I

Estaba sentada en el hall. En una de esas sillas viejas, marrones, con los brazos de un metal oxidado. Entre mis piernas, un libro abierto: El Retrato de Dorian Gray. A mi lado había una mesa, en ella, dos capuccinos de máquina ya acabados. Estaba sola, me gustaba la soledad. Mis ojos marrones enfocaban página a página, párrafo a párrafo, línea a línea, palabra a palabra esa obra realizada por alguien imperfecto, que creó un personaje que buscaba la perfección. Me sentía identificada.

De la gran puerta de cristal sonaron unas carcajadas; eran Svetlana Markova (una principal) y un solista del cual no sabía su nombre. Svetlana era rubia, alta, con ojos azules y labios carnosos. Tenía cuerpo (y técnica) de la escuela Vaganova*, en Rusia. Svetlana era la chica a la que más gracia le tenía. Era sarcástica e imaginativa y muy alegre, pero una increíble bailarina.

*(La escuela Vaganova se caracteriza por prestar mucha atención a la coordinación de los pasos y su perfecta interpretación, en técnica e interpretativa.Se fundamenta en la postura del torso y espalda, de donde nace la libertad de todo lo demás; en la colocación de los brazos y las piernas sin dejar de lado la expresividad).

 —¡Hey, Cara! ¿Qué haces por aquí? —me dijo mientras me regalaba una sonrisa— ¿Qué es eso? —posó su vista en mi libro— ¡Anda, tú leyendo! ¿Desde cuándo? ¿Qué libro es? —se rió— Lo siento por tanto interrogatorio.

Sobresalió una pequeña curvatura de la comisura de mis labios: —Es El Retrato de Dorian Gray, la verdad es que me está costando muy poco encontrarle el significado —hice una pausa—. Y yo suelo leer. Prefiero bailar, pero leo —la miré a los ojos mientras levantaba las cejas.

—Bueno, yo me voy con Matteo a comer por ahí, ¿te vienes? —sonreía.

—No, me he traído mi propia comida —me puse un mechón de pelo detrás de la oreja—. Pero otro día será —cerré un poco los ojos—. Bueno, adiós.

—Adiós —dijeron al unísono Svetlana y Matteo. Les despedí con la mano.

Matteo. Sería un nombre italiano. La verdad es que nunca había hablado con él. Únicamente solía hablar con la gente de mi troupe, los principales. No es que hicieramos bullying ni nada por el estilo, es solo que no... No nos interesábamos. Eso sí, Svetlana era una chica que podía hacer que todo el mundo hablara con ella. Ella era así. Yo, sin embargo, era una chica reservada y callada. Con los ojos marrones y pelo igual. Mi madre era estadounidense, pero de mi padre no sabía la nacionalidad, aunque nunca me ha interesado mucho. La verdad es que mi madre no sabía quién era el padre y ni quería saberlo. Nunca pienso en él, no me da la curiosidad de saber de su existencia, y creo que a él tampoco le importa la mia.

Cerré el libro. Llegué a leer un poco, iba por la mitad el capítulo 1, pero ahora tenía que ensayar. Metí mi nuevo libro en la bolsa que tenía colgada en el respaldo de la silla, descrucé mis piernas, me levanté y coloqué la bolsa en mi hombro. 

Tenía pensado ir al aula B102, pero estaba ocupada. No tenía otro remedio que ir a buscar otra, aunque fuera más pequeña. Tres minutos después me encontraba bajo la señal del último aula de la compañia: B213. Cogí el pomo de la puerta, lo giré y entré en la penumbra. Cerré la puerta detrás de mi y dí unos pequeños 3 pasos para encender la luz. Las lámparas iluminaron la sala y pude descubrir una clase a la que nunca había entrado. Era blanca, con unos espejos perfectos por el centro aunque rayados por los bordes, había un piano de pared en un solitario rincón, unas ventanas viejas con las persianas bajadas y un reproductor de música en una mesita.

Me puse las puntas. Seguidamente me dirigí a la mesita. Conecté mi reproductor de música. Seleccioné la versión en piano de La Vie en Rose, de Edith Piaf. Esa música era completamente perfecta. Te envolvía con sus dulces notas. Y no querías nunca salir de su bello crespón.

Empecé a moverme. Calenté las piernas, el andeor, los pies, el empeine, el torso, los braz... Sin darme cuenta había caido bajo el hechizo de la música y había empezado a bailar. Me movia bajo el tempo de esas sutiles notas. Me sentía libre, como un pájaro. Me sentía como una mariposa. Como una golondrina. Como un cisne.

Los acordes se volvieron poco a poco más vaporosos y frágiles hasta que dieron la bienvenida a un esperado silencio.

Pero el silencio fue callado. Sonaron unos ligeros aplausos de la puerta. Me giré, sorprendida, a ver quién había hecho aquel sonido. Era el Sr. Van Coughen, el director de la compañía.

'Tras los tupidos laureles del éxito, hay noventa y cinco por ciento de trabajo y cinco por ciento de talento' ¿Sabes quién lo dijo? —preguntó levantando la cabeza. Negué. Como odiaba su forma de hablar.— Maya Plisétskaya... Pero lo que a ti te diferencia, lo que a ti te define y te subleva... Es que haces un noventa y cinco por ciento de trabajo, y tienes un quince por ciento de talento —sonrió—. Cara, ¿a ti te gusta El Lago de los Cisnes? —asentí— Va a ser nuestra próxima representación. Piénsate dos veces, o tres, si quieres presentarte como Odette/Odile*.

*(Odette/Odile: Odette es la protagonista del Lago de los Cisnes. Ella es el cisne blanco. Odile, es el cisne negro. La persona que representa a Odette, debe representar a Odile en el mismo espectáculo).

—Pero... —me callé. No tuviera que haber pensado nada. Ni haber empezado la frase para acabarla sin sentido.

—Habla, dime qué querías decir. Eres demasiado callada, no me gusta eso de ti. Las bailarinas deben ser perfectas tanto en el escenario como en la vida real. Y tú no lo eres, en ninguna parte —esa frase me había afectado. Se me mojaron los ojos, sin llegar a revelar unas lágrimas. Yo quería ser perfecta, en todos los sentidos—. Dimelo.

—Siempre me decís que no valgo para ese puesto. Que os ha dado ahora –dije mientras aplastaba mis dos labios. Me sentía insultada.

—Siempre es bueno cambiar... Por cierto, no es recomendable bailar con el pelo suelto —dijo, y sin más, se fue. El Sr. Van Coughen era la persona más hipócrita que había conocido. Me daba muy mala espina.

Cuando se fue me volví a quedar sola. Aunque con una soledad más grande que la de antes. Me sentía vacía. Como si hubieran arrebatado completamente mi felicidad. Cogí todo mi pelo empezando por la parte de delante y me hice un moño bajo. Muy apretado. Como mi mundo. En una compañía de ballet no puedes parar de pensar en hoy. No puedes respirar y pensar en mañana. No puedes. No. No sabes. Tampoco. No sabes si mañana seguirás estando en una compañía, no sabes si te arrebatarán el puesto, no sabes si seguirás vivas. Únicamente piensas en mañana cuando comprendes que hoy es tu futuro para llegar a mañana. Pero eso ya lo comprendí hace mucho...

Me senté en el suelo, reflexionaba. Me miraba las zapatillas de punta y arrancaba uno que otro hilo suelto. No tenía pensado presentarme como Odette. Yo era la bailarina perfecta para representar a Odile: elegante, sensual y coqueta. Sin embargo, únicamente era Odette en la vida real: fina y frágil.

No sabía el cómo ni por qué. No sabía por qué era tan opuesta entre las dos cosas, mientras formaban la misma: yo. Odette y Odile son de seres diferentes, que sin embargo forman un mismo conjunto. Mi expresividad bailando y mi expresividad detrás del escenario eran completamente diferentes, pero me formaban. En este caso, los polos opuestos eran neutros: ni se atraían y ni se repelaban. Simplemente, formaban mi ser.

Me levanté. Fui a ver la fecha. 19 de julio. Era la última semana para presentarse al casting de Odette/Odile. Lo puse todo bruscamente dentro de mi bolsa, la icé hasta mi brazo y la apoyé en mi hombro. Fui corriendo al salón principal.

Pero no sabía una cosa.

El Diario de Dorian Gray aún permanecía en la sala B213. 

Pero iba a luchar por mi futuro.

Cuando llegué únicamente estaba el director.

—Oh... Señorita Schreibvogel... —sonrió. Odiaba su sonrisa. Tenía los dientes perfectamente puestos, pero amarillentos. Odiaba todo su ser— Ya sabía yo que ibas a venir. Lo tenía todo pensado —seguía sonriendo. Yo seguía odiándolo. Empezó a dar algunos pasos. Se acercaba a mi. Y seguidamente me rodeó por la derecha para llegar a mi izquierda mientras me acariziaba los omóplatos. Se me erizó la piel—. Eres la bailarina en la que más pienso que represente a Odile, pero... Odette también necesita llegar a la perfección. Que aunque tú no la consigues con Odile, rozas lo magnífico —me cogió de los hombros y me colocó enfrente de él—. Yo opto por ti, Cara Schreibvogel —posó su frente en la mía. Cerró los ojos. Podía respirar y procesar ese olor que tanto me angustiaba.

No sé cómo, pero noté que se separaba, paraba de posar sus manos en mis hombros y se alejaba.

Dejándome sola a mi, y a la inscripción de Odile/Odette.

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Bueno, la verdad es que White Swan... Únicamente iba a escribir/publicar el prólogo. Pero bastante gente me ha pedido que continúe la novela y claro...

Ya sabéis que mis ganas de escribir se alimentan de vuestros comentarios, estrellitas (o como se llamen) y correcciones. Que si os gusta y queréis que siga escribiendo, ya sabéis que hacer. Sobre todo me ayudaríais a mejorar con vuestras correcciones, que espero que sean constructivas.

Os doy las gracias a todos, de verdad, por acompañarme hasta este mínimo trecho,

Anna

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