Capítulo 36

La calle estaba atestada de gente a pesar de ser las seis de la tarde. En Navidad, uno creería que las personas ya tendrían todas sus compras hechas pero no. Las tiendas estaban abiertas con un público abarrotado, los mercados no daban abasto con la atención, incluso los restaurante trabajaban a toda marcha por amigos y compañeros que se reunían a última hora para brindar antes de partir a casa con la familia. Así era en todos lados, excitación y urgencia en las caras de quienes cruzaba, pero también mucha alegría.

Llegué al departamento de Francisco llevando conmigo vino, pasaríamos Navidad juntos. No fue algo complicado de decidir, él no tenía planes y a sus padres los visitaría en Año Nuevo. Al entrar fui a la cocina donde lo encontré preparando parte de la cena.

—¿No es muy pronto para comer?

En la mesada se veían tres tipos de ensalada y su correspondiente desorden alrededor.

—Solo lo preparo —respondió animado.

Abrió el refrigerador para acomodar las ensaladas y señaló una pequeña bandeja envuelta en film.

—Es cerdo para ti. —Me sonreí al escucharlo—. Lo compré preparado, yo no lo toqué —aclaró con buen humor.

—Eres un vegetariano raro.

Su risa llenó la cocina y me quedé embelesado, adoraba oírlo reír. Se acercó para rodearme con sus brazos y besarme, un beso tierno y cargado de afecto, luego apoyó su cabeza en la mía. Francisco se veía contento, radiante, encantador, lleno de energía. Él, sin proponérselo, me mostraba el camino. Cuando me miraba, cuando me sonreía, cuando me tocaba, sentía esperanzas, ganas de vivir, deseos de ser feliz. Todo cambiaba a su lado, el aire, la luz, los colores, los sonidos; todo lo que nos rodeaba era más hermoso y amable.

—Parece que tus planes salieron bien —comentó ante mi expresión.

Francisco no me llamó loco cuando le conté lo que pensaba hacer con mi casa, se limitó a preguntarme cuánto lo había meditado y a comprender mi necesidad de tal decisión.

—Van en buen camino.

Después de otro pequeño beso se alejó de mí para ocuparse de lo que quedó en la mesada y lo acompañé en la limpieza.

—La próxima semana tengo que ver algunos lugares de alquiler. Es posible que cuando regreses de visitar a tus padres ya tenga escogida mi nueva casa —conté entusiasmado, porque no me entristecía nada de lo que ocurría.

—Parece que vas a estar muy ocupado.

—Mejor si estoy ocupado, una semana es mucho tiempo —remarqué a propósito.

Francisco se inclinó hacia mí y fingió inocencia.

—¿Por qué es mucho tiempo?

—Porque voy a extrañarte.

Sonrió satisfecho al oírme decirlo fuerte y claro.

Aunque le gustaba hacer el acto de inocente a modo de juego, en el fondo tenía cierta inocencia de la cual él no parecía percatarse.

Ese día no pude dejar de mirarlo y ningún detalle escapó de mi contemplación. Sus gestos, sus movimientos, sus manos, su postura, sus ojos, su voz. Comparándolo con la persona que conocí y comencé ese peculiar acuerdo, como yo, había cambiado mucho. Había algo más humano en él, por falta de mejor expresión.

***

Francisco, con un poco más de espíritu navideño, propuso ver una película con esa temática. En su sillón, incómodo para hacer el amor pero cómodo para ver la televisión, me recosté apoyando mi cabeza en sus piernas. Su mano no dejó de acariciar mi cabello y ninguno le prestó mucha atención a la película más que para reír por alguna escena. Las sensaciones de calidez y paz, potenciadas por la Navidad, nos sumían en el sencillo disfrute de la compañía. Si levantaba la cabeza para verlo, él bajaba la suya para devolver la atención y viceversa. Su sonrisa, presente en cada apreciación, y su mirada, tan intensa como siempre, me hacían sentir querido y afortunado. Allí, bajo sus ojos y caricias, me pregunté qué tanto pensaría él sobre el futuro. Nuestro vínculo crecía por el deseo de estar juntos pero entre nosotros nada estaba hablado. Los sentimientos flotaban como a modo de esperanza. Nuestra relación no tenía nombre y sentí que debíamos definirlo para seguir avanzando. Así los sentimientos dejarían de flotar indiscriminadamente para convertirse en una base en la cual podríamos apoyarnos.

La cena fue sencilla, nosotros dos no necesitábamos de cosas elaboradas o abundantes, era una comida relativamente común que acompañamos con vino. Y en ningún momento dejó de darme gracia el detalle del cerdo.

—Sabía que te sorprendería con eso.

—Sigue siendo extraño. ¿No va en contra de tus principios?

—Mis principios son míos, no tuyos.

Era convincente pero no le quitaba lo extraño.

Minutos antes de la media noche nos acomodamos en el banco del balcón con una botella de champagne y copas para el brindis que colocamos sobre una minúscula mesita a nuestro lado. Ese era el lugar más apropiado para observar los fuegos artificiales, aunque la ciudad no se quedaba atrás; esa noche estaba viva, las luces de cada casa seguían encendidas, demostrando que nadie dormía. Cuando dieron las doce los estruendos de la pirotecnia comenzó tomándonos por sorpresa, Francisco luchaba por abrir la botella que pretendía tenerla preparada para ese momento pero a su corcho no le interesaba cumplir con horarios.

—Unos minutos de retraso no dañan el brindis —dijo riendo.

Ignoré la botella y lo besé tomándolo por la cintura en reemplazo del brindis.

—Feliz Navidad —susurré.

Me miró emocionado, con esa esperanza que aún no tenía nombre.

—Feliz Navidad.

Dejó el champagne en la mesita para abrazarme y desde ese abrazo observamos los fuegos artificiales. Ese año el show no duró mucho, de a poco la pirotecnia perdía popularidad.

—Es hora de tu regalo —informé.

Se sentó a esperar intrigado mientras fui a buscarlo, cuando regresé me puse a su lado y le entregué una tarjeta más grande y más rígida que una tarjeta ordinaria. Esta especie de tarjeta tenía una decoración exterior navideña, sin logos ni frases que delataran su contenido. Francisco me miró con curiosidad antes de abrirla y, al ver de qué se trataba, su boca se abrió levemente en sorpresa. Era un voucher de una agencia de turismo.

—¿Es un viaje?

—Sí, de esa manera, cuando quieras, podemos volver a la playa.

Me pareció apropiado que pudiéramos completar el viaje que nos quedó inconcluso. Sin dudas y sin miedos. Sería diferente al anterior porque nuestra relación era diferente, porque nosotros estábamos más cerca de ser un "nosotros" de lo que estuvimos en esa primera ocasión.

Pero mi regalo no pareció encantarlo del todo, se quedó mirándolo con algo de incomodidad.

—Podemos cambiarlo por otra cosa —me apuré en decir.

Se tapó el rostro con la tarjeta.

—No es eso —dijo riendo—. Mi regalo es el mismo.

Cuando apartó la tarjeta dejó salir una carcajada. Estaba sonrojado.

—¿Un viaje? —pregunté asombrado.

—A la playa.

Empecé a reír sin poder creer que pensamos en lo mismo y a la vez feliz de que así fuera.

—¡Ahora tenemos dos viajes! —celebró. Se acercó un poco más a mí—. Me encantaría ir a la playa contigo más de una vez.

Besó mi mejilla.

—¿Cuántas veces?

—Muchas.

Con una gran alegría tomó la botella de champagne para terminar de abrirla.

Mi emoción se convirtió en una agitación ante la certeza de que los dos deseábamos lo mismo.

—A mí también me gustaría que fueran muchas —dije con cierta seriedad.

Francisco volteó a causa del tono de mi voz. Y después de titubear, me quité mi sortija y la puse en la mesita junto a las copas, acto que él observó con atención. Por un instante, al verla allí, sentí pena pero era la manera más contundente que tenía para demostrarle la sinceridad de mis sentimientos.

—Nunca lo hablamos —seguí— pero me gustaría que nuestra relación vaya un poco más allá. —Francisco me miraba medio atónito—. Estoy enamorado de ti y no dejo de pensar en que quiero continuar mi vida contigo a mi lado.

Su expresión cambió y detuve mis palabras. Había duda e inquietud en sus ojos que desvió al suelo.

—¿Conmigo? —cuestionó más para sí mismo que para mí.

No esperaba esa reacción pero tampoco me sorprendí. Incluso reflexioné que en algún momento volvería a suceder, algo dentro de él lo traicionaría. Me dolía no saber cómo hacer desaparecer el pensamiento que lo acechaba.

—No es necesario. Podemos seguir así como estamos sin cambios —intenté calmarlo.

No eran cambios específicos sobre la relación pero definirla cambiaba mucho, cambiaba la forma de ver el futuro.

No respondió, siguió pensando, apretando sus manos. Luego tomó aire y trató de mirarme, sus ojos estaban humedecidos.

—Podemos hacer de cuenta que no dije nada —insistí preocupado.

Acaricié su mejilla con cariño pero un poco entristecido. Mi momento no tenía que ser su momento.

—No. Me pone muy contento... aunque no lo parezca —trató de bromear con una sonrisa nerviosa.

Apenas dijo esas palabras algunas lágrimas cayeron, las cuales buscó secar pero fue inútil porque otras las reemplazaron. Lo abracé mientras él seguía haciendo lo posible por contenerse.

—De verdad estoy contento —aseguró con una voz que le fallaba.

—Tienes una forma rara de ponerte contento.

Me abrazó con fuerza, ocultando su rostro, respirando profundamente.

—Estoy contento porque todas estas cosas... nunca creí que las viviría —murmuró.

Sus palabras me dolieron por él. El pasado era el pasado pero no desaparecía, yo tenía recuerdos hermosos junto a Matías que me harían sonreír, que nunca dejarían de hacerme sentir orgulloso, para Francisco era exactamente lo opuesto. Hasta ese momento no había tenido semejante pensamiento y me percaté que su frase "el miedo también agota" encerraba más significado del que creía.

Se apartó y terminó de secarse el rostro, tratando de hacer todo lo posible para componerse, para volver a su normalidad. Estuve apunto de decirle que si quería llorar, que lo hiciera, que no tenía nada de malo, pero cuando lo vi tomar la sortija que dejé en la mesita me quedé callado. Sujetó mi mano y volvió a ponerla en mi dedo.

—No te la quites. Es tuya, es parte de ti.

Dejó su mano sobre la mía, cubriendo la sortija, protegiéndola. Fue mi turno de contener las lágrimas.

—Me gustaría mucho que mi vida sea a tu lado —su voz seguía fallando a causa de la emoción—. Es en lo único que pienso. Aunque a veces me da miedo, lo que siento por ti es más grande. —Tomó aire para poder sonreír—. Podría decirse que me tienes muy enamorado.

Me sentí conmovido, aliviado y feliz al mismo tiempo.

—¿Entonces nuestra relación es seria y con futuro? —tanteé animado por su confesión.

—Sí. —Besó mi frente—. Para mí es lo más serio y con más futuro que quise en mi vida.

—¿Vas a hablarle a tus padres de tu novio? —pregunté con gracia para ayudarlo a recuperar el humor.

Rio con ganas ante mi consulta.

—Voy a hablarles de mi novio.

Volví a abrazarlo y él se recostó en mí más tranquilo y relajado.

El futuro me causaba mucha ilusión; el camino era largo y seguiríamos descubriendo cosas del otro, encontrándonos con dificultades y cometiendo errores. Pero tenía la seguridad de que estaríamos juntos pasara lo que pasara porque el amor que nació entre nosotros sobrevivió a nuestros más grandes obstáculos: su miedo y mi culpa. Podía imaginar mi vida a su lado en diez, veinte, treinta años, también más. A su alegría resonando en mi alma y a mi amor secando sus lágrimas.

Nunca sería perfecto, porque nada en la vida es perfecto, pero sabía que ese futuro a su lado sería hermoso.

—No les cuentes a tus padres que fui tu paciente.

Mi pedido lo hizo reír de nuevo.

—De acuerdo, voy a decirles que nos cruzamos en la calle y fue amor a primera vista.

No sonaba muy plausible pero sí sonaba más romántico que la realidad.

Recuperado, Francisco fue por un tercer intento con la botella y pudo llenar las copas para que podamos brindar. Mientras él se ocupaba de eso, miré mi sortija pensando en lo que significaba que Matías fuera parte de mí. Solía creer que él estaba en la casa, en sus cosas y en mi sortija pero nunca fue así. Era todo el amor que me dio y todo el amor que le di, que seguían en mi mente y en mi corazón, donde estarían siempre. Y con Francisco lo sentía una vez más. Devolverme la sortija era un hermoso gesto con el que me expresaba su amor, porque él estaba hecho de muchos pequeños gestos de amor, el tipo de amor que se necesitaba para crear un hogar. El tipo de amor que deseaba brindarle para que fuera feliz. El tipo de amor que quedaba dentro de uno por siempre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top