5- La vestal de Pompeya.

  La vestal contempló la diminuta nube de gases, piedras y ceniza que salía por el cráter del Vesubio. Se encontraba en Pompeya, a una distancia aproximada de ocho quilómetros del volcán, escondida de las fieras que invadían su hasta ahora protegido mundo.

ᅳ¡Os ruego que nos ayudéis, amada Vesta, Júpiter, Vulcano y todos los que queráis sumaros!

  No tenía miedo de los ríos de lava. Todo lo contrario, los estaba llamando. Al terminar sus súplicas, incluso, los dioses parecieron responderle una vez más, ya que los terremotos incrementaron su fuerza. Desde que había comenzado con los pedidos, pequeños seísmos sacudían el suelo a diario.

  Acomodó su velo blanco, con cintas del mismo tono neutro y rojas, las que danzaban con los movimientos del terreno. Teniendo cuidado de recoger el chal que le envolvía la figura, se paró. El frío del invierno le llegó hasta los huesos, la ropa apenas la resguardaba de las inclemencias del tiempo.

ᅳ¡Ay, mi querida Vesta, proteged a los hogares y a las familias! No permitáis que los inocentes se unan a estas bestias sedientas de sangre.

  Su amado templo servía de refugio para las orgías de esa manada con colmillos. Habían apagado el Fuego Sagrado el mismo día de su llegada. Y, si todavía estaba con vida, se debía al miedo que le tenían. Sin embargo, poco a poco incrementaban las audacias.

  Como aquella tarde varias jornadas atrás. Se hizo la encontradiza con ellos en el Foro, cuando los vampiros llevaban a los condenados a muerte. Todos sabían, incluso esos engendros que antes habían sido ciudadanos romanos, que el tropiezo con una vestal en el momento de la ejecución significaba la liberación de los castigados. Pero el que parecía ser el jefe, imponente dentro de su oscuridad, le gritó:

ᅳ¡Sal del camino, hermosa! Las costumbres han cambiado, hoy no se salva a nadie.

  Reparó en que su belleza los tentaba. Todos la observaban con ojos lujuriosos: comprendió que pronto intentarían convertirla, había pocas mujeres entre los suyos. De esa manera, supo que a su virginidad le quedaban minutos, apenas, u horas como mucho. Jamás permitiría que le mancillaran el cuerpo, apartándola de su adorada Vesta.

  Fue así cómo escapó, después de rociarse con hierbas de la zona, para que ellos no pudiesen olerla. Desde el refugio, una y otra vez les pedía a los dioses que ayudaran a los habitantes que aún no habían sido convertidos.

ᅳ¡Aquí estás, belleza! ᅳgritó el jefe de esas alimañas, tirando la puerta abajoᅳ. Tú eres mía, te vienes conmigo.

  Pero apenas pronunció estas palabras, océanos de lava ardiente descendieron desde la cima del Vesubio, a una velocidad que no era de este mundo, acompañados de gases, piedras y ceniza.

ᅳEl incendio acabará con toda vuestra especie malévola ᅳexpresó la vestal, riendo a carcajadas, mientras el vampiro salía corriendo abandonándola a su suerte: su velocidad sobrehumana no lo salvaría del fuego del volcán, perecería al igual que todos los suyos.

  Ella no sentía miedo. En unos segundos todo acabaría y, quizá, con suerte, Vesta vendría a buscarla y la llevaría al Olimpo, para agradecerle su fidelidad.


El jefe de los vampiros no podía impedir que la furia de la Naturaleza arrasara a los suyos.


https://youtu.be/k05VH7A9qaw

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