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ODI ET AMO.
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel, AU, ABO.
Parejas: Am... ¿muchas? Harem.
Derechos: a suspirar.
Advertencias: ésta es una historia que he escrito solamente para darme gusto, es una completa paja mental llena de clichés con smut involuntario muy consciente de mi parte. Siendo un ABO encontraremos lo que debemos encontrar en un Omegaverse, así que sobre aviso no hay engaño, esto no es la Divina Comedia ni Cien Años de Soledad.
Pero gracias por leerme.
***
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-¿Te sientes mejor, hermanito?
-Si vuelvo a vomitar, lo que saldrá de mi boca serán mis tripas.
Mantis rió, sobando la espalda del Omega. -Estás haciéndolo muy bien.
-Yo siempre soy genial.
Quill jadeó, lavándose su boca luego de haber vomitado por tercera vez en esa mañana. Odiaba los embarazos, odiaba los Alfas mentirosos, odiaba al mundo entero. Se dejó caer una vez que se alejó del río que fue víctima de sus náuseas, sobre el regazo de Mantis quien le acarició los cabellos para calmarlo, canturreándole esas raras, aunque dulces canciones de cuna de los bárbaros. La isla no era tan mala, pero siempre tenía ese clima frío con lluvias constantes y una neblina que se elevaba hasta alcanzar la fortaleza incluso por varios días si la marea era tan feroz que no perdía bríos sino mucho después. El Omega poco o nada podía hacer, cautivo entre esos Mestizos cuya misión ahí parecía ser alimentarlo y vigilarlo como lo hacían con la abuela que dormía más de lo que estaba despierta. Con el verano pasando ya la mitad de su estación, se aproximaban los días fríos.
-Buck ya debe ser tan redondo como sus amadas farolas y yo aquí perdiendo el tiempo.
-Lo volverás a ver.
-¿Otra adivinanza de la abuelita?
-No, es un presentimiento mío.
-Eso es mejor, más no me consuela, hermanita.
-Tu cachorro no debe ser visto en el Reino, hay ojos malvados buscándolo.
-Ya me cuesta creer eso.
-Porque aquí estás muy a gusto.
-Claro que no.
-Lo huelo en ti.
-Pff.
Mantis no mentía, Quill se sentía muy mimado con los extraños, pero gentiles cuidados de esa gente que se habían bautizado a sí mismos como Guardianes. Sus Guardianes, específicamente.
-Estabas contándome sobre ti -le recordó la noble chica.
-Oh... bien... mmmm... bueno, mi padre nos abandonó a mi madre y a mí cuando se dio cuenta de que su hijo era un Omega, en la isla cercana a la Provincia Sur donde vivíamos esa clase de cosas era como algo malo. Mi mamá sufrió mucho por ese abandono, como no quiso que me lastimaran por mi casta, nos fuimos de ahí a la Capital, buscando al abuelo, el padre de mamá. Ya estaba muerto, sin herencia que dejarnos. Mamá trabajó ayudando a curanderos para ganar monedas, enseñándome a defenderme para cuando fuese grande porque un Omega en la Capital se las ve difícil sin una familia.
-Ah, ¿por eso sabes de remedios y esas cosas?
-Sí, en parte. Verás... mamá se contagió de la Lengua Gris, no pudo curarse a sí misma. Yo la cuidé, siempre le ponía flores en su cabeza, siempre se las puse. Incluso cuando murió, convertida en una estatua sangrante.
-Lo siento mucho.
-Ella se llamaba Meredith.
-Un hermoso nombre.
-Ya tengo hambre.
-Entonces vayamos a comer, hermanito.
El vientre de Quill comenzaba a pronunciarse por la gestación de tan poderoso cachorro, recordándole en las noches las caricias y promesas vanas de Lord Odinson. De haberle marcado, al menos su hijo hubiese sido un bastardo como muchos, aunque jamás hubiera vuelto a la Provincia del Este. Al Omega se le hizo inaudito que ese Alfa Pura Sangre no siguió sus instintos. No quería escuchar la vocecita que le decía que no había agradado al Campeón del Este y por eso se había quedado sin una Marca, únicamente con la vergüenza de haber sido usado, desechado e incluso olvidado si se ponía estricto con los acontecimientos sucedidos después de aquel Celo. Quill dejó esas meditaciones para después, luego de alimentarse, encontrando a la anciana vidente sentada en una columna caída, mirando ese mar rabioso azotarse contra el acantilado de la fortaleza.
-¿Qué miras abuela?
-Veo un lobezno, inquieto, decidido. Pregunta por aquí y por allá, su sonrisa gana el favor de los corazones. Está cazando.
-¿Cazando? ¿Qué caza? -Quill se sentó junto a ella.
-La huella de su amigo Quill.
-¿Qué...? -éste parpadeó confundido, luego jadeando al entender esas palabras- ¡PET!
-Es un lobezno digno de llevar la sangre de su padre.
-De verdad tengo que regresar al Norte, no puedo seguir aquí, abuelita.
-Te han hecho una ceremonia de muertos, es mejor así. Pero ese lobezno no ha mordido el anzuelo, su olfato lo llevará lejos.
-¿Podrá encontrarme?
-Él no, pero otro sí.
-Pues si Pet me encuentra, alguien más lo hará. Esta tétrica fortaleza no servirá por mucho tiempo como mi escondite prisión.
-Lo hará, la última casa del Clan Attilan protegerá los dos cachorros que se abrigarán entre sus paredes.
-¿Dos...? -el Omega se llevó una mano a su vientre- Joder, no basta con haberme preñado, ¡tienen que ser dos!
La anciana rió, sin apartar la vista del mar. -Has olvidado el nombre que pronunció tu madre para ti, eso no es bueno, porque lo necesitarás ahora.
-El nombre... -Quill gruñó- No es un nombre. Solo es...
-Starlord.
-¿Cómo...? Mantis le dijo, ja, casi caigo.
-El Amo de las Estrellas.
-... pf.
-No crees que hay estrellas para ti.
-Considerando mi estado actual, no.
-No olvides ese nombre, pequeño Omega.
-No soy un pequeño Omega, gracias, no. Abuelita, parece que va a llover, hay que entrar.
Quill se puso de pie, sacudiéndose el polvo de la columna. Al levantar la mirada a la anciana, casi gritó al notar que ya no estaba. Miró a todos lados, imposible que una abuela tan vieja como ella pudiese moverse tan rápido. Sintió que el piso se movió y casi besa el piso de no ser por unos brazos fuertes que le sostuvieron mientras el mareo pasaba. Sin un Alfa proveyendo seguridad, cariño, un vínculo a través de una Marca, la gestación del cachorro sería espantosamente difícil, por no decir que dolorosa. Los Guardianes, siendo en su mayoría Alfas, ayudaban con sus aromas y cuidados a combatir los malestares de un Omega despreciado en pleno embarazo. Rocket le sonrió, cargándole en brazos sin mucho problema para desenfado de Quill.
-¿Qué acaba de pasar?
-Ella volverá cuando tenga que volver.
-Odio estas cosas.
-Vamos dentro.
El rubio suspiró hondo, reconfortándose con el aroma de Rocket para aliviar ese hueco en su pecho que gritaba por un Alfa por demás idiota. Recostó su cabeza sobre el cuello peludo del Guardián, mirándole desde esa posición con sus manos sobre su vientre.
-No entiendo.
-Eso nos lo has dejado claro desde el principio -bromeó Rocket, dejando ese balcón y entrando al gran salón deshabitado con un aire de tristeza y soledad.
-Según había escuchado, el Clan Attilan había sido desterrado por el Rey, ellos murieron en sus barcos que hundieron con todos ellos en el mar.
-La versión que siempre se cuenta, dicha por quienes así lo desean.
-¿Por qué ustedes aprecian tanto este trasto viejo?
-El Clan Attilan llegó herido a esta isla, con sus propias manos levantaron esta fortaleza, y dieron de comer a las tribus de nuestros abuelos, ellos los recompensaron con lealtad hasta el final de sus días cuando el verdadero enemigo del Rey vino por ellos para borrarlos de la memoria del mundo.
-¿Ustedes estuvieron...?
-Los padres de nuestros padres -respondió Rocket, deteniéndose frente a un enorme retrato de pared donde apenas si se distinguían unas figuras solemnes pero tristes de la familia Attilan- Nunca quisieron abandonarlos, no luego de saber la verdad que nos contaron para no olvidar. La sangre inocente derramada enfureció al mar, lo hizo tan rabioso como ahora para que el enemigo sufriera, llevando consigo la maldición de la tierra con ellos.
-¿De qué hablas?
Rocket le miró, luego al retrato. -Ustedes le llamaron la Lengua Gris.
-¿Qué? -Quill levantó su rostro, parpadeando.
-Fue el castigo de los Dioses a ese Clan ambicioso cuyas manos estaban ya manchadas por sangre de hombres justos. Atrapados en el mar, la sal y la humedad se convirtieron en la Lengua Gris que ellos llevaron al Reino, como su maldad. La abuela, que ya era abuela desde entonces, enseñó a varios de los nuestros a sanar esa maldición que estaba únicamente destinada a los perversos.
-Los primeros curanderos que detuvieron la Lengua Gris...
-Y luego muertos cuando descubrieron que eran Mestizos.
-Mi madre murió por la Lengua Gris... ¿y estás diciendo que era inocente porque...? -el Omega jadeó, alterado.
Aquel Alfa le miró, volviendo a andar hacia la parte superior donde estaban las amplias recámaras.
-El Clan Attilan, navegantes como eran, habían descubierto a los traidores al trono haciendo tratos con bárbaros que solo deseaban contentar sus instintos de animales y llenarse de oro los bolsillos. Nuestro pueblo no tiene esas costumbres, Quill, pero fue la cara mala lo que el Rey vio, creyendo que todos éramos así porque la maldad se lo susurró al oído, distrayéndolo mientras los cuchillos se alzaron en la oscuridad de la noche para acabar con la vida de la familia del Rey.
-¿No fueron los Attilanos entonces? Pero...
-Cuando ellos quisieron revelarle la verdad al Rey, éste ya tenía el corazón emponzoñado. Iba a matarlos a todos, pero el Clan huyó primero, dejando a la Provincia del Oeste sin sus señores, vulnerable a los ataques de bárbaros infieles, víctima de la Lengua Gris cuando llegaron esos barcos de los traidores con éstos contagiados de la enfermedad.
-Joder...
-Las manos que hicieron tanto daño aún viven, han tenido descendencia igual de perversa y están a punto de dar su mejor golpe. El Rey solamente tenía solamente un hermano, muerto al tratar de salvar a su soberano en un campo de batalla, dejando huérfano a quien luego sería el Campeón del Este.
-La Casa Primera del Sur -Quill apenas si susurró el nombre- Lord Stane mató al padre de Lord Stark... que era la primera casa porque Lord Odinson aún era un niño para... joder... joder...
-No contaban con que Lord Stark sería tan fuerte, que el sobrino del rey también lo sería, que ellos dos serían amigos. La Casa Primera del Sur tiene ojos y oídos por todas partes.
-Ellos enviaron a los bárbaros por Buck -rugió el Omega, comprendiendo- Iban a culpar a los Odinson de ello.
-Ahora comienzas a comprender -Rocket sonrió, dejando al rubio sobre una cama limpia con fuego calentando la recámara- Y ahora sabes por qué tu cachorro debe estar lo más lejos posible del ataque que está por venir. La suerte del actual Rey está echada, no vivirá, pero el siguiente soberano aún puede reestablecer el orden, tiene a un feroz lobo como amigo que no puede ser vencido por más tretas que le arrojen.
-Si Buck se enterara, estoy seguro de que tomaría todos los cuchillos del Dominio para clavárselos en los horribles traseros del Clan Stane.
-No puede, nadie sabe que las tribus hermanas quieren limpiar su nombre, ni que sabemos los crímenes que la Casa Primera ha cometido. Llevarías el peligro a donde tu amigo. Han sido demasiados cuentos por una tarde, es hora de tu siesta.
-Gracias por cargarme, ya me dolían las piernas.
-Por gordo.
-¡Hey!
Rocket le despeinó, dejándole. -Descansa, la marea puede cambiar.
-Espero que así sea.
Quill no deseaba aceptar que extrañaba ciertas cosas que no eran del Norte, como ese beso robado en un callejón o los rabiosos ojos carmesí de Lord Odinson mirándole atento mientras le daba de beber debido a las fiebres del Celo del Omega que se había sincronizado con el del Alfa Pura Sangre. El aroma de esas pieles que le habían hecho sentir fuerte, valiente y querido. A veces se encontraba acariciando su vientre mientras recordaba las memorias que en voz alta desdeñaba frente a los Guardianes, aunque le dolieran sus propias palabras, tenía un orgullo que mantener. Su madre no le había enseñado a sentirse único, saber cómo salir adelante más que con sus propias manos como para que ahora estuviera llorando por un mentecato Campeón del Este. Cuando el verano terminó, con los vientos secos del otoño, las nubes grises sobre la fortaleza del Clan Attilan se despejaron, permitiendo al Omega admirar ese cielo claro con luceros titilando en varios colores. Quill se dio cuenta de ese detalle una noche que había subido a curiosear en los niveles superiores, siempre cuidado por Mantis.
-A Buck le encantaría ver este cielo, en el Norte no hay tanta claridad.
-Extrañas a tu amigo.
-Es un idiota, sí, lo extraño.
-¿Le gustan las estrellas? -Mantis levantó su rostro al cielo.
-Mucho, tiene mapas de ellas, algunos tan antiguos que...
-¿Quill? ¡Quill no corras!
Sujetándose un vientre más prominente, el Omega bajó a toda prisa, buscando entre aquellos escombros algo que le pudiera servir. Rasgó un trozo del retrato que Rocket le mostrara, buscando un pedazo de punta de flechas de muchos clavados en las paredes para calentarlo en el fuego de una hoguera puesta en aquel enorme salón. Mantis frunció su ceño, preocupada de que los humores propios del embarazo hubieran vuelto loco al Omega al verlo murmurar cosas para sí, quejándose al quemarse por la flecha ya rojiza y con la que marcó la parte posterior de aquel trozo de piel pintada, haciendo unos agujeros incomprensibles para la joven. Quill sonrió victorioso, luego buscando en la cocina otra cosa más, hasta hallar un pequeño morralito donde metió aquel trozo de pintura picada, amarrándolo perfectamente.
-¡Hermanito! ¡Deja de correr de un lado para el otro!
Mantis gimió al verlo salir a toda prisa, llamando a Gamora porque Quill se dirigió hacia el acantilado, subiendo al mirador de suelo plano que estaba en lo alto, permitiendo ver esas filosas rocas cuyo oleaje tranquilo ahora solamente las acariciaba. Los vientos eran fríos a esa altura, alborotando los cabellos rubios del Omega quien sonrió para sí mismo. Esa misteriosa abuelita podría tener razón, pero no era un hombre que se quedara de brazos cruzados y, además, siempre había sido un rebelde por instinto. No quería más tristezas en su amigo, necesitaba estar alegre, pero también ser advertido de lo que estaba por venir. El Clan Stane no podía ser más fuerte ni astuta que el Clan Stark, le constaba que no eran así.
-Quill, ven, aléjate de la orilla por favor -llamó una asustada Gamora.
-Hermanito...
El Omega miró aquel morralito en su mano que apretó, besando el cuero viejo de color desgastado y mirando al cielo.
-Dioses, ustedes y yo tenemos un asunto por resolver, ¿de acuerdo? No me caen bien, yo tampoco les agrado. Estamos en un empate, pero esto... -levantó en alto el morralito- Esto no es solo por mí, es también por la gente que quiero, por los inocentes. Si de verdad quieren hacerme una gracia por todas las estupideces ocurridas en mi vida, que sea esta.
Con un fuerte impulso de su brazo, Quill lanzó el morralito al aire, justo cuando Gamora le sujetó para devolverlo metros adentro del mirador, reprendiéndole con dureza por su insensatez, pero el Omega solo sonrió, viendo como el morralito volaba en aquel oscuro firmamento, perdiéndose. Mantis abrazó a Quill, las dos mujeres llevando dentro al rubio. Aquel morralito encontraría una corriente de aire que lo haría bailotear entre nubes de lluvia ligera, ser apresado por una gaviota que lo confundiría con alimento, alejándolo del Norte y llevándolo más al Sur, tirándolo al mar cuando se diera cuenta de que solamente era un trozo de cuero salado. El oleaje ligero de un otoño avanzando lo llevaría lentamente hacia el Este, perdido a veces entre remos, otras en redes de pescadores. Finalmente alcanzaría su destino al quedarse estancado entre dos pilotes de un embarcadero, despreciado al verse viejo y algo roto.
Solamente un par de ojos azules que buscaban ávidos las huellas de algo que tenía más de medio año de haber sucedido, lo encontrarían mientras preguntaba por un Omega vestido con las ropas de la servidumbre en el Dominio de Lord Odinson, escuchando los relatos incompletos, a veces equivocados de los navegantes y pescadores que poco recordaban. Solamente una ramera entrada en años recordaba a un hombre de piel bronceada, vestido de forma extraña, caminando junto a un Omega de cabellos rubios hacia una nave pintada de colores que no eran propios del Reino. Donde ella le señalara el lugar donde estuvo anclado el galeón, es que ese lobezno cazador encontró el morralito atorado, que tomó curioso al examinarlo cuidadosamente. Podría haber pasado por uno de esos bolsos usados para llevar las monedas, pero el primogénito de Lord Stark era atento aprendiz de sus tutores pese a hacerlos rabiar por inquieto.
Y podía jurar sin temor a equivocarse que esa piel no era de ningún animal del Reino. Pet llevó a su nariz el morralito, olfateando. Debajo del aroma salado que había permeado la piel, sus pupilas se dilataron al percibir otro más, uno muy tenue ya por tantos días en el sol, en el agua, casi enterrado en la tierra donde quedó prensado. Sonrió triunfal, con el corazón latiéndole aprisa y abriendo el morralito en sospecha de encontrar una pista más que le dijera a dónde estaba Quill, encontrando ese trozo de pintura con finos agujeros hechos en la parte posterior. Esos puntos no tenían sentido alguno, pero estaban impregnados con mayor fuerza por el aroma inequívoco de un Omega gestando. El joven Alfa, abrió sus ojos de par en par, guardando a toda prisa aquel tesoro para echar a correr, no sin antes comprarse uno de esos sabrosos panes de carne propios de la Provincia del Este y montar su caballo para regresar a toda prisa hacia el Norte. Tenía una noticia muy importante que dar, una que sabía iba a devolver la sonrisa al Omega Quinto del Dominio, como un obsequio de su parte al pronto nacimiento de su hermanito.
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