Capítulo 19

Era muy temprano incluso para mí, cuando Lautaro apareció ese domingo en mi puerta trasera.

—Traje croissants, queso y jamón —justificó.

No le dije nada, su cara era la de alguien que no había dormido pero sí había llorado. Era obvio pero preparamos el desayuno sin mencionarlo.

—Hay muchas flores por todo el patio —elogió.

La primavera trajo los resultados del arduo trabajo del jardinero. Pero esas flores pagadas eran tan falsas como flores de plástico, las odiaba.

—Pasó algo —intentó decir con una sonrisa forzada—. Mi novia que no era mi novia pero sí lo es... —trató de bromear—. Está embarazada.

No logró sostener la sonrisa falsa después de eso.

***

No puedo precisar cuándo, cómo o qué provocó el quiebre en mí. Era un conjunto de cosas que llegaron y sucedieron en el momento y orden correcto para que un día me diera cuenta, finalmente, que el mundo no giraba a mi alrededor. Era lo más parecido a despertar de un sueño, uno muy triste. O cruzar un puente colgante a lo desconocido, no había garantías sobre lo que podía venir pero los pies en tierra firme era un cambio radical después del tambaleo.

De nuevo tenía esa sensación de que las cosas sucedían como sucedían y cuando sucedían con una finalidad. Yo empezaba a despertar cuando el mundo de Vicente se derrumbaba y la vida de Lautaro cambiaba. Más bien esos hechos terminaban de despertarme, eran el sacudón para salir de la cama y empezar a trabajar. Y mi tarea era hacer todo lo que no permití que hicieran conmigo.

Cuando Matías falleció, Vicente y Lautaro no dudaron en decirme que estarían conmigo pero yo no veía más allá del dolor. Sentía como si se burlaran cada vez que se insinuaba que podría superarlo y seguir con mi vida. Pasó el tiempo y esas palabras ya no me ofendían. Aunque las palabras correctas no eran superar y seguir, era convivir con lo que había sucedido. Aún era complicado convivir pero me daba cuenta que no me quedaba mucha opción. Era mi turno de ir a golpear la puerta de otros y sacarlos del ensueño. O intentarlo al menos.

Vicente vivía la vida que juró no vivir. Creía que era un fracaso como padre y persona, perdió lo que para él significaba éxito y progreso. Siendo hijo de padres divorciados su meta era tener la familia perfecta que no tuvo, incluso si tenía que mentirse a sí mismo sobre esa supuesta perfección.

Lautaro debía dejar de lado su sueño incluso antes de poder vivirlo. Su futuro no era el que había planeado. Podía adivinar la falta que le hacía su hermano quien siempre fue su apoyo, quien siempre hizo más de padre que sus propios padres.

Y yo los miraba angustiado queriendo decirles que todo mejoraría. Porque deseaba que todo mejorara para ellos, que volvieran a encontrarle un nuevo significado a sus vidas para salir adelante. Eso mismo que ellos desearon para mí. No era un pensamiento gratuito, porque me obligaba a creer que se podía volver a encontrar la felicidad, diferente a la anhelada pero igual de válida.

***

Lautaro quiso ir al cementerio y accedí. Mucho no podía hablar, estaba conmocionado. Nos sentamos frente a la tumba de Matías en silencio, bajo el sol y con el aroma a césped recién cortado. Su tristeza y miedo se me contagiaban porque no sabía qué pasaba por su cabeza. Se encorvaba mirando el suelo, queriendo desaparecer. Cuando lo conocí apenas comenzaba la secundaria y no hablaba mucho, era más bien tímido, en esa época ya tenía problemas con su padre que consideraba que a pesar de la edad debía trabajar en el vivero para aprender el negocio. Matías, que se desvivía por su hermano, se enfrentaba, discutía y peleaba por él. Defendía su derecho a no querer saber nada con las plantas, ni con el esfuerzo físico, ni ensuciarse con la tierra, a querer otro estilo de vida. Dispuesto a protegerlo de las injusticias del padre, compró su primera computadora, pagó su viaje de egresados, su matrícula para la universidad, todo lo que el progenitor, ofendido, creía que debía ganárselo trabajando en el vivero. Él podría haberle dicho qué hacer en ese momento, guiado por el mejor camino y por eso Lautaro estaba allí sentado, necesitando con desesperación a su hermano.

Un hijo era muy inesperado.

—¿La quieres a tu novia?

Titubeó y pensó un momento.

—Sí pero no sé... es decir...

No pudo aclarar. Miró con amargura la tumba de Matías.

—A él le hubiera gustado un sobrino —comentó y enseguida volteó a verme apenado—. A mí no me gustan mucho los niños. Además no tengo nada, tú viste donde vivo. ¡Y mis padres! Van a querer meterse en todo.

Froté su espalda. Era verdad, a su hermano le hubiera encantado. En algún momento tuvimos la charla sobre la posibilidad de adoptar pero Matías temía pasar por la decepción de la espera que podría terminar en un no. Su miedo era proporcional a su ilusión y yo quise convencerlo de intentarlo. Pero era una charla que nunca pudimos repetir, el tiempo no lo permitió.

—No te preocupes por tus padres. Si necesitas ayuda me lo puedes decir a mí. —Desvió su mirada—. Dijiste que éramos familia —le recordé.

***

La vida era muy extraña. Pero por sobre todas las cosas, no se detenía, por nadie, por nada. Al empezar a salir de mi ensueño, me percaté, de mala gana, que la vida me estaba llevando por delante y solo podía quedarme atrás o empezar a participar. Si seguía encerrado en mi casa, echando a todo el mundo, lamentándome en cada rincón, cuando sacara la cabeza podría ser tarde y estar lejos, a una distancia inalcanzable, de lo poco que me quedaba.

Me quedaba Lautaro. Me quedaba Vicente. Me quedaban mis suegros. Me quedaba mi trabajo. Me quedaba mi propia vida. Tal vez no parecía mucho pero para alguien como yo que sabía lo que era no tener nada, era un montón.

La presencia de Francisco en mi vida también tenía mucho que ver con lo que me ocurría. Lo sentía como impulsor y cómplice de mi despertar. Pero de una manera más triste que heroica. Nada cambiaba mi traición a Matías y a todas nuestras promesas. Mi conciencia estaba sucia pero a Francisco no le molestaba esa parte grotesca de mi persona. No cuestionaba ni juzgaba mis emociones. Y su tolerancia infinita hacía que yo me odiara menos, hacía que lo buscara cada vez más. Él me hacía desear no querer estar solo. El resto parecía ser una consecuencia directa de ese deseo.

***

Cuando regresamos a mi casa, Lautaro dio vueltas por todo el jardín, silencioso. El agotamiento por la falta de sueño se notaba en su rostro.

—¿Por qué no te quedas y duermes aquí? —ofrecí.

Durmió después del almuerzo, acurrucado en el sillón.

Lautaro no contaba con mucha ayuda. Aunque tenía a sus padres su relación era tensa, no se entendían. Ellos no se veían reflejados en su hijo menor y ese era motivo de descontento.

Cuando despertó puse una taza con café en la mesita que estaba junto al sillón.

—Me duele el cuello —murmuró con cansancio.

—Te dije que durmieras en la cama.

Se acomodó y quedó mirando el techo.

—No puedo cuidar mi propio cuello y voy a tener un hijo.

Me quedé mirándolo desde un sillón individual, parecía la escena de un paciente con mucho para lamentar en el diván. Supuse que era normal, apenas llevaba un día de conocer la noticia.

—Dejé pasar el tiempo. —Llamó mucho mi atención ese comentario—. Rechacé dos trabajos por dudar —continuó. Supuse que hablaba de esos trabajos que a él le interesaban, los que le daban la oportunidad de irse a una ciudad de verdad—. Por tonto. Por creer que debía esperar el momento adecuado y el momento adecuado ya desapareció. —Suspiró con pesadez—. Cuando murió Matías pensé mucho en el tiempo, en la vida, y aquí estoy, sin haber aprendido nada de eso.

Se puso a retorcer la manga de su sweater hasta que recordó el café y se sentó para tomarlo.

—En realidad —musitó— el momento adecuado no existe. Es una excusa. —Me miró con gran seriedad—. No te quedes esperando nada, el tiempo te come y te escupe.

Sus palabras me dejaron pasmado, Lautaro no era una persona pesimista.

—Debí darte tilo en lugar de café.

Bajó su mirada al contenido de su taza, su expresión seria y entristecida me recordó a todas las veces que se refugió en esa misma casa cuando tenía problemas en la suya. Fui a sentarme a su lado.

—Todo va a salir bien. De alguna manera. No somos hermanos pero somos algo parecido... o deberíamos serlo. —Él se mantenía concentrado en el café—. Me comporté mal contigo todo este tiempo pero ya no va a ser así. Supongo que la locura se me tenía que pasar en algún momento.

No me sentí muy bien diciendo eso último pero hacerme el orgulloso no iba a ayudarlo. Sonrió un poco aunque seguía triste.

—Entonces vas a ser tío.

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