10

Obregón, antes fuente de diversos matices de negro espanto, ese día deslumbraba con toda una gama de colores brillantes.

Mi primera noche sola había pasado con una singular calma. En mí mente ya suavizada por la lógica supuse que la ausencia de mí compañera afectaría mi descansar, pero para mí suerte ni bien mi cabeza tocó la mullida almohada prácticamente caí rendida en el sueño.

Al momento de abrir los ojos para dar por iniciada lo que denominaba una nueva época, me fue imposible no girar sobre mi cama y contemplar el segundo lecho ahora vacío que se encontraba a mí diestra.

No quiero que se me mal entienda o se me tome como una descorazonada, sí, extrañaba a mi compañera, más no era la clase de añoranza que me haría suspirar ante su recuerdo. Estaba sinceramente un tanto sorprendida, jamás en mi vida había estado sola. Tanto en mi hogar como durante la formación académica que me brindaron siempre he tenido a una figura amparando mis pasos y dictaminando mi vivir. Muy al contrario de esa remembranza, ahora estaba en completa soledad siendo la única figura de autoridad en una institución. Amparando con mi buen juicio como antes lo habían hecho conmigo y tomando las decisiones que siempre otros pensaban por mí.

No era miedo, era un verdadero y genuino asombro.

Habíamos decidido en conjunto con los niños a no sacar el catre de la buena señora Mirtha de la habitación. Por más que este me restará un considerable espacio en el cuarto, supuse que en algún momento uno de mis alumnos podría ocuparlo, quizás por una enfermedad, un mórbido sueño o por cualquier cosa que me obligará a velar a su lado.

La mañana ahora me sorprendía con la azul letanía que se colaba por el techo y aquello era el punta pie necesario para comenzar mi día.

Cómo era de esperarse, necesitaba un poco de mí sanador egoísmo para resarcir algunos de los daños emocionales que mi delirio había provocado.

Caminar sola por Obregón y contemplar por la ventana era una necesidad imperiosa para dar por iniciada la jornada y, como quién realmente desea un día productivo, le hice caso a mi propio mandato. Miré impávida como el amanecer poco a poco se comía nuestro campo de cultivo, primero regalándome el silencio de la noche en huida, para luego cegarme con la anaranjada letalidad del alba.

1, 2, 3... El día comenzaba y con el un nuevo puesto caía sobre mi cabeza. Era hora de madurar y suprimir algunas costumbres, ahora yo sería quien tomase las decisiones y velaría por el bienestar de mis adeptos.

Al principio intenté imitar las acciones de mi compañera, me coloqué mi muda de ropa con prontitud mientras que con el ceño fruncido comenzaba a asearme.

Pronto me encontré a mí misma parada en medio del pasillo, justo a un costado de las dos habitaciones de mis alumnos. En mi cabeza resonó el clásico grito mañanero de la buena señora Mirtha dando así iniciada la jornada "A levantarse, niños", pero yo sabía muy bien que no era adepta a los gritos y que ese día era de por demás especial como para prolongar una rutina.

A paso calmo me introduje en la habitación de Luz y contemplé a la pequeña aún plácidamente dormida en su cama. Cómo quien deshoja con cuidado una begonia, con suma lentitud me agaché delante suyo y dejé un sonoro beso en su frente. —Arriba, Luz.

La tierna damita de Obregón apenas se movió un poco, refregándose entre sus sábanas al compás de un bostezo, para luego sonreírme con su rostro aún aletargado. —Buenos días, señorita Clara...

Me quedé allí, agachada, tomándome el atrevimiento de calmar un poco su negro cabello con el dorso de su mano. —¿Quieres ayudarme a preparar el pan para el desayuno? —Tomando el tierno movimiento de su cabeza como afirmación, volví a hablar mientras que adquiría una postura normal. —Entonces prepárate, dentro de un momento comenzaré.

Saliendo a paso lento de su alcoba, supe que detrás de mí su pequeña sonrisa nacía, dándole así la posibilidad de iniciar su día con el pie correcto.

Repetí la misma acción con Jonás, entre a su cuarto como si fuera una sombra y también besé su frente mientras que murmuraba los buenos días a su pequeña cabeza. El único hombre de Obregón no reposó en su lecho como su contraparte femenina, al contrario, se sumó a la jornada pegando un solo salto de su cama.

—Necesitaré que un buen caballero se tome la molestia de ir a traernos un poco de leña para el horno. ¿Podrás con eso, Jonás?

—Por supuesto, señorita.— Bajando la cabeza en señal de una torpe reverencia, Jonás empezó a sacarse su ropa de cama, dándome así el incentivo suficiente como para retirarme.

Cuando ya le había dado la espalda, su mano atrapó mi muñeca, obligándome a voltearme en una silenciosa confidencia.

Casi susurrando, mi buen alumno preguntó. —¿Ya despertó a Luz?

Sin entender el porqué de tanto silencio, solo pude sonreír al suponer que mi buen Jonás pensaba que aún su compañera estaba dormida. —Sí, le hablé antes de venir. Dentro de poco empezaremos a amasar el pan.

—Oh...— Con la garganta seca, aquella exclamación me mostraba algo de pena en su única sílaba. Quizás el quería despertarla. —Entonces en unos momentos traeré la leña para el horno.

Dándole de respuesta mi más orgullosa sonrisa, me marché de su cuarto sabiendo que Obregón poco a poco comenzaba a funcionar.

Que me disculpe la vida, pero mientras que caminaba sentía un aire distinto, ya no había esa dura brisa un tanto ruda que me obligaba a mantener mi espalda recta y a caminar en una erguida postura. Sin la señora Mirtha en la escuela yo podía actuar como quisiese, hasta no veía la necesidad de estirar mi cabello con un sobrio moño. Estaba relajada y realmente pensaba que disfrutaría repetir dicha acción cada mañana.

Mis suposiciones ahora parecen rastros de una inocencia interrumpida en mi memoria, por Dios... Yo realmente quería que todo marchase bien.

El horno de barro comenzó al poco tiempo a delatar con su calor su sabroso contenido, tal y como lo tenía previsto Luz me ayudó con el amasado del pan y Jonás con una sonrisa un tanto cabizbaja tatuada en su rostro surtía amablemente el combustible necesario para que este se encendiera y levantara un sutil vapor en contacto con la suave llovizna que empezaba a cubrirnos.

La pava descascarillada hervía y el suave aroma al dulce té de manzanilla se mezcló con la hierba fresca de los matorrales cercanos. Me sentía libre, fue esa clase de calma que uno deja que lo embeba antes de la tormenta, en un acto de rebeldía solté mi cabello y, rellenando tres tazas idénticas, inicié la procesión a los adentros de Obregón.

Acompañada por los dos únicos seres que vería por el resto de mi estancia, intenté que una pequeña charla fluyera. —¿Qué haremos hoy, niños?

Admirando mi cabello y tomando un poco de coraje para tocarlo, Luz fue la primera en responder. —No lo sé, supongo que estudiar, ¿Verdad?

—Sí, eso tenemos que hacerlo todos los días, pero hoy necesitamos empezar una nueva rutina, ahora estamos solos. —Llenando mi boca con media taza de té, me levanté rumbo al aula y pronto retorné con mis alumnos cargando conmigo un pequeño trozo de hoja en compañía de un lápiz. Anunciando que pronto empezaría a escribir, pensativa miré al techo para luego tomar nuevamente la palabra. —Nos despertamos a las 7... Preparamos el pan y nos sentamos a desayunar. —Anotando aquellas simples oraciones a modo de lista, cuestioné a los niños. —¿Qué deberíamos hacer luego?

Con su boca repleta en migas de pan remojadas. Jonás me respondió. —Bueno, la Señora Mirtha después del desayuno nos ponía a limpiar.

—Es verdad, será importante mantener la limpieza de aquí. —Anotando un nuevo inciso en mi lista, proseguí hablando. —Luego estudiamos y preparamos el almuerzo.

—¿Preparamos? —Cuestionó Luz con un dejo de asombro en su infantil rostro mientras que yo asentía.

—Sí, Luz... Todos juntos, aunque creo que Jonás será el encargado de traer los alimentos y a veces comprarlos, por otro lado, nosotras los prepararemos. ¿Qué dices?

—La... La señora Mirtha nunca nos dejó cocinar... —Tímida y casi taciturna, la pequeña damita de Obregón se mostraba curiosa ante mi planificación diaria mientras que Jonás solo afirmaba mis palabras como todo un caballero.

Sonriendo y arrimando mi cabeza a la mesa en un aire de confidencia, mencioné. —Pero la señora Mirtha ya no está aquí, además ¿Piensas abandonarme sola en la cocina, Luz?—Riendo, concluí. —Ahora somos un equipo, ustedes son miembros fundamentales en Obregón, no quiero que culpa de mi mala comida ambos enfermen. —Dejando una débil carcajada como broche de oro a mi final, la dulce Luz rio al son de mi garganta.

—Está bien, señorita Clara. Yo la ayudaré...—Retomando a su pose casi aristócrata, Luz enderezó su postura y dio por concluido su desayuno.

Cuando vi que el buen Jonás también vació su taza, en un sacro silencio me persigné para luego extender mis manos a mis pequeños acompañantes. Casi al mismo tiempo ellos enredaron sus dedos con los míos y nuestra oración matutina comenzó. —Señor, cuídanos a todos en este día. Permítenos concluir nuestra jornada con vida y con nuevos conocimientos adquiridos, también bendice a la señora Mirtha en su nuevo trabajo... —Mirando directamente a Luz para que ella siguiera mi rezo, ella tardó unos momentos en decidir acompañarnos con el ruido de su garganta.

Cerrando los ojos casi entregada a su misticismo, mi alumna prosiguió. —Bendice a nuestra familia y no dejes que se meta ninguna lagartija a la casa, señor... También has que pronto seamos más en Obregón así podemos jugar al escondite...

Riendo ante aquello que Luz había pronunciado, solo le seguí su jugarreta. —Por favor, Dios, no dejes que las lagartijas se metan... —Mirando a mi diestra, ordené. —Tu turno, Jonás.

Aclarándose la garganta, el solo bajó su cabeza y, mirando directamente a la mesa, empezó a murmurar. —Señor, cuida a la señorita Clara... No dejes que nada malo le suceda y mantén nuestra cosecha con vida.

Notando la gran diferencia de madurez entre mis alumnos, solo le regalé una mirada conciliadora a Jonás mientras que en aletargados movimientos solté la mano de ambos. —En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo, amén...— Poniéndome de pie, aplaudí suavemente dando inicio a nuestra jornada. —Muy bien, todo el mundo manos a la obra.

Los niños salieron disparados a mi orden, cada uno direccionado a diferentes rincones de Obregón, pero mi voz una vez más se hizo escuchar. Intentando que aquello no sonara como una orden, mencioné. —Oigan, ¿No se olvidan de algo? —Mirando al trío que tazas sucias que reposaban sobre la mesa, elevé un poco mi ceja con una expresión de gracia.

Ambos tomaron su respectivo cuenco y, dándose cuenta de su inocente error, juntos nos encaminamos a lavar en la palangana nuestros utensilios.

Decir que aquel día no tenía el suave perfume a lavanda sería una cruenta mentira. Mi primera jornada institucional como tutora designada estaba resultando una maravilla mientras que mis alumnos respondían de manera positiva a mi método. Quería brindarles experiencias en conjunto con sanos hábitos de vida, ellos absorbían todo como si de esponjas se tratasen y la armonía que ahora llenaba mis pulmones era respirable en Obregón.

Limpiamos y tuvimos nuestras horas cátedras en el patio; observamos los pájaros y hasta tomamos conocimientos básicos de orientación. Cuando nuestra clase de alfabetización y aritmética comenzó nos surtimos de rocas y pequeños palos para realizar sumas, también elegimos la flor más bella de la maleza para describirla en un claro ejercicio de oralidad. Para mi desgracia tuvimos que volver a nuestra aula para no tener que acarrear los insumos fuera de la casa, pero en nuestra pequeña caminata al interior de las fauces de Obregón, todos marchamos con una gran sonrisa.

El dìa prosiguió sublime mientras que nuestras obligaciones se desglosaban entre carcajadas, los niños se sentían libres, lo deduje por sus expresiones de completo regocijo, mientras que yo me sentía plena. Varias veces renegué de mi profesión en el pasado, pero por primera vez el título de maestra formadora no me quedaba grande. Ellos aprendían de mi nula experiencia de vida y a la vez tomaban mi conocimiento para convertirlo en propio. Suministraba información a cambio de un poco de su revitalizante energía, y aquello era una sensación de plena y autentica felicidad.

Si pudiera detener el tiempo y borrar mi memoria, todo se cortaría en aquel mediodía... Luz me ayudaba a preparar un sabroso picadillo caído del recetario de mi abuela mientras que Jonás levantaba los pimientos que pronto rellenaríamos con nuestro menjurje.

Los hechos que acontecieron luego tamizaron por completo mi alegría y hasta me hacen pensar con hastío de Obregón, pero, por favor, reclamo por entendimiento; ese día era realmente feliz.

Almorzamos viendo caer la suave llovizna por la puerta abierta, la comida fue recibida con aplausos y coreada ante la duda de su sabor. De los caprichos de Luz y la falta de modales de Jonás ya no quedaban rastros en nuestro pequeño banquete y, por mi lado, tampoco volví a sujetarme el cabello.

Mientras que la corta sobremesa se llevaba a cabo me tomé el atrevimiento de traer mi libro de aula y empezar a escribir en compañía de los niños, los cuales jugaban un inocente juego de palabras en el cual también esporádicamente era participe.

Empecé a rellenar mi bitácora haciendo un hincapié especial en los contenidos que ese día había instaurado, pero pronto dos pares de ojos curiosos se posicionaron encima de mis hombros. Jonás fue el primero en animarse en preguntar. — ¿Qué escribe?

Dejando el lápiz a un costado y sonriendo ante mi propio trabajo, mencioné en palabras sencillas mi labor. —Aquí anoto todo lo que vimos hoy y también lo que hicimos. Así no repito dos veces la misma clase.

Luz, pasando el dedo sobre uno de mis más recientes trazos, también tomo el coraje suficiente para hablar. — ¿Es como un diario? ¿Escribe de nosotros?

Riendo ante la acertada comparación, asentí. —Sí, es como un diario, solo que más aburrido. —Elevando una octava de mi voz, proseguí. — ¡Claro que escribo sobre ustedes! Son prácticamente de lo único que escribo, además de las cosas que les enseño... —Abriendo mi cuaderno, mostré unos cuantos dibujos que ellos me habían regalado cuidadosamente posicionados entre las hojas. —Escribo sobre Luz y sus ganas de aprender caligrafía y también de Jonás, de cómo me regalará fruta cuando tenga sus propios cultivos.

Riendo ante aquello, Luz se animó a preguntar. — ¿También escribe sobre el caballero?

Aquella pregunta me tomó bastante fría, debí fingir un tanto de ignorancia. — ¿Qué caballero?

—Ya sabe... —Dejando escapar una pequeña risita, Luz se explicó. —El que le regala flores...

—Oh...— Intentando que un ligero rubor no tintara mis mejillas, respondí. —Sí... Aunque más escribo sobre su pequeña cómplice.

Nuevamente una inocente risilla salió de Luz, pero a Jonás aquella charla pareció no gustarle, al principio lo atribuí a los celos que puede sentir un caballerito al ver a una dama cercana siendo cortejada, pero pronto entendí el motivo de la seriedad de mi alumno cuando abrió la boca con una pregunta entre los labios. — ¿La señorita Catalina también tenía un registro?

Un silencio nos cubrió por completo, el doloroso recuerdo de una muerte temprana opacó a mis alumnos mientras que yo solo buscaba las palabras exactas para cambiar de tema con naturalidad. —Sí, ella también escribía, pero solo cosas de enseñanza. Yo, por mi lado, hasta anoto lo que hemos comido...— Suspirando, me animé a hacer una pregunta que seguramente abriría la puerta a muchas respuestas. — ¿Extrañan a la señorita Catalina?

Jonás solo asintió, mientras que Luz permaneció callada, rostros tristes se vislumbraban y sabe la vida que aquel día no era el acorde para lamentaciones. Intentando subir los ánimos, mencioné. —Mis niños, sé que lo de la señorita Catalina fue un tanto traumático, pero les prometo que su memoria seguirá viva en ustedes, también en mí. Yo no la conocí, pero su trabajo me ayudó mucho... Así que en honor a ella los cuidaré y los amaré como ella lo hizo.

—La señorita Catalina no me quería... —Con un hilo de voz, Luz mencionó.

Rápidamente Jonás me arrancó la posibilidad de responderle, tomando la palabra de manera apresurada, mencionó. —Pero la señorita Clara nos quiere y nos cuida mucho.

—Eso es verdad... —Acoté con una sonrisa. —Somos un equipo.

—Somos una familia. —Mostrándose satisfecha con su propia declaración, Luz afirmó.

Acto seguido, finalicé dicha charla cerrando mi cuaderno y poniéndome de pie en una clara intención de retomar nuestro movimiento, había mucho que hacer y aún no terminaba el día.

Luego de una tarde entera dedicada a las ciencias exactas y haber jugado con los niños con los ojos vendados acabé rendida deseando mi cama. Cuando la hora de claustro apareció sonreí agradecida cuando arropé a los bostezantes niños en sus catres y deposité un beso de buenas noches en su frente.

El llegar a mi cuarto solitario al principio me generó un poco de desconfianza, al final de todo era una mujer sola en medio de la nada, pero poco a poco empecé a disipar mis demonios dando al cansancio como el vencedor ante el miedo.

Cepillé mi cabello y con la ropa de noche ya puesta, caí pesadamente en la almohada para prácticamente dormirme al menor contacto. Aquel era un sueño reparador muy necesitado que poco a poco parecía rejuvenecerme.

Al principio me costó identificar el movimiento, estaba demasiado aletargada, pero al sentir una minúscula, pero incesante sacudida abrí los ojos de manera pesada. Parado delante de mí se encontraba Jonás sujetando una candela encendida. Temiendo que mi pequeño alumno fuera azotado por algún mal nocturno, me despabilé en un instante. — ¿Qué sucede?

El rápidamente se llevó un dedo a los labios en señal de silencio, para luego casi con la fuerza de un susurro, mencionar. —Quería preguntarle algo.

—Ay, Jonás... —Sabiendo que no había ningún peligro asechando su cabeza, me tranquilicé. —No deberías andar despierto a estas horas. —Mirando por la rendija del techo, pude notar que aún era de una profunda noche. —Ve a dormir, cuando sea de día puedes preguntarme lo que quieras.

—No... Esto necesito preguntárselo a solas... —Tragando saliva de manera audible, Jonás se supo merecedor de toda mi atención. Al principio pensé que aquello se debía quizás a un accidente nocturno, que sus tiempos para llegar al urinal no fueron los correctos y había mojado su cama, también pensé en que quizás venía a acusar a su compañera por una infantil jugarreta o similar, pero su expresión seria solamente me dejaba en claro que aquel niño en ese momento era un hombre. —Yo... Yo quería saber si había vuelto a ver al padre de Luz.

Mi boca se abrió a causa de la impresión, aquella sencilla exclamación de unas cuantas palabras me hizo darme cuenta que los hechos que anteriormente me habían enfermado no eran delirios de mi mente. Consternada y casi con un vuelco en el pecho, me quedé en un petrificado silencio congelado que empezaba a descomponerme.

—No quería preocuparla, señorita... solo necesitaba saber sí no lo volvió a ver... Hace ya varios días que no se mete a la casa.

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