6
Por más que quisiera olvidar lo anteriormente vivido, no estaba preparada para quedar en la soledad azulina del alba de Obregón. Aún tenía la imagen mental del caballero rondando las oscuridades de mi mente, atemorizándome con su presencia. Por dicha situación, permanecí en mi cama hasta que el sol salió.
La mañana estaba tranquila, no había nada peculiar que delatase la presencia de un intruso o sí quiera la intervención de alguien ajeno a nosotros cuatro. La señora Mirtha se levantó casi al mismo tiempo que yo y, no sin antes regalarnos un mutuo saludo, comenzamos nuestra jornada en conjunto.
Diversas charlas esporádicas nacían y, para mi suerte, la señora Mirtha se mostraba más animada que de costumbre. Casi lanzándome un delantal de su propio uso me invitó a que formase parte del ritual de amasado que regularmente hacía en solitario.
La vida en Obregón volvía a ser tranquila, aquella jornada era un descanso necesario para todos. Los niños no tendrían hora cátedra y yo podría aprovechar el tiempo para completar mis registros de guía, armando así la planificación continua que proseguía a las enseñanzas de la buena señorita Catalina.
Mientras sumergía mis manos en salmuera, empecé a imitar las acciones de Mirtha en cuanto a los movimientos de la masa, pero un sutil destello de nuestra charla agridulce se posicionó en mi cabeza. Rápidamente limpié mis dedos y casi corrí hasta la habitación de Luz, la pobre niña dormía acurrucada en sí misma con una expresión serena en el rostro que me dejaba en claro que su inocencia no era percudida por sus malos hábitos infantiles.
Sacudiéndola débilmente, me senté a un costado de su cama para darle los buenos días. Adormecida, ella poco a poco abrió los ojos y al notarme no dijo una sola palabra, quizás jamás esperó verme allí.
—Buenos días...— Acariciando su frente y mostrando un poco de dulzura, sonreí ante su expresión de sorpresa. —Con la señora Mirtha estamos preparando el pan, pensaba que sería bueno que tú también aprendieses a prepáralo, así puedes ayudarme cuando quedemos solas, ¿Qué dices?
Su rostro alertargado poco a poco comenzó a cobrar vitalidad mientras que sus mejillas se tintaban de un almidonado durazno que me fue imposible no notar. Luz, la pequeña y pobre Luz, estaba conociendo mi faceta cariñosa y parecía agradarle o por lo menos eso me dejó en claro con su enérgica sonrisa.
Luego de haberle ordenado que se aseara en detalle yo misma le armé un pequeño delantal con una vieja falda mía. Luz sonreía al sentirse tomada en cuenta y comenzaba a tomar la valentía necesaria para hablar, nuevamente los buenos modales que había visto en mi primera instancia en Obregón relucían y yo no podía sentirme más dichosa de ello.
En conjunto las tres mujeres de Obregón disfrutábamos del canto de los pájaros mientras que atiborrábamos la mesa en harina. A modo de juego llené mi dedo en el blancuzco polvo y ensucié la punta de la nariz de mi alumna causando que ella carcajease y, con algo de timidez, me lanzara una minúscula porción de la mezcla ya tamizada.
Mientras que aguardábamos el tiempo necesario de levado las mayores hablábamos sobre el clima y nos maravillábamos de la sublime mañana que nos había tocado vivir, por otra parte, teniendo a Luz sentada delante de mí, comencé a labrar trenzas en su cabeza mientras que mi dulce alumna se dejaba tratar como una muñeca.
Mirtha nos miraba y varias veces sonreía con recato ante nuestra estampa, intuía perfectamente el porqué de mis acciones y en un suspiro silencioso me agradecía por ello. No hacía falta que lo hiciera, por más que mi labor fuese estrictamente instructiva yo disfrutaba de aquello y hasta me animaba a imaginarme un futuro en el proceso, labrando trenzas en la cabeza de mi propia sangre.
—Usted será una excelente madre, Clara.
—¿Eso piensa? —Tratando de disimular perfectamente mi ensoñación, solo sonreí ante aquella afirmación que la buena señora Mirtha me había dado. —Bueno, aquí ya tengo a una excelente candidata para ser mi hija, solo me faltaría el padre.
Riendo ante mi descabellada idea, las tres continuamos disfrutando de la mañana mientras que algunos insectos eran apartados con la fuerza de una servilleta por Luz. Jonás despertó al poco tiempo y encendió el fuego del horno para luego empezar a jugar con mi pupila, correteando en el patio externo de Obregón bajo mi atenta mirada.
El día tenía una tonalidad diferente, el cielo terracota hoy parecía tintarse de un sutil rosa debido a mi cambio de óptica encausada en mis alumnos. Cuando por fin el pan estuvo predispuesto para su enfríe, nuestras tazas se llenaron de leche y disfrutamos de nuestro desayuno en paz en el exterior.
Las reglas de aquella jornada eran claras, cada uno haría lo necesario para mantener a Obregón con una semana más de vida. Jonás regaría el cultivo y dispondría agua para que nosotras pudiésemos lavar los ropajes, Luz ayudaría a Mirtha con su costura y yo me dispondría a redactar mi planificación semanal. Una vez que todos acabásemos lo impuesto podríamos disfrutar tranquilamente nuestro día libre.
Tal y como lo habíamos planeado, así sucedió. En toda nuestra labor no hubo contratiempo alguno que dificultase nuestro trabajo. Dejé de pensar en el extraño y hasta pude darme el tiempo necesario para escribirle a mis padres dejándoles en claro mi buena vida y como poco a poco había logrado adaptarme.
Sin darme cuenta de su existencia hasta que me dirigí al armario a buscar uno de los viejos apuntes de la señorita Catalina, un nuevo ramo floral me tomó desprevenida mientras que hojeaba los amarillentos manuscritos. Aquella composición de margaritas y siempre vivas era otra muestra de afecto que seguramente Luz había dejado en señal de nuestro tiempo juntas. Sacando las flores viejas y remplazándolas por las nuevas en el florero, supe rápidamente que podría acostumbrarme a esos simples detalles que me alentaban a continuar con buen ánimo en Obregón.
Luz reía desde el patio mientras que Jonás la perseguía, la señora Mirtha arreglaba el ruedo de un pantalón y yo solo aspiraba fuertemente el aroma de las margaritas. Encomendándome a mi trabajo, llenando el aula de veladoras, dejé que el tiempo prontamente pasara entre mis redacciones.
Mis letras laboriosas estuvieron agitando mi mano por lo menos unas dos horas, me tomé un necesario descanso cuando el carraspeo de una garganta curiosa se acercó a mi portal, pronto los ojos de Luz me increparon con fisgonería ante mis actos.
Sin despegarme de las hojas, la llamé con mi mano, pronto su presencia llegó a mi lado y dándome un pequeño golpe en la rodilla la invité a sentarse en mi falda. En completo silencio ella observaba como escribía y sus trenzas apenas tocaban mi antebrazo, haciendo a su cuerpo mínimamente perceptible. Cuando una delicada "T" mayúscula cursiva apareció trazada, ella la miró de manera indagante con gran sorpresa obligándome a hablar. —Si sigues siendo tan buen alumna como lo eres hasta el momento pronto aprenderás a hacerlas también.
—Usted escribe muy bonito. ¿Cómo aprendió?
—Bueno, la caligrafía se aprende con la práctica. —Descansando un poco de mi labor, dejé que la pluma reposase a un costado de la mesa y me encomendé a un recuerdo. —Mi madre me ponía tardes enteras a copiar su letra, era un poco más pequeña que tu cuando empecé... Por cierto, ella tiene una letra mucho más hermosa que la mía.
Aún presa del encanto de mis grafemas, Luz se mostró algo tímida arrugando su vestido con ambas manos, pronto una segunda pregunta apareció en su boca. —¿Usted podría enseñarme?
—¡Claro que puedo! Es más, pensaba hacerlo. Mañana podríamos empezar.
—Pero... ¿Por qué no empezamos hoy? —Alumbrándome con sus grandes ojos marrones, Luz sonrió elevando sus mejillas de azúcar morena llenándome de entusiasmo.
—¿Estás segura de eso, Luz? Hoy es tu día libre.
Asintiendo con su cabeza, ella se levantó rápidamente de mi falda y se paró delante de mí en una tierna espera. Me sentí orgullosa, había incentivado su propio crecimiento, así que no tardé más que unos segundos en escribir oraciones sencillas en una hoja en blanco y entregárselas a ella en compañía de un lápiz. —Intenta copiarla tan bien como puedas, al principio costará, te dolerá un poco la mano, pero verás que tu esfuerzo dará frutos. Tendrás una letra bella.
Entusiasmada, Luz se sentó a un costado mío y en completo silencio comenzó a copiar una y otra vez la misma frase. Permanecimos calladas casi por otra hora, cuando ella, sacudiendo su muñeca, dejó en claro su cansancio.
Tomé su hoja y la examiné con una gran sonrisa, era una niña aún analfabeta y allí no esperaba nada más que lo que veía. Palabras sin sentido y apenas dibujadas relucían en el papel, pero yo sonreía ampliamente y la felicitaba con gran entusiasmo, alentándola a seguir hasta terminar.
Mientras que halagaba su trabajo a modo de premio empecé a dibujar una margarita sobre el dorso de la hoja, Luz solo reía llena de ternura. —Deberías contagiar a Jonás con tus ganas de aprender, Luz.
Mientras que seguía los movimientos de mis dedos firmemente aferrados a la pluma, ella respondió. —No, yo soy mejor que él.
Iba a reprenderla por ese comentario, tenía casi ya ensayado en una milésima de segundo el sermón moralista que pensaba darle, pero luego recordé la información que la señora Mirtha anteriormente me había dado. Era normal que Luz tuviera celos ante Jonás debido al favoritismo de la maestra antecesora, aclarando mi garganta solo dije una concreta verdad. —Luz, hermosa Luz, aquí nadie es mejor que su compañero. Jonás no es mejor alumno que tú y yo no soy mejor persona que la señora Mirtha. No competimos, nos acompañamos. Somos un equipo, ¿Entiendes?
Ella, algo apenada, hizo un movimiento afirmativo con su cabeza que me permitió seguir hablando. —Aunque, no te lo negaré, tu eres la personita más especial de Obregón. Hoy me demostraste que tienes mucha perseverancia, hasta podrías ser la maestra de Jonás. Me gusta mucho que seas así, por eso te pido que contagies a tu compañero con tu entusiasmo.
Luz rio de manera baja al sentirse halagada, aquella era mi intención, poco a poco quería construirle una autoestima positiva para que dejase de lado sus continuos llamados de atención. Coloreando sus mejillas con un leve rosa, Luz preguntó. —¿Yo podría ser maestra?
—¡Claro que podrías! Es más, serías excelente, eres amable y muy aplicada. —Continuando con mis cumplidos, poco a poco fui ganándome más decibeles de su risa. —¿Por qué no vas y le enseñas a Mirtha lo que hiciste? También a Jonás, podrías así hacer que él se entusiasme con la caligrafía y tú misma podrías ayudarlo.
Embadurnada en mi azúcar, Luz salió corriendo con su hoja en la mano. Yo ya no tenía más vitalidad para continuar trabajando, así que, tomando unos necesarios minutos de descanso, abandoné el aula luego de acomodar todo mi material.
Al salir de ese cuarto noté por la ventana como Luz sacudía su hoja delante del rostro recatado de Mirtha y Jonás. La buena señora aplaudía su triunfo y Jonás la miraba lleno de dicha, generándome aún más alegría en mis solitarios huesos. Ambos eran increíbles, Luz por su tenacidad y Jonás por la calidad protectora que le brindaba, siendo prácticamente su hermano, observándola atento sin despegar la mirada.
Así fue como transcurrió nuestro día libre en Obregón. Cenamos, conversamos y me tomé el atrevimiento de arropar a ambos niños en sus camas, dándoles un sonoro beso a cada uno en su frente. Jonás se ruborizó, Luz me devolvió el mismo afecto dándome un lindo abrazo. Teniendo aquello como el aliciente necesario para mi descanso, caí tendida en la cama casi durmiéndome al instante en que mi cuerpo tocó las sabanas.
La mañana siguiente en Obregón resultó tranquila, juntando aire en mis pulmones y llenándolos así de valentía luché contra el miedo que me había arrebatado mi tiempo personal a solas. Primero colmada en nerviosismo, caminé hasta el recibidor y llena de pavor miré por la ventana aun con la oscuridad del cielo presente, para mi suerte no había nadie, había ganado terreno sobre la quimera que anteriormente me detenía. Nuestro campo de cultivo estaba solitario y mi pecho descansó al confirmarlo en repetidas visiones.
Reposé allí, sintiéndome triunfadora, hasta que amaneció. Pronto la señora Mirtha se marcharía y yo podría estar tranquila sin miedo a ese extraño. Iniciamos la jornada, para mi sorpresa Jonás y Luz se levantaron juntos y, entre los cuatro, amansamos el pan para el desayuno mientras que nos reíamos de nuestra continua cara de cansancio compartida.
Pasada las nueve de la mañana llegó el mismo nativo de siempre en su pequeña diligencia, sin adentrarse a nuestro patio golpeó las manos para que notásemos su presencia. El motivo de su visita era de por demás común, solo pasaba a consultarnos sobre nuestro bienestar y a preguntarnos sí necesitábamos algo de San Ignacio. Le encargamos algunas cosas simples, especias y un poco de papel, dándole el dinero necesario lentamente comenzó a alejarse.
—Es una lástima que andemos algo corto de dinero, me hubiera encantado encargarle un poco de miel. —Pronunció Mirtha mientras que aún el sonido de las ruedas de la diligencia se escuchaba.
—¡Miel! ¡Qué rico!—Coreó Jonás mientras que, machete en mano, arrancaba un poco de maleza del suelo.
Aquello me dio una idea un tanto imprudente que realmente deseaba llevar a cabo, viendo a la callada Luz a un costado le hice una pregunta. —¿A ti también te gusta la miel, Luz?
Ella afirmó tímidamente con un movimiento de cabeza y aquello bastó para darme a mí misma rienda suelta de un propio capricho. Corrí hacia mi valija y saqué el poco dinero que tenía guardado, todos me vieron encantados cuando con la misma velocidad salí al camino de tierra sin importarme en lo más mínimo ensuciar mi vestido en el trote.
Vi la diligencia cerca, aún seguía en nuestros campos, a gritos le pedí al amable hombre que se detuviera y, entregándole mi dinero, le pedí que también trajese un tarro de la ambarina sustancia disculpándome en el proceso por mi tan inesperada aparición.
El nativo solo asintió y en silencio continuó su camino, dejándome a mí estática en el sendero de tierra intentando recuperar el aliento. Me sentía dichosa, feliz por lo que había acabado de hacer por más que mis fondos se redujeran, llena de una dulce euforia propia de un buen acto.
Di media vuelta y empecé a recorrer el corto camino hacia Obregón, el sol brillaba alejado de cualquier funesta nube que entristeciera tan radiante día y las verdes hierbas se sacudían levemente con el viento, todo era perfecto.
Las flores silvestres que tapizaban mi camino me regalaban el paisaje necesario para una clamada ensoñación, inspiré fuerte y suspiré ante la brisa, pero un crujido cercano hizo que mirase a un costado.
Llenándome de horror ante lo que vi, reconocí rápidamente la figura que a diestra mía se posicionaba prudentemente alejada. El mismo hombre que antes había visto en Obregón se erguía de espaldas a metros mío haciendo que mi corazón se paralizase.
Su ropa, tan impecable como la recordaba, relucía ante la amarillenta luz de la mañana y su espalda plisada en tela se mostraba de manera recta. Me quedé quieta, temía hacer algún sonido delatante que revelase mi presencia, pero, para mi desgracia, no hizo falta que me mueva para que él se enterase que estaba allí.
Temblé de miedo, por más que un húmedo calor me rodease en ese momento me sentí congelada cuando el comenzó lentamente a voltearse. Intenté nublar mi mirada, no quería verlo, pero mis ojos se negaban a perderse en una inducida ceguera gracias a mi curiosidad.
El extraño volteó y para mi desconcierto no era para nada atemorizante, mágicamente mi cuerpo se relajó cuando reveló su rostro. Con su cara amable me regaló una educada sonrisa, sus ojos visiblemente despejados miraron al suelo en señal de una reverencia mientras que sus mejillas morenas se levantaban dejando en claro su buen ánimo. El miedo se perdió, no me había equivocado, ese hombre era un caballero y me había saludado con sus nobles modales, para luego empezar a caminar y perderse en dirección contraria de Obregón.
Aún algo aturdida, poco a poco comencé mi camino de regreso a casa, estaba sumamente sorprendida más no asustada. El caballero era inesperadamente guapo y aquello hizo que mi corazón tibio se calentase de golpe a causa de la impresión que me había dejado. No tenía miedo, pero si estaba gravemente intrigada.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top