Capítulo 32

Vicente se apareció el viernes por la tarde en mi oficina, se sentó con seriedad y, después de que le sirvieran café, habló.

—Hoy es el día —anunció.

—¿Día de qué?

—En que Benjamín deja de trabajar aquí.

Me recosté en mi silla con gravedad, pensando.

—Ni se te ocurra decir que no hace falta echarlo —advirtió—. Te conozco y por eso no te avisé. Ya está arreglado por ser noviembre.

Era verdad que adivinaba parte de lo que no llegué a decir. Benjamín no volvió a molestar desde que tenía asistente pero, me gustara o no, no era justo que fuera así.

—No voy a decir nada.

—Yo mismo voy a comunicárselo.

Tomó su café con tranquilidad y sin apuro. El municipio tenía una política en la que no realizaban despidos en diciembre porque la gente vinculaba ese mes con Navidad y podía verse cruel echar a alguien en vísperas de esas celebraciones. Así que se adelantaban a noviembre o posponían hasta enero. Después del café partió a dar la noticia, solo a un par de horas del cierre de la biblioteca, para no darle tiempo a reaccionar.

No demoró o a mí me pareció muy rápido. Tampoco se quedó porque los rumores lo tenían harto y no quería que luego se sumara la fantasía de que celebrábamos el despido mientras Benjamín juntaba sus cosas. Yo tenía la tarea de informar al resto las modificaciones del personal pero quise esperar a que el damnificado abandonara el edificio.

Esperar que se marchara fue tenso, temí que me buscara para descargar su enojo y yo no quería pelear. Nicolás golpeó mi puerta e incómodo la cerró detrás de él. Miraba el suelo como si creyera que la caída de su jefe significaba malas noticias también para él. No podía culparlo por sentir incertidumbre.

—Es hora de cerrar —dijo mostrando la llave de Benjamín en su mano.

—¿Benjamín se fue?

Asintió.

—Está bien, mantén la llave. El lunes hablaremos sobre los ajustes de tus tareas.

—¿Voy a seguir trabajando? —preguntó confundido.

—Sí, no te preocupes por eso.

Pero estaba preocupado, aun así no dijo nada más.

Decidí retrasar el anuncio de la partida de Benjamín hasta el lunes, después de que Nicolás aceptara su nuevo puesto y así informar todas las novedades al mismo tiempo.

No estaba decepcionado con la desvinculación pero me percaté que mi gran obstáculo para proponer nuevos proyectos y llevarlos a cabo, desaparecía. La idea me abrumó porque no lo había pensado hasta ese momento. Salí de mi oficina y me senté en la cafetería donde, como buen viernes cálido que era, el piano sonaba con arreglos de temas populares. Ese tipo de música seguía siendo la favorita de la gente que llenaba el lugar. Allí me quedé pensando que tenía dos opciones para el futuro: hacerme el tonto o presentar propuestas.

Mi celular vibró con un mensaje y supuse que sería Vicente preguntando si todo estaba en orden. Pero al abrirlo me encontré con un mensaje de Benjamín: "él hace lo que tú quieres". Lo ignoré a pesar que me tentaba preguntarle qué esperaba si era mi amigo. Se había terminado y la biblioteca era mía, en sentido figurado. También se sentía que pasaba en el momento indicado para obligarme a renovarme en mi propio trabajo, a darle una nueva perspectiva. Especialmente si la dejadez era algo que deseaba eliminar de mi vida.

Los cambios no dejaban de empujarme.

***

Me paré junto a la entrada del trabajo de Francisco. Decidí tomarme el tiempo para hacer cualquier replanteamiento laboral, porque también debía tomar determinaciones con respecto a mi casa, lo que me era más importante.

Francisco salió temprano a causa de una cita cancelada y se acercó a mí con buen humor. Se puso a la par mío apoyándose en la pared, mirando a nuestro alrededor antes de voltear hacia mí.

—Quería ver lo que ves mientras me esperas —explicó con una sonrisa.

No supe ni con qué ironía responder por lo que me reí.

—¿Quieres ir a tomar algo?

Me contempló un momento, hasta me dio la sensación de que se demoraba en responder.

—Vamos.

Fuimos al bar de cervezas artesanales y nos sentamos afuera. El lugar estaba concurrido a causa de un partido de fútbol por el cual se amontonaban personas dentro del local, en el exterior solo se ocupaban dos mesas. Aunque adentro era un escándalo, nosotros disfrutábamos la brisa y nos reíamos de los gritos apasionados de los fanáticos.

—Estaba pensando en ponerle un nombre a la planta —contó divertido.

—No es una mascota.

—Los puentes tienen nombre y no son mascota.

Levanté mi vaso con un ademán dándole la razón.

—¿Y qué nombre le vas a poner?

Pensó.

—Oz.

Lo miré sonriendo, no por el nombre sino por la charla que teníamos, deseando poder tener conversaciones absurdas como esa todos los días a su lado. Creando nuestros chistes internos, de esos que otros no comprenden cuando se dicen frente a ellos, tener nuestras palabras claves, miradas, gestos, cosas propias de un mundo privado y compartido entre nosotros.

Francisco se percató de mi mirada y apoyó su rostro en una mano de forma coqueta. Atrás nuestro los gritos aumentaban.

—Gracias por invitarme.

Tal vez lo que se me hizo extraño de ese gracias fue que yo sentía que estábamos más allá de eso. Y estuve a punto de decírselo cuando vi que levantó la mirada a algo detrás de mí. Antes de poder voltear dos manos se apoyaron en mis hombros.

—Esto sí es tener mala suerte. —Fue la voz de Benjamín—. Primero mi trabajo —se apartó—, después pierde mi equipo —se apoyó en nuestra mesa, dedicándome una mirada de fastidio, se notaba que había bebido— y ahora me cruzo contigo.

Francisco se irguió en el asiento, calmado, atento, con su expresión imperturbable de consultorio.

—No molestes.

No hubo enojo ni amenaza en mis palabras, sólo hartazgo, él y yo ya no teníamos nada que nos relacionara.

—Yo nunca molesto.

Apreté mis labios, era muy fácil discutir eso pero no quería pelear con él, mucho menos frente a Francisco. Así que no respondí, suspiré y esperé que mi indiferencia lo desanimara.

—Siempre te gustó hacerte el importante —acusó mi silencio—, como todo amante.

Quedé confundido, no se veía tan borracho como para decir semejante incoherencia.

—Lo que sea que estés insinuando, no me interesa. Es mejor que te vayas a tu casa y actualices tu currículum —dije sin poder contenerme.

Francisco seguía el intercambio sin inmutarse, ni siquiera se alteró cuando Benjamín le dedicó unas palabras.

—No te confíes de este —aconsejó mientras me señalaba con la cabeza.

Mi paciencia no era la mejor y se acabó en ese momento. Me paré y lo aparté de la mesa. Él levantó las manos en un gesto exagerado y burlón.

—No te preocupes, no quiero pelear. Si me echan por caerte mal, no quiero imaginar lo que me puede pasar si te toco —ironizó.

Algunas personas que salían del bar después del partido se quedaron mirando la escena. Estaba hablando de Vicente, el humor se le fue de repente.

—Estás ahí porque te acuestas con él —acusó con asco—. Todos lo saben.

Miré de reojo a los curiosos, podía seguirle la corriente y pelearme o terminar la discusión.

Levanté los hombros sin darle importancia a la acusación y no dije nada. Porque a alguien que quería discutir lo peor que se le podía hacer era no darle la chance de discutir, yo lo sabía por experiencia. Uno de los curiosos se le acercó y le dijo algo en voz baja antes de intentar llevárselo. Mientras se lo llevaban casi a la rastra no dejó de mirarme enfurecido, esperando alguna provocación de mi parte, algo que justificara regresar para pelear. Y requirió mucho de mí dejarle pasar el enfrentamiento pero no podía llevarle otro problema a Vicente.

Al sentarme, Francisco me observaba algo serio luego le prestó atención a la gente que seguía dejando el bar por el partido terminado. Bebí toda la cerveza que quedaba en mi vaso para terminar de calmarme de la paliza que no le podía dar a Benjamín.

—Lamento lo que pasó.

—Él te buscó —comentó.

Quedamos en silencio antes de pagar y dejar el bar que ya representaba un mal recuerdo.

Caminamos hasta la casa de Francisco, el aire y caminar bajaron mi mal humor. Tenía que recordarme constantemente que no pelear evitaba darle problemas a Vicente, que había hecho algo bueno al resistirme. En el ascensor vi por el reflejo del espejo a Francisco con la mirada distraída y me di cuenta que estuvo silencioso a lo largo del camino.

—Lo siento —volví a disculparme por lo ocurrido.

—Ni tienes porqué disculparte —respondió con una sonrisa.

Una sonrisa de las falsas que yo comenzaba a identificar. Entonces me di cuenta.

—Las cosas que dijo son todos inventos. Está resentido porque lo despidieron.

—Lo sé. —Volteó para mirarme directamente y no hacerlo por un reflejo—. Lo sé —repitió para que le creyera.

Se apoyó en mí de manera cariñosa.

—Pero estás triste —señalé.

Besó mi mejilla con una risa ahogada.

—Estoy bien.

La puerta del ascensor se abrió interrumpiendo el momento. Al entrar al departamento dejó sus cosas en la mesita junto a la puerta como lo hacía siempre pero algo no era normal. Le faltaba esa energía que lo caracterizaba.

—¿Quieres agua? —ofreció mientras se dirigía a la cocina.

Rechacé la oferta pero lo seguí. Me quedé en el marco de la puerta contrariado, buscando qué se me escapaba.

—Lo siento —volví a decir. Volteó pero no corrigió mi disculpa, esperó atento a lo que quisiera decir—. Yo también me hubiera sentido mal al escuchar semejante acusación de haber estado en tu lugar.

No lo negó. Bajó la mirada sin ocultar su angustia que me pareció más seria de lo que la circunstancia ameritaba. Tuve el presentimiento de que el problema no estaba en el incidente del bar. Me acerqué a él.

—¿Qué pasa?

Dudó y, evitando mirarme, sonrió con tristeza.

—Estaba pensando en que terminaste tu duelo.

Me quedé sorprendido al escuchar esa frase y tardé en reaccionar.

—¿Qué significa eso?

Finalmente me miró con ojos vidriosos.

—Que vas a volver a planificar tu vida, es normal.

Yo no salía de mi asombro y él me observaba como si sus palabras hablaran de una catástrofe a punto de suceder.

—¿Piensas que no eres parte de mis planes? —No respondió, respiró con cierta dificultad mostrándose incómodo con mi pregunta—. ¿Hace cuánto piensas eso?

Solo obtuve más silencio de su parte.

Lo abracé sin poder comprender la crisis que estaba sufriendo ni cómo se le ocurrió que lo dejaría de lado. No era lógico. Se sentía tenso en mis brazos y se mantuvo inmóvil sin devolver el abrazo.

—Fran, lo siento si dije algo o hice algo para que pensaras eso —me disculpé apenado por no saber si yo había sido insensible sin darme cuenta—. No haría nada que te dañara —aseguré.

—No hiciste nada malo —respondió con voz afectada—. Yo soy el problema.

Su respuesta resonó en mí, su dolor se hizo palpable y entendí que el problema era él luchando con el deseo de huir. No debía darme el lujo de ser ingenuo, las cosas no cambiaban de un día para el otro. Como las costumbres y las mañas, con el tiempo los miedos también se afianzaban. Y él llevaba una vida así.

—Todo va a estar bien —hablé cerca de su oído—. No voy a irme... Tampoco voy a dejar que huyas.

Me abrazó en respuesta. Tomó aire y lo retuvo, en, lo que deduje, una forma de resistirse a llorar. Acaricié su espalda y descansé mi cabeza a un costado de la suya.

—Te quiero mucho —confesé—. Cuando te sientas mal quiero que me lo digas y si no me lo puedes decir, pídeme un abrazo y voy a abrazarte hasta que te sientas mejor. No voy a dejarte solo, ni voy a quererte menos cuando estés triste.

Estuvimos un rato así, de a poco fue relajándose y su respiración volvió a la normalidad. Luego se apartó quitándose los anteojos para secarse los ojos.

—Gracias —murmuró un poco avergonzado.

Trató de componerse y le serví el agua que fue a buscar. Bebió, respiró con profundidad y me miró más tranquilo.

—Gracias por decir que no vas a quererme menos por estar triste.

Besé su frente y volví a abrazarlo.

—Ya estoy bien.

—No importa.

Suspiró suavemente.

Lo que sucedía me ayudaba a entenderlo un poco más. Se guardaba todo lo malo, pasado y presente, como si fuera incorrecto mostrarlo. Algo de eso me recordaba a mí cuando empecé a salir con Matías y evitaba contarle lo que sucedió con mis padres, porque temía a la lástima. Pero Francisco no temía a la lástima, el suyo era un temor más profundo, temía al rechazo.

—También te quiero —dijo—. Contigo... Siento que existo.

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