25. La decisión
No puedes cambiar tu destino de un día para otro, pero puedes cambiar tu dirección de un día para otro.
Jim Rohn.
El panorama en los terrenos de la familia Solluna es insostenible.
No puedo asimilar el momento.
Poco recuerdo del momento en que Damián apuñaló a Marcus por la espalda, y este se desplomó de rodillas. Mis gritos, la inmediata llegada de los seres fríos y el escape de Damián ante la preocupación hacia el estado de Marcus.
Kay Solluna cargo a su hijo en brazos y se apresuraron en regresar a su territorio. Ofreciéndome, con demasiada vacilación, que no había posibilidad alguna de que Marcus pereciera ante la herida.
Ahora ya no estoy segura.
—Nahomi —me habla Erick.
No logró aclarar mi cabeza. ¿Cómo pudo suceder todo esto?
—Nahomi —insiste Axel, quien, ante la alianza momentánea que aún se mantiene en pie, tiene permiso para estar dentro del territorio de los fríos.
Erick se pone de rodillas a mi lado, intentando mirarme a los ojos.
—Nahomi —vuelve a nombrarme —, tenemos que llevarte a un hospital.
—No me iré —sentenció.
Erick maldice en voz alta y comparte unas palabras de preocupación con Axel.
—Nahomi, por favor —suplica Axel —, tengo que llevarte a un hospital; tienes muchas heridas y no podemos estar seguros de la grave que son.
—No me iré —vuelvo a sentenciar.
No apartó los ojos de la puerta que da entrada a la oficina de Kay donde, se muy bien, Marcus está siendo tratado.
—Nahomi, Marcus estará bien —promete Erick, su mentira hace eco en su interior porque no puede estar seguro —. Kay lo está tratando, es su padre y sabe muchísimo sobre la anatomía única de Marcus.
—Lo único que hay en esa habitación —digo señalando la susodicha puerta —, son dudas. Dudas, dudas, dudas, nada más. Kay no está seguro de nada. No me iré hasta saber que Marcus, verdaderamente, se salvará.
—Nahomi, tú estás sufriendo a causa de tus heridas —me recuerda Axel impaciente.
—No me importa —miento. Me duele muchísimo, y una de las razones por las cuales estoy en este sofá inmóvil, es porque no aguanto el dolor punzante de mis huesos rotos al moverme.
—Nahomi, por favor entiéndelo —vuelve a suplicarme Axel —, tengo que llevarte a un hospital, deben tratar tus heridas. Después puedes regresar si así lo deseas.
—Axel tiene razón, Nahomi —corrobora Erick —. Además, por cualquier cosa que suceda te llamaré de inmediato. Pero, maldita sea, Nahomi, tienes una pierna destrozada.
Tras el chirrido de la puerta abriéndose, aparece Bel Solluna. Esquiva mi mirada y desaparece tras la puerta principal. Su esposo viene tras ella.
—¿Cómo está Marcus? —se me adelanta Erick.
El semblante descompuesto de Kay Solluna, sumado a las líneas rojas por debajo de sus ojos, son claras señales que advierten su siguiente respuesta:
—La verdad no hay mucho que podamos hacer.
—¡No puede ser! —niega Erick —Marcus es un frío, por favor, no puede morir por una simple puñalada. ¡Esto no puede ser!
—Es que Marcus no es solamente un frío —afirma Kay con más pena que seguridad —. Marcus es solamente mitad frío y...
—Tiene un corazón latiente por su parte agni —termino de aclarar por él.
No puedo elevar los ojos del piso. Es simplemente injusto, esto no debería estar pasando.
—Un momento, eso es —habla Erick nuevamente —: Marcus es mitad agni, y los agnis, al igual que los fríos, tienen una regeneración de heridas instantánea. ¡Marcus debería haber sanado ya! ¿Por qué no ha sanado aún?
—La regeneración no siempre nos salva —menciona Axel en volumen bajo, respetando el dolor que sufren los Solluna ante la impotencia —. Sí, es cierto, como Erick dijo, la regeneración es instantánea, pero si haces pedazos el corazón de un agni, hasta que esté se regenere, el cuerpo sufre un paro cardíaco, no respiras y finalmente mueres. Así mataron a... Débora.
—El corazón de Marcus no está destrozado, solo está herido —aclara Kay, tirando a tierra todas las conclusiones.
—No comprendo —confiesa Erick —. Si su corazón solamente está herido, ¿por qué no se ha recuperado?
Kay separa los labios para responder, pero me adelantó al comprender la verdadera situación.
—Ese es exactamente el problema —murmuró.
—¿Cómo dices? —vacila Erick.
—La sangre agni y la sangre fría no son compatibles —añado —. Marcus es un híbrido, y cada una de sus partes quiere salvarlo de una manera distinta:
»Su parte agni quiere regenerar sus heridas, aumentando el ritmo cardíaco y potenciando la sangre caliente.
»Mientras su parte frío quiere salvarlo a su manera, paralizando el corazón, paralizando su cuerpo y finalmente cerrar las heridas con el potencial principal de los fríos: la ponzoña.
Comienzo a derramar lágrimas sin llanto, es como si mis ojos fueran la única parte de mi rostro que aún responde.
—O sea que —continua Kay —su cuerpo está atrapado en un estado de batalla mutua entre sus dos partes, incapaz de avanzar la curación de ninguna manera. Y, su corazón, no podrá resistir tanto tiempo.
La puerta se abre y Lía, la hermana de Marcus, camina hacia mí con una expresión indescifrable.
—Marcus quiere verte —me informa antes de retirarse.
Intento ponerme en pie y el dolor de mi pierna me provoca un mareó alarmante.
—Te llevaré hasta él, sí así lo deseas —propone Kay.
Axel se va sin decir absolutamente nada. Sus emociones son un revoltijo inestable.
Accedo y Kay me carga en sus brazos con muchísimo cuidado. Me preocupa, y molesta, su actitud serena y deprimida, aunque sea razonable me molesta que haya aceptado la posible muerte de Marcus.
Una punzada de dolor se prolonga por varios segundos, en el centro de mi pecho, cuando lo veo postrado sobre una camilla con aspecto moribundo.
Una vez que me siento, sobre una banca al lado de la camilla, Kay procede a dejarnos solos.
Mi cabeza inmediatamente sabe que decirle, pero mis labios no están dispuestos a pronunciar palabra al ver el estado de Marcus:
Su torso desnudo es envuelto con un vendaje colocado por un experto, y su pecho sube y baja de acuerdo a su respiración agitada.
Con todo ese dolor sobre él, y teniendo muy en claro que no hay posibilidad de que se cure, me sonríe al verme; aunque no puede evitar que su sonrisa se vea forzada, pero sincera.
—Lo siento —es lo primero que puedo decir —, lo siento, lo siento. No quería que todo esto pasará.
—No te disculpes. —Su voz es gutural, rota —. Nada de esto es culpa tuya.
—¡Sí lo es, Marcus! Hay personas que murieron, ¡por mí! Y yo no quiero tú... seas una de ellas.
—Nahomi —susurra Marcus —, ¿recuerdas cuando dije que no consideraba un sacrificio el hecho de arriesgarme por ti? Aún pienso lo mismo, así que, por favor, no te culpes por eso.
—Es que no puedo... evitarlo.
Marcus cierra los ojos fuertemente, y ahoga un quejido de dolor.
—Estoy bien —asegura antes que pueda preguntar —. Solo quiero me escuches, ¿de acuerdo? Hay algo que necesito decirte, es importante.
Asiento con la cabeza y tomó su mano derecha entre las mías, ignorando que la calidez de su piel está desapareciendo.
—He evitado decírtelo porque no quería asustarte, mucho menos alejarte —continua —. Tú ya sabes que soy un Silenc, Nahomi.
—¡Eso no me importa!
—Debería importarte, Nahomi.
—No es culpa tuya ser... eso —murmuró.
—Lo sé, lo sé —corrobora —. Pero, aunque no lo haya elegido, lo soy. Tú sabes que los Silenc son los peores asesinos del mundo sobrenatural; aunque no sean conscientes de sus acciones.
—No me digas esto ahora —protesto sin poder evitar que las lágrimas resbalen por mi rostro sonrojado por el enojo, la impotencia de no poder hacer nada por él —. No cambiaré de opinión sobre ti; no me importa que seas un Silenc.
—¡Pero a mí sí! —Su revelación me deja inmóvil. El dolor en sus ojos es tan franco, tan duro —¿Crees qué puedo vivir a tu lado sabiendo que no te merezco en lo más mínimo? Yo sé lo que soy. Si supieras todas las cosas he hecho no podrías volver a mirarme a la cara.
—Pero...
—Déjame terminar —súplica —. Aún algo que tengo que decirte.
Guardó silencio. No importa lo que sea, tendré el valor de escucharlo y, si es necesario, comprenderlo.
—Estoy maldito, Nahomi —confiesa y su voz se rompe al pronunciar mi nombre —. Mi maldición es simple, pero horrible a la vez: Todas las personas que lleguen a quererme, o amarme, están condenadas a morir.
Ante la sorpresa, la angustia y la nueva complejidad de la situación, cubro mi rostro con ambas manos e intentó contener el llanto acumulado como un nudo doloroso en mi garganta.
De inmediato vuelvo a tomar su mano, por temor a que malinterprete mi alejamiento repentino.
—¿No puedes...?
—No —niega —, no se puede hacer nada para revertir la maldición. Solo... el oráculo que me maldijo puede deshacerlo, y es imposible encontrar.
—¡Pero debe haber algo que se pueda hacer!
—¿Y de qué serviría ahora, Nahomi?
Vuelvo a la realidad; por un momento he olvidado que está herido de gravedad y que probablemente no le queda más de una hora de vida.
—Marcus, por favor, dime ¿no sé puede hacer nada para salvarte? ¿De verdad? ¿Nada?
Una duda cruza fugazmente por sus ojos y, al apartar su mirada, entiendo que aún hay algo que no me está diciendo.
—Podría dejar que me conviertan —revela precavido de mi reacción —en un... frío, completamente.
—No —murmuró inconscientemente.
—Nahomi —vuelve a nombrarme —, no te preocupes, no estoy decidido a eso. Además, se que tú estarás bien.
—¿Por qué dices eso? —cuestiono tanto afligida como irritada.
Marcus acaricia mis nudillos con la yema de sus dedos. No puedo evitar imaginar cómo sería este tacto si su piel fuese gélida, helada.
—Nahomi.
Vuelvo a tomar valor para mirar su rostro. Su expresión ha cambiado, ahora su semblante es una combinación entre angustia y la seguridad que conlleva sus próximas palabras:
—Axel es el hombre que tú mereces —sentencia —, es perfecto para ti. Se qué él podrá cuidarte, y que te estima por sobre todo lo demás.
—Pero él... —titubeó —. Nosotros... Es decir.
—¿Qué somos nosotros, Nahomi? —me cuestiona con racionalidad y paciencia —Nos hemos besado un par de veces, sin más de por medio. ¿En qué nos convierte eso?
—Yo te quiero muchísimo, Marcus.
—Pero yo te amo.
Siento a mi corazón vibrar dentro de mi pecho. Su confesión es tan sincera, tan dulcedumbre, sorpresiva. Y la sonrisa que se dibuja en sus labios ante mi silencio termina de convencerme de lo que verdaderamente siente por mí.
—Te amo —repite convencido, pero esta vez su tono es cálido —. Lo hago hace bastante tiempo. Y, como dice mi padre, el amor debe ser mutuo y equilibrado.
»Por esa razón, el hecho de que me quieras, no es suficiente.
—Pero eso puede cambiar —balbuceo —, lo que digo es que... es muy pronto para que yo pueda corresponder un sentimiento tan fuerte.
—Lo entiendo.
—¡Pero no me alejes de ti por eso, Marcus!
—¿Y estás segura de eso, Nahomi? ¿Verdaderamente crees que puedes corresponder lo que yo siento por ti?
«Sí», contesta de inmediato mi mente, pero no mi voz. Y me quedo callada.
—Tú sabes porque no puedes hacerlo, Nahomi —menciona convencido.
—No, no lo sé.
—Aún sientes algo por Axel. —No es una pregunta.
Me estremezco y afirmó mi agarre a su mano pálida.
He bajado mi vista nuevamente, me he acobardado y me enfadó conmigo misma por eso. ¿De verdad aún siento algo por Axel?
—No estoy segura de eso —protestó al no poder aclarar mi cabeza.
—Pero lo haces, Nahomi.
—Tú me gustas, y te quiero. No quiero perderte, Marcus. ¿Por qué insistes en hablar de Axel? No quiero hablar de eso.
—No dudo que me quieras, Nahomi, y me siento afortunado por eso. Pero, ¿de verdad te gustó?
—Sí.
—Nahomi, quiero que lo pienses por un momento: ¿De verdad sientes esas cosas por mí? ¿Tu corazón se acelera cuando me ves? ¿Te pones nerviosa? ¿Tus pupilas se dilatan?
Me gusta el aroma de Marcus, su voz y su tacto, creo estar segura de que él me gusta pero, al enumerar tantas señales físicas de lo que se supone que uno debe sentir, terminó confundiéndome.
Me inclino sobre él, evitando apoyarme en la herida, y posó un beso sobre sus labios.
Probablemente es una acción impulsada por la confusión, pero resulta agradable sentir su calidez, su aroma.
Marcus tiene razón: aún siento algo por Axel. Pero no sé si aún quiero sentir ese algo, aunque no está en mi poder evitarlo.
—Estoy confundida —confieso sin apartarme de su rostro.
—Después de todas las veces que he querido, e intentando, acabar con mi vida, ahora no quiero. ¿Sabes por qué? No quiero dejarte. No quiero.
—Entonces no lo hagas.
—Solo necesito saber algo, Nahomi —murmura Marcus —: Si cambio, si mi piel ya no es cálida y mi corazón deja de latir, ¿aún querrás estar junto a mí? —plantea.
—Por supuesto que sí —prometo de inmediato.
La expresión de Marcus se vuelve sombría. No por mis palabras y, al posar mis ojos en su herida, veo la cantidad alarmante de sangre que humecta su vendaje como una mancha roja y borrosa desde el interior.
Kay irrumpe en la habitación, preocupado por el desmejoró de su hijo y, al acercarse, Marcus toma su muñeca y manifiesta:
—Conviérteme.
El terror se plasma sobre el semblante, antes imperturbable, de Kay Solluna.
—No —niega de inmediato —. Hijo, conoces muy bien el precio que involucra convertirse en inmortal.
Comienzo a respirar dificultosamente ante la ansiedad que me provoca este momento.
—Mi alma está rota después de todo. Por favor, papá, conviérteme.
—¿Y el dolor? Son de dos a cuatro días de agonía pura mediante te transformas.
—Nada que no pueda soportar. Necesito hacer esto.
—¡Ya no tendrás nada de tu madre! Tu sangre será fría, tu corazón se detendrá para siempre. ¡Serás igual a mí!
Comprendo el sufrimiento de Kay Solluna. Es demasiado para él transformar a su hijo a un estado irreversible.
Marcus busca los ojos de su padre y, cuando esté lo mira, manifiesta:
—Tengo que quedarme con ella, papá. Por favor, tengo que quedarme con ella —suplica.
Kay posa sus ojos culposos sobre mí.
—¿Tú estás de acuerdo con esto? —vacila como último recurso, quiere que yo exprese lo contrario, quiere que no me ponga del lado de Marcus.
—Yo lo voy a querer —prometo titubeando —. No me importa lo que sea o deje de ser.
Cuando Kay vuelve a mirar a su hijo, ya está decidido. Quizás no convencido al respecto, pero si decidido a cumplir la decisión de Marcus.
—Nahomi —murmura Marcus. Su fuerza se está terminando.
Me acercó a él nuevamente.
—No quiero que estés aquí mientras tengo que pasar por esto —pide —. Por favor, no vengas aquí hasta que... termine.
—Lo entiendo —aseguro.
—Será mejor que te vayas, Nahomi —advierte Kay.
Lo entiendo. Ya no hay tiempo que perder.
Erick entra a la habitación por mí. Me carga en sus brazos y comparte con Marcus una sonrisa de complicidad impregnada de dolor.
Al avanzar por el camino, penumbroso ante la llegada de la noche, sufro el presentimiento de que algo está a punto de ocurrir.
Erick no me habla, su mente se ha quedado en la casa de los Solluna y la mía también.
Escucho el grito de dolor más desgarrador que he oído en toda mi vida. Es Marcus.
Erick detiene su andar al oírlo.
—La transformación ha comenzado —sentencia.
Mi conciencia parece haberse apagado, escuchó con claridad las palabras de los doctores cuando estos me hablan, pero mis respuestas se limitan a afirmar o negar.
Finalmente, los médicos, deciden que estoy traumatizada y evitan comunicarse conmigo más que por lo estrictamente necesario.
¿En dónde está mi cabeza? Probablemente allá, en la casa de los Solluna, donde Marcus comienza a agonizar mediante la transformación avanza.
Axel y Carlos han venido a verme al hospital, aliviándose de que mis heridas no representan algo que no se pueda curar con un poco de tiempo.
He caído en una especie calma extraña. Quizás sí estoy traumatizada después de todo, o simplemente es la anestesia que relaja mi cuerpo y los calmantes que acepte tomar para los nervios.
No debería sorprenderme. He visto cosas horribles del mundo oscuro, el mundo sobrenatural. He contemplado la forma violenta en que se despedazan los agnis en batalla y, lo más terrible de todo, he visto a la muerte arrastrar a tantas personas.
Axel se ha mantenido a mi lado, tan distante como cree que necesito.
Se ha limitado a hablarme solamente cuando es necesario, y puedo notar fácilmente el dolor que eso le causa.
Y he sentido sus caricias delicadas, sobre mis cabellos, cuando él me creía dormida.
Me dan de alta después de un día. Regreso a casa cojeando por la pierna rota y enyesada, me han puesto clavos en los huesos, y es muy doloroso.
—¿Segura que estarás bien? —vacila Axel cuando estamos al frente de mi casa.
Lleva solo una campera roja con el cierre hasta la altura del pecho, una remera por debajo, pantalones negros y unas zapatillas sin medias; muy poco abrigo para un día tan helado como este.
Miro mis muletas, dudosa. Siempre he sido propensa a accidentes por la debilidad de mus piernas; andar con muletas duplica el riesgo.
Sonrió para tranquilizar a Axel.
—Estaré bien. Además, Maira estará conmigo —le aseguro refiriéndome a una empleada antigua y de confianza —. Me ayudara con lo que necesite, no te preocupes.
Axel no parece muy convencido. Pero sus ojos rojos dirigidos al suelo me alertan que su preocupación acarrea algo más.
—Nahomi...—vacila —, ¿aún estás enojada conmigo? —El tono de preocupación que abunda en su voz es claro indicio de lo importante que es para él saber esa respuesta.
—No me pareció correcto lo que hiciste, Axel, no debiste mentirme —protesto sin levantar la voz —. Pero lo entiendo, de verdad, se que lo hiciste para protegerme. Tu intención era buena y, después de todo lo que arriesgaste por mí hace poco, por supuesto que ya no estoy enojada contigo. —Le ofrezco mi mejor y más sincera sonrisa al concluir.
Axel se contagia de mi sonrisa, y se acerca para acariciar mi mejilla con su tacto tan cuidadoso al tratarse de mí.
Me alegra que sea paciente con respecto a preguntar sobre mis sentimientos.
Me estampa un tierno beso en la mejilla izquierda y se encamina a su casa.
Estoy en mi silencioso hogar nuevamente, en el sofá de la biblioteca, con mi pierna rota reposando sobre un pequeño banco de plástico y la mirada puesta en una lectura que había abandonado hace meses.
Un sonido me desconcentra, semejante a la caída de un recipiente frágil en el recibidor de la casa.
—¿Qué sucedió? —pregunto al temer que algún empleado haya roto algo o, peor aún, se haya lastimado.
Al no obtener respuesta me pongo en pie con esfuerzo. Agarrándome fuertemente de las muletas y encaminandome dificultosamente al recibidor.
Al llegar me topo con el objeto que causó el sonido; una de las macetas colocadas en un angosto armario ha caído al piso.
La persona que se encuentra de pie en este sitio representa tanto horror como sorpresa.
Está a dos metros de mí. Tiene la piel terriblemente pálida, su cuerpo es tan gélido e inmutable como una estatua, su rostro inexpresivo y trae puesto el mismo traje ostentoso, e impregnado de tierra húmeda, con el que fue a la tumba.
De devuelve la mirada sin preocupación.
—Elías —susurro su nombre.
¡HE AQUÍ EL NUEVO CAPITULO!
Me alegra poder cumplir con mis actualizaciones; espero alegrar sus domingos.
¡Cuentenme! ¿Que les ha parecido el capítulo?
¿Están de acuerdo con la decisión de Marcus?
¿Creen que Nahomi quiere a Marcus pero no es capaz de entender ese sentimiento, o sigue enamorada de Axel?
Y ahora la pregunta más importante:
¿Creen que Elías verdaderamente volvió? ¿Es una ilusión?
¡Dejenme sus teorías u opiniones en los comentarios!
Capítulo dedicado a: @ShailaGonzalezz ¡Gracias por tus comentarios!
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