CAPITULO 8: PARVATI PATIL


"¡No hay más que un paso de la envidia al odio!."

- Johann Wolfgang von Goethe

Si algo odiaba Parvati Patil, era el descaro con que Hermione miraba a Draco Malfoy. Nunca la había considerado una amiga particularmente cercana, pero ahora, ciertas actitudes de la come libros de Hogwarts comenzaban a molestarla. Como su comentario de unas noches atrás.

Lavander siempre había dicho que Hermione era una santurrona, y Parvati lo había atribuido a los celos naturales de alguien que veía en ella una latente competencia para su amor con Ron. Pero ahora se daba cuenta de que su amiga de Hogwarts no exageraba del todo. Hermione si era una santurrona. Y de las peores.

Lo que ella no lograba entender del todo, era por qué los hombres parecían atraídos por ese tipo de mujeres. O más específicamente, por qué Malfoy prefería a Hermione, una sangresucia, no muy bonita en opinión de Parvati, antes que a ella.

No era que Parvati sintiera algo real por Malfoy. Pese a las bellas facciones del rubio, sus ironías, arrogancias y muecas de desprecio le resultaban intolerables. No, en verdad no era que quisiera a Malfoy para ella. Pero cuando se está tan desorientada en el mundo como Parvati lo estaba al llegar a aquel lugar, al tener que aceptar esa casa como su refugio luego que los mortífagos dieran muerte a su familia, luego que esos seres abominables tomaran todo de ella; al creer que nunca jamás lograría que alguien la amara después de eso, Draco Malfoy se había ofrecido a sus ojos como una buena opción para reemplazar los recuerdos que la atormentaban por las noches.

No podía ser otro, considerando la fama que precedía a los Slytherin respecto a su experiencia en ese terreno. Draco Malfoy era el protagonista de las historias más destacadas a partir de quinto año, y aunque ella y Lavander exclamaban con fingido horror que aquello demostraba lo sucios y viles que eran los de su casa, veían con envidia el modo en que estos compartían con sus compañeras alguna lascivia caricia por debajo de la mesa, o un beso digno de ser censurado en los pasillos.

Hasta que una noche, Lavander admitió que, sí debía perder su virginidad con algún slytherin, ese sería sin duda Draco Malfoy. En aquel entonces, Parvati consideró la idea desquiciada y jamás creyó que volvería a pensar en ello, hasta un año después, cuando su mundo había dado un giro en ciento ochenta grados.

Ella siempre había imaginado aquel primer instante con velas, rosas y palabras románticas, de la mano de un ser sin rostro al que soñaba como el amor de su vida. Lo extraño es que, tras aquella noche nefasta en que su primera vez no fue ni romántica ni voluntaria, más que odiar al enmascarado causante de todo, se odiaba a sí misma, por no haber dado el paso cuando pudo hacerlo. Al menos así, no le habrían robado tanto.

Por eso, al poco tiempo de llegar Malfoy a aquel lugar, se ofreció a él una noche, para aminorar en algo su herida. Se dejó caer en su cuarto sin ser invitada y aún recordaba la expresión altanera del rostro del rubio cuando ella comenzó a besarlo. Él había respondido al principio, como ella esperaba que lo hiciera, e incluso había hecho ademán de cerrar la puerta tras ellos, pero cuando Parvati intentó avanzar, por algún motivo inexplicable para ella, él simplemente la detuvo con un "No estoy interesado". El miserable se había dado el lujo de rechazarla.

Luego de eso lloró toda una semana, pero al pasar el tiempo, y aunque seguía evitando a Malfoy tanto como le era posible, había aprendido a superarlo inventándose diez mil razones de por qué él la había rechazado, que no tuvieran que ver con su tragedia. Haber pertenecido a Gryffindor y ser amiga de Harry Potter fueron los argumentos que parecían más fuertes.

Sin embargo, la evidente relación que había surgido entre Malfoy y Hermione en el último tiempo venían a derribar todas esas teorías y la dejaban a ella otra vez convencida de que era para él, así como para el resto de los hombres, una mujer mermada.

"No soy ese tipo de mujeres", había dicho Hermione con su puritana convicción de la vida y ella la había odiado por eso. Porque ella tenía eso que a ella le había sido robado y se lo restregaba en la cara.

- ¿Crees que sea algo serio?- preguntó Hanna a su lado, con aquella jovialidad enfermante que tenía siempre, apuntando hacia Hermione, que tenía su rostro fijo en Malfoy otra vez. Parvati se encogió de hombros con actitud agria.- Neville cree que sí. Cree que Malfoy realmente ha cambiado y que ella ha tenido mucho que ver con eso. ¿No es romántico?- Pero Parvati no respondió. Sus ojos, más negros que nunca, no dejaban traslucir más que una mortal envidia.

-HP-

Ginny dice algo a su lado. Habla sobre Luna, pero Hermione, aunque asiente, no la oye. Su atención está centrada en él. En él, que está junto a Neville explicándole cómo preparar una poción para reparar heridas viejas y le habla de cantidades y de formas, y de colores correctos e incorrectos, el olor, la textura; el modo en que debe ser administrado solo en gotas y el modo en que debe ser guardado. En un instante, sus miradas se unen y ella sonríe, y él sonríe. ¡Cuántas cosas pueden ser transmitidas con una sonrisa!

Y Neville la observa un segundo, solo un segundo, y ella gira el rostro al sentirse descubierta. Pero el joven no muestra cara de sorpresa y ella recuerda porqué ha llegado a tomar a Neville más cariño del que antes le tenía. Porque es el único entre todos ellos que parece saber la verdad, sin hacer juicios, ni preguntar nada. Algo que ella agradece en secreto.

Ginny sigue hablando de por qué Luna debería alejarse de Nott, y ella asiente otra vez, como si en verdad le importara. Pero en verdad solo lo oye a él. Su voz grave y masculina, es lo único para lo que tiene oídos. Y él explica todo a Neville, aunque no con paciencia, pues nunca ha tenido paciencia, y en más de una ocasión un insulto se cuela entre sus explicaciones; pero son insultos que parecen bromas, piensa ella, y la poca reacción que hay en Neville a ellos le hace creer que el joven Gryffindor piensa lo mismo.

Y su imaginación comienza a funcionar con todos aquellos "¿qué hubiera sido si?" con los que se entretiene a veces. Y lo imagina como un profesor en Hogwarts, en aquel mundo imaginario donde la guerra no existe. Y ella a su lado. ¿Sería posible algo entre ambos entonces? ¿Habría aceptado él dedicarse a la frugal vida de un docente, lejos de los lujos y las fiestas a los que su posición lo destinaba? ¿Lejos del alarde de su linaje, de la sangre de las dos grandes familias que corría por sus venas y de todas aquellas cosas que ahora ya no importan, a las que la guerra ha quitado sentido, si es que antes lo tuvieron? No se engaña. Sabe que no.

Sabe que él no estaría siquiera ayudando a Neville de no ser por la guerra. Sabe que jamás la habría mirado como algo más que una afrenta a su mundo, si no fuera por todo lo que había ocurrido hasta entonces, y se pregunta si será un pecado dar a la guerra las gracias por ello. Sonríe al pensarlo. Pero aún así, no puede evitar dar las gracias por ello... pero solo por ello, y no por lo otro... No por todo lo demás que viene con ello.

-HP-

Daphne Greengrass se quejaba de cómo escaseaban las cosas en la cocina y cómo pronto no tendrían qué cocinar, mientras Ron la observaba con la expresión de quien se entera que le han condenado a muerte.

Hermione podría haberse limitado a esperar que el agua hirviera, llenar los tazones para el té de ella y Ginny, que era el motivo por el que estaba ahí, y regresado en silencio junto a la pelirroja sin decir más, de no ser por un comentario de la rubia respecto a la utilidad que tenían los elfos domésticos para evitar ese tipo de inconvenientes, y de cómo aún no era muy tarde para traerse alguno de Hogwarts, ahora que en el castillo no tenían a quién servir.

Algo se encendió dentro de Hermione ante aquel comentario, y sus ideales de la PEDDO, y todas las razones por las cuales personas que pensaran que esclavizar a otro ser estaba bien eran detestables, salieron por sus labios como un torrente imparable, mientras Daphne la observaba con incredulidad y aquella sonrisita burlona que tenía siempre. Ron había separado los labios para decir algo un par de veces, pero al comprender que de todos modos no sería escuchado, siguió revolviendo su té en silencio, sin mirar a ninguna de las dos.

- ... se burlan de los muggles, como seres inferiores, pero los muggles dejaron atrás la barbarie de la esclavitud, en cambio ustedes...- seguía Hermione roja de indignación- con todos sus principios de pureza y categorías sociales, me recuerdan a lo que nosotros superamos hace siglos, y...

- ¿"Nosotros"?- preguntó Greengrass alzando una ceja.- ¿Te consideras muggle entonces?

- Pasé entre muggles más de la mitad de mi vida, no puedo dejar de pensar que una parte de mí es como ellos después de todo... ¡Pero ese no es el punto!- alegó, molesta por el modo en que la rubia sonreía.

- No... El punto es, al parecer, la noble liberación de los Elfos Domésticos, ¿verdad?

- ¡Exacto!- Hermione respiró algo más aliviada al creer que su discurso no había sido inútil, pero entonces el modo en que la sonrisa de Greengrass se amplió, le hizo comprender el error de su optimismo.

- ¿Y qué te hace pensar que ellos quieren esa libertad?

- Todos quieren ser libres, Greengrass.

- No... Ellos no.- aseguró- Han estado atados a una familia de magos toda su vida, sin más responsabilidades que saber limpiar o cocinar, y tu vienes y les dices que deben ser libres, porque es lo que deben querer, lo que deben desear.- caminó hasta la tetera que había comenzado a hervir mientras hablaban y llenó los tazones que Hermione había puesto ahí.- pero ellos no son bobos, Granger, y logran ver algo que tú estás pasando por alto, y es que con la libertad vienen responsabilidades que no todos están dispuestos a asumir.

- Muchos estarían dispuestos a asumir esas responsabilidades si con ello pudieran ser libres.

- ¿Muchos?- sonrió.- No dudo que existan uno o dos ejemplares con suficiente fuerza como para enfrentar las consecuencias de ser libres, pero ¿qué hay del resto? Has pensado en que ellos no saben más que seguir órdenes. Si los dejas libres morirían de hambre al no tener nadie que les ordene conseguir alimento, y no te rías, pues por ridículo que te parezca así es. Por ello, si lo que quieres es que sean libres, primero debes enseñarles a vivir con esa libertad, y, lo que es más importante, el objeto de esa libertad. De lo contrario seguirán regresando a sus dueños o a los hijos y nietos de sus dueños, una y otra vez, rogando que los acojan y les ordenen, para que den sentido a sus vidas, como ocurre con...- se mordió los labios como si hubiera dicho demasiado- algunos que conozco...- terminó de decir esto, extendiendo los tazones de té caliente hacia la joven frente a ella.

Si Hermione hubiese estado más atenta a lo que Greengrass había estado a punto de dejar escapar, habría descubierto que la joven guardaba un secreto importante, pero la rabia nublaba su pensamiento y abría y cerraba los ojos examinando a Greengrass, buscando las palabras para rebatirla.

- No está envenenado, ¿sabes?- llamó su atención la rubia, apuntando hacia los tazones calientes que extendía hacia Hermione y que esta aún no había recibido.

Y mientras Hermione Granger la liberaba de ese peso, pensaba que aunque no estaba de acuerdo con Greengrass, algo había de lógica en sus palabras, y que, dejando de lado aquella mirada de superioridad, su increíble belleza, y su tono burlón, la rubia no era muy diferente al resto de las jóvenes que habitaban aquel lugar, y por un instante, solo un instante, olvidó los motivos que tenía para considerarla una mala persona. Pero la rubia se encargó de que lo recordara al momento siguiente.

- Por cierto, Granger, tengo curiosidad... ¿Qué hacías anoche en el cuarto de Draco?- los tazones calientes en las manos de Hermione amenazaron con caerse ante la sorpresa de aquella pregunta y sus mejillas se tornaron de un rojo granate.

- ¿Qué?- la voz de Ron, que parecía momentáneamente interesado en la conversación, llegó a los oídos de Hermione solo para aumentar su incomodidad. ¿Lo habría hecho Greengrass a propósito? ¿Sería para desprestigiarla ante los ojos de Ron?

- ¿Sabes Greengrass? Hasta para ti eso es caer muy bajo.- fue todo lo que dijo antes de girar sobre sus pies y retirarse. No quería quedarse dando explicaciones al pelirrojo.

Ron contempló el rostro de Daphne luego que Hermione dejara la cocina y advirtió aquella mezcla de rabia y de burla que solía posarse en ella a veces. No lograba comprender por qué Greengrass actuaba así con Hermione y no le quedaba más que asumir que eran celos. ¿Estaría celosa de Hermione? ¿Sería él el motivo? La rubia se había encargado de dejar en claro su interés por él todo ese tiempo, pero sentir celos, en opinión de Ron, iba más allá de un mero interés. ¿Sería que en verdad le gustaba?

- ¿Caer bajo? ¿A qué se refería? A mi me parece perfectamente normal que si ella y Draco se gustan, pasen tiempo en el mismo cuarto.- buscó la mirada de Ron para evaluar el efecto que sus palabras tenían en él. El pelirrojo movió la cabeza de lado a lado en un gesto difícil de interpretar. Pero al menos no había saltado negando cualquier tipo de relación entre Granger y Malfoy, lo cual era ya un avance- Lo que me molesta es que no lo admita.

- Tú no conoces a Hermione, Greengrass...- dijo Ron de pronto.- Ella no es ese tipo de mujeres.

Ron no lo supo. No había modo de que él pudiera imaginar la sensación que embargó a Daphne ante ese comentario. Las implicancias que tenía para ella una afirmación así. Por eso no comprendió lo que había hecho hasta que era muy tarde.

- ¿Qué tipo de mujeres?- Daphne sonreía, como siempre, pero había algo roto en esa sonrisa que distaba mucho de ser un lindo espectáculo- ¿El tipo de mujer que se entrega a un hombre solo por placer?

- Yo no...

- ¿El tipo de mujer que quiere tener sexo con alguien a quien apenas conoce solo porque es divertido? El tipo de mujeres como yo.

- Yo no quise... no quise decir que...

- ¿Sabes algo, Ronald Weasley?,- rabia, eso era lo que se leía en su rostro.- Prefiero ser ese tipo de mujeres a ser una hipócrita.

Y Ron no alcanzó ni aún a pensar en un modo de arreglar las cosas, cuando Greengrass ya había dejado la cocina, mientras él se sentía repentinamente mareado. ¿Sería posible- se preguntaba- que en verdad fuera tan estúpido?

-HP-

- ¿Aún no te la has tirado, verdad?- le llegó la voz de Daphne a sus espaldas. Draco había sentido sus rápidos pasos bajar la escalera del sótano, pero no imaginó el mal humor de la rubia hasta que la tuvo frente al mesón en que él recolectaba los ingredientes para una nueva poción. Examinó sus ojos azules un largo instante antes de responder, sabiendo que se refería a Granger.

- Eso...- sonrió hacia ella.- no es asunto tuyo, Daphne.

- De modo que no te la has tirado.- era una afirmación rotunda. Y una cargada de ira.

- Puede que quiera ser un caballero y no hablar de ello.- sonrió indagando el rostro de la joven. ¿A qué tanta preocupación por sus avances con Granger?

- O bien...- sonrió ella venenosa.- No te la has tirado.

- ¿Por qué tan segura?- alzó una ceja, deteniendo la rutinaria labor de seleccionar frascos de ingredientes para atender a la molestia de la rubia. No era frecuente que Daphne evidenciara su enojo de ese modo.

- Porque si te la hubieses tirado, esa santurrona no andaría pregonando por ahí las virtudes de la abstinencia.- la rabia se dejaba traslucir en la expresión que afeaba su bello rostro.- ¿Y se puede saber por qué no lo has hecho?

- No. No se puede.- Se limitó a decir. Le hacía gracia el descontrolado estado de la joven, pues si algo caracterizaba a Daphne Greengrass era su capacidad para mantener una encantadora sonrisa en sus labios, sin importar su enojo.

- ¡Me enferma!- exclamó, golpeando el mesón con sus puños y con tal fuerza, que una mueca de dolor se generó en su rostro al instante, llevando ambas manos a su pecho para intentar calmar el sufrimiento. Draco debió contener la risa que aquello le provocaba pues teniendo a Greengrass tan enfadada como estaba enfrente, no se atrevía a hacerlo. Simplemente guardó silencio un instante hasta que la joven, aún restregando sus dolidas manos y con la mirada fija en un punto inexistente, comenzó a calmarse.- En verdad, no logro entender qué es lo que Ron vio en ella...

- ¿Por qué insistes con la comadreja?- preguntó de pronto tomando asiento en la silla junto al mesón. Daphne guardó silencio un largo instante antes de responder.

- Porque es distinto a cualquier hombre con el que he estado antes...

- Supongo que tienes razón... Nunca habías estado con un pobretón.-sonrió, y aunque ella sonrió también, la expresión en su rostro era triste. Lentamente se fue acercando al mesón que los separaba para apoyar ahí sus codos y dejar caer el rostro entre sus manos. Draco contempló su perfil, sus pestañas, sus ojos. Vio como mojaba sus rojos labios con la lengua antes de volver a hablar y pensó que Weasley debía ser un verdadero imbécil al no caer rendido a los pies de una joven así.

- Es el modo en que me mira... El modo en que me habla...- siguió ella, aunque sin mirar directamente al rubio.- El hecho de que me escuche como si yo en verdad dijera algo interesante... Es como si... ¿De qué te ríes?- su expresión se hizo seria de pronto.

- De que te has convertido en una de esas chicas cursis de las que solías burlarte.

- ¿Es cursi acaso desear que alguien me quiera por algo más que mis virtudes en la cama?- parecía un reproche.

- ¡Ah!- exclamó con expresión insinuante- Pero Weasley te amará cuando descubra tus virtudes en la cama.

- ¿Y por qué no le muestras tus virtudes de una buena vez a Granger?- sonrió ella de vuelta.- Te aseguro que le harás un favor a todos, especialmente a ella. ¡Frígida engreída!

- No creo que sea frígida.- sonrió él.

- ¿Y entonces por qué no te la has tirado?- y volvió a tomar el tono dulzón que usaba siempre que quería conseguir algo- No puede ser tan difícil para alguien con tus atributos. ¿O es que has perdido tus encantos, Draco?- el rubio sabía perfectamente lo que quería conseguir con ello. La muy maldita intentaba manipularlo- ¡Vamos!, el Draco que yo conocía, podía escoger a cualquier chica de un grupo y hacer con ella lo que quisiera... Puedo dar fe de las habilidades de tus manos y tu boca, por solo mencionar algunas... ¿Se las has dado a conocer a Granger?.

- Sé lo que estás haciendo, Daphne. Pero no dará resultado.

- ¿Por qué?- la sonrisa dejó sus labios.- ¿Es que ahora en verdad te gusta?

- ¡No seas ridícula!

- ¿Entonces por qué?- apoyó ambas manos sobre el mesón otra vez e inclinó su rostro hasta quedar muy cerca de él.

- No lo entenderías.- algo se revolvía en su estómago al pensar en ello. No. No le gustaba Granger... era otra cosa.

- Te gusta...

- No...- se defendió evitando la mirada de Daphne.- Es más bien... esa maldita expresión en su rostro... Cada vez que hago algún avance pone esa cara de... ¡No sé! ¿Pánico? Y simplemente no puedo seguir... Es como si fuera a herirla de algún modo si intento presionarla y yo no pudiese hacer nada que pueda herirla... A veces pienso que alguien puso algún puto hechizo en mi cabeza pues de lo contrario... ¿Qué? ¿Por qué me miras así?

- Estás más jodido de lo que yo pensaba.- y su expresión era de franca conmiseración.

- ¿De qué hablas?

- ¿Qué crees que le ocurre a la gente cuando se enamora, Draco? Hace todo para que el otro sea feliz, porque... No quiere hacerle daño...- Y el rubio sintió su estómago revolverse.

-HP-

Luna habla de estrellas y de mitos muggles que en verdad son más de los magos que de los otros, pero él no la corrige. Le gusta oírla hablar hora tras hora. Le encanta perderse en la melodía que es su voz soñadora. El brillo metálico de sus ojos celestes lo ha embrujado. Y él lo sabe pero no se resiste al embrujo, pues la ama. Ahora sabe que la ama, aunque no logra entender cómo ha llegado a tal conclusión.

Semanas han pasado desde el primer beso pero a él le parece que todo lo vivido desde entonces no son más que instantes que quiere atesorar para siempre, y que rememora una y otra vez en los momentos en que, obligado a separarse de ella, se encierra en el cuarto que comparte con Malfoy y piensa en ella, en su dulce voz, en el olor de su cabello, en lo pequeño que se le antoja su corazón dentro de su pecho latiendo rápido cuando él está cerca. Hay luz en su rostro, luz suficiente para iluminar al mundo y cuando ella sonríe, él siente que ella comparte esa luz con él y él también sonríe.

Nadie más existe en aquella habitación que han hecho suya, nadie existe para ellos lejos de aquellas paredes que los resguardan de quienes los miran; nada más que él y ella. Y él sabe que eso está mal, que es peligroso. Sabe que hay una guerra cerca y que debe estar atento. Pero ella lo besa entonces en aquel modo que lo hace olvidarse de sí mismo, y de toda la mierda que ha vivido, y que hace que besar no sea suficiente y, otra vez... nadie más existe.

-HP-

Los entrenamientos habían cesado poco a poco a causa de los últimos ataques de los mortífagos, que tenían a la Orden planificando un enfrentamiento que parecía cada vez más próximo. También había contribuido a ese cese, el mal humor que tenía Harry esos días y la ausencia de los Slytherin: Lupin tenía a Malfoy ocupado preparando pociones para los interrogatorios, y Nott estaba constantemente desaparecido, algo que, lo admitieran o no, los tenía a todos mucho más aliviados.

Por eso Ron, sin saber en qué otra cosa ocupar su tiempo, se había dejado caer sobre una silla del salón principal, para pensar tranquilamente en un problema que comenzaba a amenazar su paz interior: Daphne Greengrass.

Desde su desafortunado comentario de esa mañana, la rubia no le había vuelto a dirigir la palabra y Ron sentía su estómago revolverse cada vez que pensaba en ello, como si esa parte de su anatomía temiera ya que dejaría de ser mimado con las ricas preparaciones de la rubia. Habría querido hablarle pero no sabía cómo hacerlo sin exponerse a su rechazo ahora que, por primera vez, parecía realmente enfadada con él.

Por eso cuando la vio descender la escalera en dirección a la cocina sin siquiera voltear a mirarlo, no pudo evitar ponerse de pie y seguirla, aunque no sabía realmente para qué. Y una vez ahí, la presencia de Molly, y casi la mitad de los comensales habituales, le impidió hacer nada y se limitó a tomar asiento y fijar su mirada en el techo aparentando desinterés.

Greengrass utilizaba su varita para ordenar los platos mientras Hanna discutía con Molly sus inquietudes respecto a que fuera realmente seguro enviar a Neville solo a Diagon Alley en busca de los víveres que comenzaban a escasear. Su madre argüía que el mismo Percy le había asegurado que era completamente seguro ir al lugar con todo el resguardo con que contaba esos días, pero la joven no parecía muy convencida, y el mal modo en que Neville memorizaba la lista de compras parecía tener a Molly al borde de aceptar cualquier voluntario para reemplazar al muchacho.

- Yo iré.- dijo Daphne de pronto y Molly se la quedó mirando como si analizara la situación.

- No sé si en tu caso sea lo más conveniente, cariño...

- Dudo que los mortífagos tengan algún interés en andar siguiendo mis pasos, señora Weasley... Además, sé bien qué es lo que hay que traer...

Y sin saber por qué, o quizás es busca de una oportunidad para disculparse, Ron sintió la inexplicable necesidad de ofrecerse a acompañarla.

-HP-

Dada la oscuridad en que estaba sumido el último piso de la gran casona hacía un tiempo, Hermione tardó en darse cuenta que se hallaban en el que fuera el cuarto de Regulus Black, hasta que Draco descorrió las cortinas para dejar entrar la escasa luz de la tarde, y los colores de Slytherin, inundando la habitación por completo, quedaron al descubierto. Hermione recordó entonces como Harry había insistido en que esa habitación, al igual que la de Sirius, permanecieran sin ocupar, por respeto al recuerdo de su padrino, y de aquel "RAB", que fuera un involuntario aliado en su lucha por la destrucción de los Horcruxes.

Draco pudo evidenciar el cambio de expresión en el rostro de la joven cuando regresó a su lado, pero aunque desconocía el motivo se limitó a besarla sin hacer preguntas, pues, si algo había aprendido de Granger todo ese tiempo, era la facilidad que tenía para iniciar largas conversaciones a partir de una sola miserable pregunta.

Las palabras de Daphne hacían eco en su cabeza y él se había propuesto a sí mismo demostrar que la rubia estaba equivocada. Que fuera lo que fuera que sintiera por Granger no tenía nada que ver con amor. Había comenzado como una forma de molestar a Weasley, pero para cuando se dió cuenta que a la comadreja le importaría poco ahora que se la pasaba mirando lánguidamente a Daphne, ya no podía dar marcha atrás a lo que había comenzado, no cuando su cerebro primitivo parecía empeñado en aparearse con Granger.

Pero estaba seguro que, como había pasado siempre, el deseo desaparecería una vez consumado el acto, y ya no tendría nada que temer. Podría incluso mantener la relación un tiempo más allá de eso, hasta que se aburriera de la sangresucia...

Corrección... Granger.

Un mes, tres semanas, dos días y tres horas habían transcurrido desde la primera vez que se besaron- porque no es que él la besara, ella había respondido con suficiente intensidad para decir que era un beso compartido- y cada vez le era más difícil referirse a ella como "sangresucia". Después de todo, era hipócrita considerar como "sucia" a alguien con quien se está más que dispuesto a intercambiar fluidos de todo tipo.

- No sé si sea correcto estar aquí...- dijo ella de pronto, rechazando la cercanía de su cuerpo.

- Dijiste que debíamos ser más cautelosos ahora que todos sospechan, y nadie viene jamás a este cuarto... ¿Qué puede ser más cauteloso?- sus dedos encontraron los cabellos de ella y ejerció ahí una suave presión para atraerla hacia él. Besar sus labios se había convertido en un acto adictivo.

- ¿Sabes de quién era esta habitación?- preguntó ella tras unos instantes. Se mantuvo pegada a su cuerpo, de pie, en medio del cuarto, pero sin besarlo.

- No... Y francamente, no me interesa.- sonrió, acariciando el rostro de ella en un claro empeño por hacerla entender su poca disposición a hablar, pero ella no se dio por enterada.

- Debería interesarte pues se trata de tu familia.- Draco alzó una ceja, comprendiendo lo que estaba por venir: una larga historia sobre su familia materna.- ¿Sabes quién fue Regulus Black?

- Primo de mi madre. El menor, según recuerdo. ¿Era este su cuarto?- ella asentía pronta a dar más explicaciones, pero él no la dejó seguir- Eso explica el buen gusto en el decorado. Los Black lo llevamos en la sangre...- y volvió a besarla.

- ¿Sabes que él también fue un mortífago?- volvió a interrumpirlo ella. La situación comenzaba a molestarlo, y Draco debió hacer uso de toda su paciencia para no estallar y dejarle en claro que no estaba ahí para conversaciones.

- La verdad es que no es un tema del que quiera hablar...- inclinó su rostro en busca de sus labios pero ella lo detuvo.

- ¿Por qué no?- Draco se separó de ella, ocultando poco su molestia. No solo lo irritaba la insistencia de ella por hablar, sino además el hecho de que tocara precisamente ese tema. Un tema que él no quería ni recordar.

Sin decir nada caminó hasta la cama y se dejó caer en ella, con la mirada perdida en el techo, respirando más rápido de lo habitual. Pensando, simplemente pensando en como hacer para que se callara.

- Tú me lo recuerdas en cierto modo, ¿sabes?- siguió ella, tomando asiento junto a él en la cama, y corriendo un mechón del cabello que cubría la frente del rubio. Draco sonrió por lo bajo, incómodado por la intimidad del gesto, que contrastaba con la resistencia que mostraba Granger a avanzar.- Regulus también era muy joven cuando se unió a Voldemort... Venía marcado por una infinidad de prejuicios que le habían sido inculcados desde pequeño... Como ese lema, por ejemplo.- apuntó a la inscripción puesta sobre la cama. Draco ni aún necesitó girarse a leer para saber lo que decía: "Siempre puros", el lema de los Black.- ¿Aún crees en eso, Draco?- el rubio se sorprendió al oírle pronunciar su nombre, era la primera vez que lo llamaba así. Tomó asiento junto a ella, llevando sus manos hasta su rostro y la obligó a sostenerle la mirada aparentando una ternura que en verdad no sentía en ese instante.

- ¿Estaría contigo de ser así?- los ojos de ella se iluminaron ante aquella pregunta y él comprendió que era el momento de reiniciar lo que habían dejado pendiente.

- Entonces, ¿ya no te molesta que sea hija de muggles?

Muggles, como los que la habían acompañado a Diagon Alley en segundo año. La mujer tenía el cabello de Hermione. Eso lo recordaba bien; eso y la expresión de disgusto en el rostro de Lucius al advertir su presencia. Al pensar en ellos ahora su estómago se contraía y su corazón palpitaba más rápidamente, incomodándolo, aunque sin entender muy bien el motivo.

- ¿Haría esto si me molestara?- besó los labios de ella, apegando su cuerpo al de la joven.- ¿O esto?- y besó su cuello, apoderándose de la piel ahí expuesta y succionando de un modo que seguramente dejaría marca. Hermione gimió en forma involuntaria y él aprovechó aquello para hacerla caer sobre su espalda, aprisionándola entre la cama y su propio cuerpo.

La luz proveniente del exterior había comenzado a aminorar en los minutos previos, dejando la habitación en penumbra. Aún así, Draco podía distinguir claramente la expresión en el rostro de Hermione. Sus ojos dilatados brillaban y sus labios entreabiertos parecían prontos a formular una nueva pregunta por lo que él se apresuró en morder suavemente el labio inferior. No quería más interrupciones en ese instante. Todo lo que quería era concretar lo que se había propuesto. La situación se estaba prolongando más de lo tolerable.

Sus labios repartían besos en el rostro de ella mientras una de sus manos se encargaba de desabotonar la blusa de la joven, lenta, muy lentamente, sin dejar de mirarla. Habría querido rasgar la tela en un solo movimiento, pero eso la habría asustado y él sabía que debía tener cuidado de hacer nada que pudiera llevarla a reaccionar, nada que generara en ella la oportunidad de objetar algo, cualquier cosa, que le impidiera a él seguir su avance. Se había propuesto resolver su asunto pendiente con Hermione Granger esa noche, y eso era lo que iba a hacer.

La camiseta era el siguiente paso, pero se limitó a jalarla hacia arriba a fin de tener acceso a su busto, aún cubierto por el sostén y llevó sus labios hasta él. Uno de sus dedos se introdujo en el borde superior de la tela, haciendo descender esta, hasta exponer el punto más sensible de esa zona, y Draco envolvió la areola con su boca, sintiendo como ella reaccionaba al instante, incorporándose sobre la cama. Pero para su sorpresa no intentó detenerlo esta vez.

Sus ojos estaban fijos en los de él, que debía ser un buen espectáculo, lamiendo sus senos, mientras ella misma removía la blusa ya abierta, y luego la camiseta, quedando ante el rubio con el torso semidesnudo, apoyada en sus antebrazos sobre la cama. Draco tomó las piernas de ella para colocarlas también sobre el colchón, y luego ubicó sus propias rodillas a cada lado de las caderas de ella, atrapándola bajo su cuerpo, y movió la boca desde sus pechos a los labios de ella, recorriendo con sus manos la cálida piel de su espalda.

Fue en medio de ese beso que sintió los dedos de ella buscando el borde de su suéter, y Draco comprendió lo que quería y la ayudó removiendo por completo el chaleco de su cuerpo y dejándolo caer quién sabía dónde. No importaba.

Las manos de ella viajaron entonces a los botones de su camisa, desabrochándola con dedos temblorosos, mientras él, con su frente pegada a la cabeza de ella, la observaba respirando más rápido que nunca. ¿Podía ser que el solo mirarla en ese instante lo excitara de ese modo? Las manos de ella, de una calidez sin igual, contactaron con su pecho y viajaron hasta sus hombros a fin de retirar la camisa por completo, pero él detuvo su avance.

Sin dejarla objetar nada pegó su cuerpo al de ella y cayeron juntos sobre la cama otra vez, mientras las manos de él iban desde la espalda de ella hasta sus pechos, donde ejercieron una suave presión, y siguieron luego hacia su cintura, su cadera, la parte posterior de su muslo, donde aplicó más fuerza hasta colocar las piernas de ella por detrás de su propia cadera, abrazando su cintura.

Hermione emitió un sonido que él nunca le había escuchado, algo que no era ni un grito ni un murmullo, sino una mezcla de ambos, pero que le pareció a él el sonido más excitante del mundo. Y sus manos viajaron otra vez, ahora de regreso, aunque no sin detenerse un instante en la parte más baja de su espalda, en el punto donde sus piernas se unían a su cadera y la acarició ahí, donde nunca lo había hecho, y envolvió esa zona con sus manos en un modo que, por como ella había aumentado la presión de su abrazo, debió ser bien recibido.

Sus manos regresaron hasta su pecho, donde jalaron con algo más de violencia la tela del sostén hasta exponer sus senos por completo. Saber que aquella parte de ella contactaba ahora con la piel de su propio pecho, sin que existiera tela de por medio, le resultó realmente exitante, y su boca dejó la boca de ella para descender hasta su torso, y Hermione arqueó la espalda y separó los labios ante el contacto en un modo que pareció avergonzarla, pues cubrió el rostro con sus manos al instante siguiente.

Draco se detuvo ahí unos segundos sonriendo, gozando del espectáculo que era Hermione Granger en ese momento. Y luego descendió hasta su ombligo, besando, lamiendo, presionando con sus dientes en un modo primitivo que a ella parecía gustarle. Y siguió besando más abajo, la piel de su vientre y luego la tela por encima de su zona más cálida. Ella intentó juntar sus piernas pero él, como si hubiese previsto su reacción, se había apoderado de sus muslos para mantenerlos aparte y siguió ahí. Simplemente besándola, presionando con su nariz, con su boca, hasta que ella pareció acostumbrarse al contacto.

Solo entonces, él se incorporó lo suficiente para que ella pudiera ver su rostro mientras con sus dedos desabrochaba el pantalón de la joven.

El pecho de ella subía y bajaba a una velocidad sin igual y en un instante giró su rostro hacia la izquierda como para evitar mirarlo, como si con eso pudiera ocultar a él en algo su reacción. Pero Draco ascendió hasta su boca y la besó. Introdujo su lengua en ella y mordisqueó su labio, y exploró cada rincón de aquella cavidad que quería hacer suya de más de una forma. Sin separarse del beso, una de sus manos se dedicó a la ardua tarea de deshacerse del pantalón de la joven.

Él creyó que sería en ese instante cuando ella objetaría algo. Que sería entonces, al quedar frente a él sin más que su ropa interior, que ella recordaría las múltiples razones que tenía para seguir dando alargue a esa situación hasta quién sabía cuándo. Pero no lo hizo. Por mucho que él se tomó su tiempo en besarla a la espera de alguna objeción, ella no hizo nada para que él se detuviera entonces, y Draco siguió besando su rostro, su cuello, sus senos, su vientre; la parte más interna de sus piernas, el pliegue de su ingle y aquella zona aún cubierta por la tela de su calzón.

Sólo cuando los dedos de él se introdujeron por la tela a nivel de sus caderas a fin de remover esa prenda, ella se opuso, pero no en el modo que Draco creyó que lo haría. Se incorporó hasta quedar de rodillas frente a él. En su rostro se leía el miedo, pero también algo más: un deseo creciente muy similar al de él mismo. Draco unió su frente a la de ella y sus dedos viajaron por la espalda de la joven hasta remover el broche de su sostén, y entonces los dedos de ella descendieron temblorosos hasta el pantalón de él donde pasaron un buen par de segundos antes de que lograra abrirlo.

Él la observaba en silencio incapaz de decir nada. Tal era el embrujo de su cabello desordenado, sus ojos brillantes y el rojo de sus labios y mejillas, que él sintió la involuntaria necesidad de guardar aquella imagen para siempre en algún punto privilegiado de su memoria.

Se deshizo finalmente del sostén que seguía colgando de los brazos de ella y se inclinó a besarla, arrastrándola con él hasta la cama. No dejó de besarla más que para terminar de quitarse el pantalón y lo que quedaba de ropa bajo este, y en todo ese momento mantuvo el contacto visual, apreciando como la respiración de ella se aceleraba hasta un punto que parecía impensable. ¿Nervios? ¿Expectación? Fuera lo que fuera, resultaba tremendamente excitante.

Hermione podía sentir el calor emanando de su cuerpo y el contacto piel con piel que se produjo generó en ella una sensación que iba más allá de lo todo lo imaginable. Los ojos de él eran lo más hermoso que ella hubiese visto nunca, y su cuerpo parecía más que deseoso de responder a todo lo que él quisiera hacer con ella en un modo que resultaba vergonzoso.

Ella intentaba imaginar cómo se vería la escena si alguien entrara a la habitación en ese instante. Draco Malfoy, sin más prenda encima que su camisa abierta y ella con las piernas abrazadas a él, sin que se interpusiera entre ambos otra cosa que un calzón humedecido que desaparecería en cualquier momento. Pensaba en esa zona. En la presión que una parte de él generaba contra ella, en el modo en que movía su cadera insinuante sin dejar de mirarla, como si quisiera evaluar su reacción a lo que estaba por venir.

Él besó su boca, apretó sus pechos con las manos y luego su calzón descendía hasta sus rodillas, y por sus piernas, quedando retenido en uno de sus tobillos. El rubio se separó de ella un instante para tomar su talón y atraerlo hasta la altura de su rostro, solo para retirar el humedecido calzón que colgaba ahí con su boca. Y sonreía. Sonreía en aquel modo que sólo él podía hacerlo, como un niño malo mortalmente entretenido con su juguete nuevo. Como un niño pronto a descubrir y explorar todo lo que pudiera haber de interesante en aquella nueva posesión que tenía enfrente.

Y como un niño, pensó Hermione, cuando ya el juguete no tuviera el encanto de la novedad, lo dejaría de lado. Como un niño, una vez conquistada la nueva posesión, querría otra. Porque eso era él con ella: un niño... hermoso como un ángel ciertamente, pero egoísta como todo niño.

No era como Ron, que habría valorado aquella primera vez y atesorado ese recuerdo para toda la vida. No era como Harry que se negaba a tomar de Ginny lo que la joven estaba más que dispuesta a darle, porque tenía por principio el respeto. No era como los otros. ¿En qué momento había ella olvidado eso?

Draco la sintió tensarse bajo su peso pero no hizo caso. Besó su pecho, su cuello, su mentón. Lamió su clavícula y ascendió hasta su oído, para mordisquear el lóbulo de su oreja, mientras sus dedos buscaban la entrada de su punto más caliente, para hacer de guía a aquella parte de su propio cuerpo que parecía haber cobrado vida con el único propósito de hundirse en ella.

En sus tiempos de Hogwarts había oído a más de un chico hablar de aquella parte de su anatomía como un ser con vida propia, y aunque él se burlaba de quienes se dejaban comandar por sus hormonas, en momentos como este pensaba que quizás aquella teoría no fuera del todo absurda. ¡Si tan solo no tuviese el bien fundado temor de que ella fuera una jodida virgen, hacía mucho que habría acabado con la espera! Pero, si era virgen, corría el riesgo de hacer de esto una experiencia dolorosa si no lo tomaba con la debida paciencia, y él no quería que hubieran motivos para que ella no quisiera repetirlo luego.

Sus dedos se introdujeron en ella como un preámbulo al sexo mismo, y aunque el pánico comenzaba a dibujarse en el rostro de Hermione, sólo cuando él se había posicionado en ella como era debido, ocurrió lo impensable.

- Espera...- terror: eso era lo que se advertía en su voz. Draco se mordió la lengua, con la respiración acelerada y la sangre bombeando furiosamente en sus oídos, mientras paralizaba sus músculos sin querer creer lo que iba a pasar.- No sé si... No sé... No puedo...- y las manos de ella se ubicaron sobre los hombros de él, presionando ahí para alejarlo.

Draco sintió una ira infinita apoderarse de él. ¿Sería en verdad posible que ella lo hiciera detenerse ahora? ¿Qué diablos creía Granger que era él? ¿Un jodido aparato muggle al que se le podía apagar de un momento a otro? Las frases menos santas que había aprendido en su vida se vinieron a su cabeza en ese instante, y el rostro espantado de la joven se le antojó la cosa más digna de odio en el mundo.

Pese a la oscuridad, Hermione notó el modo en que sus ojos se tornaron más oscuros que nunca, y no precisamente de placer. Su rostro se había tensado en una expresión contraída que, aunque bella, era digna de temer, y ella recordó recién entonces quién era él realmente, y el tipo de marca que ocultaba bajo la manga de aquella camisa que no se había querido quitar del todo, probablemente por lo mismo.

- No sé si quiero hacer esto...- susurró ella, a modo de disculpa, aunque no sabía en verdad si debía disculparse.

Draco rodó sobre su espalda, liberándola del peso de su cuerpo, y llevó uno de los antebrazos sobre su frente, buscando controlar su respiración. ¿Qué más podía hacer? Notó como ella se incorporaba a su lado, abrazándose a sus piernas, al parecer tomando conciencia del frío de la habitación, y sin atreverse a mirar a Draco ahora que la razón parecía haber regresado a su siempre pensante cerebro y la desnudez de él la intimidaba.

Furia: eso era lo que se apoderaba de él con cada respiración, y se incrementaba al recordar todas las veces en que ella lo había hecho detenerse y él había aceptado. Todas las veces en que le hacía creer que podía avanzar y luego lo atajaba, como si fuera un juego para ella. Un juego donde él quedaba ridiculizado en su estúpido anhelo de conseguir acostarse con ella.

¿Sería un maquiavélico plan de Granger para vengarse de todas las ofensas recibidas en el pasado? En ese instante en que la ira dominaba sus pensamientos, parecía un razonamiento lógico, y el sentirse usado de ese modo por ella no hizo más que enardecer su ya excitado ánimo.

Hermione no sabía qué decir. Tomar conciencia de la desnudez de ambos, de lo que había estado apunto de ocurrir hacía que su estómago se revolviera. ¡Si al menos estuviera segura de los sentimientos de él, de que él sentía por ella algo por lo cual valiera la pena entregarse! Pero no tenía certeza de ello y todo apuntaba a que las posibilidades de que él la amara alguna vez eran pocas.

Habría querido preguntar, saber si en verdad sentía algo por ella, pero temía a la respuesta que encontraría y no sabía tampoco cómo formular la pregunta sin quedar demasiado expuesta, sin que él notara que ella sí sentía por él mucho más de lo que ella misma admitía.

Y entonces lo sintió reír, pero no era una risa bonita. Era una risa que la hizo temblar.

- ¿Quién lo habría dicho?- exclamó él de pronto y ella se sintió obligada a mirarlo. Él seguía tumbado boca arriba cuando encontró sus ojos. En su mirada había algo que le recordaba el odio de otros tiempos.- La santurrona de Gryffindors es una jodida provocadora.- Hermione abrió los ojos aturdida, sin creer lo que escuchaba.- McLaggen lo dijo todo el tiempo, contó a todos cómo lo habías toreado toda la fiesta de Slughorn para luego mantenerlo a raya, pero no le quisimos creer. ¿Quién podría creer algo así de la señorita perfecta?- en sus palabras había rabia, es cierto, pero también algo más que Hermione logró advertir: estaba dolido.

- Draco, yo no...

- ¿Es así también como mantienes el interés de San Potter y la comadreja?

- ¿Cómo puedes decir...?

- Siempre fue para todos un misterio el por qué te seguían a todas partes... Creo que al fin sabemos por qué...

- Sólo porque sé que estás molesto voy a pasar por alto lo que...

- ¿Molesto? No, Granger... Yo no estoy molesto.- la ironía en su voz era evidente.- Es más, para mostrarte que no hay rencores, te voy a hacer un favor.- fue entonces que ella advirtió el cruel brillo de sus ojos, y aunque sintió el impulso de escapar de su lado rápidamente, Draco pareció advertirlo pues tomándola del brazo la atrajo hacia sí, y en un rápido movimiento la aprisionó bajo su peso.- Te voy a enseñar una lección que tus padres pasaron por alto, y es la importancia que tiene terminar lo que empezamos...- ella se removió bajo su cuerpo intentando liberarse. El pánico era evidente en su expresión- Así es, mi querida Hermione,- puso especial cuidado en pronunciar su nombre con un cariño fingido, casi cruel.- Vas a terminar lo que empezaste.

- No quiero, Draco. No así...- Draco separó sus piernas en un modo que nada tenía que ver con la ternura de antes, y Hermione, intentando inútilmente escapar de su agarre, se paralizó al comprender lo que estaba a punto de ocurrir.

- OH, si... sí quieres...- la besó, sin importar que ella no respondiera al beso.- ¿Y sabes cómo sé que quieres, Hermione? Porque tu cuerpo te traiciona...- uno de sus dedos se introdujo en ella sin mayor preámbulo.- Esta humedad que hay en ti me dice que quieres esto tanto como yo, o incluso más que yo...- y su mano viajó hasta su seno para entretenerse ahí masajeando en un modo sugestivo- Dime, Hermione... ¿No quieres saber lo que se siente que te joda alguien que sepa como hacerlo?- Ni él mismo sabía porque estaba siendo tan cruel, pero la rabia que sentía era tan grande que no lo dejaba pensar en nada más.- Dudo que el idiota de Weasley haya sabido tocarte en el modo que tú quieres... ¿ o es que en verdad eres virgen, Hermione? ¿Lo eres?

- Solo hazlo...- Recién entonces Draco se percató de la expresión de su rostro. Las lágrimas asomaban a sus ojos y su cuerpo, inmovilizado por el peso de él, no oponía ya ninguna resistencia. En su cara ya no había pánico, sino algo aún más terrible: dolor.- ¡Hazlo de una vez, Malfoy!- exigió con rabia, con miedo, con algo que lo hizo temblar.- Sólo hazlo de una buena vez y acaba con esto si eso es lo que quieres.- Y ahí estaba otra vez, esa jodida sensación nauseosa que se apoderaba de él ante la idea de herirla. Algo le oprimía el pecho y lo mareaba, impidiéndole siquiera pensar, siquiera moverse. ¿Cómo habían llegado a eso? ¿Cómo se había atrevido él a tanto?- ¡Hazlo, maldita sea!- exigió ella, esta vez con las lágrimas bañando su rostro y temblando bajo su peso.

- No puedo...- seguía sobre ella, sin moverse, pero la expresión de su rostro había cambiado repentinamente. Ya no había odio ahí, sino algo muy distinto: ¿miedo?- No puedo... No puedo hacerlo.- Y de pronto Hermione comprendió que Draco no parecía estar hablando con ella, sino que se hablaba a sí mismo.- No puedo...

- ¿Qué es lo que no puedes, Malfoy?- Fue entonces que él tomó asiento, alejándose de ella como si el contacto con su cuerpo le quemara. Ella lo observó en silencio unos instantes, cubriendo su propia desnudez con sus brazos, mientras él se colocaba los pantalones con una rapidez que transmitía algo de desesperación.- ¿Qué es lo que...?

- No puedo hacerte daño.- dijo él, sin mirarla, con voz grave y ahogada. Cada palabra parecía dolorosa cuando salió por su boca, como si sufriera ante aquella idea. Se inclinó a recoger la ropa regada por el piso. No había vuelto a mirarla mientras lo hacía, y lo siguiente que oyó Hermione fue la puerta al cerrarse.

-HP-

Ron aún buscaba las palabras adecuadas para disculparse, mientras caminaban por las calles de Diagon Alley. Daphne no le había hablado más que un par de veces para darle respuestas cortas, de lo que él deducía que seguía enfadada. Por eso, cuando al fin ella habló, tan preocupado estaba él en formular una respuesta que les permitiera mantener una conversación, que no se percató de la preocupación que había en el tono usado.

- Creí que tu hermano había dicho que esto estaba lleno de aurores...- dijo Daphne, con los ojos entrecerrados, y expresión atenta.

- Si... eso dijo...- Ron se encogió de hombros.- Pero así es Percy. Siempre cree que el Ministerio hace todo bien.

- Quizá no fuera buena idea venir tan tarde, después de todo... La mayoría de los locales están cerrados y no podremos comprar todo lo necesario.

- El Caldero Chorreante está siempre abierto... - Se detuvo Ron, mirando en dirección contraria a donde estaban.- Si quieres podemos ir a...

- ¿Al Caldero Chorreante?- Daphne lo miró con escepticismo.- ¿En verdad crees que sea buena idea arriesgar a que reconozcan tu roja cabeza por ahí?- aunque el comentario parecía ser un reto, al menos había retomado el tono burlón que tenía siempre y que Ron comenzaba a extrañar. ¿Significaba eso que ya no estaba tan enfadada?- No sabemos si hay espías por acá y no me gustaría que te reconocieran y debiese salvarte el pellejo otra vez, Weasley.

- No creo que estén realmente tan interesados en andarme siguiendo...

- ¿Bromeas, verdad?- sonrió ella en aquel modo encantador que tenía de sonreír, y Ron sintió que en verdad debía haberlo perdonado- Eres el mejor amigo del elegido... es seguro que estás en la lista de los mortífagos... Así que te voy a pedir que al menos mientras estemos aquí uses la capucha para ocultar tu cabello.

- Ya oíste lo que dijo Percy... es seguro caminar por aquí.

- Para mí sí, porque nadie me quiere echar el guante... pero para ti... no estoy tan segura...

- ¡Y qué si algo me pasa! ¿Te afectaría mucho?- preguntó, poniéndose súbitamente colorado, lo que hizo reír a Greengrass.

- Puede que sí...- susurró sugestiva y Ron tuvo entonces la certeza de que lo había perdonado, con lo que respiró más tranquilo, aunque cambió el tema tan abruptamente como pudo, señalando que la botica aún parecía estar abierta, por lo que podrían comprar al menos los ingredientes que aparecían en la lista.

- ¡Ya extrañaba este olor!- exclamó Daphne con cara de asco, cuando el olor a huevo podrido que solía tener el lugar le llegó a las narices. Ron pensó que incluso haciendo ese tipo de muecas lucía hermosa.

- Lo siento, ya estamos cerrando...- le llegó la voz de la única dependienta que quedaba en el lugar. Los estantes, tapizados de frascos con polvos y líquidos de todos los colores, era lo único que quedaba ahí, pues los jarrones llenos de plantas que solían ubicar en el centro habían sido retirados ya al invernadero. Sin duda había pasado un buen rato desde que el último cliente entrara a la Botica.

- ¿Por qué cierran tan temprano ahora?- preguntó Greengrass y la mujer le explicó que llevaban meses cerrando a las cinco en punto, por la poca afluencia de público que se daba en estos tiempos. Pero como Daphne insistiera en que no podía volver al día siguiente, la mujer accedió a venderles los ingredientes que buscaban.

- El polvo de cuerno de unicornio está en ese estante de al fondo...- indicó la mujer, pidiendo a Ron que lo buscara él mismo, mientras ella iba por los crisopos que mantenía guardados en el invernadero.

- Es curioso...- dijo Ron de pronto.- cuando era niño y venía aquí por ingredientes, siempre me pareció un lugar con magia propia... El colorido de los frascos, las plantas, los vapores... todo... ¿No te ocurría lo mismo?

- No...-sonrió ella, aunque sin dejar de mirarlo. El brilló que inundaba la mirada de Ron cuando hablaba de episodios felices de su infancia era algo que la fascinaba.- Supongo que pociones no era lo mío.- apoyó sus brazos en el mostrador y una de sus manos se detuvo a dibujar círculos sobre los restos de polvo multicolor que había sobre el vidrio, sin mucho entusiasmo.

- ¿Y qué era lo tuyo?- preguntó Ron, con franco interés, su cuerpo a no más de medio metro de ella, y su mano imitando la de ella en la inútil tarea de remover el polvo. Greengrass mordió su labio pensativa y se atrevió a dejar claro su interés una vez más, rogando mentalmente para no espantarlo.

Ron sintió sus latidos detenerse al advertir la figura que la joven había dibujado sobre el vidrio, claramente con intención de que él la viera. Se preguntaba si ese redondeado corazón que había hecho ella con su dedo significaría lo que él creía, y solo cuando giró a ver el rostro de ella comprendió que la respuesta era un rotundo sí.

Al instante siguiente la mano de la joven había contactado la suya y él sabía que el paso siguiente dependía de él. Que ella le estaba dejando la opción a él. Y Ron sintió su estómago revolverse, pero en un modo agradable, mientras su rostro descendía hasta el de ella para acortar la distancia entre sus labios.

- ¿Ya encontraste el frasco, querido?- llegó la voz de la dependienta que había regresado trayendo un par de baldes con ella.

- Si... No... eh...- tartamudeó nervioso- ahora voy por él...- y miró hacia Daphne, encontrando en sus labios una sonrisa, por lo que él no pudo evitar sonreír también mientras caminaba a la repisa indicada.

Daphne sintió de pronto que una infinita felicidad la embargaba y se giró sobre sus pies para ocultar la sonrisa a los ojos de la dependienta, cuando distinguió a través de los amplios ventanales un par de encapuchados acercándose a la entrada del lugar. Sintió que su corazón se paralizaba al comprender lo que ocurría y sus dedos apretaron su varita con fuerza mientras caminaba en dirección a Ron pensando en algo, lo que fuera, que pudiera sacar al pelirrojo de ahí a tiempo.

- Creo que este es...- dijo Ron caminando hacia ella y por un instante su rostro palideció al encontrarse con Greengrass apuntando la varita contra él.

- ¡EVANECCIERE!- gritó ella, al tiempo que la puerta se cerraba tras ella para dejar pasar a los encapuchados, y Daphne no alcanzó a girarse cuando la varita ya había sido arrancada de sus manos, y un brazo fuerte se enroscaba a su cintura.

- Quieta, bonita...- susurró el hombre a su oído.- ¿A quién estabas hechizando ahí?

- Una rata... Vi una rata...- su voz sonó mucho más afectada de lo que ella quería, pero el hombre se limitó a sonreír.

- ¡Cormack!- sonó la segunda voz tras de ella.- A lo nuestro.

El agarre sobre su cintura había cedido y Daphne se giró lentamente aparentando una tranquilidad que no tenía. El hombre que estaba inmediatamente tras de ella era de una robustez llamativa, y su prematura calvicie, combinada con sus dos metros de altura, le daban un aspecto mucho más intimidante de lo que ella habría deseado. El otro mortífago no se había quitado la capucha y aún llevaba puesta la plateada máscara cubriendo la mitad de su rostro. Su varita apuntaba a la mujer tras el mostrador que, paralizada por el miedo, alzaba los brazos en señal de sometimiento.

- ¿Dónde está Longbottom?- su voz tenía una calidez que dio a Daphne la falsa idea de ternura, que contrastaba con el modo en que su rostro parecía gozar con el miedo plasmado en los ojos de la dependienta, quien abrió y cerró la boca un par de veces, aturdida.- Vamos, no es tan difícil... Un chico de unos veinte años, alto, pelo oscuro. Aspecto de lerdo... No son muchos los jóvenes que frecuentan su botica estos días.

- Yo no lo sé... Los únicos chicos que han venido son ellos...- Daphne tragó saliva cuando los rostros de ambos hombres se giraron hacia ella otra vez. Hasta entonces se había mantenido quieta, buscando la oportunidad de recuperar su varita para escapar, pero sabía que, tras la imbécil declaración de la mujer, las posibilidades de huir se habían reducido a cero. Pero debía haber un modo... No podía rendirse tan fácilmente.

- ¿Una rata, eh?

- Es una rata en cierto modo...- intentó sonreír ella.- como todos los hombres...

- ¿Y se puede saber dónde está esa rata ahora?- preguntó el más grande de los dos. El otro mortífago, el enmascarado, se limitaba a observarla. Una sonrisa se advertía en la parte expuesta de su rostro, por debajo de su máscara. Parecía divertido.

- Lejos de aquí supongo... no lo sé... Estaba tan enfadada con él que no me detuve a pensar donde lo enviaba.- las mentiras fluían de sus labios con una facilidad que la llevaron a felicitarse mentalmente. Si lograba salir de esta, sin duda buscaría alguna profesión donde la capacidad de mentir bajo presión fuese bien remunerada.

- Pero no era el chico que ustedes buscan...- llegó la voz temblorosa de la dependienta. Daphne nunca había sentido tantas ganas de matar a alguien como lo sentía entonces, al saber lo que la mujer estaba a punto de decir.- Ustedes buscan a un moreno han dicho, y este joven era pelirrojo.

La mirada que compartieron los mortifagos dejó en claro a Daphne que habían sacado sus conclusiones.

- ¿Un Weasley?- preguntó el hombre a la dependienta.

- No lo sé... yo no... hay tantos pelirrojos que en verdad no estoy segura de si...

- ¿Ronald Weasley?- la mujer miró al hombre sin saber qué responder ante la pregunta y luego sus ojos viajaron hacia Daphne.- Oh, es cierto... ya que la señorita venía con él, supongo que es una respuesta que ella puede darnos...- y volvió a girarse a la mujer del mostrador.- supongo entonces que ya no requerimos sus servicios... AVADA KEDAVRA- el rayo verde impactó a la mujer antes que comprendiera el significado de las palabras del mortífago y Daphne la vio caer, con su rostro aún gobernado por el miedo.

- Muy bien, Daphne...- la joven apenas logró contener el espanto en su rostro al saberse reconocida.- Si te portas bien y nos dices lo que queremos saber, no habrá necesidad de usar la maldición contigo. No soy particularmente adepto a mandar al otro mundo rostros tan bellos como el tuyo.

- ¿La conoces?- cuestionó el otro mortífago, el que no llevaba máscara, girándose hacia Daphne.

- Es hija de los Greengrass...- sonrió el mortífago acariciando la barbilla, sin dejar de mirarla.- reconocería esa linda carita donde fuera... Aunque claro, estás mucho más crecida que la última vez que te vi.

Daphne no dejó que ninguna mueca se posara en su rostro. Su cabeza no hacía más que pensar en algún modo de recuperar su varita.

- ¿No me recuerdas, verdad?- Caminó hacia ella, con tal descaro, que Daphne se vio obligada a retroceder hasta que su espalda contactó la repisa tras ella. El hombre pasó la mano frente a su máscara, que se deshizo en una hebra de humo negro y bajó la capucha. Sus bellos ojos verdes quedaron al descubierto y Daphne sintió deseos de vomitar, al recordar al hombre.

Era un invitado frecuente a las fiestas que organizaba su madre en la mansión cuando ella era una niña. Daphne tenía solo trece años, cuando ese hombre la había toqueteado desvergonzadamente por debajo de la mesa. Un par de canas coronaban su cabello negro ahora que debía bordear los cuarenta, pero su rostro, aquella expresión encantadora y a la vez temible de su rostro le hizo recordar a Daphne el asco sentido entonces.

- ¿No se supone que los Greengrass habían huido?

- Supongo que dejaron a su hija mayor atrás... Pero dinos, Daphne, ¿qué hace alguien como tú con un pobretón como Ron Weasley?

- No he visto a Ron Weasley desde que dejó Hogwarts.- el hombre sonrió en aquel modo que lo hacía él. A Daphne se le antojaba la expresión más cruel que había visto jamás.

- CRUCIO

Daphne Greengrass no era ajena al dolor físico. En más de una ocasión, y por motivos que prefería mantener encerrados en su memoria, había recibido golpes y heridas que habrían puesto de rodillas a cualquiera. Tampoco era ajena al dolor psicológico, que en su opinión, era peor que los golpes. Pero era la primera vez en toda su vida que Daphne recibía la maldición Crucciatus, y aunque cayó al piso incapaz de sostenerse, mientras las miles de agujas la clavaban por todas partes, se intentó convencer de que no era un dolor tan terrible como Draco había dicho que era.

No les daré el gusto de verme llorar...

- Y ahora, Daphne... ¿nos dirás dónde está Weasley?- el hombre se había arrodillado hasta quedar muy cerca de ella en el suelo, deleitándose en el espectáculo que daba la rubia al contener el llanto. Pero se sorprendió igualmente cuando la oyó reír.- Vamos... no quieres sentir ese terrible dolor de nuevo, ¿o si?

- Ni aunque supiera donde está Weasley les daría el placer de decírselos...- lo enfrentó con sus ojos cargados de todo el odio que pudo reunir.- En cuanto a los cruciatus, podemos seguir con ellos toda la noche... me han parecido unas cosquillas de lo más placenteras.- sonrió, como solo ella sabía hacerlo.

No me verán llorar...

Pero el modo en que la sonrisa del hombre se amplió ante aquel comentario, la hizo arrepentirse de lo dicho.

O quizás si...

- Entonces...- el hombre la alzó desde el piso, enredando sus dedos en los cabellos de ella, hasta que su cálido aliento impactó en el rostro de la rubia.- tendremos que buscar algún incentivo menos... placentero.

Daphne sintió su estómago revolverse.

-Fin del Capítulo 8-

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