3. El final del verano

Esos ojos color ámbar, esa nariz redondeada como aceituna, ese cabello azabache y la extrema palidez de su tez me declaran la identidad de la visitante.

—¿Marta? —vaciló, e inmediatamente me percato que estoy cometiendo una imprudencia.

Ella es Marta, una vecina que proyecta una persona tan extraña como sabía. Se supone que la conocería un día de clases, meses a futuro. ¿Qué hace aquí? Se adelanta a los hechos y me presenta un peligroso cambio de lo que puede ser el futuro.

Quito la cerradura de la ventana, abro de par en par los cristales y veo su figura claramente. Esta trepada en el árbol colgada de cabeza con los ojos puestos fijamente en mi.

Si no hubiera tenido una anticipación de lo raro que puede ser su comportamiento seguramente estaría llamando a Elías a gritos, vociferándole que hay una joven trepada en los árboles del jardín y parece querer atravesar la ventana. Pero la conozco, más bien la conoceré muy pronto.

—Hola, ¿qué haces ahí arriba? —interrogó pacientemente.

—¿Tu que haces ahí abajo?

—Trataba de dormir.

Ella suelta sus piernas y cae precipitadamente hacia mi dirección, deteniendo su velocidad de empuje al apoyar la planta de sus pies en la pared por debajo de la ventana.

—¿Casaste algún frió?

No asimilo si me sorprende más la idea de que se encuentra al tanto de mis actividades o la afirmación de que llamó a los "vampiros" por su verdadero nombre.

—No he tenido suerte —resoplo y paso mi mano por la coronilla de mi cabeza —. ¿Como sabes que busco atrapar un frío?

Marta no responde, ni siquiera parece oírme o prestarme atención alguna. Su mirada ausente y sus palabras susurrantes me producen un temblor en las rodillas.

—Estás buscando en el lugar equivocado —sentencia y aferra sus dedos al borde de la ventana.

—¿Tu eres experta en zonas de cacería? —vacilo con diversión.

—M. S —expresa ella con firmeza.

—¿M.S?

—Los fríos están ocultos a plena vista. No te enredes anhelando la superficialidad de sus instintos mortíferos. Más fácilmente encontrarás la mascara de sus dominados encantos.

—¿Que?

—Que pase buena tarde, señorita Omet.

—No, no, no. Espera, ¡no te sueltes! —exclamó inútilmente, ella ha soltado su agarre y ahora cae al vacío.

Cierro los ojos fuertemente. Luego me inclino sobre la ventana, sacando la cabeza, y divisó su figura andante del otro lado de la cerca que marca los límites del patio trasero.

¿Cómo ha llegado allí tan rápidamente?

Una sonora exclamación de enojo me sobresalta, acompañada de un fuerte enredo de ideas y reproches que se amontonan en una mente perturbada.

Elías está discutiendo con Ed.

Me encamino hacia afuera, deslizándome por la pared con sigilo y precavida al no querer interrumpir algo que, más que por hecho, tiene como núcleo mi nombre.

Apoyo mis manos en el barandal de la escalera, inclinándome sobre mis rodillas y afirmando mis dedos en la madera barnizada y recientemente pulida.

Las luces iluminan el recibidor, desplazando la luz en todo el sitio, con apoyo de la claridad proveniente de los ventanales.

Ed parece molesto, su ceño fruncido acompañado de su silencio es suficiente advertencia para declarar que se encuentra enfurruñado en una posición irrompible.

—¿Qué es lo que no comprendes exactamente? —exige saber Elías —Yo solamente trato de hacer lo mejor para ella.

—¿Lo mejor para ella? Insinuar que esta loca, ¿eso es lo mejor para ella?

—¡Yo no insinuó que este loca!

—¿Entonces a qué te referías cuando dijiste que últimamente vive fuera de la realidad?

—¡Sabes lo que quiero decir! Ella está obsesionada con esas ideas absurdas; verdaderamente cree ser capaz de encontrar vampiros. ¿Tu crees que eso es buena señal?

—Creo que su entusiasmo y tenacidad es bueno para su personalidad.

—¡Lo desaprovecha! Lo derrocha totalmente. Esos cuentos, leyendas e ideas extravagantes de seres sobrenaturales se han apoderado de su mente. Lo peor es que...es que...¡Ella lo cree!

—¿Y cual es tu solución, Elías? Meterla a un instituto donde lo más probable es que se burlen de ella, la humillen y la lastimen.

—¡No me conviertas en el malo del cuento! Esto no fue idea mía. Se que Nahomi es muy frágil para un instituto cerrado y pequeño de una localidad como esta. Pero Michael, me lo ha pedido, no; me lo ha exigido y quiere que sea a partir de este año. Al final del verano.

—¿Que quiere ganar con eso? Nahomi ha terminado el instituto hace mucho tiempo, es graduada de universidades, ¿que se supone que aprenderá ahí?

—¡No lo se! Pero ya te lo he dicho, Michael quiere que Nahomi entre de nuevo al instituto, no me dijo por qué. Solo se que todo está arreglado. ¡Tampoco tengo idea de cómo logró inscribirla cuando ella ya es graduada! Supongo que su influencia sirvió en esa situación.

—Puede que él esté preocupado por la vida social de Nahomi, y quiera que forje relaciones con jóvenes de su edad.

—¿Preocupado por Nahomi? Si fuera de esa forma habría venido en navidad cuando ella era solo una niña, o en su cumpleaños. Podrá ser un negociante experto con capacidades extraordinarias, pero de padre no tiene absolutamente nada.

La oscuridad del pasillo se convierte pronto en una nube borrosa repleta de pesadumbre. El frío y dureza extrema de las paredes, captados por mis manos que inútilmente intentan sostener mi cuerpo ante la debilidad de mis piernas, no son más que una sensación superficial que no compite con la sequedad de mi garganta, el abandono de mis fuerzas y el hueco frío y profundo que se extiende con una presión severa sobre el centro de mi pecho.

Mi conciencia parece perderse y apagarse mediante me acuesto de espaldas sobre mi cama.

Creo ver a Elías a los pies de cama, me susurra que descanse y procede a quitarme los zapatos.

No tengo suficiente energía para distinguir su imagen, tampoco captar con claridad sus palabras y muchísimo menos para dejarme invadir por la idea de gritarle y sentirme enfadada con él. Dichos sucesos tendrán que esperar.


Febrero


Marzo


Temo que la calma de mi cabeza no se pone de acuerdo con las acciones tomadas por mi cuerpo, que advierten un posible síncope inoportuno.

El viento helado carga polvo por doquier, convirtiendo a la mañana en una pintura de color gris y un exceso de marrón protagonizado por el polvo que retoca los árboles al sacudirlos con violencia.

El rechinar de las ruedas me indica que hemos llegado.

¿Cuántas personas pueden decir que asistieron al instituto dos veces en la ida? Probablemente aquellas creyentes de la reencarnación, o simplemente las que disfrutan mentir por una broma. Pero en mi caso, independiente de las razones ya dichas, verdaderamente asistiré nuevamente al instituto.

La primera vez aún era una niña cuya capacidad estaba lista para cursar asignaturas preparadas y dadas a jóvenes de entre quince y dieciocho años, pero muy poco consciente de los acontecimientos de segundo plano que un adolescente promedio sufre a esa edad.

Ahora encajo perfectamente con la edad para asistir a ese lugar, gozo de la apariencia, Pero mi cabeza, mi mente extravagante y soñadora (hasta el punto de poder trastornar a alguien) no encaja en lo más mínimo en los demás. Lo suficientemente extraño como para ser blanco fácil de burlas, debilidades físicas para no sobrevivir a una pelea en defensa propia y una capacidad de indiferencia y poca importancia hacia temas triviales como para ser etiquetada como engreída, absurda y loca.

Sin embargo a ninguna de esas características, y acontecimientos, puedo atribuirle el mérito de mis penas internas.

¿Por qué todo está sucediendo de una manera diferente a la predicha y anticipada?

—¿Todo bien ahí atrás? —interroga Maira, mi chófer personal, quien me divisa utilizando el espejo retrovisor y examina mi rostro con verdadero interés.

Afirmo mis manos a la mochila.

—Perfecto —afirmó y le sonrió con una fingida sinceridad.

Bajo del auto. Esperando que gire y desaparezca de mi vista antes de encaminarme al instituto, por temor a que la flacidez de mis piernas me dobleguen y termine en el piso en los primeros pasos.

Avanzó cautelosamente.

«Con cuidado, con cuidado.»

No quiero ser traicionada ante las debilidades físicas a causa de mis emociones.

El lugar yace repleto de jóvenes, hundidos en sus mundos y temerosos ante la crítica y opinión de los demás.

Soy invisible para algunos.

Poca cosa para otros.

Novedosa para la mayoría. Y una nueva cosita que admirar para la minoría.

Una caja contenida explota tras mi acercamiento; de ella brotan los aturdidores pensamientos. Como un murmullo intenso en la muchedumbre.

No me rezago a oír repeticiones sobre mi estatura, el desorden de mi cabello y las dudas hacia mi propia persona impulsadas por la curiosidad o el mismísimo deseo de hacer daño.

Un aburrido preceptor me da la bienvenida, y amablemente me orienta sobre dónde se encuentra cada sector del instituto. Aunque su mente parece más ansiosa de descubrir que precio tiene el auto que me trajo hasta aquí el día de hoy.

Los pasillos se vuelven intransitables al momento en que suena el timbre alertando el inicio de las primeras clases.

Me enredó con mis propios pies y doy la cabeza con un casillero abierto.

—¡Ay! Perdóname —exclama la joven dueña del casillero.

—No hay problema; fue mi culpa —aseguró al momento de continuar mi camino.

Avanzó sobando mi frente, encontrando un diminuto punto machucado del cual brota una gota de sangre. Tiro unos mechones hacia mi rostro, intentando ocultar la diminuta herida y escudarme de preguntas.

La primera clase es matemáticas, resulta demasiado repetitiva, pero me entretengo tomando apuntes por mero aburrimiento.

El murmullo de pensamientos vuelve a aturdirme, obligándome a forzar concentración para cerrar los canales quejumbrosos y netamente estudiantiles.

—Hola. —El saludo de la joven rompe mi concentración. Es Amy.

«No lo arruines, no lo arruines.»

—Hola.

—Disculpa por lo del casillero. Mi nombre es Amy Hernández.

—No hay problema. Yo soy...

—Nahomi Omet.

La observó levemente sorprendida.

—Lo decía en tu cuaderno —aclara y señala mi hoja en blanco.

Dejamos de hablar para atender la clase.

Analizo la fuerza de sus emociones, inseguridad, nerviosismo y fascinación por los números.

Su mente es un revoltijo de ideas poco claras, enfocadas exclusivamente en sus acciones y decisiones a tomar. Le encanta mantener un margen perfecto en notas y solo se concentra en una acción a la vez.

Las horas pasan, y la inquietud de querer salir de aquí lo más pronto posible crece a cada segundo.

Pasó el almuerzo sentada en una mesa vacía. Escuchando todo tiempo de rumores y chismes que corren de mente en mente, modificados y exagerados no se arraigan a la verdad y terminan afirmando sólo aquello que las personas desean escuchar.

Divisó a Amy Hernández en la cafetería. Su grupo de amigos es extenso pero poco fiel, armado por casualidad y sostenido por conveniencia.

Siento pena por ella; yace encariñada con una amiga que solo la invita a salir como última opción.

Impotencia. Ese sentimiento esta completamente plantado en mi interior, ha echado raíces de forma amarga e impulsa enojo hacia mí y mis mandatos para intentar pasar desapercibida.

Quisiera poder decirle la verdad a la gente, quitarle sus máscaras y demostrar lo hipócritas que son, mayormente, de forma injusta e ignorante.

Aprieto la manzana hasta enterrar mis uñas en la cáscara madura.

No puedo, no, no debo hacerlo. Porque no importa en lo más mínimo lo creíble que sea mi relato, mi sinceridad, ganas de ayudar o mis ataques de enojo. Nadie me creerá.

Cuando tenía cuatro años un maestro me hecho de su clase porque yo, inconsciente e inocente, le mencioné que deseaba que se divierta con su novia Sabrina, que resultó ser su amante y su esposa estaba presente cuando anuncie mis palabras.

Me llamo mentirosa, y en una reunión en la dirección muchos niños salieron en mi contra. Afirmando que yo siempre decía mentiras, por la causa de haber revelado que persona le gustaba a cada uno de ellos.

Elías me defendió fielmente, asegurando que yo no era una niña mentirosa.

Pero, al final, tuvo que aceptar mandarme a un psicólogo que descubriría el origen de mis "mentiras". El cual cedió de atenderme unas dos semanas después.

La verdad no es aquella que se expresa en voz alta, sino la que las personas creen.

Desde la perspectiva de la verdad la mentira es mala, desde la perspectiva de la mentira ella es mejor que la verdad.

Al terminar del día no resulta un alivio, la molestia se ha quedado conmigo y ha aportado a mi rostro sufrir las consecuencias por la falta de mi habitual sonrisa.

No comento nada sobre mi primer día al llegar a casa. Sin importar que eso atraerá preocupación e interrogaciones, pero estoy dispuesta a lidiar con eso más adelante.

Ni siquiera soy capaz de disfrutar el camino hacia las trampas. El día es demasiado gris, el viento me causa un ligero malestar en un oído y mi cabeza decide torturarme al recordar esos absurdos comentarios sobre mí en el Instituto.

El camino llega a su punto más angosto y deshabitado. La fría brisa apenas se cola en el bosque, serpenteado los árboles y haciendo crujir las ramas secas.

—¿Hola?

Reconozco esa voz débil e insegura.

Me giro, en dirección a un espacio abierto y repleto de pasto seco.

—Nahomi, ¿qué haces por aquí?

Amy Hernández está aquí. Viste un sobretodo marrón y sus anteojos reflejan la poca luz que atraviesa la copa de los empinados árboles.

Estoy demasiado cerca de las trampas.

—Reviso mis trampas —le aseguro.

—¿Trampas? —vacila ella confundida —No sabía que te dedicarás a cazar animales en tu tiempo libre.

—No —me apresuró a negar y me recupero totalmente de la sorpresa de verla —, no son para animales.

—¿No? Que raro, ¿entonces para qué son?

Dudo. Mi mente se apacigua sin dificultad, contengo la respiración por un momento y expresó con sinceridad:

—Vampiros; son trampas para vampiros.

No identifico la extraña reacción de su semblante.


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