03.
—Si fuiste sirena y hace trescientos años desde que te condenaron, quiere decir que apareciste en la tierra durante el reinado del Rey Charles. —El mero nombrar de aquel traidor hizo que la sangre hirviese a borbotones dentro de mis venas—. Y por lo que puedo ver él fue de quien te enamoraste.
—¿Soy tan fácil de predecir, Alexander?
—No del todo, Calista, pero esa expresión no necesitaba palabras. ¿Así que a ti también te lastimó mi familia? —Sus puños se cerraron y su cuerpo pareció temblar por la rabia más pura.
—¿Qué quieres decir?
—Vengo de una familia de líderes egoístas y corruptos. Avariciosos, embusteros, egocéntricos. Tú le buscas el adjetivo negativo, seguro le cupo como anillo al dedo al menos a uno de mis antepasados.
—¿Y tú eres diferente?
—Como te dije, yo no creo que Dios me haya puesto donde estoy ni me creo especial por eso. Estoy en esta posición para servir al pueblo, no tiene por qué ser al revés.
—Y aun así tienes sirvientes. —Mis palabras salieron disparadas como dagas venenosas que buscaban matarlo, sin embargo, Alexander sonrió.
—Siento que me haz juzgado, incluso antes de que pueda explicarme. Tenía esperanzas de que fueses distinta, pero poco y nada te diferencia de los nobles que vienen a mi castillo y disfrutan de la comida y riqueza que hay en este castillo. Lo único que te diferencia es tu cola. —Lo último lo dijo ofendido, hasta dolido. Eso llegó a lastimarme a mí también. El en ningún momento me había juzgado cuando dije que era una sirena, jamás me trató de loca o me dejó saber que solo me seguía la corriente—. Oh, pero conociste a mi antepasado, él te dañó y por ende yo también debo ser un desgraciado. ¿Verdad?
—Alexander... entonces, cuéntame, ¿por qué tienes sirvientes si eres tú el que debe servir? —supuse que no había notado malicia en mi pregunta pues suspirando para calmarse procedió a explicarme.
—El desgraciado de mi padre mató a mi madre porque ella se le opuso. Él quería quemar media aldea viva porque se le rebelaron. Ella los quería proteger. La encendió fuego en la plaza mayor y prometió que eso le pasaría a quien le desobedeciera. El miserable mató a su propia reina para mostrar que iba en serio, por supuesto que nadie hizo nada luego del asesinato.
—¿Él la mató...? —repetí más para mí que para él. Esa familia era veneno puro y terminaba hiriendo a quien fuese que se metiese en su camino.
—Sí. —Dejó que el silencio se asentara entre nosotros antes de continuar su historia —. Por eso, cuando me hice lo suficientemente mayor, lo maté mientras dormía. Me llevó años cobrar el coraje que se precisaba, pero el odio que tenía adentro y que demandaba venganza fue mi aliado.
—Por eso decías que no sabías lo que era tener el corazón roto pero que sabías de dolor. —Una sonrisa triste y arrepentida adornó su rostro. Se notaba a la legua que le hubiese gustado no haber sufrido la muerte de su madre—. ¿Te obligó a verlo?
—Sí. Mamá no gritó, no lloró, ni siquiera abrió la boca para pedir clemencia. No sé cómo, pero ella jamás se quebrantó. Perdón por no contestar de una buena vez por qué tengo sirvientes, Calista, prometo que la respuesta ya llegará.
—Te sigo escuchando. —Me recosté sobre una de las frías paredes de piedra del pasillo dándole la espalda al que alguna vez había sido el gran amor de mi vida. Mirarlo me daba náuseas, incluso si era solo una pintura.
—Desde que subí al trono quise compensar al menos un poco lo que mi familia le había hecho sufrir a su pueblo. Creé monasterios y les di dinero para que eduquen y alimenten a los pobres y le brindé trabajos y proyectos a la gente que no tenía dinero, pero sí ganas de trabajar. También establecimos un mercado fuerte para que pudiesen intercambiar productos con reinos cercanos.
» Los sirvientes que ves trabajar aquí han llegado a un acuerdo conmigo. Nadie me baña ni me cocina ni nada. Se limpia el castillo por si vienen visitas de otros reinos aliados, se cuidan los caballos pues luego son los que se usan en las plantaciones y se lavan las ropas en general porque son las que se usan para trabajar, pero nada más. A cambio, ellos consiguen un techo, una cantidad de dinero semanal por su trabajo y la oportunidad de durante el día hacer otras cosas. Por ejemplo, los guardias se turnan y cuando están libres pueden ir a sembrar a los campos o vender sus productos al mercado. Las cocineras están todo el tiempo en la cocina pero porque lo que producen se lo llevan al mercado y lo venden. Un porcentaje de esa venta queda aquí, por los materiales que se compraron con los impuestos. Ese dinero luego se invierte en cosas para el pueblo. A veces se hacen grandes festivales para atraer nuevos clientes, otros se regalan semillas para que puedan seguir produciendo, eso varía.
—¿En verdad quieres que te crea semejante cuento de hadas?
—¡Puedo mostrártelo! —canturreó feliz mientras me tomaba de la mano para luego largarse a correr.
Cuando llegamos a destino, abrió una gran puerta de madera para mostrarme un grupo de mujeres que con alegría cocinaba. Algunas cantaban, otras charlaban entre ellas, mas todas se veían absolutamente felices.
—¡Milord, buenos días! ¿Le podemos ayudar en algo?
—Sí, Muriel, sí puede. Preciso dos emparedados de tomate y huevo, por favor, también algo de vino. —Alexander entabló una conversación amena con la criada mientras yo me cruzaba de brazos victoriosa, acababa de mostrarme que todo lo contado con anterioridad era mentira—. ¿Cuánto sería? —preguntó luego para mi sorpresa, brindándole unas monedas a su interlocutora.
—¿Qué demonios...? —Llegué a decir aunque él ya estaba tomándome de la mano con un agarre cálido y amigable mientras me llevaba corriendo por los pasillos del castillo. No frenó hasta parar en la entrada del jardín imperial, hermoso sitio que llevaba siglos sin visitar.
—Bueno, está bien, mentí. No sé cocinar, pero pago por mi alimento al menos, como lo haría cualquiera. —Al girarse a encararme noté que se rostro estaba colorado y supe que no era por el trote ligero que habíamos tenido. No pude más que reírme mientras él esquivaba la mirada abochornado. Le llevó un tiempo pero termino riéndose conmigo mientras pasaba su mano por el lacio cabello que había osado con caer sobre sus ojos. Por un segundo me pregunté cómo se sentiría hacerlo por mí misma. Pasar mi mano por sus cabellos y descubrir si en verdad eran tan suaves como parecían.
—¿Calista? —indagó luego de almorzar mientras se recostaba sobre el césped a mirar cómo el atardecer se ceñía sobre nuestras cabezas.
—¿Qué sucede, Alexander?
—¿Te quedarías conmigo como mi invitada? ¿Al menos por unos días? —Aventuró el joven que a veces tenía un brillo en los ojos de alma milenaria, pero en otras ocasiones sonreía como un niño.
—Por supuesto, Milord, sus deseos son órdenes. —Mi broma le hizo enfadar, sí, pero valió la pena; ver su expresión ofendida valdría la pena en ese momento y para siempre.
Prometí quedarme por siete días y en ellos aprovechamos cada segundo para conocer la vida del otro. Yo le pregunté por su madre, por sus amigos y por su rol como rey. Él me preguntó por mis hermanas, por la voz que había perdido y por mi padre, el rey. Alexander era un alma curiosa que tenía problemas concediendo que en el mar había reinado un ser justo como mi padre, mientras que en la tierra el suyo hacía destrozos.
—¿Por qué nunca me pediste pruebas de que era una sirena?
—Porque sería como decir que no te creo o que preciso que te valides ante mí. Creo en ti, Calista, si me dices que fuiste una sirena entonces eso fuiste. Además, se me hace divertido imaginarte con una cola de pescado.
—¡Hey! —Ofendida le empuje de donde estaba sentado. No paré hasta que había quedado recostado por completo sobre la arena. Desde allí, me limité a empujarlo con todas mis fuerzas, haciéndole rodar hasta la orilla donde las olas hicieron el resto del trabajo. Jamás se me ocurrió que él podría tomar represalias llevándome con él hacia su desafortunado final. En pocas palabras, los dos terminamos empapados.
—Mañana te vas —indicó con pesar una vez estábamos nadando entre las olas tranquilas de ese mar que nos había recibido con los brazos abiertos.
Quise contestarle algo pero no pude, el reflejo del rostro de Úrsula me hizo recordar por qué estaba allí: para asesinarlo. Intenté con todas mis fuerzas volver a mi eje, al centro de mi ser donde reinaba el rencor y el odio, pero se me hizo demasiado difícil. Cuando veía a Alexander, no veía al descendiente de Charles. Veía a un hombre hecho y derecho que me recordaba mucho a mi padre. Sabio y justo pero estricto para mantener el orden. Dispuesto a servir y proteger a su pueblo. ¿Cómo podía matarlo solo porque había nacido del hombre que me había roto el corazón? Corazón que ya, por alguna desconocida razón que no comprendía, no estaba tan roto como antes.
—Alexander, es hora de que marchemos a descansar. —Le pedí sabiendo que él en verdad no quería. Temía que cuando despertase yo ya no estaría a la vista.
—Pero...
—Por favor. —Le pedí una vez más y el cedió, aunque toda su alma parecía gritar que lo que le estaba haciendo era injusto.
Apenas volví a mi recámara, vertí un poco de agua sobre el lavamanos de zinc que reposaba sobre la mesa de noche. Fue instantáneo, el rostro de Úrsula se presentó ante mí en el transparente líquido y no estaba para nada contenta.
—Debías matarlo, niña estúpida, no enamorarte. —Quise refutar, decir que no me había enamorado mas no estaba tan segura de eso y detestaba las mentiras—. Si no vas a hacerlo, puedo darte un poco de motivación. Puedo ser muy persuasiva, ¿sabes?
—Me diste dos semanas. —Volví al trato oficial sabiendo que Úrsula no lo rompería, ella había construido su fama en ellos.
—¡Eso fue porque no pensé que serías tan estúpida dos veces! Tienes más de humana de lo que crees. —Su contestación no se dejó esperar, mostrando lo exaltada y molesta que se sentía—. El tiempo nunca fue fijo. Sigues teniendo dos caminos, pero recuerda: puede que uno esté más disponible que otro.
—¡Maldición! —Lancé un grito desesperada debido a la impotencia. No sabía qué tramaba ni cómo podía solucionar el lio en el que había metido a Alexander.
A pesar de mis pesares, no me quedaba más que hacer lo que haría cualquier adulto. Iría con Alexander y le contaría lo que en verdad estaba sucediendo. Tal vez y hasta tenía suerte y me mataba por traidora, así al menos no tendría que matarle yo a él.
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