1. Para empezar, yo soy la villana de esta historia
"Es mejor sentir el dolor de un desamor, que nunca conocer la dicha y felicidad que nos tare el amor".
La frase me la dio Milo, mi exnovio, un poco después de decirme te amo. No la escribió en una bonita tarjeta o una elaborada carta, nada de eso, la frase la escribió en la etiqueta de una cerveza y no porque estuviera borracho, en ese momento fue lo único que tenía a la mano y dijo que necesitaba hacerle saber a la futura Paulina, que, sin importar como hayan resultado las cosas, nos amábamos mucho y éramos felices, a pesar de que yo aún no le decía te amo al momento que escribió eso. Pero él dijo que ya lo sabía.
Él quería que yo supiera eso, porque de los dos, soy yo quien no cree en los para siempre y que el amor lo pueda soportar todo. Porque para mí eso no tiene mucho sentido, ya que somos nosotros quienes sentimos el amor y hay un límite de cosas que una persona puede soportar antes de rendirse, entonces, por ende, el amor no lo soporta todo. Pero Milo era dulce y soñador, y creía que nosotros estaríamos juntos por siempre y hubiera sido así si ambos no quisiéramos cosas diferentes. Él quería casarse y tener hijos, y yo no soy de las que se casan. Él ya sabía eso, entonces, ¿por qué a pesar de saberlo me pidió matrimonio? Milo debió saber que yo diría que no, aunque lo conozco, es tan soñador que debió creer que yo diría que sí.
A veces, en mis noches más solitarias, cuando los recuerdos de lo que teníamos me atacan y me encuentro extrañando su presencia como jamás creía que sucedería, encuentro cierto consuelo en la idea que, tal vez, tan solo tal vez, en un universo alterno hay una Paulina y un Milo que están juntos y quieren las mismas cosas.
—En ese universo él no se casó con alguien más y mi corazón no se rompió un poco cuando eso sucedió.
Pero en este universo él si se casó y ahora yo estoy en silencio recogiendo los pedazos rotos y fragmentados de mi corazón, dándome cuenta de que hay pedazos que no volverán. Pedazos que se han quedado con Milo.
Arrugo la etiqueta de cerveza con la dichosa frase y no entiendo por qué aún la conservo entre mis cosas, yo no soy una persona sentimental que le gusta atesorar cada recuerdo de una relación o recuerdos en general.
Mira este es un huesito de pollo de la cena de nuestra primera cita, pienso con sarcasmo y en son de broma. Porque, aunque suene divertido y algo exagerado, conozco a personas que hacen eso y yo en definitiva no soy ese tipo de persona, pero a pesar de eso, aquí me encuentro, sentada frente a mi armario sosteniendo la etiqueta de una cerveza con una frase tan trillada que me produce algo de náuseas.
—¿En qué estabas pensando vieja Paulina Montenegro al conservar esto?
Ni siquiera recuerdo que le contesté o si simplemente tomé la etiqueta y la guardé o porque lo hice, no recuerdo mucho sobre esa noche y no es que estaba borracha, solo nos tomamos una cerveza, la cuestión es que no recuerdo nada porque lo único que quería recordar de esa noche es que un poco antes, mientras caminamos por la acera camino algún lugar, él me había dicho te amo.
Las palabras se escaparon de sus labios y cuando Milo lo notó, ya era tarde para retractarse y a mí me gustó eso, la forma casual con la que me dijo te amo. Porque siempre me ha gustado que las cosas se den de forma espontánea en mis relaciones, no me gusta que se piense demasiado, que se tracen esquemas y gráficos, entonces, por simple lógica, adoré la forma en que él me dijo te amo.
—Y ahora no vale la pena lamentarse por lo que pudo ser y no sucedió, solo me queda terminar de recoger los pedazos de mi corazón, fabricar nuevos pedazos para reponer los que se quedaron con Milo y seguir adelante. La vida sigue y no voy a dejar que me aplaste.
En medio de mis mensajes de motivación para mí mismo, escucho el sonido de mi teléfono proveniente de alguna parte de mi apartamento. Me levanto para buscarlo y dejo la etiqueta de cerveza sobre la cama.
—Hola, yo aquí ¿quién allá?
Escucho una pequeña risita al otro lado de la línea.
—Tu prima favorita, ¿quién más?
—¿Tracy? —pregunto solo para molestarla.
Hay un sonido de desdén y puedo imaginar la expresión con la que ella me estaría mirando si estuviera aquí y no en El Cairo.
—Sabes que soy Atenea y también debes saber que justo ahora, me arrepiento de llamarte, prima ingrata.
Atenea es dos años menor que yo, una hermosa morena de pelo negro y ojos color avellana que hipnotizan a cualquiera, menos a quien ella quisiera hipnotizar. Ella también es una fantástica arqueóloga con un doctorado en egiptología que actualmente vive en El Cairo y a la cual yo extraño mucho, porque entre Tracy y ella, Ate, como le decimos todos de cariño, es quien siempre me acolitaba en mis locuras.
—Te diría que no seas dramática, pero eres un cuarto griega, Atenea Montenegro y el drama y la tragedia corren por tus venas. Pero dime, ¿a qué debo el placer de tu llamada?
Escucho un murmullo y la voz de Ate en respuesta, pero no es eso lo que llama mi atención, es la forma en la que ella le responde a esa voz masculina.
Hago una nota mental para averiguar sobre ese tema.
—Llamaba para saber cómo estás y sí, sé que eres fuerte y la vida sigue, que vas a tomar al toro por los cuernos y todo eso que quieras decirme, pero querida prima, él hombre que amas se acaba de casar con alguien más hace una semana y media, está bien sentirse mal. Es algo normal.
Por supuesto que es algo normal, eso yo lo entiendo, pero no veo porque debo sentir pena por algo que yo mismo me causé, porque si hay algo cierto en toda esta historia, es que aquí yo no soy la víctima, soy la villana y creo que siempre lo he sido.
Ante ese pensamiento, un amargo recuerdo viene a mi mente, el recuerdo de lo que sucedió dos semanas antes de su boda.
Intento alcanzar a Milo, pero él baja las escaleras de mi edificio casi corriendo, intentando alejarse de mí y yo entiendo por qué lo hace, de todas formas, la parte en mí que no acepta perder y ser una segunda opción- gracias, papá por la forma en que me criaste (nótese el sarcasmo) - lo intenta alcanzar, para al menos intentar explicarle lo que sucedió.
—Milo, lo siento, cometí un error, él es solo un error. Es solo un error, lo siento.
Mi voz suena alta y estoy segura de que él me ha escuchado, pero no se detiene, por el contrario, acelera su paso.
—Milo...
—¿Qué Paulina? ¿Qué vas a decir ahora? ¿Vas a seguir insistiendo en que fue un error? Pero no es así porque eres Paulina Montenegro y jamás cometes errores, eres perfecta. He incluso para ser la villana de la historia lo estás haciendo a la perfección.
Él suena dolido y molesto, no me mira cuando habla, se mantiene de espaldas hacia mí y yo tampoco hago ademán de alcanzarlo.
—No quería lastimarte.
Milo se ríe de forma amarga y ácida, con una pizca de fastidio.
—Tú no quieres muchas cosas, porque al final de día, siempre se trata de lo que tú quieres o no. Siempre ha sido así, egoísta y yo siempre te dé dejado porque te amo, pero amarte me lastima y me duele, entonces debo dejar de hacerlo. Ya no quiero amarte Paulina, ya no quiero saber nada de ti.
Milo deja caer los hombros en señal de derrota antes de empezar a caminar de nuevo hacia su auto.
Yo me intento acercar de nuevo a él, pero no lo consigo, y con resignación observo como se aleja de mí, y como poco a poco se desvanece nuestra historia, dejando tras de él, solo un pequeño rastro amargo de lo que un día fue una dulce historia de dos personas que en el fondo sabían que no iban a durar, por qué Milo debió saberlo, ¿verdad? De todas formas, ya no importa lo que un día fuimos, lo único que parece importar en esta fracción de tiempo, es que él se está alejando de mí.
—¿Sabes una cosa, Paulina? Ojalá nunca me hubiera enamorado de ti, desearía nunca haberte conocido.
Su voz suena tan fría como las aguas que rodean el artífico, y me cortan como finas dagas que se incrustan con fuerza en mi pecho.
Jamás esperé escuchar a Milo decir eso, porque desde que lo conocí, él fue quien más se aferró a esta relación, quien siempre se ha mantenido fuerte y firme, mucho más que yo, porque a diferencia de mí, Milo es un hombre de relaciones serias, entonces tenía experiencia en el tema. Y a diferencia de mí, Milo jamás ha sido egoísta, es por eso que me duele ver cuanto lo he lastimado, a tal punto que lo he orillado a dejar atrás aquello que lo hace ser como él es. No lo culpo a él, ¿cómo podría? Soy consciente que la única culpable aquí soy yo, y es duro para mí ver el daño que le he causado.
Destruyes todo lo que tocas, me dijo mi padre hace tiempo y creo que tenía razón.
—Milo, ¿lo dices en serio? ¿Tú realmente quieres decir eso?
Mi pregunta sale en un suave susurro que se pierde en el frío viento de San Francisco. Me quedo quieta esperando una respuesta que no va a llegar, pero no me muevo, espero a que él se gire porque algo en su postura me dice que lo va a hacer. Quiero que se gire, que me mire a los ojos y me diga que no es cierto, pero cuando Milo se gira, lo único que puedo ver en su mirada es el dolor inconmensurable que yo le he causado.
Él parece querer decir algo, pero vacila y vuelve a cerrar los labios.
—¿Realmente desearías no haberme conocido?
—Paulina, ni siquiera entiendo como tienes el cinismo de preguntarme eso. Mírame, mírame bien y ve todo el daño que me has causado, mira como este dolor me está destrozando y me ahogo en los recuerdos. Mira lo estúpido que me siento por venir aquí y estar a punto de dejar todo por ti. No lo vales. Entonces sí, desearía no haberte conocido, porque de esa forma me ahorraría este dolor.
Dejo que sus palabras floten entre nosotros, heladas palabras dicha con ira y desdén, mientras que el silencio ensordecedor que le preceden me provoca un ligero escalofrío.
Ya no hay esa calidez y seguridad que era inherente en nuestra relación, tampoco esta esa sensación que siempre palpito entre nosotros y me decía qué, sin importar nada, siempre íbamos a estar bien.
Ya no hay nada de eso, porque mis acciones se lo llevaron todo.
—Lo siento tanto, Milo.
Lo observo con mucha atención, intentando encontrar en su mirada algo que me diga que podríamos, a pesar de todo, salvar lo que teníamos, lo miro intentando encontrar en su mirada un rayo de esperanza o una señal de que Milo me puede llegar a perdonar. Pero me doy cuenta, que no importa cuánto lo mire, no voy a encontrar nada de eso en su mirada.
—¿Y qué arregla tú lo siento, Paulina?
Hubo un tiempo, poco después que él me dijera que me ama, donde me prometió que jamás me haría daño, y que no importara lo que yo pudiera hacer, él jamás se alejaría y que siempre encontraríamos una solución. Milo solía repetirme esa promesa todos los días como un mantra, pero ya no hay promesas en sus labios, y por un momento, mientras lo miro, pienso que eso jamás existió, que jamás hubo buenos momentos entre nosotros. Todo lo bueno que pensé que teníamos, ahora parece una ilusión, una bruma o espejismo de una relación que jamás tuvimos.
—Dime, ¿cómo tú lo siento cambia lo que nos está sucediendo?
Su mirada antes cálida, ahora es estéril, fría e inhóspito. Donde mis lágrimas y mis lo siento no servirán de nada, porque he destrozado sus sentimientos a tal punto que su corazón ha quedado tan árido que unas cuantas lágrimas de mi parte no causaran un impacto en él.
—¿Paulina? ¿Sigues ahí? ¿Está todo bien? —me pregunta Atenea con mucha preocupación y voz me trae de regreso a la realidad.
No, las cosas no están bien y ahora, bajo una perspectiva diferente, espero que al menos él se haya quedado con algunos buenos momentos entre nosotros, que, al pensar en mí, no solo recuerde lo que hice hacia el final de nuestra relación, sino que también pueda recordar las risas, las noches de desvelo donde hablábamos de la vida, las mañanas perezosas y la rutina en la que me sumergí por él, a pesar de que yo siempre las he odiado, pero lo hacía porque a Milo le daban seguridad.
—Sí, sigo aquí, y sí, estoy bien. Agradezco tu preocupación, Atenea, pero estoy bien. Soy una Montenegro, y ya sabes cómo es, estoy más enojada por perder, que por cualquier otra cosa.
Atenea no compra mi acto, pero tampoco me esfuerzo suficiente para que lo haga.
—Está bien, no te presiono más, pero sabes que estoy aquí por si quieres hablar. Te quiero.
—Gracias, Ate.
Termino la llamada y suelto un suspiro mientras pienso que espero que Milo recuerde que no fui tan egoísta en nuestra relación, que sí cedí en ciertas cosas y traté de entenderlo en otras. Espero que él haga eso, porque yo sí me voy a quedar con los buenos momentos, esos donde él me miraba con su sonrisa soñadora que logró conquistarme, la forma que me miraba cuando creía que no me daba cuenta o cuando me decía te amo. No quiero recordar lo que sucedió al final y la forma precipitada en que todo termino entre nosotros.
Yo en el fondo sabía que íbamos a terminar, porque nada dura para siempre, especialmente cuando yo estoy involucrada.
Tu verdadera naturaleza se filtra e infecta a las personas que te rodean, corrompiendo buenos momentos y dañando los recuerdos. Estás dañada, y al final, siempre terminas dañando a quienes te aman—me dijo mi padre hace tiempo, y no sé cómo logró que sus palabras sonaran tan ácidas y frías en medio de aquel cálido lugar, o como su sonrisa se trasformó en un segundo, en una mueca de crueldad.
—Es una pena que mi padre haya perdido a la hija equivocada.
Como él me ha dicho desde la muerte de Andrea, mi gemela, él desearía que quien hubiera muerto fuera yo. Y me molesta que lo diga como si la muerte de Andrea hubiera sido un accidente, cosa que no lo fue. Andrea se suicidó, igual que nuestra madre, y al igual que con nuestra madre, fui yo quien encontró el cuerpo muerto de mi hermana en la bañera, y eso es algo que jamás voy a poder olvidar, pero eso a mi padre no le importa.
Desde la muerte de mi hermana, hace dos años, yo dejé de mirar mi reflejo en los espejos, porque cada vez que lo hago, lo único que veo es el cuerpo sin vida de Andrea, porque siempre fuimos como dos gotas de agua y no puedo ver mi reflejo sin pensar en ella. Es difícil perder a quien siempre ha estado contigo, a quien era mi mejor amiga. Porque a pesar de que tengo a Maeve, mi hermana mayor, nada podrá jamás llenar el vacío que me dejó la muerte de mi gemela.
—Me pregunto, ¿qué hubiera dicho Andrea sobre mi situación?
Es una pregunta que jamás tendrá respuesta.
El día pasa casi en un borrón, y yo paso todo el día concentrado en mi trabajo, soy restauradora de arte en la casa de subastas de mi familia. Y ahora entendiendo a Atenea cuando hacia esto para ignorar sus problemas. Cuando termino de trabajar, salgo de mi oficina y me topo con Maeve, mi hermana mayor, que camina con un ramo de rosas marchitas.
—Me gustan las rosas muertas —me dice ella, en ese tono carente de emoción o entusiasmo, como es común en ella.
Porque si hay algo que caracteriza a Maeve Montenegro, es que no sonríe, nunca. Ella tampoco levanta la voz o muestra sus emociones. Tampoco le gusta que la toquen o las muestras de afecto, en realidad, hay muchas cosas que a Maeve no le gustan.
—Lo sé, ¿quién te dio el ramo, Mae?
—Una persona.
Yo me rio por su respuesta y le saco la lengua mientras paso a su lado para dirigirme al estacionamiento para poder ir a comprar los deliciosos rollos de canela en los que no he podido dejar de pensar en todo el día.
Astrid, la dueña de Coco pie, prepara los mejores rollos de canela de San Francisco. Ella también es la hermana menor de Jordán Rhodes, mi enemigo y el hombre al que le interrumpí la boda. Aunque según Jordán, yo no la interrumpí, yo la arruiné, pero yo creo que él exagera.
Cuando llego a la tienda, sonrió con emoción y soy recibida con entusiasmo por Astrid, ella tiene una espesa melena castaña y unos amables ojos marrones que me miran con algo que no logro identificar, pero casi parece como si me fuera a dar una mala noticia.
—Hola, Astrid, ¿cómo va todo?
Ella se mueve con emoción hasta pararse cerca de la caja registradora lista para tomar mi pedido.
—Todo va bien ahora que he visto a mi clienta favorita. ¿Qué deseas hoy, Paulina?
—Ya sabes, llevaré lo de siempre.
Astrid deja de sonreír y hace una mueca, algo muy raro en ella que siempre está sonriendo.
—Oh, Paulina, lo siento mucho, pero ya no hay rollos de canela. De verdad lo siento, pero hay muchos otros dulces que puedes comprar, es más, esta vez, puedes llevar un dulce gratis. El que tú quieras.
Dios mío santo, ¿qué está pasando? No hay rollos de canela. ¿Acaso este es el fin del mundo? No, no, esto no puede estar pasando, lo único bueno en mi vida y no lo puedo tener. ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí? ¿Qué clase de karma estoy pagando?
—Pero, ¿cómo se terminaron todos los rollos de canela?
—Te lo voy a contar, pero debes prometerme mantener la calma. Lo que sucede es que Jordán, mi hermano, vino hace un momento y compró todos los rollos de canela. Lo siento.
La bestia rastrera de dos patas me hizo esto y solo porque interrumpí su boda.
—Y dejó esto para ti.
Astrid saca un sobre beige y me lo entrega. Cuando abro el sobre, solo hay una pequeña nota que dice: Jordán 1 – Paulina 0.
Oh, Jordán, no sabes con quién te has metido, porque mi lema favorito es: Ojo por ojo, y venganza por venganza.
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