Tres

Suspiré derrotado, podía regresar a la fiesta, pero ya no me sentía animado, la malcriada se me había metido entre los ojos y preferí irme a casa antes de desquitarme con alguien inferior. Al final supuse que no estaba tan desesperado como pensaba.

Me puse a caminar, el frío se había vuelto más fuerte y tuve que meter mis manos a los bolsillos del jean para calentarme un poco. Empecé a frustrarme por no saber qué pasaba conmigo, me sentía muy vacío, agotado, desesperado, y lo peor es que se avecinaba una guerra en donde tenía que mantener la cabeza fría.

Quería solo dejar de pensar, meterme en la cama y despertar al día siguiente como sin nada, pero sabía que eso me sería imposible. Toda mi vida me había sentido asqueado con mi persona, me costaba lidiar con los sentimientos, pasaba la mayor parte del tiempo odiando y odiandome.

Llegué a casa arrojando el suéter al suelo, el olor a alcohol ya empezaba a cansarme. Cuando me lo quité, la fragancia de Alex se desprendió levemente del mismo despertando todo tipo de recuerdos. Me volví a sentir vivo un segundo hasta que el aroma se fue.

¿Alex? ¿En qué pensaba? Ella no solo era mi compañera, ella siempre estaba y estaría sobre mí: En nivel, en economía, en elegancia, en modales. Alexandra no era normal, para nada y eso la volvía especial. Aunque nuestra relación era muy superficial, había momentos donde ella era un faro de luz y yo una polilla que podía pasarse la noche admirandola, pero Alex no era así. Para Alexandra el amor era una basura, algo inexistente e inútil. Por eso nunca intenté nada más allá de sexo, entre nosotros no podía darse algo más: Nuestras personalidades chocaban; yo tenía un pasado tormentoso, Alex era una diosa que se divertía a costa de otros; Yo no tenía nada que ofrecerle y aunque lo tuviera, ella era una chica que tenía lo que quería incluso antes de pensarlo. Mi sombra se perdía entre las demás y Alex brillaba tanto que me dejaba ciego.

Ni amigos, ni amantes, ni enemigos, solo colegas. Así tenía que ser y así iba a ser, nos molestabamos porque sí, teníamos sexo por placer de vez en vez, e incluso agregabamos más personas en ocasiones. Ocasiones: Eso éramos.

Subí a mi habitación con tanto frío que me ardía la nariz, la garganta otra vez se me empezaba a irritar y para no variar, estaba hostigado hasta la mierda. Me quité la ropa mojada, pues en el camino había empezado a lloviznar, la lancé al cesto y volví a ponerme el pantalón de la pijama sin nada más. Me metí a la cama con la piel tan fría que los dientes estaban por castañearme.

Empezaba a dormitar cuando escuché que Dana llegaba a casa. Supe que así era porque se cayó en el pasillo y empezó a maldecir. Me debatí en salir a ayudarla o dejarla que se las arreglara sola; elegí la segunda.

Empecé a oír como entraba su habitación seguramente dando tumbos. Me arropé otra vez para terminar de conciliar el sueño, no pasó mucho tiempo antes de que escuchar como el viento se rompía y un aroma peculiar empezaba a inundar la habitación de manera sútil.

—¿Te equivocaste de habitación o casa? —pregunté sin moverme de mi lugar.

—No.

—¿Ader te mandó? Estoy bien, joder, no me he drogado y mañana iré a clases. Dile que...

—Nadie me mandó, Hugo. Deja de ser tan paranoico y de estar a la defensiva.

Ante esas palabras levanté la vista, Alexandra estaba al pie de mi cama, ya no llevaba su vestido de fiesta, ahora tenía un camisón color hueso con finos tirantes. Tenía un escote en "V" con detalles de encaje negro y le llegaba a medio muslo o poco más arriba. Llevaba el cabello suelto y aunque no parecía estar maquillada, se veía muy sensual.

—¿Entonces solo vienes a preguntar como estoy? —Me volvía recostar.

Sentí como la cama se iba hundiendo, volví a levantar la cabeza para ver a Alex en cuatro patas acercándose a mí, era como un maldito animal cazando a su presa. Su escote se despegaba del pecho tras cada sutil movimiento y yo no podía despegar la vista esperando que revelara lo poco que mantenía en secreto.

La mujer se recostó a mi lado, giré para quedar frente a frente. Ella me sonrió un poco sonrojada. Se fijó en la desnudez de mi pecho y puso su mano ahí haciéndome soltar un leve suspiro.

—Estás helada, Alex... ¿Te caliento?

—A veces —respondió con sarcasmo. Me hice el ofendido y volví a girar viendo al techo.

—¿Y que vienes buscando esta noche? —seguí.

—¿Qué me quieres dar?

—Depende que de busques.

—Tú ofreceme y yo elijo —sentenció. No pude evitar sonreír.

Puse mi mano sin ver sobre su rodilla y empecé a deslizar hasta llegar a sus muslos, Alex suspiró.

—Vas bien, Hugo. —Ella hizo lo mismo pero desde mi pecho hasta el ombligo. De nuevo giré para verla de frente.

—Sigues sin bra, ¿hoy es noche libre para tus "amigas" o qué? ¿Traes bragas? —inquirí viéndola con lujuria y jugando con el tirante de su ropa.

—¿Por qué no lo averiguas? —Se retiró el cabello ofreciendome un lugar ahí.

Me apoyé en mi codo, con la mano libre me recargué en su cadera y aspiré el olor de su perfume. La piel de Alex se erizó, ella soltó una risita juguetona. Pase la punta de la lengua desde su clavícula hasta el lóbulo. Me gustaba provocarla de a poco.

—¿Qué quieres, princesa? —le pregunté en tono burlón al oído.

—¿Qué me ofreces?

—Quiero que me digas lo que buscas. No, no que me lo digas, mejor pidemelo u ordenalo.

Ella colocó su mano en mi pecho y me tumbó de nuevo boca arriba, se subió sobre mi pelvis mientras, con movimientos lentos me dejaba sentir su cuerpo. Empezó a respirar en mi oído. Acarició mis brazos y por fin soltó.

—Quiero sexo, Hugo. Quiero hacerlo contigo.

Mi nombre salió de su boca de forma casi celestial. Tenía lo que quería y más, podía continuar sin ningún tipo de pena. Puse una mano en su cabeza para acercarla a mi boca, probé los labios de Alex, su lengua sabía a menta dulce y la movía de tal manera que me provocaba como un pobre puberto fantaseando con su actriz favorita.

Paseé mi mano por su espalda y apreté sus nalgas contra mi pelvis para que ella sintiera como me ponía con solo besarme, para que se diera cuenta que la deseaba. Alexandra se movía con más ánimo tras cada segundo. La bajé sin mucho cuidado, sonrió divertida, se dejó caer a un lado de mí y separó un poco las piernas porque entendía lo que seguía sin necesidad de palabras.

Me acomodé en medio de ella, empecé a recorrer sus muslos con delicadeza con las yemas de los dedos hasta llegar a su sexo.

—Traes bragas —observé un poco decepcionado.

—Eso se resuelve rápido. —En segundos se sacó la ropa interior y me la mostró con una mueca de satisfacción.

—Yo quería hacer eso —reclamé posandome entre sus piernas.

—Vas un poco lento, Hugo.

"Hugo" mi nombre en su voz sonaba diferente, quería que lo repitiera hasta quedar afónica.

—Quiero verte ansiosa, Alex —jugueteé mientras depositaba besos en sus pantorrillas.

—Ya lo estoy —aseguró separando más las piernas.

Deslicé mis dedos sin reparo hasta su entrepierna, Alexandra soltó un suspiro. Empecé a estimular el clítoris con el dedo índice intentando aún acostumbrarme a la poca luz; quería prender la lampara, pero eso rompería el momento. Además Alex ya empezaba a respirar agitada.

Palpé su entrada esperando que ella estuviera lo suficiente humeda para deslizar mi dedo, y estaba más que lista. Empecé con el indice, sus ojos azules se clavaban en mí con deseo tras cada movimiento. Luego introduje al mismo tiempo el dedo corazón, primero lo hice lento quería que Alex se desesperara, pero mi paciencia se agotó antes  pues deseaba escucharla gemir. Empecé a mover los dedos con más rapidez sintiendo como el interior de mi compañera se iba tensando y mojando más. Tenía la pelvis levantada, su cabeza ligeramente hundida en el colchón y las manos aferradas a la sabana. Su rostro era de placer absoluto, no le avergonzaba mostrarse así.

Estuve masturbando a Alexandra hasta casi llevarla al clímax, pero antes de que ella pudiera acabar salí abruptamente sin decir nada. Se incorporó con la respiración densa y una confusión que se reflejaba en su rostro.

—¿Qué pasó? —preguntó, empezaba a molestarse.

—Nada. Ya me aburrí —solté en broma poniéndome de pie. Ella soltó una carcajada, sabía que era imposible que alguien se cansara de estar entre sus piernas.

Deslicé la única prenda que había en cuerpo, tome mi miembro y empecé a estimularme frente a Alex.

—Pareces muy emocionado a decir verdad.

—No todos los días se puede tener a una diosa como tú —declaré volviendo a su lado para besarla—. Y menos hacerla gemir de placer.

Tomé el rostro de Alex y empezamos a besarnos con lujuria. Ella mordía mi labio inferior dandome una mezcla de placer y dolor que me ponía como bestia en celo. Apreté su cuerpo contra el mío hundiendo mis dedos en su cadera, mientras que me separé de sus labios para devorar su fino y pálido cuello. Empecé a hacer succiones dejando manchas amoratadas a mi paso. Su nívea piel aumentaba visiblemente cada marca que le hacía, las resaltaba de forma brusca haciendo un contraste que me fascinaba a la par que me provocaba.

Fui dejando marcas desde su cuello hasta sus pechos. Pellizque sus pezones haciendola soltar un quejido que pronto se convirtió en risa, luego pasé la lengua por los mismos para mitigar el dolor. Alexandra puso una mano detrás de mi nuca para que no alejara mi boca de sus pechos, aunque no tenía intención de hacerlo, pues sus jadeos me mantenían en un estado de éxtasis profundo.

Me gustaba dejar mi huella en su cuerpo aun sabiendo que en poco tiempo estas iban a desaparecer. Era una forma de recordarle a Alex que aún después del sexo, yo seguía presente. Pensaba que tal vez en la ducha o antes de dormir, iba a verlas, cuando ella estuviera sola e inmediatamente recordaría todo lo que le hice, todo el placer que obtuvo conmigo. Entonces ella cerraría los ojos y en su mente mi nombre se repetiría entre gemidos.

Me tumbé en la cama boca arriba, le hice una señal para que subiera en mí. Ella se acomodó para montarse sobre mi miembro, pero la detuve.

—Ahí no quiero que te sientes, no todavía —instruí, ella se mordió el labio inferior.

Bajó de mí, me dio la espalda y lentamente empezó a acercar su cadera a mi cara, colocando su sexo en mi boca. Al mismo tiempo empezó a juguetear con mi pene en sus manos. Ella iba a enloquecerme.  

Estaba concentrado en estimular correctamente el pequeño botón de placer, cuando Alex decidió hacer lo mismo con mi miembro. Me aferré a su muslos apretandolos mientras soltaba un gemido por la sorpresa, que se ahogó en medio de sus piernas, ella soltó una risa satisfecha. No dijimos nada, nos enfocamos en complacernos mutuamente, e incluso competimos por quien deleitaba más al otro.

Yo llevaba una ventaja oportuna en ese juego, así que entre movimientos descarados, penetraciones y hasta formar figuras con la punta de la lengua en el lugar más sensible, Alex no tardó en desconcentrarse. Sacó mi pene de su boca y lo dejó en su mano mientras gemía despacio. En poco tiempo levantó la espalda apoyándose en mi muslos y enterrando las uñas en él.

—carajo —susurró mientras su cuerpo se tensaba.

Emocionado por el hecho de hacerla a acabar, aferré su cadera más a mí sin parar de fustigar el clítoris. Alexandra empezó a jadear, el aire le faltaba, enderezó la espalda y soltó un gemido que me hizo estremecer de placer al igual que ella. Su cuerpo se sacudía violentamente por los espasmos de gozo. Maldijo mi nombre entre quejidos llenos de deleite. Se lanzó hacía un lado mientras soltaba un par de risas. Yo saboreaba su néctar en mi boca, sintiendo como mi ego crecía sin medida. Todo estaba bien, pero iba a terminar mejor.

Me puse de rodillas en la cama, Alex me regaló una sonrisa cómplice pues ya estaba lista para devolverme el favor. Se dio la vuelta quedando boca abajo, levantó su trasero para que yo la tomara y acomodó la cabeza en el colchón, no sin antes retirar su rubia cabellera de la espalda para que observara su desnudez.

Coloqué la punta de mi pene en su entrada y fui empujando con suavidad, sintiendo como deslizaba de forma muy sencilla. Me detuve para empezar a repartir besos en su espalda sin salir de su interior. Tras cada beso hacía una pequeña succión y en algunas ocasiones dejaba mordidas. Mi única intención era que Alexandra quedara marcada por mí, aunque fuese superficialmente; que de alguna forma recordara ese encuentro o quizá como una manera de decirme a mí mismo: Tuviste a una diosa entre tus manos y la hiciste gritar de placer.

Bajo mi pelvis, Alex movía sus caderas en círculos, estaba impaciente porque empezara a embestirla, así que lo hice sin cuidado. La penetré con fuerza, ella gemía de forma involuntaria. Puse las manos en su nalgas, apretando su piel dejando marcas rojas. Pensé que darle una nalgada la haría enojarse y mi impulso de idiotez me apoyó en la idea, así que con una sonrisa en los labios, estampé mi mano sobre su palida piel. Alexandra soltó un quejido, justo cuando pensé que me reclamaría, ella me miró sobre el hombro con una sonrisa llena de perversión, luego empezó a moverse a más fuerte aumentando el ritmo. Así era la princesa, impredecible.

Estaba loco por ella, por lo que me daba y me hacía sentir en esos momentos. Solo placer, sin culpas, sin reproches, sin miedos, sin que nada cambiara entre nosotros. Mi cuerpo se empezó a tensar evidencia que el clímax estaba cerca. Tomé a Alex con más fuerza de la cadera y aumente el ritmo tanto como pude, al tiempo ella subía el tono de su voz maldiciendo y dictando órdenes.

—Shh, vas a despertar a todo a todos en casa —balbuceé.

—Seguramente ya saben que estoy aquí desde un rato. Da igual, sigue así, esto me encanta, Hugo...

Todo lo que necesitaba para llegar al orgasmo lo encontré en su sensual forma de pronunciar mi nombre. Empecé a sentir  el cosquilleo en mi vientre que fue descendiendo hasta el pene y luego en el glande. Salí de Alex para masturbarme sobre su espalda, estaba en la gloria y solo me faltaba es pequeño detalle para cumplir con mis extrañas fantasías. No pude evitar lanzar un gemido ronco al venirme en su espalda, dejando un pequeño charco de semen. Sonreí satisfecho, ella estaba teniendo nuevamente espasmos que la mantenían enajenada a cualquier cosa que ocurriera a su alrededor.

Me tumbé en la cama intentando respirar, al poco tiempo Alexandra relajó el cuerpo quedando boca abajo. Ella pasó su mano con suavidad por mi brazo, la volteé a ver y ambos soltamos una carcajada sonora, cómplice, no había nada gracioso solo estábamos tan complacidos que la risa salía sin motivo aparente.

—Deberías pasarme algo con que limpiarme —planteó Alex acomodando su cabeza sobre sus brazos.

Giré en la cama para tomar un par de pañuelos desechables que tenía en el buro, luego con pereza me incorporé para limpiar la esperma que adornaba el cuerpo de mi compañera junto a otras tantas marcas.

—Creo que me excedí un poco —observé con burla mientras tiraba los papeles sucios al suelo.

—¿Solo un poco? Da gracias que puedo borrarlas en segundos si así lo quiero, Hugo, porque si no...

Me acosté otra vez, cerré los ojos con tranquilidad.

—Deberías dormir aquí un rato. Ya va a amanecer y tenemos que ir a la escuela...

—¿Escuela? —interrumpió—. Eres el único que piensa en eso, Hugo. Yo quiero ir solo para terminar con Dan. Te juro que no soportaré a ese niñito otro día más, es un empalagoso, aburrido, celoso....

—Me imagino. No llevabas ni un día con él y lo engañaste —solté son sarcasmo, Alex resopló, luego rio.

Volví a cerrar a los ojos, ella empezó a removerse en la cama buscando su ropa.

—No sé de qué hablas, Hugo. Yo no engañé a Dan porque me pasé toda la noche con él en la fiesta y de ahí fui a dormir. Lo que hice contigo en realidad no pasó, todo fue un sueño —susurró antes de hacer un salto y dejarme solo de nuevo.

Quise convencerme de que en verdad había sido un sueño, pero no, el perfume de Alexandra se había quedado impregnado en toda la habitación y mis sabanas delataban que había sido más real de lo que deseaba.

No pude dormir mucho a pesar de que me sentía muy cansado, la alarma sonó cuando apenas iba conciliando el sueño. Con pesar me metí a bañar, me vestí y desayuné lo primero que encontré. Dana no quiso levantarse, cuando yo iba saliendo de casa ella apenas estaba poniéndose de pie, pero a decir verdad yo salí mucho antes de lo normal.

Fui el primero en entrar a la escuela, incluso estaba cerrada cuando llegué. La mañana era más helada que de costumbre porque había empezado a lloviznar otra vez, así que busqué un lugar donde sentarme a esperar la hora de entrada sin mojarme.

Encontré una mesa seca gracias el techo que había sobre ella, me senté maldiciendo no haberme puesto un suéter y busqué unas galletas en mi mochila para empezar a mitigar la ansias mientras pasaba el tiempo.

Poco a poco los alumnos  fueron llegando, pero nadie a quien yo conociera y mucho menos nadie que se hubiera enfiestado la noche anterior. Por eso me sorprendió ver a Alexandra dirigiéndose hacia a mí. Llevaba una bufanda azul cielo que le cubría el cuello, la boca y nariz, enmarcando aún más sus llamativos ojos.

Se sentó sobre la mesa recargando los pies en la banca.

—¿Qué comes? —me preguntó sin saludar.

—Galletas. —Le pasé el paquete, ella tomó una, deslizó la bufanda para descubrir sus labios y dio una mordida.

—Iuck, es salada. —Regresó la galleta mordida al paquete y se sacudió las migajas de las manos—. Quiero algo dulce, Hugo.

Su reproché me disgustó, así que giré la vista en otra dirección mientras ella buscaba algo dentro de su mochila. Sacó dos barras de chocolate, me pasó ambas.

—Te regalo una. Abre la mia —ordenó, rodeé los ojos.

Agarré la barra, abrí la envoltura y la volteé sin quitarla por completo, como si fuera una banana. Le di una mordida, luego le entregué el chocolate en la mano. Ella me vio con enfado—. Eres un grosero —reprochó.

—Mira quien lo dice... ¿No tienes un novio al cual fastidiar? —le pregunté con sarcasmo.

—Te confieso algo, Hugo.

—Dime —respondí un poco asustado.

—Esta madrugada engañé a mi novio. Tuve sexo con otro hombre. —Se mordió el labio fingiendo estar preocupada.

—¿Segura que fue así? Digo, a lo mejor lo soñaste —concluí con un deje de amargura. Alex corrió su bufanda mostrandome el cuello aún con pequeñas marcas visibles.

—Lo dudo. De ser así, fue un sueño muy vivido —susurró con la voz cargada de sensualidad.

—Pudiste quitarlas... aún puedes borrar cualquier rastro de lo que pasó.

—No quiero hacerlo, Hugo. Me gusta, me hace sentir viva —concluyó tomando sus cosas y poniéndose de pie.

—Te veo en clases —me despedí.

Ella sonrió y caminó hacía el chico enamorado que la buscaba. Al ver que Alex se había sentado conmigo él se puso rojo de ira, se notaba que mi presencia no le agradaba para nada, pero me daba igual. Alex y yo teníamos una historia extraña que había empezado mucho antes de él, y que además no sabíamos cuándo o cómo iba a acabar.

Fin del tercer capítulo.

Planeo hacer unos cuantos capítulos más para esta novela, pero eso será más adelante porque necesito primero concentrarme en SUR que ya está por acabar y yo no soy multitareas :(

Espero estos les hayan gustado y los hayan entendido.

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