22. La Unión
Los cobardes agonizan muchas veces antes de morir... Los valientes ni se enteran de su muerte.
(Julio César)
—Marcus, ven conmigo —exijo tomando su mano y atrayéndolo tras mis pasos dirigidos al territorio.
Connor frunce el ceño y me aparta de Marcus con recelo.
—¡Los fríos no entran al territorio! —sentencia con desprecio hacia Marcus.
—¡Él no es solo un frío! —protesto con enojo —Tiene que venir conmigo, ¡esta de nuestro lado! Me ha protegido de Zaira todo...
—¡Los fríos no pueden entrar al territorio de la manada! —vuelve a repetir Connor con severidad.
—¡No tenemos tiempo para esto! —rezonga Marcus apretando los dientes —Nahomi, por favor, entra ahí, estarás a salvo.
—¡No voy a dejarte aquí! —protesto ofendida ante la idea.
—¡Nahomi, entra ahora! —insiste Connor. Sus ojos no se quitan del bosque penumbroso, donde el aullido del lobo sigue dando la señal de ubicación. Es el lobo que ha perseguido a Connor con intención de encontrar el territorio, ubicar la manada y dar señal de aviso a todos los seguidores de Zaira.
Marcus toma mi rostro entre sus manos cálidas.
—Nahomi, estaré bien. ¿Me oíste? Estaré bien. Ahora, por favor, entra al territorio de la manada, estarás a salvo ahí.
—¿Regresaras? —vaciló, sin detenerme a pensar lo que conlleva esa petición.
Tengo miedo, pero no por mí.
Marcus sonríe.
—No me iré, Nahomi. Ahora entra, vamos, ya vete.
Obedezco retrocediendo de espaldas. Y hecho a correr en dirección a la casa de los Aidan por temor a voltearme, mirarlo, y regresar porque no quiero dejarlo afuera, solo, expuesto al peligro.
«Nahomi, se que me escuchas.» Me habla la voz de los pensamientos de Connor.
«¡Adviertele a los demás! Me quedaré en la entrada para poder avisar cuando todos lleguen!»
Quisiera poder responderle, asegurarle que el mensaje fue recibido y que se lo diré a los demás. Pero la conexión es solo mi oído mental que se cola en su cerebro e invade sus pensamientos.
Axel sale a mi encuentro cuando aún estoy a varios kilómetros de la pequeña casa.
—¡Zaira viene en camino! ¡Estará aquí pronto! Connor me advirtió, ¡se quedó en la entrada para poder avisar en el momento en que lleguen! —informó titubeando y con una fuerte desesperación.
Axel no duda ni por un segundo, tampoco se detiene a hacer preguntas y, tomándome en brazos, me carga con facilidad y rapidez hasta que mis pies tocan los suelos del patio en la casa de la familia Aidan.
—¡Zaira está aquí! —advierte y como respuesta inmediata, toda la manada sale a nuestro encuentro.
Natán, el miembro más antiguo junto a su fiel acompañante (esposa suya y la mente brillante de la manada), callan a todos los miembros que comienzan a hacer preguntas de forma descontrolada y nada precisa.
—¡Lo más importante es saber cómo nos defenderemos! —exclama con racionalidad este —¿Qué caso tiene cuestionar cómo nos encontró? Ahora, señorita Omet, díganos qué le dijo Connor.
—Y cómo se encuentra él —agrega Débora, pareja de Connor. Luce enfadada, preocupada, con sus rizos perfectamente despeinados y sus ojos rojizos.
Repito la situación, y le cuento a Débora las heridas precisas de su novio. Ella se encamina en dirección a los límites.
—¿A dónde vas? —exige saber Natán.
—¡Donde este Connor! —responde ella furiosa —¡Está herido! No pienso dejarlo solo como centinela cuando no puede siquiera correr. —Y dicho esto procede a correr en dirección del susodicho lugar.
—¿Qué haremos ahora? —plantea Brian, me ve con desdén. Se que me responsabiliza por las desgracias que sufre su manada, y en parte posee razón.
—Pelear —sentencia Axel, con obviedad y seguridad.
—¿Pelear? —vacila Brian —Oíste a Connor; nos superan en número.
—¿Y qué sugieres que hagamos? —lo desafía Axel —Si ella ha decidido irrumpir en nuestras tierras con intención de matar, lo único que nos queda es defendernos.
—O, específicamente, defender a esa niña —contesta Brian con impaciencia y desprecio.
—¡Ya basta! —interrumpe oportunamente Natán —No podemos darnos el lujo de discutir ahora. El peligro que acecha a la señorita Omet es producto de nuestra manada, independientemente del integrante que cometió el crimen. Estamos juntos en esto, por eso somos una manada. ¡Ahora! Si alguien no está de acuerdo, y no quiere pelear por los suyos, puede desertar y no volver a pisar esas tierras nunca más.
El silencio sepulcral, simultáneamente rebosado de tensión, es la afirmación de que nadie piensa irse.
Un aullido se escucha a lo lejos. Grabé, continuo y prolongado durante varios segundos.
Leyendo sus mentes lo comprendo: Es el aullido del agni que persiguió a Connor, quien advierte la llegada irrevocable de Zaira y sus seguidores.
Axel se gira hacia su manada, como Alfa sus decisiones deben ser escuchadas y cumplidas. Aunque es demasiado joven para tales responsabilidades, y acontecimientos trágicos, Natán siempre lo ha animado a tomar su lugar e intentar ser tan eficaz en el liderazgo como su madre antes que él. Y esto dicta el alfa:
—Brian, Ada, protegerán los alrededores de la casa; cuidando así tanto a Nahomi como a mi padre.
»Natán, Maribel, nosotros estaremos al frente. No podemos unir, no hay forma, así que tendré que exigirles que hagan lo mejor que puedan.
—Quizás podamos ayudarnos mutuamente —ofrece una voz ajena a la manada, pero totalmente identificable para mi memoria.
Es Isabel Solluna, madre de Marcus, esposa de Kay y, por desgracia, enemiga jurada a base de traición con los de su tipo.
Tengo esperanzas de que Natán, siendo el más comprensivo y cauteloso, sea la excepción en las miradas furtivas que le lanzan a Isabel, pero no lo es. La observan como si fuera la criminal del año, un asco, un ser repudiable.
—Usted no puede estar aquí —le advierte Axel, con respeto y sin pensamientos repudiables hacia Isabel.
—Lo sé —asegura ella sin inmutarse ante los ojos rojos —. Pero creemos que ustedes necesitan ayuda.
—¿Y tú puedes ayudarnos? —la desafía Brian con enojo —Los fríos no son bienvenidos en estas tierras, y tú apestas a seres fríos —concluye asqueado ante el hecho.
—Quizás debamos tomar con seriedad su propuesta —dice Axel pensativo, para mortificación de todos los integrantes de la manada. Hasta Natán se ve estupefacto.
—¿Qué pueden hacer por nosotros? —pregunta Axel a Isabel.
Ella se quita la capucha roja que, anteriormente, cubría sus cabellos negros heredados por su hijo, y sus ojos amarillos resaltan en su semblante con seguridad.
—Mi familia está dispuesta a pelear de su lado —ofrece ella.
No puedo evitar esbozar una sonrisa.
—¡Imposible! —sentencia Brian.
—No, esperen —pide Axel —. No podemos darnos el lujo de negar su ayuda ahora.
—¡Estas loco! —grita Ada, otro miembro de la manada que me considera una intrusa indeseable —¡Son fríos! Los fríos no pueden entrar al territorio, es una locura. ¿Qué es lo que pasa contigo?
—¡Yo no pelearé al lado de un frío! —sentencia Brian —Esas pestes matan más humanos en un día que Zaira en un año. ¡Esto es inaudito, Axel!
—La verdad no estoy seguro —confiesa Natán —. Jamás hemos dejado que los fríos pisen estás tierras.
«No sé si alguien aquí pueda soportar pararse a pelear al lado de un frío.» Lamenta Maribel, su mente es apacible.
Las protestas crecen, convirtiéndose en un bullicio insoportable para mis oídos y mente.
—¡No pelearemos al lado de los fríos!
—Eres el alfa, Axel, ¿hasta donde piensas rebajarnos?
—¡Los fríos son asesinos! No nos paramos a su lado, le damos la mano ¡y fingimos que no llevamos cientos de años batallando contra ellos!
—¡Ya basta! —sentencia Axel alzando la voz y callando instantáneamente a todos los presentes —¿Qué están esperando de mí con esos reproches? Por si lo han olvidado, nuestro principal objetivo es proteger a Nahomi, ¡se lo debemos! Y yo quiero protegerla. ¡Me vale mierda quien pelee a mi lado si eso me ayuda a protegerla!
»¡Ellos nos superan en número! —resalta señalando el límite del territorio, donde Débora y Connor esperan la llegada de Zaira y los suyos —Lo lamento mucho —se disculpa —, pero yo no dejaré que mi puto orgullo me evite salvar a Nahomi. ¡Así que traguense sus palabras y dejen pasar al clan Solluna, ahora!
El silencio se prolonga durante varios segundos, hasta que Isabel se adelantada hacia Axel diciéndole:
—Eres un líder sensato, Axel Aidan. Y te prometo que haremos todo lo posible para mantener a salvo a Nahomi.
Axel retrocede un paso. Sus manos se pierden entre sus brazos fuertes que, tomando una posición cerrada, se cruzan entre sí sobre su abdomen. Sus emociones están a flor de piel, está molesto, mas bien furioso.
Su estrés por cargar con la responsabilidad de dirigir se marca en el fruncir de sus cejas y la expresión sombría de su semblante.
El golpe seco sobre el rostro de Débora la arroja sobre las gramillas. La primera advertencia, la primera estocada que prolonga el inicio.
—¡Están aquí! —advierto.
Isabel desaparece, yendo en busca de su familia, y Axel vuelve a repetir a todos las posiciones y prioridades.
Luego me suplica, sin mirarme y con la voz quebrada, que me ubiqué dentro de la casa. Su petición temblorosa no es producto del miedo, solo le quema por dentro dirigir una batalla que podría terminar con todos sus amigos violentamente asesinados.
Quiero quedarme; mis principios siempre se han interpuesto contra ponerme encima de la vida de otras personas, mucho menos la de Axel. Pero él vuelve a insistir, y comprendo que no posee humor para lidiar con el embrollo de dolor y sentimientos encontrados que le produce verme.
El interior de la casa está silencioso. Al pensar en Carlos, el padre de Axel, imaginé que lo encontraría asustado (como el humano indefenso que es ante los seres oscuros) o siquiera preocupado por la primera ola de batalla sangrienta que comienza a esparciéndose en los campos. Pero aquí está, sirviendo té, sentado en el sofá con el rostro relajado.
El ojear su mente y emociones, me encuentro con un relajamiento excesivo y un dolor profundo. Él recuerda los días en los que solo era Carlos, un humano normal que se había convertido en el ágape de una mujer agni; la madre de Axel.
—Me tomé la libertad de prepararte una taza de té, Nahomi —menciona con naturalidad —. ¿Quieres sentarte?
Obedezco sin quitar los ojos de su rostro. ¿Qué significa esa calma excesiva?
—Es té de manzanilla —me informa y sonríe —. Te ayudará a mantener la compostura.
—Disculpe —hablo después de darle un sorbo a mi taza de té —, comienza a librarse una batalla afuera, ¿y usted está aquí bebiendo té? —vaciló al no encontrar la respuesta en su mente.
Carlos vuelve a sonreír. He olvidado lo mucho que se parece a Elías, no físicamente pero si en su esencia personal. Sus hábitos también son semejantes; él y Elías son, bueno, solo Carlos ahora, el tipo de persona a la cual la edad le sienta bien.
¿Qué hago aquí pensando en lo bien que se ve Carlos a pesar de tener cuarenta y siete años? Un segundo, ¿Axel se verá así cuando tenga su edad?
—La verdad es que —habla Carlos —, no la he pasado bien éstos días. Me he hecho a la idea de que este momento tenía que llegar, tenía que pasar, pero no puedo asimilar el hecho de que mi hijo puede morir este maldito día.
—Nadie puede hacer eso —corroboró apenada —. Lo lamento.
—No es tu culpa —asegura como todos los demás, y eso no me ofrece un verdadero consuelo.
Veo un arma, cargada y descansando al borde de una mesa redonda, a dos pasos de distancia de nuestra ubicación.
Al mirar a Carlos él anticipa mis dudas.
—No puedo matar agnis con eso —responde serenamente —. Pero, si esos sujetos entran aquí, nos torturaran hasta la muerte.
Comprendo instantáneamente el uso que le daría a esa arma si eso ocurriera.
—Eso no pasará —sentenció molesta por su dolor prematuro —. Axel no va a morir.
Los veo, Axel, Connor y Débora, parados en fila en posición de defensa.
—¿Puedes verlos? —vacila Carlos, interpretando los hechos de acuerdo a mi expresión.
—Sí —confirmo tan confundida como él.
—¡Claro! —exclama Carlos —Los oráculos pueden ver acontecimientos a través de los ojos de otra persona, entrando en su mente. ¿A través de los ojos de quién ves lo que sucede?
Siento el calor de las manos de Débora, su aroma.
El campo visual de Axel y sus emociones basadas en su prioridad.
La claridad de Natán.
La valentía de Maribel.
El campo visual se extiende, ahora percibo todos los ángulos posibles de cada par de ojos del sitio.
—Nahomi —insiste Carlos —, ¿a través de quien ves lo que sucede?
—Todos —confieso ligeramente aturdida —. A través de los ojos, y las emociones, de cada uno de los que tienen un pie en el campo de batalla.
Ahí está ella, Zaira, con sus ojos rojo sangre chispeando ante una diversión enfermiza.
Su cabello, repleto de rizos espesos, cae por su espalda hasta la altura de sus caderas. Su piel morena brilla ante la poca luz penumbrosa que atraviesa las nubes gruesas y amenazantes.
Suplico para que las nubes voluminosas se queden ahí; los Solluna deben estar a salvo del Sol.
Zaira está ansiosa de ganas por comenzar a derramar la sangre de sus enemigos.
Sus seguidores se posicionan en fila detrás de ella, son treinta y cinco agnis listos para la batalla (dispuestos a hacer lo que sea por ella); diez de ellos poseen una mirada atroz, manejan un intermedio entre su forma humana y su estado de lobo, sus colmillos de monstruo sobresalen entre sus labios y su respiración agitada es la marca que advierte la posesión de fuerza de su monstruo interno.
Otros diez están en forma lobuna. Patas delanteras más alargadas y monstruosas que las traseras, orejas curvadas hacia atrás, dientes y garras sobresalientes que producen un miedo horrible.
Los otros quince se mantienen en su forma humana, apacibles, pensativos. Pero total, e irrevocablemente decididos, a despellejar vivos a los enemigos jurados de Zaira, su alfa, su más grande admiración y posesión de confianza.
—Si los matamos a todos —menciona Zaira con naturalidad, como si pensara una reflexión sana y cotidiana —, significaría que todas estas tierras pasarían a ser... nuestras.
Un gruñido alarido sale del hocico de Maribel, quien es la única de la manada Aidan que se ha convertido en lobo.
Zaira se pavonea de un lado a otro, con el dedo índice puesto sobre la mejilla, exteriorizando su pensar burlesco.
—Y nadie —continúa hablando, pero esta vez su tono es alarmante, cortante, condena las palabras que brotan de sus labios tensos —podrá proteger a esa niña... de mí.
Su afirmación es la orden, la complacencia de su odio interno que de exterioriza en su figura drásticamente inestable.
Sus agnis, transformados, comienzan a desparramarse entre gruñidos alaridos. Siguiendo un orden mortífero que encierra a la manada de Axel en un óvalo diminuto que los obliga a retroceder, hasta juntar sus espaldas y esperar el ataque.
Tres de ellos, detectando la experiencia en batalla y completa calma de Natán, se abalanzan sobre él en conjunto y mordiendo todo espacio de su cuerpo. Este, recuperándose de la sorpresa inoportuna, aclara su mente y lee los movimientos utilizados por sus monstruosos atacantes. Se tira de espaldas y, usando la ventaja de ser diminuto en su forma humana, se arrastra por debajo de las patas de los licántropos, escapando de su emboscada.
Los Solluna, topándose con una regla vampírica sumado a la protección de las tierras de los agnis, no pueden pasar el alambrado y surcar los terrenos sin obtener un permiso directo del alfa en que ejerce sus dominios.
—¡Necesitamos permiso de Axel para entrar! —grita Gabriel eufórico.
Axel lo escucha con claridad. Se deshace de su atacante enterrando hasta el mango su daga, que atraviesa los tejidos y rompe un hueso del brazo del agni en forma humana. Le tomará unos minutos curar esa horrible, y agonizante herida.
—¡Yo, Axel Aidan, alfa de la manada...
—¡No dejen que les permita entrar! —interrumpe Zaira, completamente indignada ante la decisión de Axel para con sus enemigos naturales. Y estando al tanto, evidentemente, que la cantidad de sus oponentes aumentaría exponencialmente con la llegada de la familia Solluna.
Axel cae de rodillas cuando un agni lo rodea por su cuello, impidiéndole respirar y, por consecuencia, hablar con claridad. Y otro de ellos, aprovechando la oportunidad esencial de deshacerse del joven alfa, toma en mano un arma blanca dispuesto a acabar con Axel de una vez.
Connor se percata de inmediato, descartando a su monstruoso atacante y echando a correr en dirección a Axel teniendo como prioridad liberarlo.
Llega a tiempo, sorprendiendo a los atacantes de Axel y, poniendo en horizontal el filo de su cuchillo, rebana el cuello del agni que estrangulaba a Axel.
Axel, sintiendo el alivio de recuperar el oxígeno y su movilidad, se abalanza sobre el agni que quería clavarle un puñal en el corazón y, devolviéndole su intención, le arrebata el arma blanca hasta clavarla de forma impía en el centro de su pecho.
El alfa, recordando la prioridad basada en la ayuda ofrecida, continúa su permiso esencial, vociferando las palabras:
—¡Yo, Axel Aidan, alfa de la manada, permito a los Solluna entrar a mi territorio!
Con el permiso dicho en voz alta, los seres pálidos se unen a la pelea. Bajando, para menos sufrimiento de la manada, la cantidad de agresores por cada integrante del improvisado equipo originado por una alianza singular y estratégica.
Los cuerpos comienzan a regar los pastizales quemados por las heladas, enmarañando el ambiente de muerte y líneas de sangre.
El calor de la batalla, sumado a la descarga de adrenalina alimentada por la inexistencia de miedo por cada ser que se posiciona sobre el campo de batalla, condena al sitio a convertirse en unos lares rebozados de violencia extrema, infectado de la putrefacta muerte.
Débora, con su rostro invadido por tres líneas sangrante que recorren la mitad de su semblante, extiende los brazos a los lados, empuñando dos afiladas cuchillas brillantes de plata. Y, sonriendo con emoción y euforia, grita a los atacantes de Connor que se aprovechan de sus heridas para mantenerlo en los suelos.
—¡Vengan por mí, malditos perros arrastrados!
Uno de ellos acepta su reto de inmediato, en forma lobuna, encara a Débora alzando tierra húmeda mediante avanzaba con sus mortíferas garras.
Débora se inclina, posicionando su cuchilla hacia adelante y afirmando la planta de sus pies al suelo, flexiona las rodillas y da un salto al momento exacto en que el hocico del agni habría sus cavidades repleta de sus afilados colmillos.
Esta monta a la bestia, aferrando su mano izquierda al grueso pelaje de la bestia y apoyando sus pies en la espalda del lobo.
A continuación, en un movimiento brusco y sonriendo de lado con decisión, comienza a apuñalar la cabeza de la bestia. Esta se sacude por el dolor, intentando tirar a Débora de su espalda, pero la joven agni continúa apuñalando la cabeza del lobo y, esta vez, también el cuello. Una, y otra, y otra vez.
Connor se recupera y, cojeando por su pierna destrozada, se posiciona en el mismo sitio con la cabeza en alto y sus manos aferradas a su daga. No está en condiciones de sufrir una transformación, así que su forma humana y determinación debe bastar para mantenerlo con vida.
Marcus atraviesa el gentío, a paso ligero y evitando a toda costa dejarse hundir en la batalla eufórica. Ubica a Axel con la mirada, sale a su encuentro y le dice:
—¿Dónde está Nahomi?
Axel lo ve con desdén momentáneamente, no comprende sus exigencias y detesta el tono de preocupación que impregna la voz de Marcus.
—En la casa. ¡Esta a salvo con los demás! —exclama ante los intensos estruendos de la batalla.
—Iré con ella —señala Marcus con decisión.
—¡Dije qué está a salvo con los demás, tú debes ayudarnos en la batalla!
—¡Marcus no puede exponerse a la pelea! —informa Gabriel con tono enfadado e interceptado por preocupación extrema.
—¿Por qué? —exige saber Axel. Sintiéndose ridículo al intentar mantener una conversación en un ambiente tan eufórico, donde, a causa de la distracción, alguien puede clavarle un puñal por la espalda.
—¡Marcus es un Silenc! —advierte Gabriel, al notar que la verdad es la única línea de salida.
Axel se gira hacia Marcus, mortificado ante la revelación inesperada. Claro que sabe que es un Silenc, claro que su cabeza le dice a gritos: ¡Imbécil! Dejaste entrar a la peor clase de asesino en tu terreno.
Marcus no espera una contestación. Ya ha sido expuesto, la peor vergüenza oscura de su identidad retorcida ha sido dicha en voz alta ante sus aliados menos deseados.
—¡Marcus viene hacia acá! —mencionó a Carlos, entusiasmada y sorprendida del rumbo en que giran los acontecimientos.
Vuelvo a entrar en mi visión omnisciente de los hechos.
Maribel, aún en forma lobuna, sacude su cabeza intentando librarse de un agni que se ha abalanzado sobre ella al intentar clavar un puñal en su ojo y, al errar por un movimiento brusco, el filo corta una pedazo de su oreja.
—¡Maldición! —rezonga Brian A las afueras de la casa, sacándome de mi transe y obligándome a regresar mis sentidos normales, con los pies en la tierra.
—¡Algunos viene hacia acá! —termina de advertir.
Aferró mis manos al sofá, un mareo alarma las consecuencias que conlleva extender mi canal auditivo y visor. Pero no puedo dejar de mirar.
Hasta aquí el capitulo de hoy. ¡Casi cuatro mil palabras! :0
¡Lo se! ¿Qué ocurrirá ahora? Ya veremos, tratare de actualizar pronto.
¡Dejenme sus opiniones! ¿Que les ha parecido este capítulo? ¡Cuéntenme, que yo siempre me tomo un tiempo para leer los comentarios!
El proximo capitulo estara dedicado a la persona que mas comente :3
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