir mal, busca algo mejor que atacar mi ego, porque dudo que consigas alcanzarlo y segundo, Milo no se casó con ella porque es mejor que yo, lo hizo porque yo no acepté casarme con él.
Además, a los ex se les llora tres días, al cuarto se los entierra, al quinto uno lo reemplaza y la vida avanza. No hay tiempo, ni para lamentos innecesarios, ni lloriqueos que no llevan a ningún lado.
—Me intriga saber cuánto tiempo más podrás soportar cargar con esa imagen de frialdad y seguir fingiendo que nada te duele, ni te importa. Porque estoy seguro de que cuando te rompas y la presa se desborde, arrasará con todo y no dejará nada.
—No soy Andrea, papá, esas amenazas no me asustan. Toma, aquí están los papeles que me pediste.
Él toma los documentos y los empieza a revisar, yo me siento frente a mi escritorio para firmar el resto de la documentación que falta.
—Yo no amenazaba a tu hermana, yo la aconsejaba, siempre quise lo mejor para ella.
—Qué buenos consejos debiste darle, porque ahora está tres metros bajo tierra.
—¿Crees que yo quería eso para ella? ¿Crees que no hubiera preferido que seas tú en su lugar? Todos los días, lo único que pido es que seas tú en lugar de ella.
Ese es el problema con mi padre, siempre cree que se trata de él, que todo el mundo gira a su alrededor. A él nunca le importaron los sueños de mi hermana, sus miedos o inseguridades.
—El resultado hubiera sido el mismo, ¿sabes por qué, papá? Porque la hiciste débil, llena de miedos y bañada con inseguridades, le hiciste creer que sí no te escuchaba, que sí no seguía la vida que tú habías trazado para ella, no conseguiría nada. Andrea no era feliz, y sí yo hubiera muerto, poco tiempo después ella se hubiera suicidado porque no hubiera podido lidiar con el dolor, porque tú la hiciste de esa manera.
No elevo la voz o hay alguna inflexión de dolor en mi tono, yo sé manejar muy bien mis emociones y no me voy a doblegar por sus comentarios hirientes y palabras que destilan ponzoña.
—Toma, la documentación que faltaba.
Él toma los papeles y los revisa antes de salir de mi oficina.
Podría decir que lo odio por lo que le hizo a mi hermana, por la forma que lidió con la enfermedad de mi madre o en general por cómo es él, pero la verdad es que lo odio por cómo soy yo y los miedos que él sembró en mí y que jamás revelaré a nadie, porque creo que, si los demás conocen mis miedos, lo utilizarán en mi contra, ya que son un arma de doble filo y usualmente es el arma con la que más nos atacan.
Odio a mi padre y también a mi madre, ellos dos son el claro ejemplo de que no todas las personas deberían tener hijos, porque no debes traer niños a este mundo si no vas a cuidar de ellos y amarlos, o si vas a dejarlos a un lado y llenarlos de inseguridades, provocando que tengan una mentalidad competitiva y escodan sus miedos, dejando que pongan sus sueños en una alcantarilla mental.
—¿Por qué me llegó un correo de Atenea con la información de mi vuelo a las Vegas? —me pregunta Mae mientras entra en mi oficina cuando yo ya estoy recogiendo mis cosas para irme porque mi jornada laboral ha llegado a su fin—. Las Vegas representa casi todas las cosas que odio, ¿por qué iría?
—Maeve, vamos, será divertido y Will también va.
—Una razón más para no ir. Walter no me agrada, es muy alegre y siempre está de buen humor.
A Mae le gusta llamar a Will de diferentes maneras, menos por su verdadero nombre, y Will disfruta mucho eso porque siempre se toma todo con humor y eso me hace preguntarme, ¿cómo es que alguien como Will y Astrid, pueden ser hermanos de alguien como Jordán?
—Mae, por favor, eres la única hermana...
—Jugar esa carta no te funcionará conmigo.
Maeve siempre genera interés en los demás cuando les decimos que ella nunca sonríe, ni siquiera cuando era bebé, que siempre ha sido de esa manera y no hay ningún trauma adyacente que haya provocado eso en ella.
—¿Por qué quieres que vaya?
—Este es el tipo de cosas que compartía con Andrea y la extraño. Tú perdiste a una hermana, yo perdí a mi mejor amiga, mi hermana y confidente. Era mi gemela, hicimos todo juntas, compartimos todo y un día ella simplemente se fue y ahora yo me he quedado sola.
Sola y con todos los espejos de mi casa cubiertos, creyendo escuchar los pasos de su fantasma y la risa congelada de alguien que no volverá.
—Iré, pero tú pagarás por todo.
Cuando llego a mi apartamento, Atenea no está porque ha salido con su hermano, Miguel. Yo aprovecho que estoy sola para terminar de empacar mi maleta para el viaje, saldremos mañana y aún algunas cosas que me faltan de guardar.
Cuando estoy terminando de empacar todo, mi teléfono suena y maldigo cuando veo que es Gideon, alias Señor problemas del cual me debo alejar. Dejo que la llamada vaya al buzón de voz y cuando mi teléfono deja de sonar, lo pongo en modo avión y lo dejo junto a mi cama.
—Buenos días, querida prima.
—Ate, son las diez de la mañana y me quedé hasta tarde viendo hermanos a la obra, guárdate tu buen humor por donde no te da el sol, al menos hasta que yo haya tomado café.
Ella suelta una risa y me señala la cafetera.
—Mis maletas ya están junto a la puerta, Miguel pasará por nosotras y pasaremos por Mae.
—¿Creí que Raymond vendría a vernos?
—Ray-Ray, nos espera en el aeropuerto con Will.
Me siento a tomar mi taza de café y veo cómo Atenea irradia felicidad, y por la forma que se muerde el labio, asumo que tiene algo que quiere decirme.
—Habla.
—Conocí a alguien, se llama Keren, es de Estambul y trabaja conmigo en el museo. ¿Sabes cómo lo conocí? Estaba en uno de los balcones y dije: Oh, Romeo, Romeo, ¿dónde estás que no te veo? Y él salió de la nada y respondió el resto del diálogo, era su primer día en el museo. ¿No es eso tan romántico? Es... es la historia cliché que siempre he querido y es mejor porque Keren no tiene un amor no superado detrás de él.
—Entonces, ¿no hay nada entre tú y Raymond?
—No, nada, esa puerta se cerró en el momento que yo me fui. Solo somos amigos y yo he seguido adelante.
—¿Y él?
—Creo que también, aún no le hablo de Keren, le diré después de nuestro viaje.
Yo le doy unas palmaditas en su mano y no le digo nada, porque no quiero decirle algo que la pueda confundir. Termino de tomar mi taza de café, me como un bagel y me apresuro arreglarme porque según Atenea, vamos a llegar tarde.
Cuando llegamos al aeropuerto, Miguel nos dice que Raymond y Will ya han abordado el avión, y en efecto, llegamos un poco tarde, pero el avión aún no ha despegado y nos apresuramos abordar.
—No me gustan los aviones, no me gustan las personas, no me gusta...
—No te gusta nada, lo entiendo, Mae, ahora sube a ese avión y busca tu asiento, ya me seguirás diciendo después las cosas que odias.
Ate y Miguel vienen detrás de nosotras discutiendo por quien de los dos es mejor en juegos de mesa. Ellos siempre están discutiendo.
—¿No estamos sentadas juntas? —le pregunto a Mae.
—No, Ate compró el asiento junto al mío para que yo no tenga que compartir.
Veo que Miguel y Ate se están acomodando en su asiento y que Will y Raymond ya están sentados en los suyos.
¡Genial! Me toca sentarme con un extraño.
Cuando llego a mi asiento, veo a la última persona que esperaba ver en la faz de la tierra.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?
—¿Yo? ¿Qué haces tú aquí y donde está mi auto? Te juro que sí algo le pasó, eres hombre muerto Jordán Rhodes.
Y cuando giro mi cabeza hacia mi familia, veo cómo todos esos fariseos cobardes se esconden, menos Mae, que no sonríe, pero puedo ver cuanto disfruta esto. Ellos lo planearon todo.
—Tú planeaste esto, ¿verdad? Porque es algo que tú harías.
—Por supuesto que no, Jordán, mi vida no gira en torno a ti.
—Este será el viaje más largo de mi vida.
Yo pongo los ojos en blanco en su dirección.
—Este será el peor viaje de mi vida —murmuro más para mí, que para él.
—Una regla para este viaje... no nos dirijamos la palabra.
Yo guardo mi equipaje de mano y me siento.
—Una regla para el resto de nuestra vida... no nos dirijamos la palabra, Jordán.
—Bien por mí, ladrona.
—Empezando desde ahora, y te lo he repetido muchas veces, no soy una ladrona.
Pero, ¿en qué estaban pensando mi traidora familia cuando planeó esto? Ni siquiera puedo imaginar cómo será el resto del viaje.
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