𝐏𝐑Ó𝐋𝐎𝐆𝐎
—Ya no queda mucho tiempo más. Es hora —anunció con voz cansada.
La señora de avanzada edad pasó un trapo húmedo por la frente perlada de la mujer morena que se encontraba tendida de espaldas sobre la dura cama. Las sábanas estaban apiladas a su al rededor absorbiendo el líquido que brotaba de sus partes íntimas, también había sangre y ambas estaban rodeadas de sollozos y lamentos llenos de dolor que intentaban disimular lo mejor que podían.
—Vas a estar bien querida, este es el precio que pagamos por el pecado. Darás a luz a un hijo sano.
No había nadie más que ellas dos, el padre de aquel bebé había fallecido hace semanas en una cacería de errantes y ella había tenido que huir a otro pueblo por su seguridad y la de su propio hijo. Estaba sola pero con la esperanza de que el fruto de su amor naciera y que eso le diera la fuerza suficiente para seguir viviendo. Lo protegería a toda costa, renunciaría a Odaín si así fuera necesario sólo para mantenerlo con vida.
Amaba a sus dioses, pero no estaba dispuesta a perder al fruto de su vientre. Deseaba que no quisieran cobrar venganza por el rumbo de sus pensamientos.
—Esta es la parte difícil, hija mía. Una vez que nazca tendrás que hacer el pacto de protección, sino, Odaín tomará su vida de la manera más lenta y dolorosa. Será más penoso que el parto, será como una tortura, como fuego por tus venas.
Estaba avisada, se lo habían dictado sus antepasados. La madre de su madre le había contado en una noche oscura lo que las progenitoras de Odaín tenían que sacrificar por sus propios hijos para la protección de sus dioses. El doloroso corte en forma de un círculo con un guion en medio, el símbolo que distinguía a todos los seguidores de su religión. La razón por la cual las madres eran cazadas más fácilmente.
Todas ellas estaban malditas.
El dolor de su propio parto no la dejaba articular palabra alguna, sólo pudo asentir de manera lenta con la cabeza mientras otra contracción la hacía doblar el cuerpo. Tenía miedo de abrir la boca porque si lo hacía se pondría a gritar.
La mujer se levantó de su asiento lentamente, con la pesadez de su cuerpo en estado de vejez. Recorrió las ligeras mantas que cubrían las ventanas de aquella cabaña, las luces de las velas tintineaban a causa del ligero viento que se colaba entre las paredes de madera. No volvió a su lugar hasta que se aseguró de cubrir correctamente cada ventana de aquel espacio.
Tomó de la mesa de roble herramientas que bien podrían haberse hecho pasar por instrumentos de tortura: un par de cuchillos afilados y con bordes parecidos a las sierras pasaron por sus manos y unas pinzas con las cuales tomaría a la criatura y lo ayudaría a salir. Se apresuró a posicionarse frente a aquella madre que tenía las mejillas enrojecidas, el cabello se le pegaba a la frente y fruncía
—Recuerda que no debes hacer mucho ruido o podrían saber que estamos aquí.
Fugitivas. Eran sólo unas prófugas en aquel pueblo desconocido. Estarían muertas si las descubrían y su bebé (¡Oh su bebé!) moriría con ellas.
Joanna tomó una de las sábanas que estaban a su lado y se la llevó a la boca con el fin de morderla para no gritar. Sentía la presión en la base de su vientre y sabía que no faltaba mucho para que su hijo saliera de ella. Apretó la mandíbula todo lo que pudo y comenzó a pujar con todo el esfuerzo que su cuerpo y el dolor le permitía.
—Prepárate —fue lo único que pudo escuchar de la voz de aquella mujer antes de sentir que aquel parto la dividía en dos.
Sintió la agonía antes de escuchar al cuchillo rasgar su piel para facilitar la salida de su hijo, gritó pero el sonido fue amortiguado por las sábanas que mordía y sintió las lágrimas salir de manera automática de sus ojos. Se aferró con todas sus fuerzas a los bordes de la cama y siguió pujando mientras todo se llenaba de rojo.
Odaín, dame fuerzas, permite que este hijo, tu hijo, nazca bien y dame valor para sobrevivir a esta pena.
El bebé salió lentamente, la luna seguía en lo alto cuando su agudo chillido se escuchó por encima de sus lamentos y quejidos. Joanna cerró los ojos con fuerza porque sabía lo que seguía a continuación. La punta caliente de un cuchillo se le acercó al vientre y ella cerró los ojos fuertemente, escuchó a la mujer recitar aquella oración y, aunque estaba débil, estaba lista para ofrecer su vida propia para salvar la de su hijo.
—Ofrece este bebé a tus dioses, mujer, y regocíjate ante la protección que recibirá. Si alguien lo lastima su hilo será cortado y éste será chamuscado en las llamas del infierno. Odaín no lo abandonará nunca porque ahora será su hijo y tu sangre será su amparo.
Mientras hablaba el cuchillo comenzó a dibujar el símbolo a mediación de su vientre y ella recurrió a todo su autocontrol para no perder la cordura ante la intensa sensación y el olor a carne quemada. Por él, todo es por él. Sentía como si le hubieran encendido fuego a todo su cuerpo y estuviera ardiendo viva. Con la vista borrosa volteó en dirección al agudo chillido de su hijo y lo encontró lleno de sangre entre los brazos de la mujer. Era la cosa más hermosa y frágil que había visto.
Resistió, resistió a aquel infierno que la consumía mientras se imaginaba los latidos de su bebé que poco a poco había dejado de llorar. Cuando el ardor pasó a ser soportable la mujer dejó a su hijo en sus brazos mientras Joanna sollozaba al sentir la piel desnuda de su hijo sobre su pecho.
—Louis —susurró en aquella burbuja íntima de madre e hijo que se conocen por primera vez.
Sin embargo, aquel sentimiento intenso fue reemplazado por sorpresa y un profundo terror se instaló en la base de su vientre cuando vio la prominente marca color carne a la altura de su pecho. Ahogó un grito y al hacerlo la partera observó la marca también.
Se lo quitó inmediatamente de los brazos y lo alzó por encima de su cabeza, acercándolo a las luces de la vela para verlo mejor.
—Es él. Diste a luz al elegido de Odaín.
La espalda de Joanna fue recorrida por un escalofrío que pareció penetrar en el fondo de su alma. El mal presentimiento subió desde su vientre hasta su boca y sintió la marca arder. Algo está pasando. Lo presintió en la manera en la que aquella mujer veía a su hijo, como si hubiera encontrado las mismísimas monedas de oro.
—Me darán una buena recompensa por esto.
—¡No! —gritó ella.
Estaba demasiado magullada, herida y vulnerable como para luchar en ese momento, pero aún así se incorporó de la cama con la mayor rapidez que obtuvo de sí misma en un intento desesperado de alcanzar a su bebé. La partera camino hacia atrás con agilidad y una sonrisa llena de ambición se mostró en su rostro.
¿Cómo había sido tan tonta como para haber confiado en alguien? Des le había dicho que tuviera al niño en una cueva, lo más lejos de los pueblos posible, que lo tuviera sola. Había confiado a su propio hijo, le había confiado su descendencia y no lo había podido cuidar. Era una completa ingenua.
Louis comenzó a llorar, agudos berreos salieron de lo más profundo de su garganta como si supiera que algo malo estuviera sucediendo en ese momento. Sus manitas se movían desesperadas como si estuviera cayendo y quisiera sujetarse de algo. Las manos de la partera se aferraron más a él y se dispuso a recoger sus cosas a gran velocidad para salir de aquella cabaña.
Iré a la iglesia y le mostraré este bebé al padre, no me castigarán si digo que sólo era una infiltrada para conseguir información de errantes.
Su cuerpo no respondía más a su violenta necesidad de llegar hasta su hijo, Joanna comenzó a ver borroso mientras se concentraba en dar un paso y luego otro con el objetivo de llegar hasta Louis. Alzó las manos en dirección a su bebé. Por favor Odaín, no dejes que se vaya.
Abre los ojos, hijo mío.
Y Louis abrió los ojos.
La mujer cayó al suelo sin más. Joanna logró, apenas por unos segundos, sostener a Louis entre sus brazos y arrebatárselo antes de que cayera con ella. Tenía los iris azules, casi transparentes. ¿No era demasiado temprano para que abriera los ojos? Su madre lo examinó con sumo cuidado intentando identificar alguna herida. Sólo vio la marca en el pecho.
Volteó a ver al cuerpo en el suelo, aquella mujer tenía sangre en la nariz que bajaba como un chorro y comenzaba a manchar el piso. Se inclinó hacia ella y con la punta de los dedos le revisó el pulso del cuello.
No respiraba.
La marca seguía ardiendo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top