Capítulo 3
El día que me instalaron Internet me sentí mucho mejor que si un tío bueno me hubiera pegado un buen repaso antes de pedirme mi número de teléfono. Como era miércoles, redacté rápido una nueva entrada en la sección de «Waiting on Wednesday» de mi blog. Hablé de un libro juvenil que iba de un yogurín que tenía un encanto especial —una combinación infalible—, me disculpé por no haberme conectado en tanto tiempo, respondí a algunos comentarios y me puse al día leyendo otros blogs que me encantaban. Me sentía como en casa.
—¿Jimin? —me llamó mamá desde la escalera—. Ha llegado tu amigo Tae.
—¡Voy! —le grité antes de cerrar la tapa de mi portátil. Bajé las escaleras dando saltitos y en cuestión de minutos ya estaba camino de la ferretería con Tae . Por cierto, la tienda no estaba para nada cerca de FOO LAND, como me había dicho Jungkook. Tenía todo lo que necesitaba para arreglar el desastre de jardín que teníamos en la parte delantera de la casa.
Ya de regreso, cogimos una bolsa cada una y fuimos sacándolas del maletero. Pesaban una barbaridad; cuando acabamos de sacarlas del coche estábamos empapadas en sudor.
—¿Quieres beber algo antes de cargar con las bolsas hasta el jardín? —sugerí porque tenía los brazos doloridos. Se frotó las palmas de las manos y asintió.
—Tengo que ponerme las pilas con las pesas. Odio cargar cosas.
Entramos en casa y nos tomamos un vaso de té helado.
—Recuérdame que me apunte al gimnasio del pueblo —bromeé mientras me frotaba los escuálidos brazos.
Tae se rió y se apartó el pelo, mojado de sudor. Aun así, con la cara colorada y cansada, estaba precioso. Seguro que yo parecía un asesino en serie. Por lo menos los dos sabíamos que en ese momento estaba demasiado hecha polvo como para resultar peligrosa.
—Nuestra idea de hacer ejercicio es llevar nuestro contenedor hasta el final de una carretera sucia o cargar con balas de heno.
Busqué una cinta de pelo para Tae mientras bromeaba sobre lo poco cool que era mi nueva vida de pueblerino. Apenas estuvimos diez minutos dentro de la casa pero, al salir, vimos que todas las bolsas de tierra y abono estaban perfectamente alineadas junto al porche.
Lo miré sorprendido.
—¿Cómo han llegado hasta aquí?
Tae se puso de rodillas y comenzó a arrancar las malas hierbas.
—Supongo que habrá sido mi hermano.
—¿Jungkook ?
Asintió.
—Siempre hace cosas así; no le gusta llevarse el mérito.
—Ya, claro —musité. Lo dudaba. Me resultaba más fácil creer que las bolsas habían levitado solas hasta allí.
Tae y yo nos pusimos manos a la obra con las malas hierbas con más energía de la esperada. Siempre he creído que arrancar hierbajos va genial para desahogarse y, al ver los movimientos bruscos de Tae, pensé que debía de sentirse bastante frustrada por algo. Teniendo en cuenta cómo era su hermano, no me sorprendía.
Al cabo de un rato, Tae se miró las uñas, bastante estropeadas.
—A la porra la manicura.
Sonreí.
—Ya te dije que tendrías que haber traído guantes.
—Pero tú no llevas —señaló.
Levanté las manos, sucias de tierra, y me estremecí. Casi siempre tengo las uñas hechas un desastre.
—Ya, pero yo estoy acostumbrada.
Tae se encogió de hombros y se fue a coger un rastrillo. Era gracioso verlo con rastrillo en mano.
—¡Esto es muy divertido!
—¿Mejor que ir de compras? —bromeé.
Tae arrugó la nariz; parecía pensar seriamente la respuesta.
—Sí, es más… relajante.
—Es verdad. Cuando estoy con las plantas me olvido de todo.
—Eso es lo que me gusta.
—Empezó a quitar el abono viejo del jardín con el rastrillo—. ¿Lo haces para no pensar?
Me senté y abrí la otra bolsa de abono. No sabía cómo contestar a aquella pregunta.
—A mi padre le encantaba hacer cosas así; tenía un talento especial.
En nuestro apartamento no teníamos jardín, pero sí balcón. Y entre los dos logramos que pareciera un jardín.
—¿Qué pasó con tu padre? ¿Tus padres se separaron?
Apreté los labios con fuerza. El tema de mi padre era casi tabú. No hablaba de él con nadie. Fue buena persona y mejor padre. No se merecía lo que le pasó.
—Perdona, me meto donde no me llaman —dijo Tae.
—No, tranquilo. —Me puse de pie mientras me quitaba la tierra de la camiseta. Cuando levanté la vista para mirarla, había apoyado el rastrillo contra el porche.
Su brazo izquierdo estaba totalmente borroso; se veía la barandilla a través de él. Pestañeé y su brazo volvió a la normalidad.
—Jimin, ¿te encuentras bien?
Con el corazón a mil, la miré a la cara antes de volver a mirarle el brazo. Allí estaba, perfecto; entero.
Agité la cabeza.
—Sí, sí… Mi padre… enfermó. Era cáncer. Terminal. Lo tenía en el cerebro. Siempre tenía dolores de cabeza y veía cosas.
—Tragué saliva y aparté la vista. ¿Vería cosas como las que acababa de ver yo?
—. Pero, aparte de eso, estaba bien hasta que se lo diagnosticaron. Empezaron con la quimio y la radio, pero… todo se fue a la mierda muy rápido. Murió a los dos meses.
—Dios mío, Jimin, lo siento muchísimo…
—Tae estaba pálido y su voz era un susurro—. Es terrible.
—No te preocupes —dije forzando una sonrisa—. De eso hace ya tres años. Por eso mi madre quiso mudarse.
Ya sabes, vida nueva y todo eso que se dice.
Sus ojos resplandecían bajo los rayos del sol.
—Entiendo como te sientes. Cuando pierdes a alguien… el tiempo no todo lo cura.
—No. —Parecía que él supiera lo que se sentía en esa situación.
No obstante, antes de poder preguntarle nada, la puerta de su casa se abrió de par en par. Sentí un nudo en el estómago—. Oh, no —susurré.
Tae se volvió suspirando.
—Vaya, mira quien ha vuelto.
Eran más de la una, pero parecía que Jungkook acabara de levantarse. Llevaba los tejanos arrugados y el pelo enmarañado. Hablaba con alguien por teléfono mientras se pasaba la mano por la mandíbula.
E iba sin camiseta.
—¿Tu hermano no tiene camisetas o qué? —le pregunté mientras cogía la pala.
—Me temo que no, no las lleva ni en invierno. Siempre va por ahí medio desnudo —refunfuño—. Es bastante incómodo tener que verlo así todo el día, enseñando tanta… carne. ¡Que grima!
A ella le daría grima, pero a mí… me alteraba bastante. Me puse a cavar hoyos en lugares estratégicos mientras notaba que se me secaba la garganta. Tenía una cara perfecta, un cuerpo de ensueño y una mala leche espectacular. Las tres reglas de oro de cualquier tío macizo, vaya.
Jungkook estuvo colgado al teléfono treinta minutos más, y su aparición alteró bastante las cosas.Por supuesto, no pude pasar por alto su presencia, incluso estando de espaldas a él: sabía que me miraba. Sentía su mirada clavada en la espalda. Cuando lo busqué con los ojos, ya se había marchado. Regresó instantes después con una camisa puesta.
Vaya por Dios, ya no podía alegrarme la vista. Estaba golpeando la tierra que acababa de colocar en el jardín para que estuviera uniforme cuando apareció Jungkook haciéndose el chulito.
Le pasó un brazo por encima del hombro a su hermana, quien intentó liberarse sin éxito, porque la atrajo todavía más contra sí.
—Hola, hermanito.
Tae puso los ojos en blanco, pero se le escapaba la risa. Al mirar a su hermano, los ojos se le iluminaron. Se notaba que lo idolatraba.
—Gracias por ayudarnos con las bolsas.
—Yo no he tenido nada que ver.
Tae puso los ojos en blanco otra vez.
—Lo que tú digas, tonto del culo.
—¡Oye, no me llames así! —Lo apretó todavía más contra su cuerpo, con una sonrisa de oreja a oreja que le transformó la expresión y le favorecia mucho.
Debería intentar sonreír más a menudo. Entonces levantó la vista hacia mí y entrecerró los ojos, como si acabara de percatarse de mi presencia. La sonrisa se le borró del rostro. ¿Qué narices esperaba, si estábamos en mi patio?— ¿Qué haces?
—Estoy arreglando…
—No te lo preguntaba a ti.
—Se volvió hacia su hermano, que se había puesto rojo de vergüenza—. ¿Qué haces, Tae?
No iba a permitir que se saliera con la suya otra vez. Me encogí de hombros y cogí una planta. La saqué de la maceta con tanta rabia que me cargué algunas raíces.
—Estoy ayudándole a arreglar el jardín. Haz el favor de ser amable. —Tae le dio un golpecito en la barriga antes de liberarse—. Mira que bien ha quedado. Al final va a resultar que tengo un talento oculto.
Jungkook se quedó mirando mi obra maestra. Si pudiera elegir el trabajo de mi vida ahora mismo, elegiría sin dudarlo el paisajismo. Me encanta trabajar al aire libre. La naturaleza en general no es mi fuerte, pero se me da de perlas tener las manos metidas en la tierra.
De la jardinería me gusta todo: la sensación de dejarte llevar y no pensar en nada, el intenso olor a tierra, saber que un poco de abono y de agua puede conseguir que algo recupere la energía y regrese a la vida…
Y se me daba bien. No perdía ni un programa de jardinería en la tele. Sabía dónde colocar las plantas que necesitan más sol y las que crecen en la sombra. Había colocado las plantas por capas en el jardín, de modo que las de tallo más alto que tenían más hojas y eran más robustas habían quedado detrás, mientras que delante había colocado las flores. Sólo hacía falta poner un poco de tierra y abono y… ¡tachán!
Jungkook arqueó una ceja.
Me puse muy tenso.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
—Está bien, supongo.
—¿Cómo que «bien»? —Tae parecía tan ofendido como yo—. Está genial.
Nos ha salido de coña. Bueno, le ha salido de coña a Jimin, quiero decir, porque yo sólo le pasaba las cosas.
—¿A esto te dedicas en tu tiempo libre? —me preguntó sin hacer caso a lo que le decía su hermano.
—¿Ahora resulta que me hablas? —Con una sonrisa forzada, cogí un puñado de mantillo y lo eché sobre el abono. Lo aclaré y repetí el proceso—. Pues sí, es mi hobby ; ¿el tuyo cuál es?
—No debería contestar a esa pregunta delante de mi hermano —respondió con una cara lasciva.
—¡Córtate un poco! —contestó Tae poniendo una cara rara.
Las imágenes que me vinieron a la mente eran para mayores de dieciocho años, y supe que él lo sabía.
Cogí más mantillo.
—Lo que sí puedo decirte es que no es algo tan peñazo como esto —añadió.
Me quedé helada. De mis manos escaparon trozos de cedro rojo.
—¿Podrías decirme por qué hacer esto es un peñazo?
Con la mirada parecía decirme «¿de verdad tengo que explicártelo?». Entiendo que la jardinería no se tome por la actividad más molona del mundo, pero de ahí a decir que es un peñazo… Como Tae me caía bien, me quedé callada y seguí colocando el mantillo.
Tae le dio un empujón a su hermano, que no se movió.
—¿Puedes dejar de portarte como un imbécil? Anda, por favor…
—No me estoy portando como un imbécil —repuso él.
Arqueé las cejas.
—¿Qué pasa? —me espetó Jungkook — ¿Hay algo que quieras decirme, gatito?
—¿Aparte de que no me llames «gatito» ni en sueños? La verdad es que no.
—Aplané el mantillo para igualarlo y me puse de pie para contemplar mi obra. Miré a Tae y sonreí—: Creo que hemos hecho un gran trabajo.
—Sí. —Le dio un empujón a su hermano, en dirección a su casa. El seguía sin moverse—. Pues la verdad es que nos ha quedado muy bien, aunque sea un peñazo. Oye, ¿sabes qué? Creo que empieza a gustarme ser un peñazo.
Jungkook contemplaba las flores recién plantadas como si estuviera diseccionándolas cómo parte de algún experimento científico.
—Y creo que tendríamos que seguir y arreglar el jardín de delante de casa —continuó diciendo Tae con cara de emoción—, podemos ir a la tienda a comprar lo que necesitemos y tú podrías…
—No es bienvenido a nuestra casa —soltó Jungkook sin ningún miramiento, volviéndose hacia su hermano—. Lo digo en serio.
Di un paso atrás, sorprendida de la rabia que desprendían sus palabras.
Tae no se movió, pero vi que apretaba con fuerza los puños.
—Se me ha ocurrido que podríamos trabajar juntas en el jardín; la última vez que lo vi estaba fuera de casa y no dentro, ¿sabes?
Me da igual. No quiero que venga.
—Jungkook, no me hagas esto —susurró Tae mientras se le llenaban los ojos de lágrimas—, por favor…
Me cae muy bien…
Y lo imposible sucedió. Se le suavizó el rostro.
—Tae …
—Por favor —volvió a insistir él, que parecía una niño pequeño pidiéndole su juguete favorito a su hermano. Y teniendo en cuenta lo alta que era, la escena resultaba de los más rara… Me entraron ganas de darle un buen puñetazo a Jungkook por hacer que su hermana se hubiera convertido en alguien tan desesperada por hacer amigos.
Maldijo entre dientes y se cruzó de brazos.
—Tae, ya tienes amigos.
—Pero no es lo mismo y lo sabes. —Imitó los movimientos de su hermano—. Es muy diferente… Jungkook me miró , sonriente.
Si hubiera tenido la pala a mano, se la habría estampado en la cara.
—Son tus amigos, Tae. Y son como tú. No tienes por qué hacerte amigo de alguien… como él.
Me había callado hasta entonces porque no sabía de qué iba todo aquello, y además no quería decir nada que pudiera molestar a Tae.
Aquel gilipollas era su hermano, pero aquello ya pasaba de castaño oscuro.
—¿Puedes decirme a qué te refieres con lo de «alguien como yo»?
Ladeó la cabeza y suspiró profundamente.
Su hermano nos miraba nervioso.
—No ha querido decir nada, no le hagas caso.
—Anda que no —musitó.
Ahora era yo el que apretaba los puños con fuerza.
—¿Se puede saber qué problema tienes?
Jungkook me miró con una expresión extraña.
—Tú eres el problema.
¿Yo? —Di un paso adelante—. Mira, chaval, yo no te conozco y tú a mí, mucho menos.
—Todos sois iguales —dijo apretando los dientes—. No hace falta que te conozca. Y tampoco quiero hacerlo.
Levanté las manos, frustrado.
—Pues mira, tío, perfecto porque yo no quiero verte ni en pintura.
—Jungkook —dijo Tae, agarrándolo del brazo—. Déjalo en paz.
Él me miraba con una sonrisa burlona.
—No me gusta que seas amigo de mi hermano.
Le solté lo primero que se me pasó por la cabeza. Puede que no fuera lo más inteligente, y además no soy de ese tipo de personas que te sueltan una contestación a la primera de cambio, pero es que aquel tío me estaba sacando de mis casillas.
—Y a mí me importa una mierda lo que te guste o deje de gustarte.
Jungkook estaba al lado de Tae y, en apenas unos segundos, lo tuve delante de mí. Era imposible que hubiera podido moverse tan rápido. No podía ser. Pero allí estaba: Mirándome fijamente desde su altura privilegiada.
—¿Cómo…? ¿Cómo has podido moverte…? —Di un paso atrás. No me salían las palabras. La intensidad de aquellos ojos me daban escalofríos. «Madre mía…»
Escucha atentamente lo que voy a decirte, porque no te lo repetiré —dijo dando un paso adelante. Yo di uno hacía atrás y él avanzó otro; y así hasta que mi espalda fue a topar contra uno de los árboles. Jungkook se inclinó sobre mí y yo no veía nada más que aquellos ojos verdes que no podían ser de verdad. Su cuerpo emanaba calor—. Si a mi hermano le pasara algo… —Se quedó callado para coger aire mientras la vista se le clavaba en mis labios entreabiertos. Me quedé sin respiración. Algo brilló en sus ojos antes de que los entrecerrara de nuevo para esconder lo que fuera que hubiese estado allí.
Las imágenes de nosotros dos, subidas de tono, me volvieron a la cabeza. Me mordí el labio inferior para intentar que no se me notara pero, igual que la otra vez, supe que él había adivinado mis pensamientos al ver la cara de creído que ponía. Qué rabia.
—Tienes una cabecita bastante sucia, gatito.
Pestañeé. «Disimula, Jimin, disimula.»
—¿Qué has dicho?
—Que tienes la cabeza sucia —repitió en voz baja. Sabía que Tae no podía oírle—, llena de tierra.
¿Qué creías que quería decir?
—Nada —respondí mientras deseaba con todas mis fuerzas que retrocediera unos pasos. Tener a Jungkook tan cerca no me reconfortaba en absoluto—. Es normal ensuciarse cuando plantas. Los labios le temblaron un instante.
—Hay muchas maneras de ensuciarse. Aunque no tengo la intención de mostrártelas. Y seguro que las conocía todas perfectamente. Sentí que las mejillas me ardían y que aquel calor me bajaba por la garganta.
—Prefiero revolcarme en estiércol antes que en cualquier lugar en el que duermas tú. Jungkook arqueó una ceja y se volvió de repente.
—Llama a Jin—le dijo a su hermano—. Ahora mismo, no pierdas ni un minuto.
Me quedé allí, contra aquel árbol, con los ojos como platos e inmóvil hasta que se marchó y entró en su casa dando un portazo. Tragué saliva y miré a una preocupada Tae.
—Bueno —dije—. Vaya conversación más intensa.
Tae se dejó caer en los escalones y se llevó las manos a la cara. Lo quiero mucho, es mi hermano, el único que… —Se quedó callada de repente antes de levantar la cabeza—. Pero es un imbécil. Y lo sé. Antes no era así.
Me quedé mirándolo sin saber que decir. El corazón todavía me iba a mil y bombeaba la sangre a demasiada velocidad. No sabía si el mareo que sentí al apartarme del árbol y acercarme a Tae fue por la adrenalina o por el miedo.
Y si lo que sentía no era miedo, me pregunté si debía tenerlo.
—Es difícil hacer amigos teniendo a alguien como él cerca —murmuró Tae mirándose las manos—. Todos salen pitando.
—¡No me digas! Me pregunto por qué será… —Era demasiado posesivo; aquella actitud hacia su hermano no era normal. Las manos todavía me temblaban y, aunque ya se había marchado, aún podía sentir aquel calor que emanaba de su cuerpo. Todo había sido muy… excitante.
Una lástima.
—Lo siento tantísimo… —Tae se puso en pie de un salto. Abría y cerraba la palma de las manos al hablar—. Mi hermano es demasiado protector.
—Lo entiendo.
Tae sonrió.
—Ya lo sé, pero es que se preocupa demasiado. Sé que se tranquilizará cuando te conozca mejor.
Cuando las vacas vuelen.
—Dime que no te ha asustado a ti también y vas a marcharte de mi lado… —Dio un paso hacia mí con el ceño fruncido—. Sé que debes de pensar que no vale la pena pasar por esto solo para quedar conmigo…
—No. No te preocupes. —Me pasé una mano por la frente—. No va a asustarme a mí también.
Parecía tan aliviada que pensé que iba a darle algo.
—Menos mal. Tengo que marcharme, pero arreglaré las cosas: te lo prometo. Me encogí de hombros.
—No hay nada que arreglar. Lo que él haga no es cosa tuya.
Tae me miró con una expresión extraña.
—Bueno, sí que lo es… en parte.
Luego hablamos, ¿vale?
Asentí y la vi marcharse de casa. Cogí las bolsas vacías. ¿a qué venía ese numerito? Jamás le he caído tan mal a nadie. Negué con la cabeza y tiré las bolsas a la basura.
Jungkook estaba de toma pan y moja, pero era un idiota rematado. Y un abusón. Lo que le había dicho a Tae era cierto: no iba a dejar que me asustara para que dejara de ser amigo de su hermana.
Que se aguantara. No pensaba marcharme a ninguna parte.
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