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Tal y como se esperaría de dicha situación, la historia que tan amablemente se deslizaba por nuestros oídos nos había mantenido en una drástica inmovilidad. Se relataba a susurros y más de una vez una elevación vocal de nuestra relatora nos tomó desprevenidas sacándonos de aquella congelada pose en la cual nos encontrábamos.

Al principio todo empezó como una excusa para no cerrar los ojos, el sueño parecía no querer visitarnos y la única alternativa que nos ofrecía algo más interesante que la aburrida visualización del techo arriba de nuestras camas era dialogar.

La primera instancia de nuestra charla se derivó en los amores pasajeros, en los amantes acaudalados que jamás aparecieron y en los incesantes pedidos de pruebas carnales para confirmar la pasión compartida, pero cuando una tormenta azotó nuestra posada las palabras dejaron de ser melodiosas, una idea surgió de Verónica.

Aquel diluvio no era algo raro, mucho menos aterrador, Misiones era sin duda la provincia más lluviosa de toda Argentina y como buenas paisanas todas lo sabíamos, pero hubo algo en nuestro hermetismo que nos clamó por helar nuestros huesos aletargados con una nefasta narración, trayendo quizás algo de calma al calor húmedo que no parecía darnos descanso.

Verónica empezó a relatar historias nefastas, al comienzo carentes de sentido, que relucían su propia pobre imaginación. Nos hablaba de niños aterrorizados los cuales habían sido secuestrados por algún minúsculo espanto y de viudas asechadas por el ente celoso de su marido, pero su histriónica voz cambió de manera drástica cuando en lugar de pavor solo recibió nuestras cantarinas risas.

—Se supone que no deberían reírse. —Algo enfadada por nuestra respuesta, ella mostró su clara indignación en su rostro fruncido ante el candor de la vela, viéndome directamente a mí, renegó de mis actos.—¿Qué clase de maestras son ustedes? No les apena el sufrimiento de un pobre niño.

—Aún no somos maestras, querida —a mi lado, Mercedes pareció romper su pose falsamente dormida para negar con la cabeza.—si lo fuéramos, créeme... Tampoco nos apenaría el espanto de un pequeño malcriado raptado por un duende.

Pronto nuestra risa volvió a repiquetear entre las paredes del centro de formación de docencia normalizadora, a pesar de aún no ser maestras comprendíamos perfectamente la premisa que Mercedes acababa de decir. Sin temor a ser juzgada, solamente dejé que la verdad se deslizara por mi boca como una especie de deseo encubierto en broma.—Ojalá nuestros futuros alumnos tengan a un duende como presagio a su mal comportamiento.

Pronto otra compañera comenzó su relato, su historia que parecía ser anónima se reveló como de propia vivencia. Entre sus palabras no había nada interesante más que la mención de un valiente criollo que logró arrancarle un suspiro antes de partir a nuestro recinto, nuevamente mi desgano se notó restándole seriedad al asunto.

Aquello no era interesante, pero aun así le prestamos atención, aunque mi vecina de catre parecía perdida en algún extraño pensamiento que me causó una inusual curiosidad. Arrimando mi cara entre mis propias rodillas, pregunté.—¿En qué piensas?

—En las infancias aterrorizadas que ustedes aclaman... No digo que un castigo no sea bien merecido en un momento adecuado, pero...

—¿Pero?

—Pero yo leí algo que solamente me generó una dura lástima y pesar por un niño.

Ocasionando que elevara una ceja a causa de mi interés, me fue imposible contenerme la duda ante su expresión sombría.—cuéntanos.

Levantándose de su lecho, ella caminó lentamente hacia la vasija de agua y sin molestarse en buscar alguna taza, bebió directamente de la arcilla curada para luego sentarse en el suelo delante de nosotras, ganándose así una posición central en nuestro pequeño círculo. Suspirando, pronto nos reveló que su seriedad no era para menos.—No creo que nunca alguien haya contado esta historia... —Puntualizando aquella frase entre alargados silencios, se supo merecedora de toda nuestra atención, todavía no había comenzado su relato y ya había superado a las historias anteriores en cuanto a expectación.—Me la crucé en los registros, era la bitácora de una de las primeras maestras.

—¿Y qué decía? —Preguntó alguien.

—Algo que no he podido olvidar...

Presa de mi propia ansiedad, no pude con la tensión, debí casi clamarlo en un grito.—¡Entonces cuéntalo, por favor!

—Shh... —Tres bocas me callaron, nadie podía enterarse de nuestro indecoroso desvelo.

—Por más que quisiera relatárselos, creo que no haría honor a la historia.

—¿Por qué?

—Porque es pavorosa, horrible y en mi boca no encontraría más que redundancias y pobrezas... Mañana intentaré traer la bitácora y la leeremos.—Ganándose un suspiro colectivo por parte de todas, Ana, quién había generado tanta algarabía con apenas unas cuantas gesticulaciones sonrió haciendo que su juvenil rostro se tornara un poco decrepito al resplandecer de la candela.—Solo prométanme que luego de escucharla no cambiarán de profesión.—Retornando a su lecho, continuó mientras que corría las molestas sábanas y se recostaba—esta historia está escrita por su propia protagonista, se encuentra albergada entre una planificación que quise tener la osadía de copiar.

Como sí su voz estuviera solamente dirigida a mí su mirada pronto me apuntó, había logrado romper con mi aburrimiento y con la densa capa de recato que se cernía sobre nosotras.—¿Tan tétrica es?

—Solo les diré algo...—Llevándose una mano a su pecho, continuó—me dejó un estupor del cual aún no puedo salir, pero me reconforta poder compartirlo con alguien, quizás así pueda quitarme la impresión. —Respirando de manera pesada, dramatizando desde luego, Ana se mostró como una excelente actriz—está escrita con una bella caligrafía, sumamente estudiada, pero sus hojas son amarillentas y la tinta está descolorida.

—¿Quién es la autora?

—Ustedes no tuvieron el placer de conocerla, falleció antes de que ingresaran...—Siendo la mayor en instrucción me pareció una casualidad de por demás conveniente que se tratara de una de las maestras ya muertas. —Era una encantadora mujer, la mejor en su profesión sí me lo preguntan, de temperamento férreo y gran vocación.

—¿Lo que le pasó sucedió aquí? ¿En el instituto? —Cuestionó Mercedes girando en su cama, ahora buscando que las palabras susurradas sean aún más claras de lo que antes lo habían sido.

—No... Esto pasó en San Ignacio, durante la juventud de la protagonista, hace unos cincuenta años atrás.

Disfrutando de sobremanera de la atención que colocábamos sobre ella, me fue inaguantable no saber más de aquella historia que se mostraba como la más tétrica de todas.—Creo que nos merecemos un adelanto antes de conocer el manuscrito.

—¿Algo así como un prólogo? —riendo, Ana nuevamente devolvió su mirada al techo—está bien, creo que para que entiendan mejor lo que pronto leeremos es necesario que comparta con ustedes la información que pude recaudar.

—¿Tuviste que buscar información?

—Fue casi una labor de espionaje—sin inmutarse, Ana continuó—según lo que averigüé todo lo que ustedes escucharán sucedió, como ya les dije, en un pequeño pueblito rural. Nuestra protagonista fue enviada allí aun siendo una novata en la profesión, pero a causa de la escases de maestras dispuestas a viajar, ella fue la primera y última opción, todas las jóvenes huían de ese cargo a causa de la distancia y, bueno, también el hecho que la predecesora de nuestra protagonista haya fallecido en extrañas circunstancias, aún en práctica, no ayudaba demasiado.

Sin poderme contener la sorpresa que aquello me había generado, pregunté. —¿La anterior maestra había muerto? ¿De qué?

—Lo sabrán a su debido tiempo, pero quiero que tengan en cuenta algo... Nuestra protagonista fue enviada a esa pequeña escuela rural en periodo vacacional. Eso es lo que dice los registros de su arribo.

—¿Pero, por qué?

—Porque, según los documentos de la dirección docente, ella se haría cargo de la escuela albergue donde dos huérfanos residían allí todo el año, sin importar las vacaciones.

—Entonces nuestra adorable maestra siendo una completa nueva en la profesión quedó a cargo de su propio establecimiento y de unos niños por todos los años que allí vivió, ¿verdad?

—No llegó a completar ni un solo año.—Negando con la cabeza, Ana concluyó.—Ustedes juzgarán si sus motivos para huir de San Ignacio fueron los correctos o no.

Observé como mi compañera se daba vuelta, regalándonos un sublime primer plano de su espalda revestida en camisón, mientras que nosotras la seguíamos atenta con la mirada en completo silencio. Creo que hablaré por todas las presentes al decir que queríamos oír más.

Arropándome en mi propia cama, solo pude suspirar.—Entonces será hasta mañana.

Tal y como pensé que ocurriría, el día paso con una anormal lentitud que hacía que mis nervios explotasen en una cruenta ansiedad a causa de la euforia de aquella historia aún no implantada en mi memoria. Toda la jornada me la pasé mirando el reloj añorando la hora de cama y cruzando miradas con mis colegas, teniendo a Ana deleitada con mi intriga y dándome en repetidas ocasiones su sonrisa cómplice.

Cuando la hora de claustro llegó, todas simulamos estar perfectamente acomodadas en nuestros catres, pero solo un movimiento de nuestra compañera bastó para que, en un ruido unánime, nos sentásemos en los lechos y observáramos impacientes a nuestra humilde relatora. Ana lo hizo anormalmente lento, deleitándose con nuestros nervios, de entre medio de su viejo colchón sacó una libreta corroída por el tiempo y la elevó delante de nuestros ojos.

—Antes de empezar a leer quiero preguntarte algo...—Mencionó Mercedes casi de manera eufórica.

—Dime.

—¿De qué murió la otra maestra?

—Creo que murió por no ser la protagonista de nuestra historia... —Acto seguido, Ana abrió el anotador y, aclarándose su garganta y arrimando la veladora, comenzó a leer.

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