CAPÍTULO 6: DEAN THOMAS
"¡Pobre chiquita mía! Sólo por una peligrosa ignorancia de su naturaleza ha podido nacer ese ensueño en su cabeza. Le suplico que no crea que él guarda tesoros de bondad bajo ese exterior sombrío. No es un diamante en bruto... ni una perla oculta, sino un hombre despiadado, tan cruel como un lobo."
CUMBRES BORRASCOSAS- Emily Brönte.
Draco estaba seguro que de no ser por la inoportuna intervención de Dean Thomas, habría podido conseguir mucho más de la sangresucia. El modo en que ella había correspondido al beso no dejaba dudas. La muy bruja lo quería. ¡Había que ver lo masoquistas que podían ser los gryffindor! Porque, después de todo lo que él le había hecho durante años, tener por él algún sentimiento distinto al desprecio debía ser masoquismo.
De todos modos, Draco no se quejaba, pues fuera por la razón que fuera que Granger lo deseara, era esa una buena oportunidad para fastidiar a Weasley. ¡Cómo le habría gustado ver la cara que la comadreja pondría si lo supiera! Pero no era el momento. Había mucho más que hacer con Granger antes que llegara ese momento, y al parecer, la tarea no sería del todo desagradable, pues la sangresucia había demostrado ser bastante fogosa cuando quería.
Sonrió sin querer al recordar el sabor de su boca, el aroma a miel de su cabello enmarañado y la tibieza de su piel. Nunca habría imaginado que besar a la come libros pudiera ser tan agradable, pero lo era, y la idea de cuántas otras cosas agradables se podrían hacer con ella pululaba en su cabeza constantemente.
Por suerte había sentido los pasos de Thomas acercarse, de modo que se apartó de ella a tiempo para que él no viera nada comprometedor. Así pues, nadie más que él y ella sabían de ese beso y estaba seguro, por la vergüenza reflejada en el rostro de ella cuando salió del cuarto junto a Thomas, que ella no se lo diría a nadie.
Y el que fuese algo oculto a los ojos de los demás solo añadía más encanto a la situación.... Por ahora.
No encontraba la hora de volver a verla, y mientras terminaba de mezclar los ingredientes de su nueva poción en la fría soledad del sótano, planeaba cómo debía ser ese reencuentro.
Sólo una cosa lo molestaba, y era la fastidiosa sensación de estar haciendo algo incorrecto que lo atormentaba constantemente, por mucho que él quisiera ignorarla. ¿Desde cuándo tenía conciencia? Incluso mientras la besaba, mientras devoraba su boca pensando en cómo ardería Weasley de rabia si los viera, la idea de herir a la joven lo incomodaba, e imaginar el llanto de ella le revolvía el estómago.
Pero no debía pensar en eso. No ahora que comenzaba a divertirse.
-HP-
Dean observaba de cerca a Hermione, mientras el profesor Lupin explicaba las razones por las cuales debían tomar una participación más activa en la batalla que libraban los de la Orden. Dean no tenía ninguna razón especial para oponerse a la idea de entrenarse, sino todo lo contrario. Hacía tiempo que comenzaba a sentirse inútil encerrado en aquellas cuatro paredes donde poco a poco iba olvidando lo aprendido en Hogwarts, mientras se convertía en un inerte espectador de los progresos de Harry. Pero ahora no quería pensar en eso, sino en Hermione. En ella, y en la extraña situación en que la había descubierto junto a Malfoy.
Había ido en busca de la joven a instancias de Lupin, cuando la vió con el rubio, con los labios muy rojos y el cabello desordenado. Ciertamente no parecían estar terminando una discusión, como habría sido lo esperable tratándose de ellos. Aún así, Hermione lo había seguido en silencio sin siquiera volver a mirar al rubio, y el Slytherin había observado la escena sin emitir comentario, lo que era aún más sospechoso.
¿Sería posible que entre Hermione y Malfoy...? El solo pensarlo le hacía hervir la sangre, pero no por la relación entre esos dos en sí, si no por la idea de que los Slytherin estuvieran conquistando a las pobres incautas. Lo que Malfoy hiciera o dejara de hacer lo tenía sin cuidado, pero el hecho de que fuera Slytherin le recordaba lo que estaba haciendo el otro, el que sí le importaba, el maldito de Theodore Nott.
No era lo que pudiera ocurrir a Hermione el problema, sino que pudieran hacer sufrir a Luna.
Luna...
Tras ser rescatados de la Mansión Malfoy, y antes de llegar a Grimmauld Place, Luna y él iniciaron lo que prometía ser una hermosa amistad en el tiempo compartido en casa de los Weasley. Incluso después de llegar al cuartel de la Orden, una de las razones que tuvo él para quedarse fue precisamente ella, protegerla a ella, que siempre parecía tan frágil, tan inocente, y tan hermosa.
No sabía en qué momento había comenzado a verla hermosa, pero fue gradual a través del tiempo que tuvo para compartir con ella y darse cuenta de la belleza de sus sentimientos y de la maravillosa sencillez de sus locuras. No es que Luna fuera realmente loca, como la gente creía, sino que tenía una fe tan ciega en los demás, y compartía con tanta convicción las creencias de aquellos que quería para no hacerles daño, que salía de la norma, y por ello la gente la consideraba excéntrica.
Pero él había quedado encantado con aquella pureza del alma de la joven. Había quedado fascinado con su capacidad de comprender a todos sin que mediaran palabras, maravillado con su especial habilidad para dar esperanzas en los momentos de angustia, y prendado, en un modo que nunca creyó posible, de la transparencia de sus ojos.
Sin embargo, Dean no era bueno expresando sus sentimientos, ni tampoco estuvo seguro de ellos hasta el día en que apareció Theodore Nott. Y para entonces, ya era demasiado tarde. Él mismo, molesto ante la cercanía que el Slytherin mostraba con la rubia, se fue alejando de ella cuando él estaba presente, cediendo, sin saberlo, más y más espacio al maldito. Y de un momento a otro, antes que él pudiera notarlo, Luna y Nott eran inseparables.
Hacía solo unas semanas, al verlos tan juntos, con Nott respirando tan cerca de la oreja de la rubia, toda la rabia acumulada durante esos meses contra el slytherin bulló en él, sin encontrar mejor opción que provocarlo cuando lo tuvo cerca. Desafortunadamente las cosas no salieron bien, y terminó suspendido del techo y boca abajo, sin que Nott hubiese dicho palabra alguna. El muy ruin manejaba magia sin varita, y por la maquiavélica sonrisa que inundó su cara al tenerlo a su merced, Dean comprendió que el joven era en verdad peligroso. Más incluso que el engreído de Malfoy.
Pero Luna no veía esto, por supuesto, por más que él había intentando hacérselo ver. Ella solo sonrió y le dijo que "Theodore"- así lo llamaba ella- era en verdad una buena persona. Así era Luna, solo podía ver bondad en la gente. ¡Y el maldito slytherin se aprovechaba de ello!
- ¿Ocurre algo, Dean?- preguntó Lupin de pronto, obligándolo a regresar su atención a lo que hablaban. El negó con la cabeza y aseguró que estaba deseoso de participar de la Orden. Lo mismo hicieron los demás, a excepción de Parvati Patil, quien dijo no entender por qué tenían ellos que arriesgar su vida cuando los Slytherin podían quedarse vegetando en aquel lugar sin participar de nada.
Y ante esa pregunta, el pecho de Lupin se hinchó de alegría por lo que parecía considerar una buena idea y la expuso. Dean no podía creer lo que estaba oyendo.
-HP-
- ¿De modo que quieren que nosotros participemos de la Orden?- preguntó Daphne con cierto escepticismo. Theodore y Draco estaban junto a ella, reunidos frente al hombre lobo y la mujer con cabello de colores llamativos que alegaba ser prima del rubio, mientras le exponían su demencial idea.- Nadie me habló de eso cuando me trajeron acá. De haber sabido me quedaba en Hogwarts.- explicó, molesta ante la idea de que le pidieran arriesgar su pellejo.
- No estamos diciendo que tengan que salir a perseguir mortífagos, Daphne- habló Tonks, tropezando con la alfombra cuando caminaba hacia ellos, lo que la obligó a apoyar su mano en la mesa para evitar caer. Daphne pensó que esa torpeza de la auror, debía ser una de las razones por las que Draco no les había hablado de su "prima'' .- Es más bien para que estén entrenados por si llega el momento de...
- ¿Por si se les acaban los aurores y no tienen a qué echar mano?- preguntó Draco, con los brazos cruzados sobre el pecho y una ceja alzada.
- Es una forma de verlo...- soltó Tonks.
- La otra es pensar que así estarán más preparados en caso de que logren atacarnos aquí.- agregó Lupin.- Tarde o temprano llegarán aquí, y ustedes lo saben. Por eso es conveniente que participen del entrenamiento. Podrían aprender muchas cosas que...
- ¿Y qué podrían enseñarme ustedes que no haya aprendido ya de mi adorable tía?- preguntó Draco altanero. Lupin lo miró en silencio pues Malfoy tenía razón. ¿Qué podía ofrecer a alguien educado por la mano derecha de Voldemort? ¿Practicar inocentes encantamientos?
- Yo no tengo una tía tan avezada en hechizos que me enseñe, pero puedo batírmelas con lo que sé, gracias.- dictaminó Daphne, aun molesta ante la idea de que quisieran arriesgar su bello pellejo. Si algún día quería hacerse la valiente y enfrentarse a los mortífagos, no sería porque alguien más la enviara como si fuese un elfo doméstico ¡¿Qué se habían creído los de la Orden?!
- ¿Y qué hay de ti, Theodore?- preguntó Tonks, mirando al muchacho que se había mantenido en silencio con la espalda pegada al respaldo de la silla, y los ojos fijos en Daphne. Giró a mirar a Tonks como si de un bicho molesto se tratara.
- ¿Qué pueden enseñarme?- dijo Theo, con los brazos sostenidos sobre los muslos en actitud relajada.
- ¡Oh!, muchas cosas...- brillaron los ojos de Tonks con entusiasmo- Ustedes no terminaron Hogwarts así que hay muchos encantamientos que aún no conocen, como...
- ¿Como invocar una cortina de agua, o utilizar la magia antigua para salvar a los que amamos?- la sonrisa de Theo se torció con burla.- Nada de eso servirá con ellos, y ustedes lo saben. Pues mientras ustedes luchan por defenderse, los otros buscan la muerte de todos y cada uno de los de la Orden. Esa es la razón por la cual ellos siguen multiplicándose, ya sea entre las filas del señor oscuro o en Azkaban, mientras los aurores son cada vez menos.- La chica de cabellos coloridos parecía no encontrar palabras para responder a los ojos negros de Theodore.- Ellos los están aniquilando y seguirán haciéndolo mientras ustedes quieran mantener la pureza de sus inocentes almas.
El hombre lobo lo observó en silencio un largo instante, porque seguramente sabía que era cierto. Todos y cada uno de ellos titubeaban cada vez que debía generar un daño real en el oponente, porque habían principios de por medio, y leyes, y juicios. Los mortífagos, en cambio, atacaban a matar. Ellos no daban oportunidades ni tenían más código moral que la supervivencia.
- Tienes razón.- dijo al fin Lupin, para sorpresa de todos.- Los mortífagos nos llevan mucha ventaja.- sus ojos se clavaron en Theodore- Y creo que por lo mismo, Draco y tú son los más indicados para enseñar a los demás el modo correcto de atacarlos.
Todos se giraron a mirar al antiguo profesor, y ni siquiera Daphne reclamó ante la injusticia de no haber sido considerada como alguien de quien pudieran aprender, porque nunca nadie había acusado tan abiertamente a Theodore de ser un mortífago. Todos lo suponían, pero nadie lo había dicho.
Theodore arqueó la sonrisa en aquel modo que tenía de hacerlo y desabotonó su manga izquierda, sin despegar los ojos de Lupin, hasta que la blanca piel de su antebrazo estuvo expuesta al hombre.
- No hay ninguna marca ahí.- dijo a Lupin. Draco se maravilló del poder de convencimiento de Nott. Hasta él le habría creído de no saber la verdad; de no saber que, con marca en el antebrazo o no, Theodore sí había sido un mortífago, en el amplio sentido de la palabra.
- ¿Puedes enseñar lo que sabes?- preguntó Lupin, ignorando la desafiante actitud de Theo. El silencio se mantuvo unos instantes más.
- No importa lo que les enseñe. Jamás estarán realmente dispuestos a usarlo.- alegó el joven.
- ¿Lo harán?- volvió a preguntar Lupin, esta vez girando sus ojos también a Malfoy.
- Con una condición...- y una maquiavélica sonrisa se posó en los labios del rubio.
-HP-
- ¡No puedo creer que hayan aceptado esto!- alegaba Ron en el comedor. Harry, Hermione y Ginny lo miraban en silencio.
- Al parecer, fue la única condición que pusieron.- repuso Harry, como si la cosa no importara.
- ¿Y tú no harás nada?- seguía Ron- ¿No te importa dejar que ese maldito te de órdenes y aproveche cada instante para ponerte en ridículo? Porque eso hará, Harry. Si son ellos quienes dirigen los entrenamientos en lugar de ti, Malfoy buscará la forma de ridiculizarte, o hacerte daño.
- ¿Qué otra solución tenemos?- interrumpió Hermione- Lupin insiste en que deben enseñarnos y la verdad es que... puede que tenga razón. No me mires con esa cara, Ron. Todos sabemos que ellos conocen gran parte de los hechizos que utilizarán los mortífagos contra nosotros algún día. Yo no digo que debamos aprender a utilizarlos, porque la mayoría van en contra de lo que nosotros representamos, pero ¿no te parece que es una buena oportunidad para saber cómo contraatacar?
- Hermione tiene razón.- los tres giraron a mirar a Ginny- Además, ¿qué esperaban? Malfoy es un engreído y siempre lo ha sido, no existe modo de que acepte estar a las órdenes de Harry durante el entrenamiento. Pero allá afuera, Malfoy será el mismo cobarde de siempre, y entonces será Harry quien deba dirigirnos. ¿Qué importa aguantar mientras tanto a ese idiota mimado?
Hermione despegó los labios para decir algo en defensa de Malfoy pero guardó silencio. ¿Qué podía decir? ¿Que el rubio ya no era un cobarde? ¿Qué había cambiado? ¿Qué ahora le gustaban los hijos de muggles? Ni ella misma tenía la certeza de ello, por mucho que deseara que así fuera.
La única certeza que tienes es que besa maravillosamente, dijo una vocecita en su cabeza.
Cuando la discusión terminó y caminaba de regreso a su cuarto, pensaba en él, y en el beso. En aquel primer beso- porque, ahora sabía que el contacto de labios que había tenido con Krum no contaba como tal- que había sido todo y más de lo que había imaginado nunca. Un beso que la había hecho olvidar todo lo ocurrido antes y que le prometía mil sensaciones futuras tanto o más placenteras, aunque ella no creía que algo pudiera superar aquella sensación vertiginosa de caer en el limbo del olvido absoluto y el renacer y el desear que todo siguiera un curso natural donde él caminara a su lado... ¡Qué ilusa se sentía a veces!
Golpeó su cabeza con su mano al notar que pensaba tonterías, pero es que todo en ella quería pensar así. Todo en ella quería gritar a los cuatro vientos que era el día más feliz de su vida y que todo era perfecto, porque había participado de la sensación más maravillosa del mundo. Pero entonces, su parte racional le recordaba con quién había sido ese beso, y la preocupación la embargaba, aunque ni eso lograba borrarle la sonrisa de los labios.
Después de todo, él ya no era un mortífago y nadie más sabía de lo que había entre ambos. ¿Quién, por tanto, podía decirle nada? ¿A qué temer si no podían juzgar lo que no imaginarían nunca? Porque en verdad aquella relación era inimaginable.
Y en su cuarto, sobre la cama, rememoraba el beso. Y lo imaginaba tocándola, deseándola, amándola... en algún mundo imaginario donde aquello fuera posible.
-HP-
Luna danzaba al compás de una música inexistente, tarareando una melodía que nada tenía que ver con el ritmo de sus pasos, mientras observaba el tul del largo vestido ondear entre sus piernas. Había descubierto ese cuarto una tarde, por accidente. Atiborrado de cajas llenas de libros y mapas, y cuadros sin rostros, y alfombras y ropas, y baúles y fotos, y quién sabía cuántas cosas más que habían arrumbado ahí cuando la Orden hizo su llegada, relegando aquel gran cuarto a guardar tesoros viejos que se cubrían de polvo, polillas y arañas.
En medio de esos baúles encontró el viejo vestido que ahora usaba, un vestido que debió ser muy caro y elegante cincuenta años atrás, pero que ahora estaba algo apolillado y pasado de moda, pero no para Luna, para quien, aquella tela desteñida por el tiempo tenía el encanto del misterio.
¿A quién había pertenecido? ¿Con ocasión de qué fue comprado? ¿Habrá hecho feliz a su dueña la noche en que se estrenó? ¿Habrá atraído con él la mirada del hombre amado?
Daba vueltas y vueltas hasta marearse en su danza sin sentido, mientras un par de espejos cubiertos de polvo, por detrás de unos libros arrumbados, le devolvían una distorsionada imagen de una joven pálida y soñadora. De una joven que vivía de esperanzas en un mundo que se caía a pedazos. Que veía amor, incluso en aquellos ojos que, bien sabía, no podían amarla.
- Te he estado buscando.- resonó la voz de Theodore Nott a sus espaldas, haciéndola girar con sorpresa. El joven estaba apoyado en la puerta, de brazos cruzados y la observándola. Al parecer, llevaba un rato con sus ojos en ella.
El recuerdo de que aquel interés era producto de una farza asomó por un instante en el infantil corazón de la joven, pero negó con la cabeza, cerró los ojos, y lo alejó de sus pensamientos como lo hacía siempre, para poder mirar hacia aquellos ojos negros que la habían embrujado y no desmoronarse frente a él. No dejarle ver que ella sabía lo que él fingía.
Ella no podía dejarle ver que estaba al tanto de su mentira, no cuando él lo hacía para que todos estuvieran bien. No cuando él estaba con ella para que Voldemort no llegara a ellos.
- Baila conmigo...- caminó hacia él, tendiendo sus brazos, sonriendo como siempre, y tomó sus frías manos entre las suyas para arrastrarlo a la imaginaria pista de baile.
Y él caminó con ella un paso, dos, tres, sin dejar de mirarla, sin soltar sus manos, pero luego ya no se movió. No bailaba. Simplemente la observaba atento, con una expresión en su rostro que era extraña... No... más que extraña. Era una expresión que no transmitía nada, que no decía nada. Pero a Luna no le daba miedo. Algo bueno había en él, aunque nadie más lo viera. Ella lo presentía.
- ¿No quieres bailar?- preguntó suplicante, sin soltar las manos de él, y vio como los labios del joven se arqueaban en una sonrisa. Sus ojos negros se entrecerraron, mientras daba otro paso, para quedar más cerca de ella. Mucho más cerca, y soltó una de sus manos para ubicarla en la espalda de Luna, y luego soltó la otra mano para alzarla hasta el mentón de la joven que observaba sin comprender, hasta que los negros ojos de Theodore comenzaron a acercarse y el corazón latió con fuerza dentro del pecho de ella.- ¡No!- exclamó débilmente, intentando retroceder, pero la mano tras su espalda se lo impidió.
Ella llevó sus blancos brazos hasta el pecho de él y con sus manos lo empujó suavemente hasta que él retrocedió con una expresión contrariada en el rostro, mientras aflojaba su agarre sobre ella y la dejaba retroceder. Uno, dos pasos... solo eran dos pasos pero parecía mucho más.
- Lo siento...- se disculpó ella, sin saber realmente por qué se disculpaba.- Pero no puedo.
- ¿Por qué no?- preguntó él. El timbre de su voz dejaba clara su confusión, como si para él fuera lo más evidente que ella sí quería el beso. Y entonces, vino la pregunta que ella temía. La pregunta que todos hacían. - ¿Acaso no sientes nada por mí?
- Si.- la sinceridad habló por ella.- Pero el sentimiento no es mutuo.
- ¿Y por qué crees entonces que paso contigo el día entero?- el rostro de Luna se giró hasta él en una expresión de franco dolor.
¿Cómo podía preguntarle eso? Tantas veces se hizo ella la misma pregunta. Tantas veces quiso hacerla a él. Pero encontró la respuesta en el modo más doloroso. Y ahora, ahora que lo había asumido, venía él y se lo preguntaba. Lo curioso es que no había reproche contra él, ni contra su fingimiento. No. Luna no era buena reprochando nada, pues pensaba que cada uno era culpable de su propia suerte. Ella había aceptado fingir también todo ese tiempo, pero había cosas que no podía fingir.
- Para mantener los pensamientos de Voldemort lejos de la Orden.- ella estaba de pie frente a él, con su rubio cabello cayendo a ambos lados de su rostro y sus ojos fijos en las orbes negras de él. Vio como el rostro de Theodore se demudaba por completo en una expresión que, por un instante, le dio una apariencia más humana. Estaba contrariado, dudaba. Ella podía sentirlo pese a que él volvió a su actitud impenetrable al instante siguiente.
- ¿Qué te hace pensar que...?
- Te oí hablar con Draco...- lo interrumpió ella antes que él intentara negarlo. No quería darle tiempo para que mintiera. No soportaba la idea de que él le mintiera otra vez y prefería mil veces su silencio a un engaño. Y entonces, tras una larga pausa entre ambos, escuchó una palabra que no esperaba. Una palabra que nadie habría creído. No de él.
- Lo siento.- fue un susurro más que otra cosa. Como si hubiera escapado por sus labios sin él quererlo. Era la confesión de todo. Era la aceptación del engaño. Sin embargo, una sonrisa se dibujó en los labios de Luna. En lo único que ella podía pensar era en la sinceridad de aquel "lo siento", en que quizá por primera vez desde aquella tarde en que iniciaron su relación hipócrita, él estaba siendo sincero con ella.
- Yo no...- sonrió con expresión triste.- Tú no querías traicionar a los de la Orden y yo te he ayudado con eso... Y la verdad es que ha sido muy entretenido no estar sola todo este tiempo...- Los ojos negros de Theodore transmitían desconcierto.- Pero un beso...- se sonrojó al decirlo- No puedo aceptarlo... No mientras ese beso no signifique nada para ti...- tomó aliento y clavó sus ojos en él esperando que comprendiera, esperando la perdonara por no participar de aquella farsa- Porque para mí significa todo...
No volteó a mirarlo. Las lágrimas se habían agolpado en sus ojos y todo cuanto quería era salir de ahí. No quería disculpas. No quería explicaciones. Sabía que ahora todo había acabado. Sabía que ya no habría más Luna y Nott, ni ningún otro comentario respecto al misterio de aquella relación extraña. Sus pasos resonaron en la habitación abandonada y el tul del vestido le rozaba las piernas. Ni siquiera se detuvo a quitárselo.
- ¿Qué pasa, Luna?- era la voz de Dean, quien la sorprendió camino a su cuarto. Ella lo miró con una sonrisa mal dibujada y negó con la cabeza. No quería hablar, o las lágrimas rodarían por su rostro. Puso su mano sobre la oscura mejilla del joven un instante, agradeciendo su preocupación, y siguió su camino sin decir nada.
Pero en su corazón dolía hasta el silencio.
-HP-
- Esto es para ti.- dijo Daphne, sentándose junto a Ron en la mesa de la cocina, mientras le extendía una caja envuelta en papel rojo. El joven, que no terminaba de lamentarse con su madre, Hermione y quien quisiera oírlo por la terrible idea de Lupin de que Malfoy liderara el entrenamiento, tragó su propia saliva, algo incómodo ante el inesperado gesto de ella.
Sintió la mirada extrañada de Hermione, sentada frente a él, y luego los ojos de Molly girarse a contemplar la escena desde su ubicación frente al lavado donde terminaba de guardar los platos.- Es mi propia versión de las ranas de chocolate que, según quienes las han probado, no tienen nada que envidiarle a las verdaderas.
- Gracias.- fue todo lo que Ron pudo decir sintiendo sus mejillas arder. El rostro de Daphne estaba cerca... muy cerca del suyo.
- Habría querido preparar otro pastel de calabaza, pero con lo escaso que estamos de ingredientes, sólo encontré lo necesario para preparar esto. Pero estoy segura que las disfrutarás igualmente.- sonrió, tan maravillosamente como ella lo hacía, mordiendo parcialmente su labio. Los ojos de Ron viajaron hasta ese punto sin poder evitarlo, pero entonces la joven se puso de pie, posando momentáneamente su mano en el hombro de él al hacerlo, y al instante siguiente se había ido.
Ron podía sentir su brazo quemar en aquel lugar donde ella lo había tocado, pero no atinaba a hacer nada más que mirar la caja frente a él, sin siquiera atreverse a abrirla.
- Es una linda chica.- fue todo lo que dijo su madre antes de salir también de la cocina, con una sonrisa que él no se atrevió a interpretar.
-HP-
Cuando Hermione era niña, su madre le leía un cuento sobre una casa de jengibre donde vivía una bruja encantadora que alimentaba a los niños para después comérselos. Ahora no puede dejar de pensar en ese cuento muggle cuando ve a Daphne junto a Ron. Y el pobre Hansel pelirrojo, demasiado ocupado en comer, no parece percatarse de las intenciones de la bruja.
"¿Segura que no quieres?", pregunta Ron, extendiendo la caja, ya abierta, hacia ella, que niega con la cabeza.
Ella quiere decirle que pueden estar envenenadas, que recuerde que es una Slytherin; quiere decirle muchas cosas y debe preguntarse a sí misma si no será por celos. Pero no. Sabe que no son celos, sino miedo. Miedo a que Greengrass pueda herir al bueno de Ron.
- Greengrass...- la llama por la espalda, cuando ha logrado alcanzarla a través del pasillo. El rubio cabello de la joven ondea encantadoramente cuando gira su blanco rostro en busca de la voz que la llama. Hermione observa su rostro y contiene su rabia, pues algo hay de trágico en aquel rostro tan hermoso. Algo asoma en aquella mirada azul que mueve su lástima. El tono de su voz se suaviza al volver a hablar.- Sé que quizá no es de mi incumbencia pero...
Greengrass la observa con rabia, como a un bicho molesto. La observa con aquella mirada que reserva sólo para ella, sin que Hermione logre entender el por qué de su odio. ¿No han dicho todos los demás que la rubia es encantadora?
- ¿Pero qué?- pregunta la rubia con molestia.
- No quiero que le hagas daño.- suelta Hermione de golpe, también molesta ante la agresiva expresión de la joven. Y Greengrass alza una ceja y su sonrisa se tuerce en una mueca sarcástica. "Seguro ha creído que lo hago por celos", piensa Hermione, y se siente obligada a aclarar.- No es por lo que crees...
- ¿Y qué es lo que creo?
- No estoy celosa... Es solo que Ron fue algo así como mi primer amor y, no quiero que sufra.
- Bien.- dice la rubia aún sonriendo. Hermione no logra entender.- Pero ya que estamos aclarando las cosas, la advertencia también va para ti.
- ¿Qué quieres decir con...?
- Que no le hagas daño a Draco...- Hermione suelta una sonrisa ante tal idea. ¡Cómo si pudiera ella hacerle daño a Malfoy! Y luego comprende lo que implica esa advertencia, y tiembla al sentirse descubierta, al saber que Greengrass lo sabe.- También fue algo así como mi primer amor.- Y la rubia se ha girado sin decir más, mientras Hermione se pregunta cómo lo ha sabido, ¿cómo es posible que Daphne...? Y entonces lo comprende todo, o eso cree.
La cólera la inunda al imaginar cómo Malfoy y Greengrass han de burlarse a expensas de ella. Puede imaginarlo contándole que ha correspondido el beso, y a la rubia riendo, preguntándole si besa mejor que ella y a Malfoy asegurándole que besa horriblemente. Todo lo que pueda ser humillante y doloroso lo imagina mientras camina hacia su habitación a esconderse, a llorar, porque las lágrimas se agolpan en sus ojos, y entonces lo ve.
Él sube la escalera prendado de un libro, tan indiferente a ella que da rabia. Y los puños de las manos de ella se contraen, y el llanto se refrena, y camina a zancadas en dirección a él, que está pronto a alcanzar la puerta de su cuarto.
-¡Cobarde!-, grita, sin saber que más gritar cuando lo tiene cerca, empujándolo con ambas manos de pura rabia. Él se gira, con expresión contrariada. Parece sorprendido de encontrarse con ella. - ¿Por qué se lo has dicho?-, le reclama. Él alza una ceja sin comprender, sin entender. En verdad parece inocente. Separa los labios para preguntar, pero ella se adelanta. -Greengrass lo sabe...-, explica ella, y la expresión de él cambia. -¿Por qué se lo dijiste?-, ella siente sus mejillas arder de indignación, la risa de Greengrass resuena en su cabeza una y otra vez.
-Hace una semana y dos días que no hablo con Daphne-, y ella siente un balde de agua fría caer sobre ella al oír esas palabras. ¿Será cierto lo que dice?
-¿Y cómo es que lo sabe entonces?
- ¿Que sabe qué?-, y ahora lo que la inunda es la pena. Porque esa pregunta implica que para él nada ha ocurrido entre ellos. Nada significativo al menos. Y ella se siente una tonta por creer que había algo...
- Tienes razón...-, dice, sin dar tiempo a que él diga nada, con el semblante triste y los ojos bajos. No se atreve siquiera a mirarlo. -No ha sido más que un beso-. Puede sentir los ojos de él intensos sobre ella, pero no quiere girar su rostro a él. No soportaría ver la verdad ahí. Solo quiere huir. Dejar claro que para ella tampoco ha sido nada, aunque sea una mentira y huir.
- ¿Sólo un beso?-, pregunta él, suena molesto. ¿Por qué se habrá molestado?
- ¿Qué esperabas, Malfoy? ¿Que olvidara de un día para otro las ofensas recibidas durante años sólo porque besas bien?- y sus ojos encuentran sus ojos grises, donde reina el desconcierto. Pero ella no quiere caer en la trampa de esos ojos otra vez. No quiere sufrir, y sabe que si cede con él, terminará sufriendo. Es mejor acabar con todo ahora. -Un beso no significa nada-, afirma, y él entrecierra los ojos al contemplarla, como si analizara lo de cierto que había en sus palabras. - ¿En verdad creíste que...?
Pero no termina de hablar, porque él ha silenciado sus labios con los propios y sus dedos se introducen en sus cabellos para sostener su cabeza cerca suyo. Y ella se percata que él no ha soltado el libro que llevaba en una de sus manos, pues el borde de este roza en su cabeza mientras él la besa, y siente pavor ante lo que está por ocurrir y lo aleja de ella, no quiere caer otra vez con él. No debe hacerlo.
Lamentablemente, él no acepta el rechazo y da dos pasos a ella y la acerca otra vez a sus labios y la vuelve a besar. Con más violencia de la que ella espera, con más dientes y lengua y fuerza, y ella lucha por alejarlo pero es inútil, y se siente llevar hasta la pared y quedar entre esta y su cuerpo y sabe que no hay escape. Y aunque lo hubiera no está segura de querer huir, aunque el beso sea forzado y en él no exista la ternura del primero. Aún así su cuerpo quiere ese contacto y responde, con igual ímpetu, y afirma el labio inferior de él entre sus labios y lo muerde. Y él retrocede al instante, pero no la suelta del todo. La mira, y ella espera ver en sus ojos indignación, o molestia al menos. Pero no hay nada de eso, sino todo lo contrario.
Él sonríe de un modo encantador, como si aquella parte fiera de ella le gustara. Y se acerca a ella, otra vez, pero ahora con más cuidado. Y acaricia su labio inferior con su boca y luego su mentón, y después su cuello. Y ella emite un sonido que no sabe de dónde ha venido y todo en ella se estremece. Se asusta de sí misma, y opone débil resistencia, pero él vuelve a reclamar su boca y ella se olvida de todo y responde al beso, ahora con más soltura, con más ganas, como si la rabia del momento pasado, mezclada con lo que sea que aquella sonrisa provoca en ella, la transformaran.
Y su lengua se introduce en ella y ella la acaricia con su propia lengua, y junta sus piernas más de lo que quiere al notar en esa zona una tibia humedad que la avergüenza. El olor de él la embriaga, olor a limpio y a madera, y quiere olvidar todas las razones por las que eso no debiera ocurrir, y por primera vez en toda su vida tiene deseos de matar como nunca los había tenido, matar a esa vocecita, llamada conciencia, que algo grita en su cabeza y que ella no quiere escuchar. No ahora, no mientras él se separa para contemplarla con sus ojos brillantes y sus labios rojos, y la obliga a retroceder hasta la habitación oscura, cuya puerta se ha abierto, quién sabe cómo.
La vocecita grita otra vez, como un moribundo, como un murmullo lejano que ella no entiende, que no quiere oír, y contempla con fruición su hundimiento en el mar de los olvidos.
La puerta se ha cerrado otra vez tras ellos, y un ruido sordo contra el piso le hace saber que el libro que Malfoy sostenía en una mano ha caído en el trayecto, y ella asciende con sus brazos hasta el cuello de él, para acercarlo más a ella y lo besa con completa desvergüenza, y nota como él sonríe sobre su boca.
Pero ella no se separa para mirarlo. No puede. No quiere jamás dejar de besarlo por miedo a que se rompa en encanto. Y siente como él la obliga a retroceder sin soltar sus labios. Sabe que caminan a tientas en la penumbrosa habitación, y solo cuando algo contacta la parte posterior de sus piernas, comprende que han llegado a una cama. Y entonces, la vocecita vuelve a la vida, quién sabe cómo, mientras nota como sus rodillas se doblan, y siente el peso de él sobre su cuerpo y se transforma en piedra.
Él sigue besándola aún unos segundos, antes de notar la rigidez de aquel bulto de dudas en que ella se ha convertido, y entonces se detiene a mirarla. La observa con sus ojos grises iluminando la oscuridad del cuarto y ella despega los labios para intentar decir algo, aunque no sabe qué decir realmente.
- Yo no... No sé si...-, las palabras salen atropelladas, sin sentido, lo sabe, pero espera que él entienda la súplica de sus ojos. Y, para su sorpresa, la expresión de él se suaviza. -No quiero... eso... Es decir...-, se siente incapaz de decir nada coherente, y solo ruega que él la entienda, -No aún...
Y sabe que eso no es un "no" tajante, porque siente que debe dejar claro que no es que no quiera, sino que siente que es muy pronto para ella. Muy pronto, pues aunque lo desea- ¡y bien que lo desea!- sabe que él no es de fiar. Sabe que él puede herirla en cualquier momento que quiera. La jodida vocecita está ahí para recordárselo.
Él extiende una de sus manos hacia su rostro, y sus dedos fríos recorren el contorno de su mandíbula y se posan luego en sus labios. Tan dulce, tan tierno. Ella nota como la respiración de él es casi normal mientras la de ella es rápida y entrecortada. Sabe que debe irse ahora que puede, pero no sabe bien cómo hacerlo.
-¿Puedo besarte?-, pregunta él, de pronto, desconcertándola, cerca, muy cerca de su rostro. Y ella asiente torpemente. Y sus labios acarician sus labios, lenta, muy lentamente, y luego su mentón, y otra vez su cuello. Y todo vuelve a perder sentido para ella. Y él la acomoda junto a él, obligándola a subir sus piernas a la cama, y luego él se apoya de lado, con uno de sus brazos sobre la almohada, y acerca sus labios a su oído. - ¿Puedo tocarte?-, y la pregunta a ella le parece una súplica a la que no puede negarse y asiente otra vez. Después de todo, ¿Qué hay de malo en tocarse?, y él sonríe ante su respuesta con una sonrisa que tiene más de niño que de hombre.
Los dedos de él acarician sus labios y descienden hasta su cuello. Es la frialdad de su roce contra su piel cálida lo que la hace temblar mientras él traza un lento camino hasta su clavícula, y detiene ahí su avance, y sus labios están otra vez sobre los de ella, y tan concentrada está ella en responder al beso que no se percata de cómo la mano derecha de él ha descendido hasta su pecho y lo aprieta sobre la ropa. Y ella se maldice por llevar encima tanta ropa. Y piensa en qué estará pensando él de ella, que está ahí, rígida como una tabla, dejándose tocar y besar por él.
Nota entonces que sus propios brazos están a los lados de su cuerpo, porque los ha mantenido ahí olvidados sin saber bien qué hacer con ellos. Y los levanta ahora, porque cree que es lo correcto, y los entrelaza por detrás de aquel cuello blanco. Quisiera juguetear con su cabello, pero teme que eso sea muy osado.
Él se separa de ella solo un instante para sonreír y la vuelve a besar, y sus fríos dedos se han introducido por debajo del suéter y acarician su espalda. "Es solo la espalda", le grita ella mentalmente a aquella voz a la que ha amordazado, para que no grite, para que no le recuerde nada, para que viva, ya que no ha podido matarla, pero que moleste lo menos posible.
Y la conciencia se remece estrepitosamente en su cabeza cuando la presión del sujetador sobre sus pechos ha cedido y ella comprende que él ha desabrochado el sostén. Intenta oponerse, pero por único reclamo emite un sonido inentendible que él acalla con su boca. Y entonces... la vocecita queda en silencio, y muere. Faltaba un beso para matarla.
La mano de él asciende por sus costillas y luego hasta su pecho, por debajo del sostén que ya no sostiene nada, y todo su cuerpo se contrae en un modo ridículo cuando la frialdad de sus dedos toca el calor de aquel punto sensible. ¡Nunca imaginó que fueran tan sensibles! Pero ya no piensa en detenerlo. Él ha dicho "tocar" y ella ha aceptado.
Es curioso, piensa ella, el modo en que el placer se asemeja al mar. Como el mar, viene en olas que bañan su cuerpo cada vez que él intensifica la presión sobre su pezón, jugueteando con él en un modo que seguro ha utilizado con muchas mujeres antes. Pero ahora no quiere pensar en ello. Ahora es el turno de ella para tenerlo, para disfrutar de sus besos y de su toque.
Su mano recorre su abdomen, y acaricia la concavidad de su cintura y luego desciende hasta su vientre, donde los movimientos cesan. Algo hay de demencial en ese toque, que la transporta al borde de un abismo donde no existen las palabras ni los nombres, ni nada... nada más que la expectación ante lo inmediato. Se ha separado de ella otra vez, con sus labios rojos de tanto besarla y sus pupilas brillantes. La expresión de su rostro es lo más hermoso que Hermione haya visto jamás. Y ella se sorprende al sentir la mano de él por encima de su pantalón, acariciando su punto más sensible. Y sus piernas se juntan todo lo posible en respuesta y sus ojos se abren con temor. Y él juguetea con su nariz sin decir nada un largo instante y ella no se atreve tampoco a decir nada. Le parece que el silencio lo dice todo.
Él vuelve a besarla y su mano se introduce por encima del borde del pantalón de ella, hasta contactar su punto más sensible, todo en un solo movimiento, y ella se estremece ante el contacto. Él vuelve a mirarla, con su aliento cálido impactando en su rostro. Sus ojos grises parecen estudiar su reacción, a la vez que sus dedos luchan por abrir el botón que detiene su avance y el cierre cede a su paso sin problemas. Hermione tiembla, pero es incapaz de oponerse, y él acerca sus labios a su oído.
- Sólo tocar...- , es todo lo que dice, y ella se relaja otra vez, sintiéndose algo estúpida por su propio temor, y es ella ahora quien busca sus labios, y él lleva una de sus manos por detrás de la espalda de ella para acomodarla en el ángulo correcto y luego sus dedos vuelven a trazar el camino por su abdomen y más abajo. Y Hermione agradece que ese día lleva pantalones anchos o aquella posición sería muy incómoda.
Los dedos de él se sienten como hielo en esa zona cálida y las mejillas de ella enrojecen al pensar en la humedad que encontrarán un poco más abajo. Pero luego el dedo de él contacta aquel punto que ella no conocía hasta entonces y ya no hay humedad ni decencia, ni vergüenza, ni ofensas pasadas, ni amigos, ni nada que importe. Sólo él y ella importan. Sólo él y su toque, y lo que genera en ella con su toque.
Sus dedos buscan avanzar y ella separa las piernas para permitirle más acceso en un modo que la hará avergonzarse después. Su pantalón cede aún más. Sus labios dejan sus labios y buscan su cuello, y uno de sus dedos se introduce en ella haciéndola arquear la espalda. Las manos de Hermione están ahora sobre los hombros de él, presionando con fuerza, sin saber qué más hacer.
El roce de su dedo dentro de ella es más de lo que ella puede imaginar y él besa su cuello y ella siente que todo en el mundo pierde importancia, y apenas recuerda ya su nombre. Y el vértigo regresa a ella y se siente caer, caer por un abismo, pero es una sensación tan agradable. Y sus caderas toman un ritmo demasiado insinuante para su mayor vergüenza, pero no puede evitarlo. Y se pregunta si a él no le afectará todo aquello, si él no querrá que ella también lo toque. Pero ella no sabe cómo tocarlo, y lo único que atina a hacer es generar más presión sobre sus hombros a la vez que un segundo dedo se introduce en ella.
La sensación la enajena y un sonido que no dice nada escapa de sus labios. Sus dedos se mueven desde los hombros de él hasta detrás de su cuello intentando guiar sus besos de regreso a sus labios, pero él opone resistencia, y ella intenta pensar en las razones por las cuales su cuello recibe más atención que sus labios, pero entonces el pulgar de él toca algo allá abajo que la hace temblar, y perder el control, y emitir sonidos que no significan nada y que son a la vez una súplica que él no quiere oír.
Y sus dedos salen de ella y se introducen otra vez, tomando un ritmo que la hace olvidar todo, excepto la increíble sensación que él produce en ella. Y ahora enreda sus propios dedos en los cabellos de él, con una violencia de la que no se creía capaz, para exigir que la bese, pero él alza el rostro para mirarla, poniendo su cabeza lejos de su alcance, y una expresión petulante gobierna su rostro, mientras sus dedos siguen entrando y saliendo de ella, y su pulgar se mueve otra vez, y ella arquea su espalda y gira su rostro para que él no la vea pues su propia reacción la avergüenza.
Y entonces todo pierde sentido alrededor, todo excepto aquel toque que se hace más rápido, más intenso, alcanzando un punto en que ella siente que su cuerpo explota y se desintegra y que el vacío gobierna el mundo y que no existe Dios, ni infierno, ni muggles, ni magos, ni Voldemort, ni guerra... Todo es un vacío de cosas pero abundante en sensaciones y sus piernas se juntan todo lo que puede juntarlas porque ha llegado a un estado en que el placer se transforma en dolor, un dolor que sigue siendo placer, pero que ya no puede aguantar, y pone sus manos sobre los hombros de él y luego se abraza a su cuello para exigir que pare, pero ninguna palabra deja su boca. Y todo acaba entonces.
Poco a poco toma conciencia de que aún respira, y que él también respira, más agitado que antes. Mantiene sus brazos en torno a su cuello, y su rostro oculto en su pecho para que él no la mire, pues no sabe bien cómo enfrentarlo.
Pero él retira entonces sus dedos del lugar donde estaban y se deslizan por el abdomen de ella dejando un camino húmedo y molesto. Un olor que no había sentido nunca le llega a las narices y sabe que ese olor viene de ella y la vergüenza es insoportable. ¿Qué pensará él? ¿Estará riendo? Poco a poco, se despega de su pecho y torna a mirarlo para encontrar su rostro pálido con una sonrisa que no le había visto nunca, mientras los húmedos dedos de él dibujan los labios de ella, dejando humedad a su paso.
Luego, Malfoy toma el rostro de ella entre sus manos y se apodera de sus labios otra vez, y ella siente un sabor que jamás había sentido ahí, un sabor que ahora sabe es de ella, y aunque debería resultarle asqueroso, le parece de lo más erótico.
Pero también parece erótico para él, que la ha saboreado a través de sus labios, y profundiza el beso y la recorre con sus manos. Y ella se aterra al pensar que de seguro él pedirá algo a cambio. Ahora querrá avanzar a otro punto al que ella no está segura de querer llegar aún.
La intensidad de los ojos de él transmiten algo que ella logra interpretar como deseo, mientras la acomoda a su lado, junto a él en la cama, con los ojos fijos el uno en el otro, y la mano de él acaricia su espalda ahora dibujando círculos con su pulgar. Ella teme que se acerque demasiado. Teme que susurre en su oído y la lleve a olvidar quien es otra vez. Teme que alguna nueva caricia de él sea suficiente para que ella ceda ante lo que él aún no ha pedido, y tiembla entre sus brazos.
Y él la observa. La observa en silencio mientras los minutos avanzan, y algo en su rostro cambia. Sus manos se alzan hacia el cabello de ella y lo acomodan con una ternura que no tiene precedentes y luego lleva el suéter de ella hasta una posición correcta y se levanta, extendiendo los brazos hacia Hermione para ayudarla a levantarse también. Ella comienza a arreglar su sujetador confusa y cierra su pantalón sin comprender. Va a decir algo, aunque no sabe bien qué, pero él se adelanta.
- Debemos volver o preguntarán por nosotros-, explica, y ella recuerda que han quedado de comenzar el entrenamiento esa tarde. Asiente sin saber qué más hacer.
Él ha abierto la puerta, al parecer asegurándose de que no hay nadie y con un gesto le expresa que pueden salir.
La luz del exterior le resulta molesta sobre los ojos y le toma unos segundos acostumbrarse. Él la observa con curiosidad al notar que ella se ha detenido. Hay un exceso de humedad entre sus piernas que la incomoda y que no le permite avanzar.
- Debo ir a...-, no sabe cómo explicarlo, le avergüenza explicarlo, aunque piensa que es ridículo sentir vergüenza con él después de lo que él ha hecho. Después de que él también probó una parte de la humedad de ella. Algo se revuelve dentro de ella ante el recuerdo.
Él asiente como si comprendiera su urgencia por ir al baño y ella le da la espalda para huir.
- Granger- , la llama él a sus espaldas cuando ella no ha alcanzado a dar un paso y al girarse hacia él, siente como él atrapa su cabeza y la besa otra vez en los labios. Una sonrisa se advierte en su rostro al separarse de ella. - Te espero abajo
Y desciende las escaleras sin decir más. Y ella se siente estúpida por no haber dicho nada, por no haberlo besado ella primero, y no puede dejar de sonreír tontamente.
-HP-
Draco Malfoy rememoraba en su cabeza esa primera tarde de entrenamiento. La mayoría de esos idiotas no sabían nada. Excepto Granger, claro... Y Potter. Pero sus pensamientos volvían a Granger una y otra vez. El modo en que ella no podía sostener su mirada durante la tarde le fascinaba. Y cómo se sonrojaban sus mejillas cuando él le sonreía. El estúpido de Weasley no lo había notado. El muy idiota nunca notaba nada más allá de su nariz, y esa tarde parecía especialmente desconcentrado. Ni siquiera le había dirigido un insulto.
Pero al diablo con Weasley... Era ella la que ocupaba sus pensamientos sin poder alejar de su mente aquella expresión temerosa que tenía al final del encuentro en su cuarto, sobre aquella misma cama donde él descansaba ahora, inspirando hondo para rescatar algún vestigio del olor dejado por ella. Pensaba en cómo se podía leer, sin usar legeremancia siquiera, su miedo a que él pidiera algo más. Y, por un demonio, ¡cómo habría querido él pedir algo a cambio! Pero era esa mirada, ese miedo en la mirada de ella lo que se lo impidió, lo que lo obligó a esperar, sobre ella, junto a ella, respirando tranquilo mientras ella recuperaba su respiración, a que una parte de su anatomía recuperara su forma antes de alzarse de la cama.
Y cuando al bajar por las escaleras, aún tuvo que esperar un lapso no breve de tiempo a que todo volviera a su lugar, se maldijo por no haber hecho algo más. Pero de algún modo, no habría podido pedir algo a cambio. No cuando el miedo de ella a que él avanzara le había ganado una suplicante mirada de su parte.
Eran los ojos de Granger, esa jodida mirada suplicante la que le impedía ser él mismo. Pero... ¿por qué?
- Fin del Capítulo 6-
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