Pereza
Inspiró profundamente frente a la reja oxidada de la vieja casona. El aire tibio de mayo impregnado con el aroma de los árboles de magnolias en la acera, viajó hasta sus fosas nasales llevándole además de ese dulce perfume, otro, uno de muerte añeja.
Amparada en la oscuridad saltó el paredón desconchado, cayó al jardín junto a un charco de aguas estancadas producto de los aguaceros de la temporada. La vampiresa hizo un mohín disgustado al notar el abandono del sitio, donde las matas salvajes hacían de las suyas alentadas por el incesante canto de los grillos y las chicharras.
Cuando empujó la puerta podrida de la entrada esta chirrió. Olores nauseabundos se hicieron más penetrantes dándole la bienvenida.
Si no fuera porque tenía una deuda con él no habría acudido a su llamado, no seguiría haciéndose cargo. A Mónica le molestaba el abandono en qué vivía. Quizás era producto de la inmortalidad, tal vez cuando tuviera tantos años como él terminaría así, sumergida en el tedio de vivir.
Cruzó el vestíbulo haciendo a un lado los cadáveres en distinto estado de descomposición de ratas, gatos y lo que parecían lagartijas.
«Repugnante.»
Después de apartar el último animal hinchado con la punta de su lustroso zapato negro tomó una decisión: ella jamás de los jamases se dejaría caer en semejante desidia. Si el aburrimiento llegara a morderle de tal manera, si le quitara incluso las ganas de cazar, se lanzaría a una pira.
Encontró a Lorenzo tendido sobre un sofá que parecía ser el único mueble libre de polvo en la sala. El aire enrarecido, la habitación a oscuras, solo su sobrenatural visión le permitió a Mónica distinguir las formas de la sucia estancia.
—Aquí está lo que me pediste —le dijo mientras abría su cartera de diseñador.
Del interior sacó una gran bolsa con sangre que le tendió al vampiro, echado a lo largo en el sillón. Su rostro moreno y bonito se crispó con asco cuando la mano sucia de él le rozó los dedos.
—Necesito algo más —le ordenó Lorenzo con voz rasposa. El vampiro sacó de entre las mugrosas mantas un teléfono celular de última generación—. ¡Paga la renta! Ah y también la luz, y al menos una vez a la semana tráeme otra bolsa como esta.
Mónica estaba estupefacta. ¿Quién coño se creía ese tipo? La tenía harta obligándola desde hacía mucho a encargarse de sus cosas básicas ¿Acaso no podía hacerlo él? Era su discípula, no su esclava.
Como si le leyera la mente, Lorenzo le dijo:
—Me lo debes, estás viva gracias a mí.
Mónica, gruñó enojada.
—¡Deberías encargarte tú mismo de tus cosas!
—Para eso estás tú, querida —le respondió luego de desgarrar la bolsa con los dientes—. El chico que enviaste para encargarse de las cuentas, no regresó. Desde hoy no tengo saldo en el teléfono y la luz la han cortado hace dos días. Debes estar más pendiente de los empleados.
Mónica estaba al borde de su paciencia debido a la desfachatez del vampiro. Sentía todos los músculos tensos, pidiéndole saltarle encima a Lorenzo y aplastarle el cuello de una vez por todas. Hizo un esfuerzo para contenerse.
—¡Y tú deberías levantarte de esa mierda y encargarte de ti mismo!
—Tal vez lo haga —dijo él en susurros impregnados de peligro—, pero no será para encargarme de mi sino de ti como no cumplas lo que te pido. Ahora, paga las cuentas, necesito navegar en internet. Hay una serie de Netflix que deseo ver.
La vampiresa se dio la vuelta, todo su cuerpo hervía de rabia. No se detuvo cuando escuchó de nuevo la voz rasposa de su maestro a sus espaladas.
—Ah y la próxima vez que sea sangre fresca, sabes que no me gusta el concentrado globular.
Por toda respuesta Mónica gruñó de nuevo.
Su maestro, a quien conocía hacía un siglo, fue cayendo poco a poco en ese estado de abandono. Antes, cuando solían hablar de sus intimidades, le dijo que esperaba el regreso de alguien a quien añoraba, pero tal parecía que en esa espera le ganó el tedio. Lorenzo Llevaba décadas sin salir de la vieja casona de El Paraíso. Si ese alguien a quien esperaba estaba ya en el mundo, jamás se percataría de ello, no si continuaba en ese sillón dejando pasar el tiempo.
En el salón polvoriento, Lorenzo ya se había terminado el concentrado globular. Manos lánguidas arrojaron la bolsa vacía a un lado sobre los huesecillos de un animal pequeño. Miró el teléfono y abrió Netflix. Nada.
Suspiró y volvió a pensar en Zadquiel. Si Mónica no pagaba pronto las cuentas enloquecería en medio de los recuerdos y el anhelo de volverlo a ver.
Antes de sumergirse de nuevo en el pasado, el sonido de inicio de la plataforma de streaming le sacó una sonrisa. El vampiro buscó entre el catálogo la serie que vería esa noche.
El capítulo inició y Lorenzo guardó sus anhelos una vez más. Mientras esperaba el regreso de Zadquiel, dejaría escurrir las horas de su vida inmortal en el patético ocio de la modernidad
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