04.

—¡Alexander! ¡Alexander, soy yo, ábreme! —susurré golpeando la puerta de sus aposentos a medianoche. Terminar allí para hablarle con honestidad me llevó varias horas pues masticar me ego no era tarea para cualquiera.

La puerta de madera que nos separaba se abrió de manera instantánea y antes de que pudiera comprender lo que estaba sucediendo, él me tenía acorralada contra una pared. Una de sus manos reposaba a un costado de mi cabeza mientras que la otra acariciaba mi mejilla con delicadeza. Sus ojos, negros como la noche, brillaban con la intensidad de mil estrellas a punto de morir, se sentía culpable y no podía comprender por qué.

—Calista, no puedo amarte. Llevo horas pensando solo en ti, en lo que me haces sentir, en lo que soy cuando estoy contigo. Pero no puedo amarte. Prometí dedicar mi vida al reino que mi familia tanto hizo sufrir, debo estar enfocado... ellos...

¡Ataquen! —Un grito se dejó escuchar desde la lejanía y no nos llevó mucho tiempo deducir que el castillo estaría bajo ataque pronto.

—¿Un asalto? —Alexander estaba tan confundido que no me quedó más que explicarle todo. Desde Úrsula y su trato con las piernas a cómo me engañó una segunda vez. De cómo salí del mar con la idea de matarlo y del plan de la hechicera de matar al rey, importaba poco de si yo ayudaba o no.

—Desde que te conocí, siempre quise preguntarte si en verdad me matarías.

—¿En serio? —El cerebro no podía llegar a procesar la información que mis oídos escuchaban—. ¿Siempre lo supiste?

—Sí, supongo que quería darte el tiempo para que tomaras una decisión. Como yo no soy Charles, tú no eres la misma que salió del mar hace una semana, Calista. —Sus brazos fuertes se amarraron a mi cintura como náufrago desesperado por salvar su vida, y nuestros labios se encontraron con anhelo y temor de que el tiempo se nos había acabado.

—¿Qué podemos hacer?

—Se ven escudos del reino Mennerst. Ellos son nuestros aliados, no hay razón alguna de esta traición, a menos que...

—A menos que Úrsula los hubiese hechizado.

—Exacto. Bien, deberemos luchar magia con magia. —Alexander tomó una daga que tenía escondida debajo del colchón y me sonrió con pena—. No era para ti, la tengo desde que me maté a mi padre por temor a que su espíritu volviese durante mis horas de sueño.

—¿Qué vas a hacer? —indagué aterrorizada mientras él cortaba su palma derecha y vertía el líquido escarlata sobre una caja de madera que lucía tan antigua como el tiempo mismo.

—Merlín, te invoco. Merlín, quien supiese ser mentor del mismísimo Rey Arturo y quien quedó por mucho tiempo adormecido en una celda de cristal por obra de Nimue, te preciso.

—¿Has perdido la cordura? ¡Merlín es un mito! —Un grito desaforado salió de mi garganta pues sabía que la muerte de Alexander, tan cercana, le había llevado a la locura.

Por más de la seguridad que tenía sobre lo que en verdad estaba pasando a nuestro alrededor, nada me hubiese preparado para ver cómo una figura de humo y luz lunar se hizo corpóreo desde la pequeña caja abierta que ahora yacía sobre el suelo. Ante nosotros, un hombre tan antiguo como el océano mismo nos miraba con tranquilidad y parsimonia.

—El día ha llegado, Alexander. Has hecho bien en llamarme.

—¿Cómo? —No pude pronunciar más palabras pues los ojos del anciano se habían fijado en los míos dejándome en trance. Al ver sus orbes, pude notar como dos pequeñas galaxias se podían ver reflejadas allí.

—Cuando tenía quince años, unos meses luego de que mi madre fuese asesinada, me fui por el mundo como alma errante. Buscaba apaciguar mi dolor cuando pasé por los bosques de Inglaterra y quedé perdido por días. Descubrí a Merlín encerrado en una especie de prisión hecha de cristal, rodeada y aprisionada por las raíces del árbol más antiguo que había visto en mi vida. Le liberé y el prometió devolver el favor el día que quisiesen venir a arrebatarme la vida antes de tiempo.

—Calista, hija del rey de los siete mares. —Merlín me llamó de manera magnética, había algo en su voz que parecía encantarme—. Demostraste que luego de todo este tiempo, al fin fuiste capaz de aprender tu lección. El amor no es algo que se ve y se toma, es algo que se gana, se forja, se construye. ¿Estás dispuesta a hacer lo necesario para salvar a Alexander?

—Sí, señor. Haré lo que sea.

—Puede que pierdas la vida en el proceso.

—Pues valdrá la pena. —Me arrodillé mostrando que estaba a merced del mago más poderoso del que se hubiese escuchado jamás. Si Merlín tenía un plan, entonces Alexander saldría sano y salvo. Eso era todo lo que importaba.

—¡Úrsula! —Clamé enfurecida mientras entraba de lleno al mar. Las olas parecían embravecidas y me atacaban sin piedad mientras me adentraba caminando, a lo que una vez había sido mi hogar, haciéndome sentir que no era bienvenida.

—¿Llamabas, querida? —La voz que siglos atrás me perteneciese se dejó escuchar y una figura oscura surgió desde las profundidades.

—¡Detén al reino vecino! Yo lo voy a matar, haré lo que deseas mas por amor a los dioses, no dejes que gente inocente muera. —Úrsula arqueó una ceja curiosa, había llamado su atención.

—¿En verdad lo vas a matar?

—¡Te prometí que lo haría! ¿No? —Grité para que me escuchase, la garganta me escocía, pero la tormenta que se había desatado sobre nuestras cabezas no me dejaba otra opción que seguir alzando la voz para ser escuchada. Cuando eso terminó de sacar de quicio a la hechicera, esta terminó acercándose al fin.

—¿Y por qué demonios no lo has hecho ya?

—Quiero la daga.

—¿Qué daga? —Mi pedido tomó por completo desprevenida a mi ex secuaz.

—La daga que le diste a mis hermanas la primera vez, esa por la que les pediste sus cabellos. Te dije que soy poética, ¿recuerdas? Quiero matar a Alexander con la daga que debería haber degollado a Charles.

—Muy bien, —aceptó mi interlocutora acercándose un poco más, luego, con un movimiento de manos, hizo que una daga apareciese en mis manos—, pero más te vale que lo hagas rá...

Ni siquiera dejé que terminase su amenaza. La daga, para ese entonces, ya estaba incrustada en su garganta hasta haberla atravesado del todo. La saqué haciendo un poco de fuerza debido a que había quedado atorada y abracé a Úrsula por la cintura para que no se hundiese. Ella no paraba de mirarme con los ojos abiertos en su máxima capacidad, inmortalizando así su genuina sorpresa mientras yo observaba cómo la sangre de su cuello se vertía dentro de la pequeña caja de Merlín.

—Lo lamento, Úrsula. Pero tus tratos y engaños terminan aquí. Esta caja fue hecha con ramas del árbol mágico que tenía atrapado al mismísimo Merlín. No habrá resucitación ni hechizo que te ayude esta vez.

—Se vé que al final... terminaste teniendo tu venganza —susurró la bruja antes de que por fin dejara que se sumergiese en el océano. Éste, bravo y mortífero, la absorbió como alguien que quiere esconder algo bochornoso por lo que quedaba de eternidad. Unos minutos después el cielo se aclaró y las estrellas comenzaron a brillar una vez más.

Luchando con la pequeña caja que ahora estaba llena de sangre de hechicera, salí a los tropezones del agua hasta caer en la orilla en que por primera vez conocí a Charles y a Alexander. La caja había tomado un peso imposible y casi me había ahogado junto a ella.

En la playa, Merlín y Alexander me esperaban. Uno tranquilo como el tiempo mismo, el otro aterrado por no poder ayudarme hasta que no hubiese llegado a tierra firme.

Sus brazos me acogieron hasta llevarme a su pecho y la tibieza de su cuerpo me llenó de una paz que nunca creí posible. Merlín dibujó una media sonrisa al ver cómo en el horizonte las tropas se retiraban confundidas y sin comprender cómo habían llegado hasta allí.

—Se acabó la espera para ustedes dos. —Con Alexander nos miramos confundidos y luego dedicamos toda nuestra atención al mago que poco a poco parecía desaparecer ante nuestros ojos—. Calista, Alexander, este reino los precisa. Deberán dejar enterrado al pasado en el mismo sitio en que Úrsula ha quedado enterrada, si quieren lograr lo que en verdad estaban destinados a hacer. Ustedes nacieron para ser líderes, no decepcionen a sus pueblos.

—¿Nuestros pueblos? —Alexander fue el único capaz de convertir en palabras todas nuestras dudas.

—Tú ya eres un Rey en la tierra, pero Calista fue la heredera a un trono marítimo que ya no puede reclamar como suyo. Sin embargo, será la encargada de mediar entre ambos reinos. El mar y la tierra entablaran lazos de alianza por primera vez en la historia, no lo arruinen. Si están unidos, no pueden fallar. Si se traicionan el uno al otro, fracasarán sin lugar a duda.

—Jamás traicionaría a Calista, la amo. —Alexander le habló a Merlín aunque sus ojos estaban clavados en los míos.

—Ni yo te traicionaría a tí, Alexander. —Susurré, encantada de cómo su alma llamaba a mi ser.

Nos fusionamos en un beso intenso e inevitable. No lo supe en su momento, pero yo había nacido para estar con él y su alma había llamado a mi existencia con desesperación hasta el día en que nos encontramos. Por eso no pude matarlo. Porque él era mi destino. Porque yo era el destino de él. Con ese beso, una parte de su alma quedó en mi ser y una parte de mi ser rellenó ese vacío de alma que me había brindado. De ahora en más, seríamos uno. 

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