Capítulo 5

—Acabas de decir una mala palabra —le solté, con una mezcla de sorpresa y algo de burla que no pude evitar.

Ashton me miró, claramente desconcertado por mi cambio de tema repentino. Su expresión era una mezcla de incredulidad y cansancio, como si intentara decidir si debía responder o simplemente dejarlo pasar. Sabía que interrumpir el momento tenso con algo trivial era mi forma de defensa. Era eso o permitir que todo lo que sentía me abrumara de golpe, y no podía arriesgarme a perder la compostura frente a él. No ahora.

—Buena forma de cambiar de tema —respondió al fin, su voz neutral, pero con un ligero tinte de frustración. Metió las manos en los bolsillos, como si buscara aferrarse a algo tangible que lo ayudara a mantener la calma—. Si uno de los requisitos para que te quedes al menos un año es que maldiga más seguido, lo haré.

Intenté enfocarme en lo más trivial de su respuesta. No quería enfrentar lo que realmente sentía: que sus palabras habían sido sinceras, que una parte de mi odio estaba transformándose en compasión, y que quizá... su regreso a mi vida podría ser algo bueno para mí. Pero aún no confiaba.

Aunque Ashton lo creyera incorrecto, habría amado que simplemente viniera a decirme que aún se acordaba de mí. Si me hubiera explicado en ese entonces lo que pasaba por su cabeza, tal vez yo lo habría entendido.

—Veremos qué pasa —dije, medio en broma, medio en serio... aunque mucho más en serio—. Pero no prometo no volver a intentar escapar.

Él me dedicó una media sonrisa y chasqueó la lengua.

—Yo que tú, no lo haría. Te encontraría.

Comencé a caminar de nuevo hacia la escuela, y él me siguió el paso.

—Tienes mucha estima en ti mismo.

Ashton rió ligeramente, y juntos retomamos el camino hasta su auto.

Él me llevó de vuelta a su casa. Ninguno de los dos dijo nada durante todo el viaje. Al llegar, Ashton se encerró en su habitación, y yo decidí hacer lo mismo en la mía.

No había valorado lo que tenía hasta ese momento: la oportunidad de estudiar, de tener un techo sobre mi cabeza, de comer sin preocuparme por el día siguiente. Era más de lo que podría haber conseguido si hubiera salido del centro en las condiciones en que estaba.

Podría terminar mis estudios. Podría incluso aspirar a algo más grande, como ir a la universidad. Pero luego recordé nuestra discusión. Cómo había llamado la atención de todos con nuestra pelea pública. Pensé en lo inestable y problemática que debí parecerle, y la idea de que Ashton ya estuviera arrepentido de haber tomado la responsabilidad de cuidarme se instaló en mi mente como una sombra.

Un millón de pensamientos oscuros pasaron por mi cabeza, cada uno más destructivo que el anterior, cuando oí un golpeteo en mi puerta. Me congelé.

Respiré hondo y me preparé para lo peor. Cuando abrí, lo primero que vi no fue su rostro molesto, como esperaba, sino una laptop en sus manos.

Mis ojos se abrieron de par en par. Esperaba unas maletas, no una computadora.

—¿Qué es esto?

—Es para ti —dijo, tendiéndomela con una expresión neutra que no me decía mucho—. Te hará falta para tus estudios. Y, bueno, es más fácil comprar boletos para escapar con una computadora.

Lo miré, confundida y algo molesta por el mal chiste.

—Tengo las contraseñas del historial —añadió, intentando sonar relajado—. Ni se te ocurra intentarlo.

Ni siquiera hice el gesto de tomarla. Era demasiado.

—Incluso podrías hacerte redes sociales, tener amigos en Facebook o algo así —continuó, claramente nervioso—. Avísame cuando lo hagas, así podré mandarte mensajes cada vez que vaya al baño a las tres de la mañana.

Sus intentos de ser gracioso eran torpes, pero no pude evitar que una sonrisa se asomara en mis labios antes de borrarla rápidamente.

—Muchas gracias, de verdad —respondí, con la voz más baja de lo que pretendía—. Pero no la necesito.

Ashton suspiró, como si esperara esa respuesta, y asintió una vez. Abrió la boca para decir algo más, pero la cerró de inmediato, eligiendo con cuidado sus palabras.

—No quiero que te sientas incómoda con esto —dijo al fin—. Pero voy a insistir. Si no la aceptas ahora, terminarás haciéndolo porque no pienso rendirme.

—¿Irritante? —interrumpí.

Levantó una ceja y una esquina de su boca se curvó ligeramente.

—Iba a decir perseverante, pero sí, también puedes decir eso.

Negué con la cabeza y levanté una mano.

—No la quiero.

—Eres terca —respondió, con un tono tan neutral que no supe si estaba molesto o simplemente resignado—. Y ya te dije, no me importa que no estés de acuerdo.

Antes de que pudiera replicar, pasó junto a mí, entró a la habitación y dejó la computadora en el escritorio.

—La voy a devolver al salón.

—Y yo la volveré a poner en tu cuarto.

Se puso el saco y abrió la puerta principal.

—¿Dónde vas? —pregunté, sin saber de dónde salió la curiosidad.

—A trabajar. Pedí la mañana libre porque sabía que ibas a intentar escapar.

¿Soy tan predecible? En el momento, la idea me había parecido brillante.

—¿Por qué no te fuiste apenas llegamos?

—Necesitaba pensar y aclarar mis ideas.

Bajé la mirada, avergonzada.

—Lo siento.

—No lo sientas. No tenía nada que ver con nuestra pelea.

—Entonces, ¿qué era?

Ashton apretó la manija de la puerta con fuerza.

—No te preocupes. Son cosas con las que tengo que lidiar solo. Nos vemos en la noche.

Cerró la puerta y se fue.

Me quedé sola con una maraña de pensamientos y mi cabeza estallando de dolor. Me apoyé en el respaldo del sofá, cubriendo mis ojos con las palmas de las manos.

Es tan difícil tener una conversación amable y sin dramas con él. Lo intento, lo juro. Pero parece que siempre saca lo peor de mí.

Y no es su culpa.

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