17. Marcus



Nahomi:

Primeramente me disculpo por ser un dinosaurio prehistórico al enviarte una nota en papel en pleno siglo XXI. Pero, casi puedo asegurarte, que los fríos no usamos WhatsApp. Gabriel ha insistido en que debo comprarme un celular; quizás lo considere ahora.

El motivo que me impulsa a escribirte es que creo que mereces saber la verdad de lo que alguna vez te dije. ¿Recuerdas cuando me preguntaste si yo había asesinado a esos jóvenes del pueblo, y te dije que sí? La verdad es que yo no lo hice. Solamente buscaba una forma de asustarte, convencerte de que no hay nada más en mí que un anticuado monstruo, porque en ese instante aún era lo suficientemente estúpido como para creer que podía existir sin ti, y no puedo hacerlo, verdaderamente estoy ligado a tu persona.

Pero tengo buenas noticias, si es que se puede llamar bueno a una verdad macabra: El sujeto que asesinó a esos jóvenes, incluyendo posiblemente al hermano de Amy, es un antiguo frío conocido de mi padre; estuvo de visita la noche de los asesinatos.

Quisiera asegurarte que el resto de las amistades de mi familia son corderos blancos, pero te estaría engañando. Más vale prevenir que lamentar.

Si no estás molesta conmigo por lo que acabo de confesarte, y ya te sientes un poco mejor después de tu pérdida, te diré: ¿Quieres venir a desayunar a mi casa? Mis padres ansían conocerte, te prometo que no muerden y no son tan extraños.

Si la respuesta es no, entonces te deseo un día maravilloso, pasaré a visitarte luego.

Si la respuesta es sí, solo debes mirar por tu ventana. He estado esperando a que despiertes desde que amaneció.

Marcus.


Marcus:

Agradezco que te hayas tomado la molestia de escribirme: ¡Me alegra tanto que no tengas nada que ver con la desaparición del hermano de Amy!

Con gusto iré a desayunar a tu casa. Las semanas de aislamiento voluntario que me tome no me están cayendo bien. He llorado demasiado, sé que él no querría verme así, y que ya no debo seguir auto compadeciéndome.

Por cierto, te he visto debajo del árbol cruzando las rejas; eres como una pintura perfecta sin color.

Espero que mi avión de papel tenga puntería y llegué a tus manos está nota.

Nahomi.

La fachada de la vivienda es impecablemente perfecta. Cada ventanal está cubierto, por dentro, por largas cortinas rojizas que bloquean la luz de afuera.

—No tenías que salir en un día tan soleado —le recuerdo a Marcus.

Él sonríe ligeramente. Sus manos tienen guantes negros, su chaqueta cubre sus fuertes brazos y sus vaqueros se unen en los bordes con las botas grises. En su cabeza, cubriendo a penas todo su luminoso cabello, posee una gorra roja que resalta excesivamente sobre su vestimenta. Y, como una persona alérgica al sol, lleva un paraguas negro que ensombrece su figura.

—El sol no me daña sino me da directamente —se defiende.

—Parece que no hay nadie en casa —mencionó ante las puertas cerradas y las cortinas bajadas.

—En el día siempre es así —menciona con seguridad.

Avanzamos cruzando el portón de madera pintado de amarillo.

Cuando estoy por dirigirme a la puerta principal, Marcus me señala con la cabeza que nos dirigimos al patio de atrás, rodeando la casa por un camino angosto limitado por decenas de aloes.

Una gran galería se exhibe en el patio, decorada por enredaderas trepadoras que se han enredado en los mástiles de madera tallada y perfectamente cuidada.

En el centro hay una mesa de vidrio circular, junto a varias sillas tapizadas.

Un ambiente vivido, brilloso y extraño para un hogar habitado por seres fríos.

Una mujer está sentada en una de las sillas. Morena, alta y hermosa.

Sus piernas largas se cruzan entre si luciendo unas zapatillas blancas, que complementan su vestimenta veraniega e inapropiada para estas alturas de junio.

Sus ojos amarillos se encuentran con los míos. Y ella sonríe ampliamente antes de correr hacia mí.

Sus brazos me enredan en un abrazo cálido y tan, extrañamente, familiar. Su calor es abrumador, y en cierto punto sutil.

—Ay, lo siento —se disculpa ella —, se que no nos conocemos aún.

—No importa —le aseguró —. Lo vi venir.

—Verdaderamente no se puede sorprender a una oráculo —expresa una voz dulce, atractiva.

Kay Solluna yace recostado en el pórtico. Su imagen es perfecta, su vestimenta clara asemeja mezclarse con la palidez desabrida de su piel, su cabello rubio ondulado se tira hacia un costado, enmarcando su rostro carente de imperfecciones y protagonizado por unos brillosos ojos celestes semi cubiertos por largas pestañas rubias.

—Creo que no —corroboró a su afirmación.

—Así que tú debes ser la famosa señorita Omet —comenta sin moverse del pórtico.

—Solo Nahomi —puntuó.

—¡Eres tan adorable como Marcus dijo! —expresa la mujer morena.

Marcus desvía la vista y aporta una postura ligeramente incómoda.

—Nahomi —me llama —. Te presento a Isabel, mi madre.

Sin decidirlo entró a su mente al oír su nombre:


El llanto de un recién nacido.

Los brazos extendidos de una joven morena que, tomando a su hijo en brazos, se regocija de felicidad al obtener lo que tanto había anhelado.

El padre, pálido y de semblante hermosamente inhumano, acaricia los cabellos negruzcos de su recién nacido primogénito.


—¡Eres un híbrido! —exclamó exaltada, mientras mi cuerpo sufre un estremecimiento pos-recuerdos-ajenos; como suelo llamarlo cuando entro en las memorias de otra persona.

—¿Cómo lo...?

—Accedí a tus recuerdos —contesto a Isabel —. Marcus es su hijo biológico, ¿verdad? Por eso sus mejillas tienen color a veces.

Kay Solluna mira a su hijo con expresión asombrada. Y este le responde achicandose de hombros y sonriendo con naturalidad.

—Así es —afirma la morena —. Marcus es mi hijo, Kay es su padre y creí que nos costaría mucho explicártelo.

Una risa encantadora y divertida resuena de los interiores de la vivienda.

—Ese es Gabriel —me informa Kay —. Las conversaciones no suelen ser privadas en una casa donde todos escuchan a kilómetros de distancia.

Sonrió.

—De nada sirvió la práctica —lamenta Marcus sin sentirlo realmente —. Pero, me siento más tranquilo de no ocultarle más secretos.

—¡Estoy asombrada con los hechos! —aseguró con emoción —Sabía que Marcus poseía diferencias con un frío normal, pero no creí que fueran tantas.

—Soy más complicado que un par de características —comenta Marcus en tono sarcástico y divertido a la vez.

Respondo a sus palabras con una sonrisa emocionada.

—Pero, usted es una agni —me dirijo a Isabel — ¿Cómo es posible? —vaciló admirada.

—Entendemos que comprender una situación tan compleja, como formar una pareja entre un vampiro y una mujer lobo, es difícil de comprender —menciona comprensivamente Kay Solluna.

—¡Y raro! —exclama la voz de Gabriel desde el interior.

—¿Por qué no sale? Me gustaría conocerlo —comentó interesada ante el avivado frío, hermano de Marcus.

—No se arriesga al sol, prefiere mantenerse adentro —asegura razonablemente Marcus.

Me percató nuevamente de la inmovilidad de Kay sobre el marco de la puerta. Aunque al frente suyo se extiende una sombra de unos tres metros, formada y limitada por la galería, no abandona su posición.

—Lo comprendo —aseguro sonriendo ampliamente.

—Esperen —pido —, ¿el hecho de que Marcus sea mitad hombre lobo le da alguna especie de protección extra ante el sol? —Me interesó.

—No realmente —asegura Kay —. Es solo que a Marcus no le molesta cubrirse totalmente, y mantenerse a la sombra, para salir en días como este —me informa.

—Oh.

—Aunque sea bastante imprudente de su parte —sentencia Isabel.

Sentarme a la mesa, rodeada de un híbrido y una mujer lobo se me presenta de manera tan natural, tranquila y excesivamente cómoda.

Ante la emoción de un nuevo descubrimiento había olvidado el hambre que poseo. Y me hallo comiendo una tercera tostada.

Marcus está desmigajando un pan blanco mediante me observa desayunar.

—¿Qué se siente? —preguntó a Isabel —Vivir con una familia de fríos.

—Bueno, son más estables que los agnis al no sufrir cambios —asegura sonriendo ante la idea de buscar respuestas, entre su vida cotidiana, ante las anomalías y dudas que se han disipado con el tiempo.

Ella se ha acostumbrado a habitar entre los seres fríos. Percibir sus temperaturas heladas, detectar de manera inmediata cuando están sufriendo una sed insoportable, comprender y aceptar su naturaleza tanto como ella acepta la suya.

—Usted es muy comprensiva —comentó con seguridad.

Ella separa los labios para preguntar, probablemente dudar e interrogar sobre mi lectura de mentes. Pero decide no incomodarme, no divagar e intentar digerir el hecho de que los pensamientos ajenos fluyen a mi interior de forma inconsciente para mí persona.

—Nada de usted —protesta ella —. Llámame Bel, todos aquí me llaman así.

—Claro, Bel —acepto —. ¿Quiere contarme cómo fue posible el nacimiento de Marcus? No tenía idea de que la sangre de los fríos y los agnis fueran compatibles.

—Tampoco nosotros lo sabíamos —asegura ella.

—Evidentemente no fui un hijo planeado —menciona Marcus, y una sonrisa curva se expande en sus labios.

—Es cierto —acepta su madre —. Eras un bebé extraño, muy extraño.

—Entonces, Marcus siempre ha sido extraño —corroboro.

—Y difícil de leer, muy difícil.

—Dígamelo a mí, aún no me explico por qué razón su mente me es inaccesible.

—Sí, Marcus nos habló de eso —asegura ella —. Pero creí que a estás alturas ya tenías una idea de por qué te resulta imposible.

—Lo único que sé es que al parecer posee algo que me impide acceder. Pero, ahora que se que él es un híbrido, tengo una nueva teoría: Quizás exista un canal diferente para captar la mente de un híbrido.

—¿Un canal diferente? —duda Marcus.

—Sí —afirmó —. Verás, mayormente todos los pensamientos con los que me he topado fluyen por algo que yo llamo "canal auditivo mental", que se componen de miles de hilos invisible donde se plasman las voces internas. Pero, de vez en cuando, existe alguna mente que es más difícil de captar —explico como si se tratase de algo ordinario y cotidiano —. Quizás aún no he encontrado en qué canal está al aire tu hermosa voz.

Marcus sonríe y baja la cabeza ligeramente.

Su madre está completamente complacida con mi presencia. Cree que mi compañía le es sustancial a Marcus.

—Bueno, me han dicho que eres muy extraña —comenta Bel —. Pero ahora me doy cuenta de que no lo eres, simplemente eres excepcionalmente sincera.

—A elección —puntuó —. Poder escuchar lo que piensa la gente me deja un paso accesible a lo que quieren escuchar y, sin embargo, elijo decir la verdad.

—Me parece muy bien —asegura —. Y, ahora que estamos hablando, quiero decirte que lamento mucho que hayas perdido a tu padre.

—Gracias —concluyó sintiendo un agudo dolor en el pecho.

—¿Tienes idea de quién pudo hacer algo así? —me interroga con preocupación.

—No —niego —. Pero si estoy segura de que no fue un ser ordinario. Marcus no pudo captarlo, olerlo y tampoco dejó huellas que seguir.

—Justamente de eso queríamos hablarte, Nahomi —me informa Marcus.

—¿Ah, sí?

—Sí. Verás, los únicos seres que son capaces de engañar los sentidos de un frío o un agni, son los brujos.

—Los brujos —repito entrando en razón —. ¡Claro! Ellos pueden crear una poción que les quite el aroma y los camufla donde estén.

—Exacto —corrobora Marcus —. ¿Conoces a alguien, cercano a ti, que tenga problemas con una bruja o un mago?

—No —niego de inmediato —. Para nada.

—Entonces la teoría pierde credibilidad —lamenta Bel. Y tiene razón.

Una brisa helada me enfría la nariz provocándome un estornudo inmediato.

—¡Ay, perdóname cariño! —expresa Bel —Con eso de que la temperatura corporal de un agni es mucho más fuerte que la de un humano, a veces olvido que hace mucho frío —explica apenada.

—No hay problema —le aseguro —. Ahora que ha vuelto a nublarse, la temperatura ha bajado.

—¿Quieres pasar adentro, Nahomi? —propone Marcus.

—Sí, está bien.

—Ustedes vayan, yo me quedaré aquí un rato más —nos despide Bel.

Al avanzar al interior de la casa noto la claridad artificial que abunda. Todas las ventanas están cerradas, las cortinas bajadas y las lámparas de luz blanca iluminan los pisos encerados y cuidados.

—Es como una cueva —opina Marcus mediante avanzamos por un pasillo.

—Una cueva muy iluminada —comentó girándome para apreciar el espacio.

Hay pinturas en las paredes. Arte bellísimo de los que se ven las portadas de museos antiguos.

—Todas son originales —me informa Marcus —. Son de artistas italianos. Por ejemplo esta —señala el retrato de un joven rubio tallado por una belleza sobrenatural —: La pinto la hermana menor de Gabriel, allá por 1957. Lo más curioso es que pintó a su hermano, no como era su figura humana, sino como un ser frío. Gabriel dice que ella lo habrá visto en alguna ocasión cuando él visitó Italia siendo un frío.

—¿No esta seguro? —vacilo.

—Gabriel se alejó completamente de su familia humana cuando se transformó, es demasiado arriesgado mantenerse cerca. Pero, de vez en cuando, regresaba a su país para saber de ellos. Calcula que en alguna de esas ocasiones fue visto por su hermana menor.

—Debió ser difícil para él decidir alejarse definitivamente —opino al imaginarlo.

—Más difícil sería lastimar a quien amas —murmura bajamente.

Corto distancia entre ambos.

—¿Seguimos hablando de Gabriel? —vacilo.

Él cierra los ojos por un instante, sus pestañas se mezclan con sus ojeras marcadas, que no rebajan en lo absoluto la perfección de su semblante.

Evita mirarme.

—No lo sé —confiesa y continúa andando.

Su habitación es extensa pero poco organizada. La cama está perfectamente tendida, a los lados cuelgan largas cortinas blancas que rozan los pisos cerámicos.

—¿Para qué son las cortinas? —curioseo.

—Por el sol.

—¿No bastaría cerrar las ventanas?

—De vez en cuando hay que ventilar el ambiente, en las mañanas, y me agrada mantenerme acostado.

—Te arriesgas mucho —opinó —. Si el viento sopla demasiado fuerte, elevaría las cortinas y quedarás expuesto a los rayos del sol.

Marcus aprieta los labios reprimiendo una sonrisa.

—Me agrada eso de que te preocupes por mí —menciona complacido —. Pero si hablamos de riesgo, no soy yo quien ha estado poniendo trampas para vampiros.

Siento como la sangre se acumula en mi rostro.

Sigo recorriendo el lugar con la vista.

—De cualquier manera, las trampas no funcionan —me defiendo casi decepcionada.

—¿Qué no funcionan dices? —se admira él —De ser así no habría tenido que ocuparme de ahuyentar todos los fríos que cayeron en ella.

Me volteo absorta.

—¿Qué estás diciendo?

Marcus camina hasta colocarse justo al frente mío. A pocos centímetros de mi rostro, con sus luminosos ojos repletos de veracidad.

—Nahomi, muchos fríos cayeron en la trampa. Detectaron tu aroma en las prendas que dejabas como carnada, al llegar notaron que habían sido engañados y, se enfadaron, hasta el tanto de hacer guardia en espera de la persona responsable.

—¿Por qué no me dijiste nada?

—No creí que fuese de mi incumbencia. Pero no podía permitir que te hicieran daño. Así que los enfrenté, siempre antes del amanecer, antes de tu llegada a las trampas.

—O sea que si funcionan —me admiro.

—Y son muy peligrosas —resalta.

—Sí, lo sé.

—¿Por qué, Nahomi? —pregunta confuso él.

—¿Por qué? —repito dudosa.

—Sí, ¿por qué hiciste esas trampas?

Su pregunta me deja tildada por un momento.

—Quería comprobar que todo era... real —titubeo —. Quería estar segura de que los seres sobrenaturales existen, que no eran invento mío. Y si eso significaba verme cara a cara con un ser frío, entonces así sería.

La confusión se ve expresada en su rostro.

—Si lo hubiese sabido, te hubiera buscado hace mucho tiempo —me asegura.

—Sí, bueno, todo eso ya no importa —concluyó poco interesada de seguir con el tema.

Comienzo a andar nuevamente. Ojeando los títulos de sus libros, apilados por montón en diferentes partes de su habitación.

Marcus se sienta sobre su cama, observándome.

Camino hacia él.

—Esta bien —acepto —. Lo siento. Fue irresponsable tratándose de mí.

—No tienes que disculparte. Lo que decidí hacer por ti, lo hice por cuenta propia.

—¿Antes de conocerme te preocupabas por mí? —lo desafío inclinándome en su dirección.

—No tienes idea de lo que significas para mí.

—Entonces explícame, ¿qué significó para ti?

—Alguien que rebosa los límites de lo que merezco verdaderamente.

Sonrió sin siquiera pensarlo. Sin decidirlo, sin meditarlo, mis impulsos se vuelven transparentes ante él.

Llevo mi mano al cabello de Marcus, enredando mis dedos entre las curvas que delinean las puntas de su peinado extravagante y la vez perfecto. Enterrando mis dedos hasta rozar su cuero cabelludo, y en eso lo escucho, lo veo, lo siento.

Me apartó instintivamente.

Él achica sus ojos e inclina su cabeza.

—¿Qué sucede, Nahomi? —duda divertido —Me dirás qué ahora te asusto.

—Tu mente —murmuró.

—¿Qué dices?

—Tu mente —repito abrumada —¡Pude oír tu mente! —exclamó extasiada.

—¿De verdad? ¿Cómo? —duda tan confuso como yo.

—Lo intentaré otra vez —resuelvo.

Sin pensarlo, o asimilar la cercanía, me abalanzó sobre él. Sentándome sobre sus piernas, apoyando mis rodillas sobre las sábanas.

Aferró una mano a su hombro, y con la otra me adentro entre sus cabellos oscuros. Rozando la llena de mis dedos con suavidad.

Escucho su voz interna nuevamente. Es cual murmullo lejano, dudoso, misterioso y calculador. Asemejándose a una voz audible a través de un caracol marino; si te alejas, no la oyes.

Sus sentimientos, antes parados sobre una cima inaccesible, ahora estallan como globos ante la cercanía de mi persona. Son transparentes, expresivos, cálidos y agotadoramente fuertes.

Sonrió extensamente ante la revelación de su persona.

La sensación extrema de escuchar su voz, percibir sus emociones y añadir el sonido continuó de su corazón, me abruman completamente y no poseo ganas de cortar la conexión. Alejarme de él.

—Es... impresionante —murmuró al no encontrar suficientes palabras para expresar la sensación.

—¿No es como oír a cualquier persona? —duda Marcus sin apartar sus ojos de los míos.

—No te pareces en lo más mínimo a cualquier persona —manifiesto con seguridad.

—Creí que tu corazón palpitaba solamente cuando acababas de alimentarte —expongo —. Y cuando llegue estabas helado —agregó.

La distancia que abunda entre nosotros desaparece poco a poco.

Como impulso atrayente llevó ambas manos entre sus cabellos. Leyendo con claridad extrema su voz interna y sus emociones expuestas al aire.

—Soy mitad licántropo —me recuerda —, algunas reglas de fríos no aplican conmigo.

—¿Y cuál sería la otra razón que impulsa tus latidos? —me aventuro a preguntar.

La distancia casi ha desaparecido. Su nariz roza mi mejilla izquierda.

—Tú —me susurra —. Eres la única persona que me aporta vida con solo acercarse.

La distancia ha desaparecido completamente.

Sus labios son suaves, se mueven delicada y cautivadoramente sobre los míos. El calor que los impregna es indescriptible, fascinante. Construyen un contacto impulsado por emoción pura y sensaciones fuertes e impulsivas.

La conexión de sus sentimientos, su mente y la cercanía de su cuerpo provocan un estremecimiento en mi persona.

Alejarme del torbellino casi indescriptible, y totalmente nuevo de percibir, me sorprende al disiparse con la lejanía que provoca el corte del momento.

Me sorprendo sonriendo y, esta vez, no me siento para nada avergonzada de los hechos.

Apoyo mi cabeza sobre su pecho, intentando recuperar la razón que parece haberse escapado de mi interior.

El golpe que llama a la puerta abierta nos alerta sobre la presencia de alguien.

Un joven extremadamente alto, rubio y con una sonrisa pícara dibujada en sus labios rojos.

—Oigan ustedes dos, lamento interrumpir su íntimo momento, pero Kay quiere hablar con la señorita Nahomi —menciona de manera burlesca.

—Claro —acepto.

—Dile que ya vamos —le pide Marcus.

—De acuerdo —acepta Gabriel.

Oímos sus pasos al bajar las escaleras.

Me pongo de pie.

—¿Vamos? —vacila Marcus y me ofrece su mano.

—Sí, vamos —accedo y tomó su cálido agarre.

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