Prólogo.
Todavía encontraba rastros de esperanzas en su interior. Ya había pasado días allí encerrado, semanas e incluso meses. Extrañaba sentir el calor del sol contra su piel y las voces de los pájaros cantar. Extrañaba el exterior.
Como todas las semanas, bajó el dueño de la mansión con un plato de comida. Una manzana, un sándwich y un vaso leche con pan.
一¿Cómo has estado, conejito? 一el dueño de aquella espeluznante voz, se agachó para poder estar a su altura. La única luz que entraba al lugar, era la que se colaba por los pequeños agujeros de la escotilla que dividía la habitación principal del sótano.
一¿C-Cuándo... Me dejarás ir? 一pudo vocalizar el que estaba atado de pies y manos a una pared.
Pudo sentir cómo el otro se acercaba a él, su respiración chocaba con su cuello. El más alto comenzaba a sollozar. No otra vez.
一Shh... 一susurró junto a su oído, mientras subía aún más su mano y lo toqueteaba sin su consentimiento. Las lágrimas no dejaban de caer por sus mejillas, todas se perdían en su cuello, junto a los besos húmedos que el otro le estaba proporcionando.
Se levantó y lo desencadenó, sólo sus brazos quedaron al aire libre. Levantó su camiseta hasta quitársela y comenzó a repartir besos por todos lados. Como cada noche, hacía ya bastante tiempo. Sin temor alguno, comenzó a desabrochar su pantalón, mientras veía su cuerpo con deseo. El otro no se dejó y pese a estar atado de pies, le dio un puñetazo.
Un extraño gusto metálico se instaló en la boca del enemigo y saboreó unos segundos, hasta que reconoció que su víctima le había partido el labio. Se acercó de nuevo, sin expresar emociones.
一Iba a dejarte ir la próxima semana, pero... No haces más que complicar mi vida. 一habló por última vez, antes de enterrar una cuchilla en su pecho.
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