CAPÍTULO 27: DRACO MALFOY

"Trata a un hombre de acuerdo a como es, y seguirá siendo lo que es. Trata a un hombre de acuerdo a como puede y debe ser, y se convertirá en el hombre que puede y debe ser."

- Goethe.

Draco había reconocido a los muggles frente a él al instante: eran los mismos que años antes, entraron a Flourish and Blotts, junto a la Sangresucia amiga de Potter. ¿Por qué entonces parecían tan sinceros al negar tener una hija?

Rodolphus, a su lado, planteó que eran los efectos de un hechizo desmemorizante, pero a Bellatrix eso no le importó. Sabía quienes eran sin que nadie confirmara nada. Sin duda no había llegado a ese apartado lugar de Australia por casualidad, y parecía tan divertida torturándolos que obtener información de ellos, era un ítem olvidado.

El rubio sentía el amargo sabor de la hiel en su garganta, amenazando con salir expulsada en cualquier momento. Quizá fuera porque sabía que, revelaran o no el paradero de Granger, el destino que esperaba a esos muggles iba a formar parte de sus pesadillas nocturnas. O tal vez fuera el hecho de conocerlos, o conocer a su hija... Humanizar a la víctima siempre hacía todo más terrible. ¡Si tan solo pudiera cerrar los ojos y rogar porque todo ocurriera rápido!

Lamentablemente, su adorable tía tenía para él otros planes.

- Draco, querido...- la sola mención de su nombre en esos labios había adquirido hacía mucho el desagradable efecto de revolverle el estómago.- Quizá tú podrías darle a estos asquerosos una descripción más detallada de la hija que alegan no tener... Seguro que tú podrás hacerlos recordar.

Rabastian rió a sus espaldas secundado por su hermano. Sólo Rudolph Zelmick, el único de aquella comitiva con quien los Lestrange no tenían parentesco, soltó un bufido algo molesto. Pero no por la suerte de los muggles que temblaban frente a ellos- Draco estaba seguro- sino por el aburrimiento que generaba en él esperar su turno.

El joven hizo uso de aquella fingida apatía que había sido su escudo todo ese tiempo, mientras interrogaba al hombre a punta de hechizos que más que causar dolor, pretendían hacer pasar las horas. Como era de esperar, no hubo colaboración por parte del muggle, que alegaba ser un simple "Ortodoncista", lo que fuera que eso significara, y para Draco fue un alivio cuando el dolor llevó a su víctima a la inconsciencia.

Por supuesto, su adorable tía no quedó contenta con el interrogatorio, ni con la poca originalidad de los embrujos utilizados, por lo que quitó el hechizo silenciador puesto sobre la mujer y la dejó a merced de él. En la mirada de la desquiciada bruja podía ver que aquella era una segunda oportunidad. ¿Es que Bella no se cansaría nunca de atormentarlo en ese modo? ¿No entendía acaso que en su naturaleza no estaba lo que fuera que se requería para ser un maldito sádico? Y con todo cuanto había visto en ese tiempo, Draco estaba seguro que tampoco quería transformarse en uno de ellos.

La marca, junto a todo el arrepentimiento que representaba para él, quemaba en su antebrazo mientras alzaba la varita a la mujer. De ella había heredado Granger su cabello, sin duda, así como la odiosa insolencia de su mirada. Y era aquella expresión, tan conocida para él, la que hacía todo más arduo.

Cada hechizo utilizado en ella, cada pregunta que se negaba a responder, cada grito que se esforzaba en ahogar, le recordaba más y más a esa chica que representaba todo lo que debía odiar. Y, sin embargo, se sentía más unido a esa sucia joven junto a la cual había crecido, que a aquellos desquiciados que hacían de espectadores de su ridículo intento por demostrar ser algo que no era.

- ¿Por qué te detienes?- gritó Bellatrix al verlo bajar la varita. La rabia ya patente en su voz.

- Rodolphus tiene razón... Debieron usar en ellos algún hechizo desmemorizante para evitar que llegáramos a la Sangresucia... Solo estamos perdiendo nuestro tiempo.- Por largos segundos la mujer se limitó a sostener su mirada en él, analizando sus motivos. Pero Draco era bueno ocultándolos. Siendo su sobrino se había visto obligado a serlo.

- Supongo que tienes razón...- masculló Bella, ganándose las quejas de los otros. Pero él no podía relajarse. No cuando había advertido un extraño brillo en la mirada de su tía.- ¡Termina con ellos entonces!

- No voy a pasarme toda la noche torturándolos solo para tu regocijo... Lo creas o no, tengo mejores cosas que hacer.- ya había comenzado a caminar lejos de ella cuando su voz lo detuvo.

- ¡Draco!- no podía simplemente irse. Sabía la consecuencia que eso tendría para él.- No he dicho que los tortures toda la noche...- su voz había recuperado aquella melosidad que él aborrecía, mientras una de las delgadas manos de ella acariciaba su hombro. Sus labios se pegaron a su oído, haciéndolo temblar.- He dicho: ¡acábalos!

- ¿Aún no pierdes las esperanzas, Bella?- rió Rabastian.- Ya deberías comprender que no tiene las agallas.

- Si... si las tiene.- siguió ella, caminando hasta quedar frente al rubio, mientras sus dedos acariciaban la blanca mejilla de su sobrino.- ¿Verdad que si, querido? ¿Verdad que hoy nos demostrarás a todos que no eres una maldita vergüenza para tus padres?

- Yo no tengo por qué demostrarte nada...- masculló, con los dientes apretados.

- ¿Eso crees?- la mujer entrecerró los ojos, al mismo tiempo que su mano tomaba la mandíbula de él, apretando con fuerza, y el aguantó incluso cuando comenzó a causar verdadero daño con su agarre. No le daría el gusto de mostrarse afectado.- ¡Está bien!- lo soltó al fin, para poder palmotear como una niña.- Te lo haré fácil, para que luego no digas que no soy una buena tía.- y él sintió el estómago subírsele a la boca cuando el brazo de Bellatrix se alzó en dirección a la mujer que Zelmick sujetaba contra el piso.- ¡Exhere Extum!

Draco giró su cabeza tan rápido que el cuello le dolió, para ver que el efecto no había caído en la mujer, sino en el muggle, que habiéndose recuperado de la inconciencia, hizo de escudo a su esposa. Toda la situación parecía divertir enormemente a Bellatrix, que no dejaba de reír, mientras el hombre, boca abajo, se atragantaba cada vez que una mezcla de sangre y tejido salía expulsado por su boca, generando los gritos desesperados de la mujer a su lado, y las carcajadas de los espectadores.

- ¿Reconoces la maldición, sobrinito?- siguió Bellatrix, a su lado.- fue inventada por Urquhart Rackharrow en el siglo XVII, y tiene, como podrás ver, la capacidad de hacer salir por la boca los intestinos de su víctima...- Draco apretó los puños rogando porque todo acabara.- Es una muerte bastante horrible en verdad, y lenta por cierto ¿Estas seguro que quieres dejar morir al pobre muggle de ese modo?

- ¿Por qué lo haces?-la pregunta dejó sus labios antes que él pudiera pensar. Era una exclamación inconciente ante la irracionalidad de todo.

- Para facilitarte las cosas... Sólo la primera vez es difícil...- su delgada mano volvió a posarse en el hombro de él, que cerró los ojos al ver que una nueva regurgitación del hombre era celebrada por los otros, mientras la mujer, aún asida de los cabellos por el fuerte agarre de Zelmick, luchaba por llegar junto a él, dando gritos de horror. Toda la valentía mostrada antes, había sucumbido al espanto.- Ya verás como me lo agradeces luego...

Y Draco alzó la varita, porque no sabía que más hacer. Porque el hombre moriría de todos modos, pero él podía acabar el sufrimiento antes. Porque Bellatrix le ofrecía ver aquello como un acto de clemencia y porque la muy bruja había descubierto que eso sí tenía efecto en él.

La maldición se deslizó entre sus labios como un quejido. Y aún así surtió efecto. El mundo se paralizó por un instante, para después, con el desgarrador grito de la mujer, retomar su rumbo como si nada hubiese pasado. Pero para él, todo era distinto.

- ¿Verdad que no fue tan terrible?- susurró Bella a su lado y Draco habría querido matarla entonces solo para que dejara de sonreír. ¿Lo perdonaría su madre si lo hacía?

- ¿Tienes algún plan para la asquerosa?- preguntó Rabastan. La bruja giró entonces sus ojos a la mujer con indiferencia.

- No creo que nos sirva de mucho...- se encogió de hombros- Por mí, hagan lo que se les antoje...

- ¿Y que hay de ti, Malfoy?- siguió Rabastan- ¿No es el sueño de los adolescentes cogerse a la madre de los otros chicos?

- ¡Dejalo ya, Rabastan!- dijo Bella, analizando la expresión de Draco. ¿Podría leer el asco que había en su rostro?- Mi sobrinito ya tuvo su cuota de iniciación por esta noche... Hay que dejar esas novedades para el futuro, ¿verdad?

El hijo de Lucius no respondió. Sus ojos estaban fijos en Zelmick, y en la clara intención dibujada en su rostro, mientras golpeaba a la mujer. Sin duda, no tenía para ella planes distintos a los de Rabastan; la originalidad no era lo suyo.

Y fue entonces que, los ojos de la condenada se clavaron en él. Ya no lloraba. Ya no rogaba. Había aceptado que compartiría el mismo destino de su esposo. ¿Era necesario hacerla pasar por un vejamen previo a la muerte? ¿Por qué alargar la existencia cuando el resultado sería el mismo? ¿Por qué no permitirle morir? Sus ojos seguían fijos en él cuando el rubio alzó la varita, y esta vez la maldición salió nítida por entre sus labios.

-HP-

Draco despertó en mitad de la noche otra vez, empapado en sudor. ¡Cómo odiaba que los recuerdos lo asaltaran por las noches, impidiéndole conciliar el sueño! Había analizado sus memorias tantas veces, buscando algún escape, algún modo en que podría haber actuado distinto, o una decisión que hubiera podido cambiar el destino de esos muggles. Pero no la encontraba.

Hacía mucho que había llegado a la conclusión de que, si de él dependiera, se habría perdonado hacía mucho. Lamentablemente, es difícil para los hombres sustraerse a la opinión que los demás tienen de ellos, especialmente si se ama a esos otros. Por eso, al amar a Granger, había entregado a ella el poder de juzgar su vida y dado importancia a ese juicio.

Sabía que fue por ella, por la opinión que ella tenía de él, que dejó de ser el cobarde que siempre había sido y tomado un papel más activo en la guerra. Porque ella esperaba que él fuera valiente. Porque ella esperaba que él fuera en su rescate, y que ayudara a Potter a luchar contra Voldemort. Y por eso también, había creído necesitar su perdón.

Pero ahora todo era distinto. Con un "Te odio", Hermione Granger lo anulaba completamente como alguien digno de amar, y si él aceptaba ese juicio, se anulaba a sí mismo. Por eso, no podía aceptar la opinión que ella tenía de él como válida. Por eso, decidió que, aunque ella no lo perdonara, él debía perdonarse... Y eso hizo.

Si bien, sentirse libre de ese peso habría podido ser considerado como una victoria personal, lo cierto es que Draco Malfoy no estaba feliz con ello. No cuando, al quitar a Hermione Granger el poder de valorar su vida, ya no tenía a nadie más que esperara algo bueno de él.

Sabía que seguiría siendo el millonario egoísta que era, que se casaría con quien pudiera aguantarlo, y que enfocaría su vida en traer un heredero al mundo y generar dinero, porque era lo que él mismo esperaba de él.

"Te odio", volvió a sonar la frase en su cabeza.

Nadie esperaba nada más...

-HP-

Astoria lo vio alzarse de la cama en mitad de la noche y caminar fuera del cuarto hacia el balcón de aquel hotel en que venían viviendo hacia un mes, y se preguntó si no pensaría nuevamente en "ella"; y es que la hija menor de los Greengrass no era tan torpe como para no haber sacado cuentas a esas alturas, y saber que Hermione Granger, era la culpable del estado anímico de su novio.

Si bien no lo supo ver la noche misma de la boda, después del ataque a Blaise, todos los sucesos la llevaron a esa conclusión. De un día para otro, el rubio decidió viajar a Asia y radicarse allá por un tiempo, con el pretexto de reemplazar al moreno en las negociaciones que tenían pendientes. Incluso Zabini dijo que no era necesario, pero el hijo de Lucius insistió. Su necesidad de huir de Londres era evidente.

Y luego la sangresucia apareció golpeando a la puerta de Draco la misma mañana en que ellos planeaban viajar. Aún recordaba el rostro exaltado de Granger cuando ella le abrió la puerta, y la dolorosa sorpresa que mostró su expresión cuando la rubia le dijo que "su prometido" no se encontraba en ese momento, pero que ella podía hacerle llegar el mensaje.

Por un momento, Astoria creyó que la joven había comprendido lo indeseable que era su presencia ahí, pero se equivocó: la muy bruja, lejos de irse, insistió diciendo que aguardaría hasta su regreso, pues debía hablar con él cuanto antes.

Astoria le cerró la puerta en las narices, dando muestras de una descortesía que pocas veces se permitía en su aristocrática vida, y debió poner su cerebro a trabajar rápidamente, con el corazón acelerado por la rabia, en encontrar alguna manera, la que fuera, para que Draco y esa mugrosa no se hallaran. De algún modo temía por lo que pudiera generar ese encuentro.

Ayudada por uno de los elfos domésticos de su familia, logró evitar que Draco regresara ahí esa tarde, y en base a ruegos y artimañas múltiples, lo convenció de activar los trasladores que los llevarían a Asia antes de tiempo, sin hacer parada alguna en su hogar.

Pero la mugrosa daba muestras constantes de perseverancia, enviando la primera lechuza a los pocos días de su llegada ahí.

"Perdóname", fue todo lo que alcanzó a leer Astoria en la carta, antes de romperla y arrojar sus pedazos al fuego.

La segunda misiva no tardó en llegar, y tras esta vinieron otras, cada vez con más frecuencia, dando cuenta de su desesperación. Era una suerte para la rubia que el hotel donde se hospedaban impidiera a los plumíferos mensajeros entregar nada directamente a los huéspedes, de modo que solo tenía que estar atenta a recibir los sobres antes que él.

No es que la joven entendiera realmente la naturaleza de aquella relación que unía a Draco y la Sangresucia - tampoco le interesaba comprenderla- pero adivinaba ya que era una amenaza para lo que había entre ella y el rubio, algo que no se podía permitir; no cuando había invertido tanto tiempo y esfuerzo en ser la Señora Malfoy.

Se arropó en la delgada bata para ir junto a él. ¿No era lo que una buena esposa debía hacer? El frío del balcón le dio la bienvenida, y no pudo evitar maldecir interiormente el insomnio de su "amado", que en ese momento miraba hacia algún punto perdido de la noche y parecía no haberse percatado de su presencia. Astoria colocó su mano en su hombro a fin de atraer su atención, pero él se giró al instante, evitando el contacto. Sus ojos grises transmitían la frialdad del hielo y ella pensó que si bien él nunca había sido particularmente afectuoso, desde aquella jodida boda, se había vuelto más intratable que nunca. ¿Podría algún día lograr romper el muro que los separaba?

- Será mejor que entres, Astoria.- dijo, con sus ojos fijos sobre ella, pero sin dejar traslucir nada- este frío no es para ti.- y volvió a darle la espalda.

Ella lo contempló aún unos instantes en silencio, preguntándose donde había quedado el chico que ella recordaba de Hogwarts y qué lo había hecho cambiar tan intensamente. Daphne alguna vez le había mencionado que quienes vivieron la guerra habían compartido cosas que los demás jamás entenderían, cosas que habían modificado sus vidas para siempre... ¿Sería esto por la guerra? ¿Sería que Granger podía entenderlo por lo que fuera que habían compartido en la guerra? ¿Sería menos esquivo con ella?

Pero no tenía sentido hacerse esas preguntas. Ella sería la próxima Señora Malfoy; era un hecho y, según su madre, aprender a tolerar ciertos deslices era la clave para mantener un matrimonio. Astoria estaba dispuesta a tolerar lo que fuera, con tal de ocupar el puesto que le correspondía. Poca importancia tenía el amor en estas cosas.

-HP-

Luna quitó el lápiz que sostenía el moño puesto sobre su cabeza, para firmar con él los papeles dispuestos sobre el mantel. Frente a ella, Blaise Zabini se removió incómodo sobre su asiento.

- ¿Ni siquiera los leerás?- preguntó, ganándose por parte de ella una mirada de la más sincera extrañeza, antes de sonreírle.

- Confío en ti, Blaise.- y siguió firmando.

- Pero, tratándose de los bienes de tu hijo, deberías tener más cuidado.

- Sé que no me pedirías que firmase nada que no fuera en beneficio de Theodore.- dijo ella simplemente, dando vuelta las páginas. Y era cierto. Todos esos papeles estaban ahí precisamente para asegurar una buena inversión de los bienes del pequeño Nott. Lo que molestaba al moreno, era que Luna confiara tanto. Después de todo, la rubia no tenía como saber sus motivos, ¿o si?

- Pues si sigues firmando todo lo que te pongan por delante, tendré que hacer algún documento para impedir que una firma tuya pueda afectar la herencia del chico.

- Si lo crees necesario- se encogió ella de hombros y él bufó aparentando molestia. La verdad es que le encantaba saber que la rubia reconocía en su interés por el chico un cariño sincero.- ¿Eso es todo?- preguntó al fin, devolviendo al joven las hojas ya firmadas. Blaise las ordeno en silencio, mientras ella contemplaba el intacto tazón que había puesto frente a él hacía minutos.- ¿No piensas probar tu té?

- No soy particularmente adicto a ese tipo de bebidas.

- Pero en un té muy bueno... Hermione lo ha traído del Londres muggle y dice que es una de las mejores bebidas del mundo...

- ¿Con que Granger, eh?- Blaise torció su labio. Se había enterado hacía poco de que Lovegood había ofrecido trabajo en su revista a la sangresucia como Editora, y aunque la noticia lo había molestado un poco, no podía desconocer que de seguro Granger tenía aptitudes para el puesto.- ¿Y se puede saber porque la señorita defensora de elfos dejó su cargo en el Ministerio?

- No lo sé.- murmuró Luna- Pero me alegra que esté con nosotros ahora, y creo que a ella también le ha hecho bien ¿sabes?

- Bien por ella.- escupió con molestia, ordenando los papeles en su maletín.

- ¿Draco no te ha mencionado nada de Hermione?- preguntó la joven con cierta timidez.

- ¿Qué tendría que mencionar?

- Si piensa perdonarla algún día.- Blaise la contempló largo rato antes de responder. ¿Así que la mugrosa lamentaba lo que sea que había hecho? Por él nunca lo lamentaría lo suficiente.

- ¿Por qué no se lo pregunta ella?

- Lo ha intentado, Blaise... En todos los modos posibles, pero por más que ha tratado de ubicarlo, o por más lechuzas que ha enviado, él no...

- ¿Lechuzas?- una ceja se alzó en su moreno rostro, intrigado.- ¿Le ha enviado cartas?- Luna asintió.

- Pensé que te lo habría mencionado...

Blaise no dijo nada, pero la joven tenía razón. De haber recibido cartas de Granger, el rubio debería haberlo mencionado. ¿Por qué no lo hizo? Conociéndolo, sabía que, aunque solo fuera por orgullo, lo habría comentado como un modo de hacer notar que no pensaba perdonarla, y que contaba con que él lo apoyaría en su decisión. No lo habría cayado. No a él. ¿Qué podía haber pasado?

-HP-

Hermione jugueteaba con el pequeño James entre sus brazos, a la espera de que Ginny terminara de colocar las protecciones necesarias para que el chico pudiera desplazarse por su casa libremente.

En general, ayudar a sus amigos era algo que disfrutaba, pues le permitía abstraerse de sus propios problemas por un rato. Pero en ese momento, la pelirroja, con el libro de indicaciones en una mano, y la varita apuntando a los objetos con la otra, estallaba en ataques de ira cada vez que algún encantamiento no daba el resultado que esperaba, dando cuentas de un humor particularmente irascible.

- ¿Ocurre algo Ginny?- preguntó al fin, cuando su amiga, de la nada, había echado a llorar.

- ¿No lo has notado aún?- las lágrimas se deslizaban libres por su pecoso rostro, atrayendo con eso incluso la atención del pequeño James, que tendió los brazos a su madre, en lo que podría haberse interpretado como un infantil intento de brindarle consuelo con su abrazo. Ella lo acogió y permaneció abrazada a su hijo por un largo instante antes de volver a hablar.- Estoy embarazada otra vez...

Hermione la miró con expresión confusa, sin entender por qué tenía que ser eso algo malo, pero no se atrevió a preguntar.

- Seguro pensarás que soy una tonta al llorar por algo así,- siguió Ginny- pero es que tú no entenderías: tenía planes. Se suponía que apenas James pudiera independizarse un poco, yo volvería a estudiar... No es como que ser madre sea la única profesión que quiero tener en la vida, ¿sabes?- la castaña la contempló en silencio, sin saber qué decir. En todo ese tiempo, no había pensado en que Ginny quisiera seguir un camino distinto al de su madre.- No me malentiendas... no es que sea algo malo... James fue lo mejor que nos pudo haber pasado, sin importar lo temprano que llegó a nuestras vidas, pero es que... no sé... nunca imaginé que acabaría cómo mi madre, y de pronto siento que voy directo a convertirme en ella...

- Ginny, es recién tu segundo hijo... Creo que aún estás lejos de alcanzar a Molly...- sonrió Hermione, logrando que la joven sonriera también.- Además, no tienes por qué dejar de lado los estudios. Yo puedo ayudarte con los niños, y también a estudiar si quieres...

- ¿En verdad lo harías?- preguntó la joven, secándose las lágrimas con la mano que le quedaba libre.- Pero ¿qué hay de ti? Eso te quitaría tiempo para...

- ¿Para qué? No es como que tenga novio o hijos propios en los que gastar mi tiempo... Y por ahora estoy bien trabajando con Luna y no es un trabajo que me impida estar con ustedes, como habrás notado...

La pelirroja no dejó de agradecer el ofrecimiento, mientras recuperaba la compostura, y volvía a su labor de encantar los muebles, con mejor ánimo que antes. Hermione no podía dejar de pensar en que, aunque la hacía feliz ayudar a Ginny, resultaba triste que pudiera hacerlo solo por no tener en su propia vida nada que ocupara su tiempo. ¿Cambiaría eso alguna vez? Ahora que Draco se negaba a hablar con ella o a darle una oportunidad de disculparse por todo el daño que había hecho, creía que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera recuperarse de todo aquello, si es que lo lograba algún día.

Constantemente temía por el momento en que los periódicos anunciaran en su portada la boda de Draco y Astoria, pues sabía que eso pondría un final definitivo a su relación con él, o a la esperanza de que alguna vez pudiera reparar las cosas. ¿Por qué había sido tan necia? Todos parecían haber visto el error en que había caído al juzgarlo tan ciegamente, excepto ella, que desde el instante en que supo que él había sostenido la varita, no pudo ver en él más que a un culpable.

¡Qué distinta había sido la visión de Lestrange respecto a lo que ella esperaba encontrar ahí! Resultó doloroso conocer la verdad, sin duda. Ser observador pasivo del suplicio al que habían sometido a sus padres, fue la peor tortura que debió soportar en su vida. Pero, gracias a eso, de algún modo logró comprender la acción de Draco.

Incluso en ese cobarde chico de dieciséis años, ella pudo ver al hombre del que se había enamorado después. En esencia, siempre había estado ahí, y el viejo Director no se equivocó al decir que en el fondo, el hijo de Lucius no era un asesino. Por que, ¿Cómo podía considerarse asesino al que mata, incluso en contra de su propio deseo, movido por compasión?

Sentía vergüenza ahora de su estupidez, y rabia, por todo el daño que había causado en su ceguera. Había actuado como aquellos clérigos medievales que se creían conocedores de toda verdad humana, y que juzgaban a los demás según el crimen cometido, sin importar las motivaciones que hubiera detrás. A ella le bastó con que Draco asumiera que había invocado el hechizo para creerlo culpable. Pero, ¿no es una cosa cometer un crimen, y otra ser culpable? Para aquellos miserables que en otros tiempos pagaban largas condenas por robar un pan, ¿no se sabía acaso hoy en día que seguramente el hambre que lo llevó a robar era suficiente para atenuar su culpa? En la sociedad civilizada no se juzgaba en base al crimen cometido, sino a la culpabilidad que había en él.

¿Había matado Draco a sus padres? Si.

¿Era culpable de su asesinato? No. Ahora lo veía con tal claridad, que no podía dejar de reprocharse su ceguera. Los culpables eran otros: Bellatrix y la guerra, Rodolphus y las circunstancias, Voldemort y la maldición de haber nacido hijo de Lucius.

¿Podría perdonarse algún día su terquedad? ¿Podría perdonarla él? Por ahora, Draco se negaba a siquiera responder a sus intentos de perdón, y ella entendía por qué. ¿No había sido acaso testigo del dolor que reflejaron sus ojos grises cuando ella dijo que lo odiaba?

- Hermione...- exclamó Ginny a su lado, sacándola de sus pensamientos.- ¿En qué mundo andabas?- pero su intento de respuesta fue interrumpido por el "PLUF" que precedió la aparición de Daphne Weasley en mitad de la habitación.

Hermione no había vuelto a ver a la rubia desde la tarde en que ella y Ron se despidieran de todos para iniciar su Luna de Miel recorriendo el mundo en busca de destinos relacionados con Quidditch o Artes Culinarias, y aunque sabía que la feliz pareja había regresado hacía ya unos días, no había tenido oportunidad- ni deseos- de ver a la rubia hasta entonces. Por eso la sorprendió lo diferente que lucía la joven ahora. Pero no era tanto por el sutil bronceado que había adquirido su piel, ni por el nuevo corte de su cabello. Había algo más, que, mientras intercambiaban los saludos correspondientes, ella no lograba adivinar... ¿Sería quizá el modo en que la miraba?

- ¿Qué es esto?- preguntó la pelirroja, mientras desenvolvía el paquete que Daphne le había entregado, dejando al descubierto lo que parecía una piedra grisácea del tamaño de una nuez, que al contactar los dedos de Ginny se tornó de un púrpura brillante.

- Es un detector de embarazos...- sonrió la rubia, quien al parecer estaba al tanto del estado de su cuñada- Lo encontré en Rumania y pensé que podía serte útil para los embarazos que vengan...

Aún no había terminado de hablar cuando la pelirroja se convirtió en un mar de lágrimas, y salió del cuarto sin decir nada, para sorpresa de la joven Señora Weasley, que tomó la piedra haciendo que volviera a adquirir su gris habitual. Estaba claro que la rubia no comprendía el por qué un embarazo podía ser tomado así por alguien, pero se limitó a encogerse de hombros y coger a James entre sus brazos, entregando la piedra a él, que no dudó en llevarla a la boca y chupetear sus bordes.

Por un momento, Hermione pensó que lo más conveniente para ella era salir en busca de Ginny. No estaba de ánimos para una nueva confrontación con la rubia.

- Luna me dijo lo que ocurrió...- soltó de pronto Daphne, interrumpiendo el intento de la joven por huir. Curiosamente, el tono utilizado era muy distinto a aquel con que siempre se había dirigido a ella.

- ¿A qué te refieres?

- A que has intentado solucionar las cosas con Draco.- Hermione pestañó extrañada. La amabilidad del tono usado por la joven parecía sincera.

- No con buenos resultados...- se atrevió a responder al fin, maldiciéndose mentalmente por exponerse así a las burlas de su interlocutora. Pero no hubo nada de eso.

- Si...- torció los labios.- También estoy al tanto de eso.- Se giró hacia James para sonreír ante una mueca particularmente graciosa del niño, antes de volver a hablar.- ¿Y qué piensas hacer?- el tono, esta vez, se parecía algo más al que siempre utilizaba con ella. Había un reto ahí.

- Seguir intentándolo...

Fue extraño como el rostro de la rubia se iluminó ante aquella respuesta. Sus labios se curvaron en una sonrisa y en sus ojos se pintó algo similar al reconocimiento. Era como si, al evidenciar ella que estaba dispuesta a luchar por Draco, Daphne dejase de lado su desprecio.

- Me alegro...- y ella no pudo evitar preguntarse si realmente se alegraría por ella, o sería más bien porque así, a través de ella, tendría a alguien que molestara constantemente a su hermana.- ¿Qué haz hecho, James?- preguntó la rubia, juguetona, al ver que el niño había dejado caer la piedra al suelo.

Hermione, por reflejo, se inclinó a tomarla para regresarla al niño, pero al instante en que sus dedos contactaron el objeto, este se tornó de un púrpura brillante, ante los atónitos ojos de la bruja, que retrocedió espantada. La misma sorpresa se había pintado en el rostro de Daphne, quien se inclinó junto al pequeño a recoger la piedra para ver como volvía a tornarse gris, y la extendió a la joven.

Tras titubear por unos instantes, la castaña se armó de valor y cogió la piedra entre sus manos, obteniendo el mismo inesperado cambio de color.

- Algo me dice que esto sí que hará rabiar a Astoria...- fue el comentario algo nervioso de la rubia, justo antes que Hermione sintiera su estómago contraerse en un nudo y el pánico hiciera presa de ella.

-HP-

Astoria seguía hablando junto a él, bebiendo pequeños sorbos de lo que fuera que hubiese en su copa, con el plato frente a ella casi intacto. Algo que había aprendido de la rubia, era que le encantaba pedir comida que apenas tocaba. ¿Comería alguna vez? Quizá lo hacía cuando él no estaba presente. ¡A quién le importaba en verdad!

En el último tiempo, ni siquiera se percataba de su presencia, e incluso le sorprendía encontrarla junto a él en la cama al despertar. No había podido siquiera volver a tocarla, por mucho que la joven había intentado hacer avances en ese aspecto. ¿Sería posible que ya ni el sexo tuviera sentido?

- Draco...- oyó a Astoria- ¡Draco! ¿Me estás escuchando?- preguntó, esta vez algo más inquisitiva. Él ni aún se molestó en disculparse. ¿Qué sentido tendría? Ella se lo perdonaría todo, aguantaría todo, con tal de seguir con él. ¿Sería que en verdad lo amaba? El solo pensamiento lo hizo reír.- Podrías compartir el chiste, ¿no te parece?- El rubio no respondió. Terminó de beber su copa y llamó al elfo para que trajera la cuenta.

En algún momento, mientras regresaban al hotel, se lamentó por ella. Porque Astoria no tenía la culpa y no merecía aquello. O quizá si lo merecía, después de todo ¿no era ella la que aceptaba todos los malos ratos con el solo objeto de convertirse en su mujer? Draco no tenía nada contra la ambición- ¿cómo podría, habiendo sido él mismo un Slytherin?- pero sí contra quienes sacrificaban su dignidad por una ambición tan ridícula como un nombre. ¿No era eso lo que hacía Astoria? No se merecía por tanto un mejor trato que el que él le daba, y a veces se preguntaba cuánto estaba dispuesta la rubia a soportar. Era incluso divertido hacer apuestas mentales al respecto. Definitivamente, Draco Malfoy era un mal nacido; pero, ¿no era eso lo que se esperaba de él de todos modos?

Tras llegar a la habitación y encerrarse en el cuarto de baño por lo que pareció una eternidad, esperaba encontrar a Astoria dormida como era su costumbre, pero esta vez no fue así.

- He recibido una carta de mi madre hoy...- empezó la rubia de pronto, sonando particularmente seria- Dice que a estas alturas ya deberíamos haber anunciado nuestro matrimonio...- Draco siguió colocándose el pijama, sonriéndose de cuándo en cuando.- Que si tus padres vivieran, hace mucho que estaríamos casados como corresponde y que...

- Si mis padres vivieran, Astoria, muchas cosas serían diferentes...

- ¿Es que no te das cuenta?- gritó de pronto, enardecida ante la indiferencia del rubio.- ¡Yo no tengo por qué seguir tolerando esto!

- Tienes razón...- se encogió de hombros, pensando en que la joven en su histeria, le parecía más ridícula que nunca- No tienes por qué...

- ¿Es que no sientes nada por mí?- dijo de pronto, con la voz quebrada, haciendo a Draco dudar. ¿Sería que en verdad lo amaba?

Pero aunque así fuera, él no podría amarla nunca. Lo sabía bien. Lo que sentía por Hermione estaba asociado a momentos tan trascendentales de su vida, instantes en que ella se transformó muchas veces en la única luz de su oscura existencia, que no habría modo de que él pudiera superar su recuerdo. Sería como dejar atrás lo que era, el motivo por el que se había convertido en quien era.

Astoria lo seguía contemplando en su mutismo, a la espera de una respuesta, a la esperara de encontrar en él algo más que su indiferencia. Pero Draco guardó silencio. No tenía nada que ofrecer.

- ¿Es por ella, verdad?- dijo la joven al fin. Sus manos estaban empuñadas a cada lado de su cuerpo, y su mirada reflejaba una rabia contenida. Más ira de la que había mostrado nunca.- ¿Es por la sangresucia?- Draco se giró hacia ella extrañado.- ¿Es por esa asquerosa, verdad?

- No sé de qué estás hablando.

- ¿Lo vas a negar?- gritó histérica, dolida. Demasiado cegada por la ira para medir sus palabras.- ¿Crees que no sé que es ella la que te escribe esas jodidas cartas?

- ¿Qué cartas?- recién entonces, ante la rápida pregunta de él, la rubia joven pareció comprender su error.- ¿Qué cartas Astoria?

- No... yo no...- intentó negarlo, desviando la mirada; el pánico pintado en su rostro.

- ¿De qué cartas me estás hablando?- gritó al fin, el corazón latiendo a mil por hora. ¿Sería posible que "ella" hubiese escrito?

- Yo no... solo... solo lo dije porque tenía rabia...- masculló- yo no...- pero el golpeteo de la puerta la interrumpió.

Draco aún dudó por unos instantes antes de ir a abrir, para encontrar ahí al elfo extendiéndole una nota. Dijo que Blaise Zabini la enviaba, que al parecer era urgente. El rubio rompió el sobre al instante siguiente de cerrar la puerta y comenzó a leer.

Astoria, frente a él, intentaba tranquilizarse, agradeciendo mentalmente la urgencia que había hecho a Zabini enviar esa carta, pues probablemente Draco dejaría de insistir en su discusión. Lo que debía hacer ahora, pensaba la rubia, era olvidar el tema, y lograr que él también lo olvidara.

- ¿Qué ha ocurrido?- preguntó, caminando hacia Draco. El rostro pálido del joven iba adquiriendo una expresión que no le había visto nunca.- ¿Es muy grave?- los ojos del rubio, normalmente grises, se giraron a ella, oscurecidos al extremo de parecer negros.

- Es de Blaise...- sus labios mantenían un rictus que daba miedo.

- ¿Y qué dice?

- Que "la sangresucia", como tú la llamaste, me ha estado escribiendo...

Y Astoria Greengrass palideció.

-HP-

Hermione caminaba por las oscuras calles del Londres Muggle sin poder convencerse de lo que había ocurrido. Según Greengrass, combinar alcohol y pociones anticonceptivas no era una buena idea. Y ella, esa noche, había estado lo suficientemente ebria como para anular la poción que seguía tomando mes a mes, más por costumbre que por necesidad, y que ahora, por culpa de una copas extras esa única noche, había resultado inútil en su principal efecto.

Si la piedra tenía razón, estaba embarazada, y según la rubia, se la habían vendido como un método cien por ciento certero. ¿Sería posible? Una parte de ella se aterraba ante la idea e intentaba negarlo, porque, ¿Qué haría ella con un bebé del hombre que ni siquiera respondía sus cartas, y que tenía, por cierto, buenas razones para no hacerlo? Pero había otra parte de ella que no podía dejar de emocionarse ante la idea.

Un hijo. Un hijo de Draco Malfoy. Si no lo podía tener a él, ¿no era ese hijo suficiente consuelo para superarlo todo? Pero, ¿lo permitiría Draco? Cuando se enterara- y es que era una verdad que ella no podía mantener oculta- ¿no querría acaso arrancarlo de los brazos de la mujer que lo había hecho sufrir? Y bien sabía ella que él tenía el poder para hacerlo. Pero, ¿sería capaz de hacerlo? Ya antes lo había juzgado mal y pagado caro su error. No quería volver a juzgarlo precipitadamente nunca más.

Hablaría con Zabini, si era necesario, con tal de hacerle llegar la noticia. Le diría lo del embarazo y que no esperaba que eso cambiara las cosas entre ellos, pero tampoco le negaría sus derechos como padre si es que él tenía interés en reclamarlos. ¿Tendría interés en hacerlo? ¡Qué horrible sería esa opción!

Pero no importaba realmente. Incluso si él prefería desentenderse de ese hijo y abocar su paternidad en la descendencia sangrepura que le diera Greengrass, ella sería igualmente una madre feliz. ¿No había demostrado Luna que se podía ser madre soltera? Y el mundo muggle, ¿no estaba acaso lleno de familias monoparentales?

¡Ya casi podía sentirlo latir en su interior! No importaba que en verdad no fuera más grande que un frijol. Ella ahora estaba conciente de su presencia, y podía verlo desarrollándose dentro de ella. Podía incluso imaginar como sería. ¿Luciría como él? Según Daphne, había un hechizo familiar muy poderoso que dotaba a todos los Malfoy de sus característicos ojos grises. ¿Los tendría su hijo también, o a causa de su sangre muggle, el hechizo perdería su efecto en el bebé? No importaba mucho en verdad.

El problema más grande vendría al crecer, cuando adquiriera conciencia del padre ausente y le reclamara a ella por eso. ¿Qué respondería entonces? No lo sabía, pero tampoco eso importaba. Por ahora. Todo lo que quería, era confirmar el diagnóstico con el test muggle que llevaba en su cartera. Y aún así, había preferido caminar para demorar esa confirmación, porque, ¿y si resultaba que no era cierto? No quería pensar en ello.

Subió las escaleras de su edificio con especial lentitud, removiendo su bolso en busca de las llaves, pero apenas se acercó a la puerta de su pequeño hogar, estas resbalaron de sus manos, yendo a dar contra el piso, de pura impresión.

Frente a ella, con las manos en los bolsillos, el cabello desordenado y aguardando, al parecer hacía mucho, estaba Draco Malfoy; y Hermione no supo si echar a llorar o sonreír.

-HP-

Blaise examinaba el aparato muggle con particular paciencia. Según las palabras del hombre que se lo había dado a conocer, tenía la ventaja de poder ingresar millones y millones de libros y notas, sin ocupar prácticamente más espacio que ese rectángulo de diez pulgadas en su extremo más ancho. Si su amante de ese mes tenía razón, podía ser que los muggles no fueran tan inútiles después de todo, y él solo necesitaba adaptar ese artefacto a su mundo. ¿No lo habían hecho ya con la cámara unos siglos atrás?

Tan ensimismado estaba en su nuevo descubrimiento, que no sintió la brusca entrada de la bruja hasta que la tuvo encima, hecha una fiera.

Sin duda, por el modo en que gritaba y le reclamaba sin cesar, Draco había recibido su carta, y, como él había sospechado, Astoria había sido quien ocultara las de Granger.

- ¿Por qué lo hiciste, Blaise?- preguntó la bruja al fin, algo más calmada en su arrebato, pero con las lágrimas inundando su rostro. Él se apoyó contra el escritorio, cruzándose de brazos. La verdad es que ni él mismo sabía el por qué.- ¿No ves acaso que eso es irracional? ¡Él es un Malfoy! No puede mezclarse con una puta sangresucia. Sus padres jamás lo habrían permitido.

- Pues no creo que Lucius pueda hacer mucho al respecto ahora, ¿no?- bromeó, pero en el rostro de ella no hubo asomo de risa.

- Creí que la odiabas...

- Y así es... Pero mis sentimientos aquí no tienen mucha importancia.

- Pero, ¿por qué ella? ¿Qué demonios es lo que ocurrió entre ellos?- siguió Astoria, calmándose poco a poco.- No lo entiendo, Blaise... ¿Cómo pudo pasar?

- Es una larga historia...

- Pues por lo que sé, ella debió hacerle mucho daño en esa historia, o no pondría tanto empeño en pedir perdón...

- En cierto modo...

- Pero, ¿por qué entonces quiere estar con ella? Y tú, ¿Cómo puedes aprobar algo así? Eres su amigo... Deberías saber lo que es mejor para él...

- Precisamente porque soy su amigo y lo conozco es que envié esa carta...- suspiró cansado. ¿sacaría algo con explicar a Astoria?- Pienso que, si están dispuestos a perdonarse, se merecen esa oportunidad.

- Pero, ¿Qué es lo que tienen que perdonarse?

- No lo entenderías, Astoria... La guerra tejió nudos irrompibles entre quienes participaron de ella, unos más fuertes que otros. Tú no estuviste ahí, y por eso, jamás podrás formar parte de la vida de Draco. No en el modo que quieres... Nos guste o no, ese puesto fue tomado hace mucho.

Blaise no estaba seguro de dónde había venido todo aquello, pero sabía que era cierto. Quienes no habían participado de la guerra jamás comprenderían a los que habían estado ahí, ni jamás formarían parte de sus vidas en el modo en que lo habían hecho los otros.

Quizá por eso él mismo, se sentía más unido a Granger, sangresucia y todo, de lo que jamás se sentiría con Astoria. Y por la misma razón, su lealtad al final había sido con la hija de muggles, incluso en contra de él mismo. ¡Curiosa cosa era la guerra y el modo que tenía de cambiarlo todo!

-HP-

Draco vio como en los ojos de ella se agolparon las lágrimas, y se sintió repentinamente fuera de lugar. Todo lo que tenía era la idea de unas cartas que ella había enviado, cuyo contenido desconocía. ¿Qué tal si en ellas le pedía disculpas por sus últimas palabras- algo esperable en Hermione Granger- pero reafirmaba su deseo de no volver a verlo? ¿Habría sido un error correr a ella sin siquiera detenerse a pensar?

La joven seguía de pie, sin decir nada, y él no atinó a hacer otra cosa que usar un hechizo para atraer las llaves y entregarlas a ella. Habría querido preguntar por el contenido de las cartas que Astoria había destruido, explicarle que no había tenido noticias de su existencia hasta ahora, pero no sabía por donde comenzar.

- ¿Puedo pasar?- y algo se estremeció dentro de él ante esa pregunta. No había pasado ni un mes desde que había usado la misma frase, frente a esa misma puerta, y las cosas no habían resultado nada bien. Ella pareció ser partícipe de ese pensamiento, pues soltó una sonrisa triste mientras asentía.

El lugar no había cambiado nada. Incluso el gato estaba ahí para dirigirle una felina mirada de bienvenida. Nunca había sido una criatura particularmente efusiva, por lo que Draco sabía que no correría a enroscarse en sus piernas ni a ronronearle cerca. Esa mirada era todo lo que obtendría de él esa noche. Sonrió para sus adentros, pero no hizo ningún comentario al respecto mientras se giraba a su dueña.

- Creí que no querrías verme nunca más...- susurró ella, secando su rostro con el dorso de la mano y fingiendo una sonrisa.

- Intenté no hacerlo.- confesó. ¡Qué difícil era hablar!

- Lamento haber sido tan insistente con las lechuzas...- se disculpó, colocando un mechón de cabello por detrás de su oreja con nerviosismo.- Como no tuve respuesta, pensé que quizá se habían perdido por el camino, o que tal vez...

- No supe de ellas hasta ahora.

- ¿Cómo?- lo miró sorprendida, mordiéndose el labio.

- Es una larga historia, pero nunca pude leer ninguna...- inclinó la cabeza hacia un lado, analizando su atónita expresión.- ¿Qué decían?

- Te pedía perdón...- su mirada se desvió hacia el piso por un largo instante antes de volver a enfocar en él.- Te pedía que me perdonaras por lo que dije esa noche, y por todo lo demás...

- ¿Todo lo demás?- preguntó él, sin comprender.

- Por haberte juzgado sin conocer tus motivos...- algo se contrajo en el estómago de Draco y la expresión de su rostro se endureció- Fui una tonta... una gran tonta al no escucharte. Al pensar que tú los habías matado solo porque era la opción más fácil y que...

Él habría querido preguntar cómo lo sabía, quién se lo había dicho, o si simplemente lo había deducido al fin. Pero no fue esa la pregunta que salió de sus labios, sino otra que llevaba mucho tiempo más ahí.

- ¿Aún me odias?- ella se mordió el labio, mientras negaba efusivamente con la cabeza, reflejando cierta desesperación.

- No, Draco... Fue una estupidez decir eso... yo nunca...

- Pero me odiaste...- ella volvió a negar con vehemencia.- Cuando éramos niños debías odiarme, ¿no?

- No... nunca te odié.

- Pues yo sí a ti...- Hermione alzó hacia él sus ojos confundida. ¿Significaba esto que no la había perdonado? - Te odiaba por tu sangre y lo que representabas... Te odiaba por ser amiga de San Potter, y te odiaba por ser mejor que yo en casi todos los ramos... ¿No recuerdas acaso los insultos que te decía?- ella asintió en silencio, aún sin comprender el sentido de sus palabras.- ¿Y aún así no me odiabas?

- Me desagradabas mucho por ser un engreído arrogante, y por molestar a mis amigos...- sonrió triste- pero no te odiaba...

- En tercer año me golpeaste...

- Te lo merecías.- farfulló ella, mordiéndose el labio avergonzada.

- Si... me lo merecía. ¿Y aún así te enamoraste de mí?- ella asintió sincera.- ¿Por qué?

- Porque cambiaste...

- No... No cambié. Siempre fui el mismo, Hermione.- ella parecía dispuesta a rebatirlo, pero la convicción en su voz la obligó a guardar silencio.- No cambié, pero tú esperabas que lo hiciera. Esperabas que actuara de cierto modo, y yo...- se encogió de hombros, sin saber qué otro gesto usar- Yo no quería defraudarte.

- Yo no...

- Por eso dolió tanto saber lo que había hecho... Porque entendía que eso iba en contra de todo lo que tú esperabas de mí, que era algo de lo que habías estado intentando salvarme y que era un crimen que no perdonarías nunca...

- Fui una tonta, Draco...- su voz se quebró otra vez- Yo no...

- No... Tú jamás has sido ni serás una tonta, Hermione Granger...- sonrió- Yo soy culpable de ese crimen y ambos lo sabemos.

- No...- insistió ella, caminando hacia él- Tú no...

- Si. Lo soy.- sonó tajante.- Yo los maté. Estoy consciente de mi crimen, aunque no veo un modo en que las cosas podrían haber sido distintas.

- Lo sé...

- ¿Lo sabes?- sonrió incrédulo- No creo que lo sepas, pero no importa. Lo importante es que yo me perdoné y ahora no necesito tu perdón...- vio como la expresión de la joven cambió de pronto, siendo invadida por la desesperanza. ¿La asustarían sus palabras?- Tardé mucho en comprender que no lo necesitaba, pero es verdad.

- Draco, por favor...

- No me importa si me perdonas o no, Hermione...- siguió él, obligándola a callar- mientras, pese a eso, seas capaz de amarme...- los ojos de la joven volvieron a abrirse expectantes antes sus palabras, como si recién comprendiera lo que él quería decir. Como si aquella última frase abriera para ella una luz de esperanza.- ¿Aún me amas?- acortó el espacio que los separaba, envolviendo sus manos con las suyas.- Pese a todo, ¿eres capaz de amarme?- y ella asintió.

Draco acercó sus manos a sus labios y las besó, primero una y luego la otra, en un gesto que trajo a ella el recuerdo de otros tiempos.

- ¿Crees que ese amor será suficiente?- preguntó él.

- Creo que...- tomó aire para seguir, como si éste escaseara en sus pulmones, a causa del vaivén de emociones que vivía.- Vale la pena intentarlo...- sonrió apoyando su mentón sobre las manos entrelazadas de ambos.

- No será fácil.- agregó él, pero en el tono de su voz se notaba que ya no tenía el miedo del principio.

- No... no lo será... Pero siempre podremos partir de cero...

- ¿Partir de cero?- una de sus rubias cejas se alzó interrogante.

- Claro... siempre podemos contar con que Harry vuelva a borrar nuestras memorias y nos presente el uno al otro como dos desconocidos sin tanto pasado traumático en común...- bromeó- ¿Quién sabe? Podríamos incluso tener un par de citas normales.- se encogió de hombros, sonriendo.

- Preferiría evitar la intervención de San Potter...- dijo él, soltando las manos de ella y extendiendo luego solo una en señal de saludo. Hermione lo contempló sin comprender.

- ¿Qué haces?

- "Partir de cero"- sonrió.- Eso implica que de algún modo debemos presentarnos...- sus ojos transmitían la dicha de un niño que emprende un juego nuevo, mientras tomaba la mano de ella con la suya a modo de saludo.- Mi nombre es Draco Malfoy; hijo Narcissa y Lucius Malfoy; sobrino de la bruja más desquiciada que el mundo haya conocido, y un exmortífago.- sus ojos se ensombrecieron de tristeza, pero sostener la mano de ella, hacía todo más fácil- Solía llamarte sangre sucia en Hogwarts. Asesiné personas durante la guerra y me arrepiento de muchas cosas...

Por un largo instante, Hermione lo miró enmudecida, sin saber qué decir; pero comprendió, por el modo en que él la miraba, casi suplicante, que debía decir algo... Debía seguir el juego que habían iniciado.

- Mi nombre es Hermione Granger- comenzó al fin, titubeando. Tan nerviosa estaba ante la intensidad de las emociones de ese día, que le costaba incluso hablar, pero él aguardó por ella con paciencia, apretando levemente su mano.- Soy hija de unos ortodoncistas que murieron durante la guerra...- pareció notar como Draco se tensaba ante estas palabras, por lo que apretó con más fuerza el agarre y sonrió para tranquilizarlo.- No tengo antecedentes de locura en mi árbol familiar, y soy lo que llaman una "hija de muggles"...- tomó aliento otra vez, dando otro paso hacia él- Solía llamarte hurón engreído en Hogwarts y tuve la suerte de no verme en la necesidad de matar a nadie... Pero me arrepiento de muchas cosas...- Los ojos de Draco la observaban expectantes, más brillantes que nunca, esperando por algo que llevaba mucho tiempo pidiendo, pero recién ahora ella era capaz de comprenderlo. Recién ahora, después de todo cuanto había ocurrido entre ellos, de todos sus errores y torpezas, ella lo entendía.- Mas no de ti... Nunca de ti...

Y aunque el cambio en la expresión de él fue casi imperceptible, aunque nadie que no fuera ella habría sido capaz de notarlo... Hermione supo que esas palabras eran lo que él había necesitado oír hacía años... Era la certeza que buscaba hacía mucho. Y ella había sido tan ciega en su egoísmo, que se lo había negado todo ese tiempo. Fue por eso que comenzó a llorar descontrolada, y fue por eso también, que cuando él la envolvió entre sus brazos, ella se aferró a él con más fuerzas que nunca, en un abrazo que pretendía ser muchas cosas a la vez; un vínculo físico que era para ambos el perdón y la redención.

Los minutos transcurrieron sin que dijeran nada, quedándose simplemente así, con el rostro de ella apretado contra su hombro, y la mano de él enredada en sus castaños cabellos.

- ¿Y ahora qué?- preguntó él al fin.

- Ahora...- sonrió ella, separándose de él escasamente para secar sus lágrimas- creo que ahora correspondería tener nuestra primera cita...- sonrió y él sonrió de vuelta, soltando su agarre sobre ella al fin y contemplándola en una mirada infinita.

- ¿Y dónde quieres ir en tu primera cita?

- Dejaré que me sorprendas...- propuso ella.- Pero no hoy... mañana. No quiero que luego me recuerdes con el rostro todo lloroso en nuestra primera salida juntos.- alegó, volviendo a restregar su cara.

- Si es lo que quieres- susurró él, haciendo un gesto de despedida. Pero aún la observó por varios segundos antes de comenzar a caminar hacia la puerta, donde volvió a detenerse y se giró a ella con un nerviosismo que llamó la atención de la joven.- Puede que sea algo pronto para decir esto, considerando que ni aún tenemos nuestra primera cita,- bromeó- pero...- tomó aliento otra vez.- Te amo...- Hermione sintió como su propia boca se entreabría de pura impresión, y solo al ver la burlona sonrisa en los labios del rubio, comprendió que este disfrutaba de la victoria de haberla tomado por sorpresa.- Hasta mañana, señorita Granger.

Pero ella no podía dejar que se saliera con la suya... no podía dejar que él riera del efecto que sus palabras habían tenido en ella, ¿verdad?.

- Draco...- le detuvo- él se giró, aún sonriendo de su infantil victoria.- Supongo que debería esperar hasta después de nuestra primera cita para decir esto, pero...

- ¿También me amas?- preguntó él, con suficiencia.

- Creo que estoy embarazada...

La sorpresa que se dibujó en el rostro de él al comprender las palabras dichas, le dieron a entender a Hermione que en verdad no se había esperado algo así, y eso fue todo lo que ella necesitó para saber que la victoria había sido suya. Pero no alcanzó a sonreír en modo alguno, pues los labios de él, al instante siguiente, estaban en los suyos.

Habían pasado ocho años, cinco meses, tres semanas, cuatro días y dos horas desde el momento en que Draco Malfoy comenzó a contar el tiempo para ocluir su mente, pero fue ahí, con ese beso, que comprendió que ya no necesitaba mantener la cuenta, pues ya no había un señor tenebroso, ni una tía psicópata, ni una Orden del Fénix desconfiada, ni tampoco una Hija de Muggles de los que necesitara ocultar sus pensamientos. Ya no tenía que ocultar nada de ella, ni de nadie. Y dejó de contar.

Al amanecer siguiente, cuando abrazados en el estrecho balcón de aquel Londres Muggle, contemplaran el mismo cielo; cuando las manos de él acariciaran con tibieza las suyas y ella apoyara su cabeza en su hombro, ambos sabían que su relación había soportado demasiados remiendos para ser ideal o envidiable, y probablemente quedaban muchos más por venir... Pero estaban convencidos también de que, aún así, valía la pena intentarlo.

-HP-

"No es ninguna locura querer vivir, y oír en el fondo del abismo un leve soplo que murmura que nos espera, como un sol impensable, la felicidad".

EL MURMULLO DE LOS FANTASMAS.- Boris Cyrulnik

-Fin-

Agradecimientos especiales a todos los que con sus comentarios han aportado a esta historia (ustedes saben quienes son).

Próximamente: Epílogo y despedidas.

Alexandra Riddle.

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