IX. Rescate

Capítulo Noveno: Rescate

Se oyó de una fuerte explosión a las fueras, Allan se sorprendió ligeramente pero me sonrió, esto ya lo tenía previsto, su mirada demostraba toda la confianza en que saldría victorioso. Los gritos de la chica se fueron callando y el olor a carne calcinada se hizo más potente, llegando a qué mi estómago se revolviera de lo insoportable que era. Las demás chicas de rehenes lloraban horrorizadas.

— Cubre la boca de la "famosa escritora" — ordenó a uno de los corpulentos hombres a sus espaldas — Me conoce lo suficiente como para predecir mis movimientos.

— ¿No sería mejor matarla? — cuestionó acercándose a mí.

Me arrastre como pude intentando alejarme de ellos. Las doncellas me miraban con repudio y miedo, una mezcla que me pareció de lo más interesante. El joven rió fuertemente; comenzaron a oírse disparos que se iban acercando más y más. Estaban cerca, más de lo que las mujeres a mis espaldas podrían imaginar, seguramente pensarían que estamos a salvo, pero era cierto, conocía lo suficiente a Allan para saber que no iba a ser tan fácil, era sanguinario, era cruel, pero sobretodo un gran estratega, su ingenio era admirable y por eso le temia, con justas razones, había descifrando su plan, al menos tenía de una idea de lo que tenía en mente.

— No, es una belleza para matarla — dijo con cinismo mirándome desde arriba — Aparte, aún me es útil, muy útil.

— Como diga.

Sus enormes manos se fueron aproximando a mí tomándome con rudeza de los hombros, intente por zafarme, pero entonces me metió de un puñetazo en el pómulo izquierdo que me hizo girar la cabeza, la vista se me torno borrosa y comencé a sentirme liviana, estaba aturdida por el golpe y las ganas de vomitar aumentaron, el olor a la carne calcinada me pareció que se volvió más fuerte, las náuseas era imposibles de tragar, pero el vomitar ya no era una opción, había vuelto a ser amordazada. Todo a mi alrededor daba vueltas.

Me dieron una ganas enormes por dormir,me sentía agotada, entonces me empezó a pulsar la mejilla y un ardor similar a una picazón se empezó a extender por todo mi rostro, me sentía entumecida. Allan pronunció unas cosas antes de salir de la habitación con sus subordinados, pero me fue imposible el entender, todo era borroso me había perdido. Los disparos se oían tan ajenos, tan lejanos.

La puerta cayó, fue derribada de una patada, las doncellas volvieron a gritar haciéndose bola entre ellas realmente atemorizadas, reconocí del uniforme de gala de los soldados de nuestra armada, fueron entrando uno a uno, desatando de las cuerdas de las rehenes que se arrancaron a lloriquear en los brazos de sus salvadores. Otros dos quedaron petrificados en cuanto vieron de los restos calcinados de la joven, cubriéndose la nariz ante el nauseabundo olor que desprendía.

Entonces apareció Levi arrodilladose para desatar de mis manos y piernas, y terminar con la mordaza en mi boca, pasó su mano por el golpe revelando que me había reventado la piel, pues su lustroso guante blanco se tiñó de escarlata, me tomó entre sus brazos para ayudar a qué me levantará.

— Levi... — pronuncié a duras penas.

Él me ignoró por completo, dando la orden de que sacarán a las doncellas para subirlas a la carreta que había estacionado en la parte trasera del edificio abandonado. Empezó a correr conmigo en brazos indicando que revisaran cada habitación asegurándose de que no hubiera de más rehenes o el enemigo estuviera preparando de su siguiente movimiento.

— Ackerma.... — siguió ignorandome.

Entonces frenó en uno de los pasillos cuando notó que estaba lleno de agua, había charcos y las paredes también estaban húmedas, inclusive goteras caían del techo a duras penas aún en pie. Los soldados tras de él también frenaron observando de lo que tenían enfrente. Las doncellas se abrazaron a unos de sus salvadores aún lloriqueando.

Se oyó como si algo cayera, todos voltearon hacia donde se produjo del estruendo, el pasillo por dónde habían circulado también tenían de charcos y un tambo gris rodaba por este esparciendo de su última gota hasta pegar en una de las botas de los subordinados del capitán.

Jalé a Levi de su usual pañuelo hasta acercar su rostro al mío tomándolo completamente desprevenido.

— Es una... Trampa — susurré.

En cuanto dejé de hablar Allan apareció hasta el fondo del pasillo riendo. Todos apuntaron sus armas a él, a la vez que se cayeron pedazos del techo mojando a todos de aquél líquido.

— Como amo los juegos artificiales — mencionó tirando de una mecha mientras salía por la ventana con gran agilidad.






Cuando volví a abrir los ojos me segó una potente luz obligandome a cerrarlos, los fui abriendo de poco en poco para poder acostumbrarme, todo volvió a tomar color y sentido. Enfermeras corrían de un lado a otro con montones de venderás, sueros, sus blancos uniformes se hallaban con manchas, se oían de algunos gritos y gemidos igual que sollozos. Estaba en la enfermería del cuartel general.

El olor invadió mis fosas nasales, y me permite el vomitar al no tolerar del aroma, era una combinación terrible, era enfermizo. Una de las enfermeras se frenó al verme, salió corriendo y minutos después regreso con unos trapos, me limpió de la cara y me volvió a acostar en la incómoda camilla.

Me sonrió y volvió a su labor corriendo de allí a allá. Suspiré agobiada, observé de mi cuerpo, no tenía de algo realmente malo para que me mantuvieran ahí, quité de los cables que suministran de suero poniéndome en pie. Tenía de un vendaje por todo mi brazo izquierdo y parte del torso, sentí de un ardor en cuanto me puse en pie, uno que ignoré, estar aquí más tiempo solo haría que empeorará.

Cuando se descuidaron, salí de la enfermería encontrándome con el caos en los pasillos del cuartel, los soldados corrían de un lado a otro con las armas a sus espaldas, dos veces chocaron con mi hombro provocando de un dolor punzante que tuve que reprimir. Caminé pegada a la orillas para evitar el mayor contacto, algo pasaba, se estaban moviendo los cuerpos.

— Mocosa.

Me gire para saludar al capitán esperando de su regaño por mi escape de la enfermería, para mí sorpresa él también tenía la bata tan característica de la enfermería, al igual que yo escapaba de aquél lugar. Tenía un vendaje en sus hombros que de seguro se extendía hacia su torso, también tenía de una pierna vendada pero caminaba con naturalidad.

— Es mejor que no pienses en escapar, el brigadier Erwin quiere interrogarte por el incidente de anoche — dijo como si estuviera en perfecta condición médica.

— No pensaba escapar — mencioné.

— No te conviene hacerlo de cualquier forma, eres considerada traidora a su patria y si huyeras, te perseguiriamos también como traidora — habló gélido.

Baje la mirada, a pesar de sus heridas seguían sin titubear, después de todo tenía fama de ser alguien despiadado, no podría esperar menos.

— No lo haré.

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